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domingo, 10 de diciembre de 2023

DE PEGASUS AL REFERENDUM

 

Ahora que el nombre “Pegasus” vuelve a los periódicos por denuncias del presidente catalán conviene hacer algunas reflexiones sobre su significado, sobre todo para España.


Antes de otra cosa es importante analizar y comprender el término “hispano” y sus derivadas tales como “hispanista” e “hispanofobia”. No existe otro país en el mundo cuya historia la relaten, en cuanto al conocimiento general de los ciudadanos corrientes, extranjeros tal como ocurre en España. El hispanista es, en resumen, un presunto historiador inglés que habla mal de España y al que se respeta, se le publica y publicita por nuestras más importantes editoriales e incluso se le paga con cargo al presupuesto español.


A modo de ejemplo tenemos la reciente “tournée” de Henry Kamen aclarándonos que esa historia de la “leyenda negra” es mentira. Dicho de otra forma, habría que concluir que todos los males que se le atribuyen a España son ciertos. La malvadísima Inquisición, las torturas con las que esta institución extraía confesiones a los reos para luego ajusticiarlos en la hoguera, son hechos ciertos e históricamente verificables, según Kamen. También es cierto, según el inglés, el genocidio. Todo lo malo que se pueda decir de España es cierto. Lo dice un hispanista y ahí queda como mandamiento de obligado acatamiento.


Sobre esta cuestión, es decir, sobre la llamada Conquista española de América o el Descubrimiento Kamen publicó hace algunos años un ensayo, o novela, o lo que fuera que tenía por título “Imperio”. Kamen, no recuerdo si en la misma portada o como introducción al libro se preguntaba a modo de “tesis” . ¿Cómo fue posible que un país escasamente poblado de unos doce millones de habitantes, pobre hasta el hambre pudiese crear el llamado Imperio español?


“Traduzco: ¿Cómo fue posible que un país de mierda como la España del siglo XVI pudiese conquistar y dominar el conocido como Imperio español?”


Y el respetado hispanista se responde a sí mismo: “no pudo. En la creación y expansión del Imperio participaron alemanes, italianos y también catalanes que pertenecían al Imperio europeo de aquel tiempo comandado por Carlos V de Alemania”.


Kamen entendía, creo recordar, que el tal imperio europeo era por analogía la UE de aquellos tiempos. Por tanto ningún mérito tuvo España. El historiador destacaba ya por entonces la aportación catalana a la conquista incidiendo en esa herida separatista y sangrante por la que España se está disolviendo en la actualidad.


La tesis podía ser desagradable para muchos españoles, pero tenía, o debería tener su parte positiva. El famoso genocidio quedaría así repartido a partes proporcionales entre los protagonistas principales de la aventura americana, alemanes, italianos, catalanes, etc. miembros de la UE del siglo XVI…, pero no. Llegados a esta etapa de la historia y según Kamen, para el genocidio solo quedaban españoles. En las historias de las enfermedades llevadas por los conquistadores, en las masacres cometidas contra los indígenas, desaparecían los europeos y solo quedaban miserables españoles. El libro fue a la basura. Pero Kamen sigue divulgando nuestra propia historia con la debida publicidad nacional.


Viene esto a cuento de un concepto que para comprender el recorrido del famoso “Pegasus” tenemos que tener muy en cuenta. Se trata de la percepción. En general tenemos una imagen de nosotros mismos positiva. Y también en general tal imagen contrasta, a peor, con la que los otros ven en nosotros.


La percepción es toda una especialidad dentro de la psicología y en orden a este artículo se refiere exclusivamente a cómo somos percibidos por otros países y por nosotros mismos. Durante estos últimos años y dentro del sistema constitucional nos percibimos como ciudadanos de primer nivel. Miembros importantes de las más variadas instituciones europeas . También nos ubicamos entre los países más ricos del mundo y creemos ser respetados y queridos por todos los países y ciudadanos occidentales y de otras culturas. Entendemos que por fin y dejando atrás nuestra truculenta historia hemos encontrado nuestro sitio en Europa y en el mundo.


Pero si hay alguna palabra que define la imagen que los otros tienen de España y describe esa percepción es “hispanofobia”. Las fobias son miedos irracionales, pero en los tiempos actuales se refieren más bien a odios irracionales. La homofobia está penada (odio a los homosexuales), la islamofobia y otros términos similares están dentro del catálogo de odios no admitidos por la sociedad actual occidental y políticamente correcta. Pero la hispanofobia se respeta y corre a sus anchas por todo el orbe antes cristiano. Ya tenemos varios países “hispanos de América” conocidos como latinoamericanos para eludir lo que de español pudiera haber en ellos, cuyos presidentes y gobiernos son oficialmente hispanófobos: México, Venezuela, Perú, Bolivia. Colombia es el último llegado al club. Todos aborrecen la obra española en América. La hispanofobia galopante del presidente mexicano exige que España pida perdón por la conquista, descubrimiento, encuentro entre culturas según el PSOE de los años 90, o el encontronazo según los críticos de esos mismos años.


Además tenemos una España cuya ideología preponderante es también la hispanofobia. El odio a España y a lo español se ha extendido de tal manera que solo asoman tímidas banderitas españolas entre las verduzcas andaluzas que enarbolan simpatizantes del PP, Vox y poco más en las últimas elecciones andaluzas.


El hecho diferencial prevalece sobre lo común y el término español se disuelve en el más tolerable “constitucionalista”; olvidando que constitucional es lo que el Tribunal Constitucional dice que lo es. Perdón por el batiburrillo expresivo, pero me remito a las sentencias de tal Alto Tribunal y a los intentos del gobierno actual por ponerlo ya, definitivamente, al servicio de la hispanofobia nacional.


Y si en el ámbito cultural español la hispanofobia se ha asentado para quedarse, no digo nada de las ideas que sobre nosotros corren por los países del entorno y, sobre todo por Norteamérica. Singularmente por Canadá y USA que son nuestros presuntos aliados en la OTAN.


Y así llegamos a Pegasus. Pegasus es un “malware”, un virus informático, una especie de caballo de Troya digital que una vez introducido en un teléfono u ordenador personal, hoy en día todos los teléfonos móviles son ordenadores personales, espía, capta y envía información al creador del “malware” que lo aprovecha para su fines propios. Pegasus sería pues un programa delictivo que curiosamente ha creado una empresa israelí que lo vende a gobiernos supuestamente amigos para que luchen contra el terrorismo. Siendo Israel el país donde más cerebros superdotados existen por centímetro cuadrado no hay que ser muy inteligente para suponer que detrás de esta empresa está el servicio secreto más eficiente del mundo. El mossad. Pero hay que reconocer, como digo, la extraordinaria diferencia en inteligencia que existe entre el Israel actual y los países circundantes incluyendo entre ellos esta España en disolución que soporta asaltos a la valla un día sí y otro también. La empresa en cuestión facilita el famoso programa a supuestos países aliados y cualquiera con dos dedos de frente tiene que llegar a la conclusión de que el programa, de paso y como quién no quiere la cosa, informará de todo lo que circule por los móviles del adquirente al reputado mossad. El triple salto mortal está en que los supuestos luchadores contra el terrorismo, ingenuos adquirentes de su propio caballo de Troya digital, pagan, nada menos que del orden de seis millones de dólares por semejante programa incluyendo la atención al cliente y varios años de garantía, se supone.


El CNI parece que adquirió el programa en cuestión. Y también los servicios secretos de Marruecos.


El CNI espiaba a los independentistas catalanes y Marruecos espiaba al gobierno español. De rebote es de suponer que el mossad, tal como dijo en su momento Montoro ministro de hacienda de Rajoy, lo sabe todo de todos.


Y nos vamos a Canadá. Un gran país, (por su extensión) afectado por esa enfermedad incurable de la hispanofobia. Canadá tiene su propia historia de exterminio y reclusión en reservas de las etnias indígenas, pero ahora lo olvida, desplaza su culpa reprimida y mira con odio, con fobia a esta pobre España que se derrite al calor del cambio climático. Canadá en su conjunto odia a España y acoge una institución vinculada a una universidad que responde al nombre de “Citizen Lab” y que está muy preocupada por los derechos humanos. En esta institución trabajan destacados catalanes relacionados con el famoso “referendum”. Total que tal institución recibe la información de que los independentistas catalanes están siendo espiados por ese país genocida y destructor de culturas indígenas que es España. Se impone el aviso para que los catalanes no sufran la acometida del ejército español al modo en que Ucrania ha sufrido el asalto ruso. La cuestión es que esta institución canadiense no informa directamente (ni parece claro el modo en que ha obtenido dicha información. Parece más bien una operación política) de sus hallazgos sino que utiliza nada menos que a Ronan Farrow para alertar a Aragonés y compañía.


Ronan es hijo de Wody Allen, al menos hijo legal. Ronan es periodista, abomina de su padre y ha informado de abusos sexuales contra mujeres a cargo de Harvy Wernstein. Puesto en alerta roja, Ronan que es demócrata y tiene bien aprendido el concepto de hispanofobia, se da prisa en publicar la noticia de que la malvada España espía, vete a saber con qué propósito, a la sojuzgada Cataluña.


Pero no termina ahí el escándalo, sino que nuestro presidente ante el follón catalán con amenaza de retirada del apoyo parlamentario, informa todo el mundo de que él también está siendo espiado y... se llega a la conclusión posterior, por la cosa del Sáhara, chantajeado, exactamente igual que los catalanes. De alguna forma, el presidente del gobierno español les dice a los espiados que él está a su lado, comparte su programa u hoja de ruta y que si no hace más es porque a él mismo le espían fuerzas oscuras que le impiden avanzar en la revolución iniciada que consiste básicamente en la definitiva disolución de esta nación de naciones, según el nuevo portavoz o secretario, o lo que sea del PP.


En todo este embrollo las preguntas lógicas y algunas respuestas, no todas, son:


- ¿Quién ha dado la orden de comprar Pegasus?

- ¿Quién ha dado la orden de espiar a los separatistas catalanes?

- ¿Como es posible que el presidente del gobierno haya sido espiado utilizando este mismo programa?

- ¿Por qué el presidente del gobierno no dice nada de que está siendo espiado (esto tiene sentido. No es conveniente informar al enemigo de que has descubierto el micrófono oculto), y ante la furia catalana se descubre a sí mismo como víctima del espionaje? La respuesta a esta pregunta debe ser porque necesita el apoyo parlamentario separatista.

- ¿Quién espía al gobierno? Esto es más complicado. Muchos analistas apuntan a Marruecos.

-¿Quién informa a la institución canadiense del espionaje y por qué lo hace? El quién no lo sabemos. La respuesta obvia a la segunda pregunta debe ser que el informante en cuestión quiere que el proceso de independencia catalán siga vivo y tenga posibilidades de éxito. Por otro lado esta cuestión catalana debilita tremendamente la posición española para beneficio de algunos de nuestros vecinos.

-¿Por qué se le facilita dicha información a Ronan Farrow? Quizá porque siendo este joven demócrata convencido, es decir, progresista a ultranza cree en la maldad intrínseca del imperio español americano. Padece “hispanofobia” y desea por tanto la libertad de Cataluña. En su mente y en la mente de mchos norteamericanos y centroeuropeos la causa catalana se convierte en una heroica lucha por la libertad.










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