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martes, 10 de marzo de 2020

ORACIÓN POR EL CORONAVIRUS

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal














El coronavirus avanza imparable. Comenzó en China, concretamente en Whuan lugar del que nadie en occidente había oído hablar. Las medidas de las autoridades parecían excesivas, pero para que un estallido semejante escape al control de un gobierno como el chino y el mundo acabe enterándose, la peligrosidad del virus era más que evidente.

Las teorías acerca del origen abundan. Entre las oficiales destacan la costumbre de los chinos de comer pangolín crudo y utilizar partes del cuerpo del animal para la medicina tradicional. Sin embargo esta costumbre no es de ahora y no parece que sea la causa. La historia del laboratorio de experimentación con certificado para trabajar con los virus más letales parece más probable. El ser humano lleva tiempo experimentando con energías y elementos biológicos de difícil control. Caminando al borde del abismo. Lo ocurrido en Chernóbil fue una advertencia que puso en cuestión la energía nuclear. El terremoto en Japón elevó el nivel de alarma ante esta energía, puesto que la tecnología japonesa pasa por ser de las más desarrolladas del planeta. Fukushima colapsó porque no hay avance científico que resista las fuerzas naturales desatadas. La pretensión humana que subyace en todo el entramado científico es la de la omnipotencia. Comed del fruto prohibido y no moriréis, sino que seréis como dioses.

El árbol del fruto envenado tenía nombre desde el principio “el árbol de la ciencia, del bien y del mal”. O de otra forma “el árbol del conocimiento…” parece una advertencia desde el principio de los tiempos. La aparente ignorancia como clave de la felicidad. Las preguntas sin respuesta como creciente inquietud.

Pero estábamos con el coronavirus. Ha habido otras infecciones en el pasado, pero finalmente se demostraron menos invasivas de lo que parecían. Hasta el ébola acabó sucumbiendo en occidente a lo que parecía un sistema sanitario inmune a las amenazas pandémicas. Hasta ahora.

Se restringirán movimientos. Los viajes que en los últimos tiempos habían alcanzado la condición de histeria colectiva serán condenados a la práctica desaparición. Quedaremos adscritos a determinados lugares como en las sociedades estamentales medievales. Quizá no todo sean desventajas. Las juergas internacionales a cuenta de Olimpiadas, campeonatos de esto y de lo otro también serán restringidas. El coronavirus no tiene solución, al menos de momento.

Otras teorías entran en el terreno de la conspiración. El club Bieldeberg, la masonería internacional, los ubicuos Illuminati, según algunos, quieren limitar la población mundial y con el coronavirus al frente, convertir los hospitales en campos de exterminio. El aborto ya gaseaba a pleno rendimiento y ahora la eutanasia con ayuda de este nuevo virus se utilizará para cargarse a los viejos. El sistema de pensiones a salvo y sin necesidad de retrasar la edad de jubilación. También hay quien relaciona al virus con el 5G de los móviles como hay quien cree que en la expansión del autismo tienen culpa las vacunas. Vaya usted a saber. La reverenciada ciencia tiene cada vez más cavernosas e insondables lagunas.

Están, por supuesto, las teorías religiosas. En Garabandal, la misteriosa señora, anunció un aviso, un milagro y un castigo. Este último condicionado a que no hubiera un arrepentimiento después del aviso y del milagro.

Avisos ha habido varios en este comienzo aciago del siglo XXI, bien es verdad que el nivel de deterioro, de descontrol social, de corrupción en todos los ámbitos de la actividad humana, de pérdida de valores humanos considerados básicos hasta no hace mucho tiempo parece haber alcanzado una nueva marca. La copa de la ira divina está llenándose hasta el borde. El coronavirus, en este sentido religioso, sí que parece un aviso. Una llamada de atención. O quizá el aviso haya sido anterior, no uno, sino varios. 11 S, 11 M, guerras de Afganistán, Irak, Libia y antes las de la antigua Yugoslavia. Entonces, puede que el coronavirus sea el castigo sin que hayamos visto el milagro. En fin, no demos más vueltas al asunto. El futuro amenaza tormenta. Tormenta de enfermedad descontrolada. De economía destruida, de descontrol absoluto. Aquí los creyentes alzamos la vista al cielo todas las tardes y clamamos. Ven Señor Jesús. Vuelve ya como prometiste antes de que perdamos la fe.

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