VALOR DE SEXO

VALOR DE SEXO

Una antigua compañera de estudios de Sara Carbonero escribe una carta que se ha hecho pública cuyo resumen puede ser el siguiente: “Si ambas estudiamos la misma carrera, carrera que yo terminé y ella no; por qué ella ha triunfado y yo no”.

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La carta tiene su fundamento, puesto que estamos en tiempos de revolución sexual feminista, tiempos de equivalencia. Una época singular caracterizada por el empoderamiento femenino y una pretendida igualdad de oportunidades de la hembra frente al varón apartando de una vez por todas el sexo como activo fundamental de la mujer.

Se queja la compañera de la que solo conocemos el nombre, de la diferente trayectoria de dos vidas que presuntamente arrancan desde el mismo lugar en que se inician las carreras atléticas con parecida, incluso superior formación académica de la autora de la carta y que sin embargo divergen y a los treinta y tantos años muestran ya, un glorioso presente para una de ellas y uno más precario con nebulosas expectativas de futuro para la otra.

HIPERSEXUAL

El helicóptero vuela sobre una playa rectilínea, inacabable, bordeada por rascacielos en la ciudad de Miami. Desde la altura la cámara filma una mancha negra y apelotonada que rompe el plácido espectáculo del mar acariciando la arena amarilla. Parece el revoloteo de millones de insectos alrededor de algún cadáver. La mancha se mueve, se expande y encoge conforme a pautas indeterminadas. Hay un conjunto de hoteles playeros en los que la abigarrada nube de moscas zumbonas tiene el nido del que se abastece. Cuando el documental filmado desciende y se acerca cámara al hombro observamos la manada humana. Miles de jóvenes procedentes de todos los Estados de la Unión, de Australia y de otros países angloparlantes celebran las vacaciones de Pascua. La mayor parte de ellos llevan un vaso con algún líquido a medio consumir. Ninguno de ellos fuma y todos se han reunido con un objetivo único. Están allí exclusivamente para joder. Para copular. El documental puede verse en Netflix y se titula algo así como “La nueva revolución sexual”.

PROGRESO HACIA ATRÁS

— ¿Hacia dónde iba usted cuando retrocedía?
— Hacia atrás, siempre voy hacia atrás cuando retrocedo.
Sonríe cáustico “Rooster" Cogburn, alguacil interpretado por John Wayne en 1969 y plagiado, lo mismo que la película completa, por Jeff Bridges interpretando el mismo papel y los hermanos Coen que tienen bula para la copia descarada de la película original. No es, sin embargo, el motivo de este artículo analizar lo que en cine se llama “homenaje” cuando se copia una película de éxito o, como en este caso, se fotocopia descaradamente y su equivalente en literatura que recibe el descorazonador epíteto de plagio.

¿FIN DE ESPAÑA?

¿FIN DE ESPAÑA?

El comisario Villarejo, hombre poderoso antaño, ha acabado en la cárcel por algo, aunque nadie sabe exactamente por qué. Amenaza con información truculenta. No hay hombre (varón) poderoso en este país que no esté en la cárcel o corra grave peligro de acabar en ella.

España agoniza como nación unida de una enfermedad que comenzó en el mismo momento en que murió Franco. Había mucho que repartir y a eso se han dedicado durante todo este tiempo. Cada vez queda menos y mayor es la ansiedad. La Moncloa como objetivo primario y una vez allí el inventario, el chequeo, para descubrir que el enfermo muere de enfermedad terminal. No obstante, quizá algo se le pueda sacar si el nuevo inquilino y señora se dan prisa. Alguna propiedad todavía conservada, alguna cuenta opaca en paraíso fiscal. El protocadáver asiente con los ojos y firma con mano temblorosa mientras espera otro chute de último material de narcofarmacia. Hay donde elegir. La Cuatro, la Sexta, la Primera, la Segunda, las autonómicas. Todas suministran el caudal mínimo necesario de droga para mantener al agónico enfermo en la ilusión de que esto tiene cura. Diálogo sobre todo. Es el lema y la vana esperanza.

Juerga sanferminera y gresca constante de patio de vecinos, chismorreo de pueblo de los años cincuenta elevado a la enésima potencia por las televisiones, periódicos de papel, digitales. Todos juntos, todos cantando la misma canción (¿es que no tenemos periodistas en nómina?) preguntaba Michael Corleone; para convertir todo el territorio nacional en un gigantesco patio de vecinos dispuestos a hacer sangre tertuliana, bien pagada por supuesto, a cortar trajes a medida y a ventilar ante la morbosa curiosidad nacional toda la putrefacta intimidad que sea necesaria.

DESDE RUSIA CON DEPRESIÓN

Vaya por delante que el fútbol me parece un deporte incomprensible. No lo he entendido nunca. Solo en una ocasión recuerdo que el Barcelona de Guardiola jugaba la eurocopa creo, contra un equipo alemán. Aterricé en la cadena que lo retransmitía por el “zapping” y sí, en aquel partido y en aquel momento supe que el Barcelona iba a ganar. No entendía de estrategia alguna, ni era capaz de reconocer a ningún jugador más allá de Messi, pero se veía que el Barcelona dominaba el partido, sabía a lo que jugaba y controlaba perfectamente el encuentro.

 El equipo contrario parecía sobrepasado, corría de manera caótica y cuando se acercaba a la portería del Barcelona lo hacía como el corredor de fondo que cuando llega al estadio comienza a deambular de un lado al otro, incapaz de sostenerse sobre sus pies. Supe que iba a ganar el equipo catalán como así fue finalmente.

Ha sido la única vez. Los pocos partidos, ninguno completo, que he sido capaz de ver siempre me han producido la sensación de caos y desorden, como si pudiera ganar cualquiera de los dos equipos con solo un poco de suerte del ganador o mala suerte del perdedor.

Argentina y España, antaño países hermanos y probablemente aquejados de algunos males similares han sido eliminados. Ahora es el turno de los periodistas, algunos como hienas sedientas de sangre ya están saltando a la yugular. El periodista puede decir lo que quiera, puede anticipar mediante sólidos argumentos que España ganará o perderá por hacer o no hacer lo que él dice, pero pase lo que pase conservará el puesto.