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viernes, 13 de marzo de 2020

CORONAVBIRUS Y ECONOMÍA

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal















A vueltas con el coronavirus. Tendremos que esperar a que pase la pandemia, si es que pasa, para saber cuál es el origen de esta peste del siglo XXI. Así a primera vista parece un virus de laboratorio. Algo que a los militares se les ha escapado. Veremos. En todo caso las consecuencias van a ser terribles.

La economía mundial se tambalea. El modelo que se ha ido configurando a lo largo de los años y desde la caída del muro, el modelo a seguir en el ámbito económico es el que podríamos definir como mundialista. Antes de la caída había tres territorios económicos, a saber, el occidental, el comunista de la URSS, de China con extensiones en Cuba y en algunos países del oriente y el de los no alineados. En este último se incluían países que pretendían mantener una independencia ideológica y económica respecto a los bloques dominantes. La India comandaba este grupo en el que se integraban naciones del Oriente Medio y africanas.

La caída del muro dio lugar a la conocida globalización para beneficio de unos pocos y destrucción de millones de puestos de trabajo en las economías occidentales. La estrategia económica de aquellos años, muy aplaudida por los sindicatos de izquierdas, fue simplemente mandar al paro a millones de trabajadores de Europa y de Estados Unidos para sustituirlos por mano de obra a precio de subsistencia en otras naciones dispuestas a ello. China, sobre todo. China es ahora mismo la fábrica mundial de cachivaches de todo tipo. Las más modernas empresas de occidente fabrican en China y venden en el mundo, supuestamente desarrollado, cuyos habitantes compran histéricamente todo lo que no les hace falta. Desde un móvil hasta un cepillo de dientes luminoso se fabrican en China y se transportan y venden en Europa y Estados Unidos a precio sin competencia posible.



La única manera de sostener el consumismo salvaje de occidente es mediante el crédito. Compre hoy y vaya pagando en cómodas mensualidades. De paso se desmantelan todas las estructuras de producción existentes. Antes las industriales y ahora las agrícolas desarrolladas tecnológicamente. Al productor español de hortalizas le sustituye el mismo sistema trasladado a Marruecos por la empresa española que quiere hacerse de oro produciendo a precio de risa y vendiendo en el super a veinte veces el precio objetivo del producto.

(Henry Ford multiplicó el salario de sus trabajadores por seis para que pudieran comprarse el famoso Ford T y así sostener su propia producción. Era otra mentalidad desde luego. La mentalidad del empresario de verdad de aquel entonces frente a nuestros pulcros economistas especuladores que nos han arruinado en lo económico y ahora ya y para ahorro de pensiones públicas, en lo biológico).

Condición indispensable para este sistema globalista es que fluya el comercio mundial a través de redes de transporte interdependientes. Que las mercancías viajen sin cortapisas y que los elementos personales gestores de todo el tinglado abarroten los aeropuertos armados de portafolios, iphones chinos y portátil. Además, el crédito infinito permite a los atribulados ciudadanos occidentales, consumidores durante los últimos tiempos de ansiolíticos a toneladas, el viaje como terapia imprescindible a la creciente insatisfacción. El viaje histérico, la espera interminable en aeropuertos saturados de turistas. El recorrido agónico en manada guiada por lugares presuntamente históricos que a los turistas solo les interesan para fotografías digitales destinadas al olvido y al borrado accidental.
En otro tipo de turismo se programa la llegada al lugar de destino y el consumo de tiempo, sol y playa como recarga de baterías gastadas.

Propio del mundialismo es también el deporte internacional, las competiciones de todo tipo habidas y por haber.

La increíble aparición de deportes que no sabíamos ni que existían como ese extraño tenis flotante en el que Carolina Martín nos ha puesto en los primeros puestos mundiales.

El golf nacional que antes de Severiano era entretenimiento de yanquis en las película. Los campeonatos de fútbol, baloncesto y los insoportables juegos olímpicos que aburren a un muerto, pero que ahí están, omnipresentes en televisiones y periódicos y persisten en la maligna intención de repetirse en Tokio contra viento, marea y coronavirus.

El viaje, la internacionalización de toda actividad, el inglés (idioma imposible para los españoles) internacional. Todo un tinglado de relaciones mundiales, amén de la inmigración impuesta por los lobos de Wall Street para que los occidentales expoliados no se quejen. Todo este sistema de producción, distribución, servicios e intercambio cultural está ahora mismo cuestionado. Puesto en cuarentena. De China ha llegado, no solo el móvil última generación sino una variante de la gripe que se contagia con facilidad y que además, pese a lo que diga Lorenzo Milá y los demás portavoces del NOM, mata. La ciencia médica hace milagros, incluso avanza hacia el trashumanismo, flirtea con la inmortalidad, pero es impotente ante un virus de laboratorio.

El FMI alerta ante la que se nos viene encima, pero soluciones, alternativas, no se le escuchan. Y sin embargo, debe haberlas. Decía el viejo profesor que todo sistema económico debe dar respuesta a tres preguntas. ¿Qué producir?, ¿cómo hacerlo?, y ¿cómo distribuirlo?
Si el comercio internacional está en crisis, la economía mundial debe transformarse. Lo hizo en su momento. Cuando el muro cayó, nuestras mentes más brillantes, idearon el traslado de tecnología y capital a países del tercer mundo, para el exclusivo beneficio de unas élites al mando de occidente.

Qué nadie se llame a engaño. Fue todo muy meditado y perfectamente orquestado. El expolio del capital occidental a cambio de ingentes beneficios para algunos elementos que pasaron de piso de 70 m2 a mansión en zona residencial.

Para conocimiento general de aquellos años y métodos pueden leerse algunas novelas, entre ellas y destacando sobre las demás, “La hoguera de las vanidades” de Tom Wolfe. También pueden buscarse en internet los llamados bonos Milken, o bonos basura. Y en el caso español, los años del felipismo socialista, cuando el sistema bancario nacional que funcionaba correctamente fue asaltado por los nuevos gobernantes con una intromisión que no esperaban. Mario Conde fue nuestro equivalente nacional al “lobo de Wall Street”. Nuestro propio lobo ibérico que por su ambición acabó encarcelado, y para su tranquilidad actual, convenientemente reducido al silencio. De esos años desbocados emerge el Santander que por entonces era un banco de mierda y ahora es un banco llamado sistémico. Sistémico es semejante a una montaña de basura acumulada a lo largo del tiempo que inevitablemente acabará deslizándose como ha ocurrido en la autopista de Bilbao.

El asunto Milken fue curioso. Imaginemos que a una empresa de reparación de automóviles con tres empleados embutidos en monos de trabajo llenos de lamparones de grasa, se le ocurre lanzar unos bonos pagaderos a cinco años con un 20% de intereses garantizados anualmente. Mediante la debida propaganda y utilizando los servicios de los famosos “brokers” se distribuyen a millones de ambiciosos inversores. Curiosamente el sistema funciona porque el grasiento garage recibe en poco tiempo millones de dólares cuyos intereses deben pagarse al año. Milken, el genio, hace algo increíble, con semejante cantidad de dinero disponible lanza una OPA, (acrónimo este que en los primeros momentos nos sonaba chino en España y que pronto se hizo más o menos comprensible), sobre, por ejemplo, la todopoderosa Geneal Electric. Los accionistas venden porque la oferta es irresistible y de pronto el pequeño garage está al mando de un gigante industrial. Hay que darse prisa. Se multiplican por diez los precios de suministro, se trocea la empresa, se vende, se hace lo que sea necesario para que General Electric pague los intereses prometidos a los bonistas. El sistema es suicida a medio plazo, pero a corto proporciona beneficios a estos gestores tipo Milken que nunca han sido emprendedores, pero que saben como aprovecharse del llamado sistema de mercado liberal. Luego aparece Milton Friedman propagando las ventajas de dejar que la economía se deje a su libre expansión y en poco tiempo asistimos al desastre que se produce con la quiebra de Lheman Brothers cuya monumental deuda recae sobre los contribuyentes de todo el occidente que a estas alturas y gobiernos izquierdistas mediante, van a ver todo su patrimonio acumulado, desaparecer vía impuestos al antes dicho patrimonio y a cualquier otra cosa. Para ejemplo de lo que se avecina véase a Imanol Arias y a Ana Duato a punto de entrar en la cárcel por haber intentado poner a salvo algo de lo ganado a lo largo de una vida de trabajo.

Por supuesto, la dictadura franquista era terrible, pero el sistema democrático del 78 lo primero que hizo fue poner en marcha un sistema impositivo que a lo largo de los años está dejando a los contribuyentes supuestamente más libres ahora que entonces, al borde la ruina más absoluta. En un pasaje del Drácula de Amazon Prime Video, el malvado conde dice como de pasada algo así como que la democracia es dictadura de los más ineptos de una sociedad.

Llegados a este punto y con el coronavirus desatado quizá convendría reflexionar acerca de un cambio en los sistemas económicos que nos han llevado a esta situación. Trump es el malo oficial de todas las conversaciones, pero Trump ha dado un golpe en la mesa y ha pedido y conseguido en alguna medida el retorno de la industria que había emigrado. Mediante el sistema de aranceles, por supuesto, no hay otro.

¿Qué producir? , lo que la sociedad demanda, pero sobre todo lo que la sociedad necesita básicamente. La economía únicamente de servicios condena a todo el conjunto al crédito y a la especulación.

¿Cómo producirlo? Podemos seguir importando de China, o podemos, reconstruir algo de una industria nacional con cierta facilidad, puesto que la tecnología actual es mucho más avanzada. Los costes de producción serán mayores, pero el coste del coronavirus ha hecho infinitamente más gravoso el tinglado chino, solo que el sobrecoste se ha manifestado muchos años después.

¿Cómo distribuirlo? Pues bajando impuestos y reduciendo lo público a lo estrictamente necesario. Estamos viendo el caos que suponen diecisiete sistemas de salud ante una amenaza como el coronavirus . Decisiones que con una administración única podrían tomarse en dos horas, requieren reuniones de días y seguramente inútiles, puesto que las sagradas competencias autonómicas al final se imponen a cualquier racionalidad. Están también las políticas miserables. El gobierno quiere cerrar Madrid porque está en manos de la oposición. Pero en Cataluña no hará nada. Tampoco en el País Vasco que tiene un problema tremendo en Vitoria. Dicen que el virus vitoriano se debe a un solo médico que retornó de in viaje a Málaga, pero se atisban otras variantes. Ya se sabe que la singular autonomía vasca hace que muchos funcionarios del gobierno y cantidad de policías autonómicos vivan en la comunidad adyacente de la Rioja y allí se desencadenó un foco de infección por el virus. Pero la consigna oficial es que la infección se debe al médico retornado de Málaga. Como digo las politiquerías de este tinglado autonómico son terroríficas y las consecuencias, infames.

Por lo que respecta a la crisis económica que se avecina el sistema de mercado funciona razonablemente cuando los ciudadanos pueden tomar decisiones libres acerca de su patrimonio. Proteger y recrear una industria nacional es posible con la tecnología disponible. Ahora bien, la izquierda que siempre se mueve a través de consignas y lemas tales como “no hay nada más tonto que un obrero de derechas”, para luego mandar al dicho obrero al paro y con el tiempo a la miseria, está vigilante al frente de la nación, para que el feminismo haga su manifestación y expanda junto con la ideología feminista el virus y los ciudadanos que votan a otros partidos queden encerrados en sus casas y comunidades.




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