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domingo, 1 de marzo de 2020

FE EN LA CIENCIA

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal


















La diosa razón con las tetas al aire y al frente de una legión de «sans cullotes» armados hasta los dientes encabezó la revolución francesa con notable derramamiento de sangre. A partir de la tremenda revolución expandida después por Napoleón todo es «Ilustración».

La razón humana, la capacidad de raciocinio de este humilde habitante del planeta Tierra elevada a la condición divina. Por el contrario la fe, la religión, la «Revelación» cristiana, arrastrada por el fango de las idolatrías, fetichismos y creencias tribales. No obstante, se dice que detrás de todo ello está la masonería.


Y oculto en los grados más elevados de semejante institución cuyos miembros definen como filantrópica, discreta que no secreta... y poco más se sabe de ella…, en los grados más altos, insisto, se rumorea que reina el propio Satanás, denominado Lucifer; por lo que si la relación masonería, «Ilustración» y al fondo Lucifer, fuera cierta, entonces estaríamos ante una religión que exige también, fe, fe ciega y entrega absoluta. ¿Cuál puede ser la Iglesia, la comunidad de creyentes en la fe de la diosa razón?

La humanidad de estos tiempos, casi en su totalidad, desprendida de la religión cristiana adora ya al príncipe de este mundo, al portador de la luz que la distribuye con cuentagotas y únicamente a algunos elegidos iluminados por una inteligencia de un 150% IQ para arriba. Y entonces surge la duda ¿ cuál es la recipiendaria de la fe en la razón que se manifiesta en una creencia ciega y sin fisuras, lo mismo que la fe en Cristo ha cristalizado hasta muy recientemente en la Iglesia Católica?

Por supuesto, la ciencia. Existen otras subórdenes pseudo-religiosas destinadas a difundir la buena nueva de la alegría sin límites, tales como la música demente que congrega miles de feligreses moviéndose al ritmo enloquecido del rock, del heavy, del rap, todas ellas variantes de canto gregoriano al servicio de Lucifer. Pero en lo fundamental, la fe en la luz de la inteligencia se dirige sin fisuras a la «CIENCIA» con mayúsculas. En la ciencia depositan su esperanza aquellos que contratan los servicios de hibernación secular. La ciencia advierte y se defiende una y otra vez ante las escasas y molestas manifestaciones de falta de fe, de la necesidad de tiempo y recursos. Lo no explicado se explicará en el futuro, solo hace falta tiempo e investigación. Nuevos sacerdotes de la ciencia al servicio del conocimiento absoluto deben ser reclutados y empleados en la indagación del misterio de la vida y de la naturaleza. Con el tiempo la ciencia responderá. De momento podemos y debemos conformarnos con novelas de ciencia ficción y películas utópicas y distópicas.

La realidad de la enfermedad y la muerte quedan disimuladas en la prédica de la necesidad de tiempo para acabar con la vejez, la enfermedad y la misma muerte. Artículos periodísticos presuntamente serios, predican la posibilidad científica de la inmortalidad.

De momento, la ciencia receta felicidad y curación en frascos de píldoras; y para lo inevitable, la cancelación rápida y, dicen ellos, los médicos, indolora de la vida que no merece ser vivida. Si uno no puede asistir al concierto del último grupo salvaje, ni follar como es debido, ni competir en la maratón ciudadana de todos los años, si uno, no puede participar de la alegría mundial dispensada por la nueva religión del «carpe diem», al menos que no moleste ni incordie a los demás y la diñe rápida y silenciosamente. Eutanasia.

Sin embargo, algo ha ocurrido que está resquebrajando el cristal de «Matrix» y nos acerca a la realidad amarga de la vida y de la muerte. El «coronavirus», o tal vez, el virus coronado, sea lo que sea el maligno octavo pasajero, parece haber roto las barreras de la nave Nostromo, léase aquí Wahnm. De pronto, el terror medieval a la peste se expande como pólvora, expansión apenas contenida por los risueños y mentirosos rostros televisivos que reducen la enfermedad a cifras estadísticamente manejables por los sacerdotes de la ciencia médica.

Que no cunda el pánico. «Alien» parece controlado gracias al macro hospital chino construido a velocidad de fórmula uno. Pero vete a saber. Algunos descreídos están ya abandonando la fe científica y retornando a la esperanza cristiana, «Mi reino no es de este mundo». El miedo a la muerte, a la enfermedad, a la reclusión en la propia casa, a una corta expectativa de vida retorna desde el medievo europeo, cuando la lotería de la enfermedad era generosa y todos tenían premio, gordo o solo la pedrea, pero todos compartían suerte o más bien, mala suerte.

Los modernos alquimistas siguen buscando la piedra filosofal, solo que ahora, por otros métodos. Han pinchado en hueso. O tal vez no. Dicen los mal pensados que según han decidido los grados elevados de la masonería, en el mundo sobramos muchos. Miles de millones. Quieren reducir la población a la cifra manejable de quinientos millones. Bien distribuidos, permitirán a las élites cazar en las sabanas y bosques africanos, visitar sin agobios catedrales y reliquias de antaño. Disponer de espacio aéreo y terrestre a su capricho. Así como desplazarse en monstruosos super-coches Hummer por las despejadas ciudades a través de la extensión del «Madrid Central» al «Todo Madrid despoblado de chusma y solo para mí».




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