Translate

domingo, 18 de junio de 2017

FANDIÑO

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno

















La vida, esa efímera fluorescencia que brilla en la oscura dimensión del tiempo infinito, paga un precio por alumbrar un instante, por titilar como una estrella lejana. El precio es la muerte. Nadie escapa al destino trazado desde el mismo momento de la concepción. La vida debe su existencia a la muerte y el calvario y la condena que acompaña al ser humano en su breve existencia, en su brevísimo aleteo de mariposa en la Tierra, es saberlo. 


Cecil, el león asaeteado, no lo sabía. El toro que ha matado a Fandiño, tampoco. Pero Fandiño sí. Y los que insultan al torero muerto, los que se envuelven en ropajes de falsa preocupación por el sufrimiento de un animal mientras comen hamburguesas en un restaurante de comida rápida, o solomillo de buey gallego deconstruido en salsa etérea de algas japonesas extendida en nido de plumas glaseadas…, deben saber que ellos también morirán. La diferencia está en el cómo. Morir desafiando la vida, enfrentando el cuerpo protegido solo con una tenue defensa movida por los vientos caprichosos de la tarde, a un animal de quinientos kilos armado con dos sables capaces de ensartar y levantar metros de altura caballo y jinete, tiene, digan lo que digan quienes esconden envidias y frustraciones detrás de millones de kilómetros de distancia digital, amparados por la ideología dominante, velas extendidas al viento de lo que ahora se lleva, insultos y amenazas de pobrísimas personas que como la mayoría, solo transitamos muertos de miedo por el miedo de que vamos a morir, tiene, lo de Fandiño digo, y otros como él, mérito.

Morir de pie, viendo venir la muerte en tromba incontenible. Esperar a pie firme confiando en que en el último momento la bestia haga lo que quien espera supone que va a hacer, es muerte de hombre grande, de gente que vence la vida, gente que sabe que en las cuentas finales de nuestra miserable existencia en este mundo es lo mismo treinta y seis que noventa. Dentro de cien años ya nadie se acuerda. Gente grande que juega la partida sin esconderse, exigiendo que el otro jugador, al que los débiles evitamos siquiera nombrar, aparezca vestido con ropa oscura, guadaña afilada, manos esqueléticas, silencio pavoroso, poder infinito, al otro lado de la mesa. 

«Ya que al final vas a vencer, juego mi alma, mi espíritu, todo lo que soy en una apuesta simple: si gano, si salgo vivo del envite, habré vivido mil años en una tarde. Si pierdo, si la bestia puede conmigo habré muerto en cinco segundos sin soportar horas interminables en una fría sala de hospital».

La apuesta merece la pena, pero hay que tener eso que solo algunos tienen. Eso que tenía Fandiño.

Los que se alegran, los que falsamente parecer preocupados por el toro que le ha matado, deben saber que el toro muere con dignidad, con respeto. Deben saber que el león Cecil, aquél por el que se elevaron llantos mundiales, era un taimado asesino, tardaba en matar una eternidad. Atacaba por detrás, lejos de las defensas del búfalo y allí se entretenía, horas si hiciera falta, hasta desangrar a un pobre animal en una agonía lenta y espantosa. El buen torero mata con habilidad y rapidez y muere de pie, destruido por un enemigo tan noble como él mismo.

No entiendo de toros, pero siento envidia de Fandiño, señor de la vida y de la muerte.



11 M: REALISMO FANTÁSTICO ó MÁGICO.

  El gobierno del PSOE ha rescatado la memoria del 11M. Con su habitual manipulación a cargo de informadores sectarios que han tapado el...