El poder político en España ha descubierto las ventajas de un estado policial. Aguerridos agentes de la ley de todos los colores, signos, obediencias y alcances jurídicos presentes en esta nación de naciones, en esta España delirante generada a lo largo de cuarenta años de una Constitución ya muerta y al abrigo de una monarquía devenida finalmente en falsa, corrupta en lo económico y abyecta en lo moral. Estos agentes de la ley asaltan un día y el siguiente a pacíficos viandantes, mujeres solas, hombres ancianos, jóvenes distraídos y les interrogan como si fueran peligrosísimos delincuentes del mundo de la droga, del asesinato, de la tenencia de armas acerca de cuestiones tales como: ¿de dónde viene?, ¿a dónde va?, con amenaza de cárcel, e inmediata multa, amén del apercibimiento de volver a la detención domiciliaria decretada por una clase política miserable al servicio de cualquier cosa menos de los españoles.
Esta clase política incluso especula con la posibilidad futura de identificar a los llamados asintomáticos para confinarlos, no ya en sus propios hogares, sino en auténticos campos de concentración. La justificación de los desmanes corre a cargo del famoso coronavirus chino. No obstante ser una enfermedad generada en laboratorio chino, diseminada por algún error de seguridad del tal laboratorio, o tal vez, distribuida voluntariamente por algún oscuro interés. No obstante a todo ello, nuestro gobierno que es representante de esa clase política miserable, se entrega al régimen chino, a la compra de material inservible a precio de tecnología espacial y de paso, algunos, quién sabe cuántos o cuántas se embolsan las famosas comisiones. Comisiones petroleras antes, a cargo de nuestro alegre y emérito monarca, y comerciales probablemente, ahora.
Y todo el mundo calla, y todo el mundo aplaude. Aplauden balconistas a policías y policías a sanitarios y sanitarios a los de los balcones y los balconeros vigilan a los vecinos que salen a la calle para denunciarlos ante la autoridad competente. Al menos algo positivo. Ya tenemos claro que esta Constitución que según dicen “nos dimos a nosotros mismos” y nos garantizaba un sinnúmero de libertades es una mierda pinchada en un balcón.