Translate

lunes, 12 de septiembre de 2016

EL RASTRO DEL DELITO









 
PELÍCULAS DE VIDEOCLUB: 
Del año 2013

Película de policías, pero no policíaca, de varones policías, no de mujeres policías, película que podríamos interpretar como un análisis de las tres edades del varón blanco, anglosajón y por extensión del varón blanco occidental.

El viejo policía, el maduro policía padre de familia y por último el joven recién llegado a la comisaría como adjunto del veterano, duro, dipsomaníaco jefe policial que evita beber para no recaer en el abismo del alcoholismo.

Comienza la historia con el padre de familia, casado, mujer, dos hijos, casa con jardín y piscina en barrio residencial  tomando parte en una peligrosa redada de delincuentes asiáticos. Uno de ellos dispara a nuestro policía, Mal se llama o al menos así llaman a este eficaz vigilante del orden y salva la vida gracias al chaleco antibalas, otros compañeros detienen al asiático mientras Mal se retuerce de dolor y en cuanto se recobra parcialmente se dirige al detenido que le pide perdón. Mal le golpea, fin de la escena.

Día siguiente, el grupo policial celebra la detención de la banda bebiendo más de la cuenta, Mal es el héroe, el que ha dirigido la operación, luego, con unas cuantas copas de más coge el coche y un compañero le da la consigna, la contraseña que debe utilizar para sobrepasar los controles de tráfico. 

Le cuesta concentrarse en la carretera, el alcohol, el sueño casi le vencen. Le paran en un control, pero la contraseña y la identificación como policía le permiten seguir adelante. Vemos ahora una carretera de cualquier ciudad, desierta a esas horas, un chico en bicicleta circula con cierto atrevimiento y Mal le sobrepasa, pero al parecer le golpea con el retrovisor y el muchacho cae al suelo golpeándose la cabeza. El policía para le atiende, avisa a emergencias, está aturdido por la bebida y el cansancio, pero hasta cierto punto controla la situación, luego cuando se acerca a su coche en busca de abrigo para el chico ve el retrovisor recogido, debe haberle golpeado.


El viejo policía habla por teléfono mientras el joven conduce. Por radio piden que una unidad policial se acerque al lugar del accidente, el viejo Carl no quiere, no le corresponde, pero el joven aprovecha que su jefe está entretenido en la conversación telefónica y recoge la llamada. Llegan a la escena del accidente Carl se da cuenta de inmediato de lo que ha ocurrido, se lleva a Mal y se libra de su ayudante al que envía a controlar a los periodistas y curiosos. Carl y Mal hablan y el viejo le acerca un detector de alcohol que disimuladamente vuelve a retirarlo sin que Mal tenga que soplar, luego lo entrega a un agente de tráfico, 0,0 le dice, todo está correcto, «ahora tómele usted declaración». El joven ayudante observa la escena desde el otro lado de la calzada, sabe que algo raro está ocurriendo.

El chico accidentado es hijo de una inmigrante hindú, Ankhira se llama, la madre es joven, atractiva, tiene otra hija y aparece en el hospital acompañada de su madre, del padre no se sabe nada, en toda la película ni aparece,  ni se le menciona.

El joven policía busca algo en el hospital, se acerca al herido y entonces conoce a la madre, joven, guapa, hindú y además afligida, mujer sufriente que vela el coma de su hijo.

Mal tiene que pasar por la consulta de la psicóloga, un trámite engorroso, pero necesario, la mujer es gorda, joven, dice algo a lo que el policía, que ya se está abrumando por el sentimiento de culpa, apenas responde, «usted no disparó en la redada de la banda asiática», él asiente, «pero sí lo hizo hace años» y él habla de un accidente estúpido, la pistola se disparó en el ascensor de la comisaría, la psicóloga parece sentirse satisfecha, intuye alguna incoherencia, algún problema oculto que necesitará una mayor profundización, un mayor control, un mayor sometimiento del poder policial al superior  poder de la mente que ella representa,  pero el jefe de policía de Mal le requiere y se lo lleva  para disgusto de la mujer.

Y ese es el desarrollo de toda la película, el tremendo sentimiento de pecado cometido de Mal que no le deja vivir, porque el director de la película o el guionista o ambos saben que el hombre blanco occidental ha sido apresado entre las garras de acero de la culpa. Culpa por vivir bien, casi opulentamente, culpa por tener un buen trabajo y haber formado una familia, culpa por el holocausto del que objetivamente no tiene ninguna, pero que por algún curioso motivo envuelve en las redes del perpetuo arrepentimiento a todo el occidente cristiano, culpa por la enfermedad, por el hambre, por las condiciones de vida de los habitantes del tercer mundo, culpa absoluta por  agravios ciertos que quizá correspondan a sus tatarabuelos, pero que han acabado aterrizando en las mentes blandas, masas grises de titilante gelatina de los hombres de hoy en día.  

Y el joven…, el joven es el nuevo hombre blanco, anglosajón y por extensión, occidental, educado en el sentimiento de justicia universal, preparado para asumir la defensa caballeresca de los que no tienen nada, el nuevo hombre que busca redimir a los oprimidos y castigar a los culpables, y el culpable es, por supuesto, el varón blanco que le precede, el que se ha educado entre las viejas ideas que representa el Carl y las nuevas en poderosa expansión, el varón que ha nacido y crecido entre dos mundos, uno que todavía no ha sucumbido y el nuevo de incierto desarrollo,  sin acabar de pertenecer a ninguno de los dos.

Y luego está esa ansiedad del joven representante de las vanguardias del amor y la entrega a la causa, esa posibilidad, esa necesidad de ser reconocido, de que los perseguidos, los preteridos, los pobres, las mujeres hindúes, o afroamericanas o asiáticas, todos reconozcan, le reconozcan como el gran justiciero, el salvador y a resultado de esto se le entreguen agradecidísimos de haber coincidido con el Robin Hood moderno en una memorable momento de sus miserables vidas, de haber sido redimidos, salvados  por el gran campeón de las causas nobles.

 Y el joven policía entonces entra, quiere entrar en la vida de Ankhila, le promete encontrar al culpable, en realidad sabe lo que ha ocurrido, es un buen investigador, un hombre  inteligente, uno entre tantos de las nuevas hornadas de jóvenes extraordinariamente preparados que vierte  a la sociedad moderna la Universidad anglosajona.

Insiste ante el viejo, él sabe lo que ha pasado y le acusa de encubrir a un culpable.

Un culpable, le explica su superior,  que ha tenido un descuido, un accidente que le puede costar una condena de cinco años de cárcel,  su propia familia destruida, un futuro arrasado por algo que ya no tiene remedio, la condena de su compañero será absolutamente inútil. Sí, reconoce,  él le ha indicado a Mal en un momento de especial confusión, recién ocurrido el accidente lo que tenía que declarar, todo está arreglado y no debe reabrirse el caso, se trata de solidaridad de grupo, de trabajo, de un trabajo en el que es fácil equivocarse y que necesita del compromiso de todos para que un error involuntario no acabe enterrando a toda la policía, a él mismo junto a Mal, todo por una inmigrante que no es de nuestra casta, por un chico que circulaba imprudentemente de noche  en bicicleta. Es lo que hay que hacer, ayudar al compañero en dificultades, echar una mano cuando te necesitan para que cuando tú lo necesites te ayuden.

Pero el joven no quiere, no lo acepta, se niega y el viejo policía, el mismo al que en una secuencia anterior se le ve saliendo airado de una sala de justicia que acaba de poner en libertad por una triquiñuela legal a un peligroso pederasta y proclamar en voz alta que «el mayor criminal de nuestro tiempo es el sistema de justicia», el viejo policía sabe que no podrá hacer nada, las nuevas generaciones se adueñan, reclaman ya el futuro para ellas, el poder que ahora se asienta en otros parámetros, en otros sistemas ideológicos y de comprensión del mundo que a él  le son ajenos, que no comprende o que no quiere aceptar y vencido abre el cajón de su escritorio para sacar una botella y volver a recaer en la olvidada adicción.

Otra escena. Ahora el joven aparece en el piso de Ankhira, le va a acompañar al hospital, el nuevo hombre de Occidente que se desvive por los inmigrantes de otras razas, (se ve como  de pasada en un plano rápido una estatua religiosa, un elefante sagrado adornado con flores, una sutil referencia a la religión de la mujer, extraña , incomprensible para el occidente antes cristiano, lo mismo que en una secuencia anterior, mientras la cámara recorre la casa con jardín y piscina de Mal, recoge la presencia de una cruz, de un Cristo crucificado, la vieja creencia que todavía subsiste en cada vez menos hogares occidentales y que en casa de Mal nos habla de su religión, probablemente ya solo un recuerdo de trámites meramente administrativos, bautizo, comunión, etc., dos religiones, una ya en franca retirada y otra ignota, desconocida, pero muy respetada en el mundo desarrollado y que traen consigo los nuevos vecinos tan amorosamente acogidos).

Y estábamos en casa de Ankhira con el joven policía que va a acompañarla al hospital, el hombre nuevo de occidente que se entrega a la noble causa del acogimiento y la ayuda a los pobres que se han visto obligados a emigrar, él se acerca a ella con la bolsa de cosas que siempre se pierden en el último momento, se rozan las manos, ella le mira con ojos asombrados, oscuros, con la boca abierta por…¿el amor?, ¿el asombro? Y él se apresta a recibir el premio, la justa compensación, acerca sus labios y entonces ella, ¿asustada?, ¿enfadada?, se escapa, se va hacia la puerta y él no sabe qué pasa, algo no funciona en matrix, estaba todo tan claro, era tan evidente, la mujer agradecida debía entregársele. Él, el nuevo hombre occidental, el luchador incansable por la justicia y la igualdad, bien situado en el entramado social y económico, con trabajo funcionarial para toda la vida y cresteando además a favor de los vientos ideológicos dominantes sobre la tabla de surf,  se le ofrece, se muestra dispuesto a cargar con ella, con la hija y se supone que la suegra a la que se ve en un par de momentos y para sorpresa de las ilusiones construidas sobre suposiciones y falsas premisas, la mujer se va, asustada y al mismo tiempo enfadada. 

Y es que los que vienen, los que son traídos en pateras no lo hacen para ser salvados, traen sus propias ideas, su propio mundo al que no piensan renunciar, mundo que en occidente no se conoce, mundo muy diferente del que nuestros jóvenes han construido solo en su imaginación. Pero no pasa nada, el policía joven, rechazado, no por eso va a dar por terminada su cruzada de necesaria  justicia.

Carl lo intenta una vez más, insiste en que deje la investigación, está borracho y el joven a la vista del estado lamentable de su superior,  sabe que ya ha vencido, el viejo carcamal, el valedor de los métodos antiguos, el policía de la escuela clásica del quehacer policial, «que los delincuentes tengan miedo de la policía y no al revés», está perdido.

Y otra escena policial. Mal y un compañero detienen a un peligroso delincuente, ciento veinte kilos de grasa cimbreante esposado en el asiento de atrás  que de pronto comienza a patear el asiento del conductor hasta desquiciar a Mal. Se ríe, provoca, porque sabe que no pueden hacerle nada, es un niño de diecisiete años, el sistema, el nuevo sistema que está acabando con Carl y con él mismo le protege. Todo el entramado de supuesta justicia moderno puesto al descubierto en una escena de un  minuto.

El viejo Carl reúne a los dos policías. Quiere que todo se acabe que el joven renuncie a su investigación, está completamente borracho, Mal ya ha decidido, va a confesar, incluso desoyendo el consejo de su mujer que presiente que todo lo que han construido juntos se va a derrumbar, pero la culpa, el terrible mal de occidente ya ha hecho presa en el buen policía Mal. Va a confesar sin implicar a nadie, va a asumir él solo la responsabilidad. Y Carl estalla, le habla del futuro a que se enfrenta, cinco años de cárcel por un accidente involuntario, la pérdida de su condición de funcionario, la más que probable destrucción de su propia familia, pero es inútil, Mal ya ha decidido. 

Carl, completamente borracho se encara entonces con el joven, serio, parsimonioso, inmutable en su papel de triunfador de los nuevos tiempos. Se hará justicia al fin, caiga quien caiga, pase lo que pase.

«¿Te la has tirado ya? ¿es por eso por lo que quieres acabar con nosotros? Esa mujer de otro mundo, esa mujer que no tiene nada que ver con nuestra cultura.  Si todavía no lo has hecho, ten cuidado con el SIDA». El joven se indigna y se enfrenta a Carl, una pelea que Mal contiene a duras penas solo que ahora Carl está en el suelo, ha sufrido un colapso, un ataque que le lleva al hospital. Es el momento de Mal, tiene contra el joven lo mismo que este contra él, todo se detiene mientras el viejo policía convalece en el hospital. 

Pero… a Mal la culpa no le deja vivir, atraviesa con su automóvil un barrio repleto de hindúes, un chico le recuerda al muchacho que ya ha muerto víctima del accidente y él sin darse cuenta choca contra un camión. Sangra a chorros por una herida en la cabeza, abandona el coche con un pensamiento obsesivo, llega hasta el piso donde vive Ankhira, llama a la puerta, pero la chica y su madre asustadas no le abren y allí caído, semiinconsciente confiesa, «yo fui, soy culpable». 

Confesión de hombre occidental abrumado por la culpa sin absolución posible. Antes, unas décadas antes, el sacerdote le hubiera aconsejado lo mismo que Carl y le habría absuelto, ahora solo queda la decisión de la mujer. Llega la policía que ante la reiterada insistencia del policía malherido acerca de un accidente causado por él, interroga a la mujer hindú que les dice que ese hombre fue el que ayudó a su difunto hijo cuando tuvo el desgraciado accidente.

Escena final, Mal y su mujer dejan a sus hijos en la escuela, la pesadilla parece haber pasado, se vuelven hacia el coche y ahí está otra vez. El joven policía con expresión incierta. Quizá quiere zanjar la cuestión y dejar las cosas como están o quizá, imbuido de su papel de héroe justiciero, quiere seguir adelante a pesar de lo que ha ocurrido con el viejo policía, después de todo el nuevo sistema reconocerá el mérito que comporta enfrentarse a los veteranos mandamases que se resisten a comprender que el mundo ya ha cambiado definitivamente.





1 comentario:

11 M: REALISMO FANTÁSTICO ó MÁGICO.

  El gobierno del PSOE ha rescatado la memoria del 11M. Con su habitual manipulación a cargo de informadores sectarios que han tapado el...