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sábado, 16 de abril de 2016

HISTORIA DE CONDE










                                                                                         Michael Robert Milken



HISTORIA DE CONDE.
A mediados de LOS 80 el sistema bancario español todavía podía considerarse como un estanque de aguas tranquilas en cuyas orillas sesteaban apaciblemente cinco o seis cocodrilos de muchos años y respetable tamaño.

El banco Bilbao, el Vizcaya, Hispano Americano, Central, Santander y Banesto, quizá también el Popular.

El mercado se lo repartían sin problemas  estas entidades cuya estructura de funcionamiento consistía básicamente en conseguir ahorro privado a un interés moderado y prestarlo a un precio superior, al mismo tiempo que mantenían una participación estimable en empresas industriales , constructoras, y además tenían por costumbre estar en buena relación con el poder político. Todo esto sostenía el entramado económico español.

Por aquellos años en Estados Unidos comenzaban a destacar economistas de élite formados en sus más prestigiosas universidades. Algo iba a cambiar en la primera economía mundial. Visto en perspectiva podría decirse que los ingenieros y técnicos que dirigían las empresas industriales se vieron progresivamente sustituidos por los nuevos cerebros formados principalmente en la alta matemática y en la aplicación práctica de estos conocimientos a la economía como ciencia que empezaba a distanciarse de la producción de bienes y servicios.

En general se considera que un sistema económico debe responder a tres preguntas básicas en orden a satisfacer las necesidades de las gentes, de la sociedad en conjunto a la que dicho sistema se aplica.
Es un hecho que quien tiene excesivo poder es capaz de trastocar el funcionamiento lógico del mercado. Después de la segunda guerra mundial los Estados Unidos habían conseguido un funcionamiento estable y poco dado a sobresaltos de su aparato productivo e industrial. Por los motivos que fueren (probablemente las guerras árabe israelíes y el sistemático enfrentamiento económico y militar con la antigua URSS) los parámetros de funcionamiento tradicionales comenzaron a cambiar durante la presidencia Reagan.

Uno de los precursores fue Michael Robert Milken, conocido inversor  al que se atribuye el invento de los “bonos basura”. Una pequeña empresa de valor 1000 emitía deuda en forma de bonos pagaderos a “X “años con un interés desorbitado, de forma que un inversor sensato nunca compraría semejante activo, puesto que lo más probable es que acabara perdiendo su dinero. Algún ejemplo reciente hemos tenido en España con las últimas emisiones de la empresa Ruiz Mateos.


Sin embargo con el apoyo de Milken estos bonos podían utilizarse para conseguir dinero  suficiente en un corto período de tiempo y lanzar una oferta de compra sobre empresas mucho mayores con el capital muy repartido. Pensemos en una firma ficticia  la  ”X Eletric”, por ejemplo, empresa de 100.000.000 de valor, cuyas acciones se cotizaban a diez dólares por unidad, la empresa de 1000 de la que hemos hablado, valiéndose de la enorme deuda que contraía con los bonos vendidos, podía en un movimiento rápido ofrecer veinte dólares por acción y hacerse con el control del gigante industrial para luego retribuir a los bonistas saqueando recursos  de la firma que conseguían controlar.

Esto distorsionaba el valor real de las empresas, pero era evidente que prometía beneficios cuantiosos y rápidos a quienes tenían decisión y valentía suficiente. Entonces comenzaron a conocerse peculiares conceptos que describían los tipos de inversor a los que se les ofrecían productos financieros de composición desconocida y de nombres rimbombantes que parecían contener algún tipo de magia interior. Así, estaba el inversor de perfil conservador, el medio  y el tipo agresivo que compraban cestas de acciones preparadas por las firmas de inversión en las que se mezclaban en diversa proporción acciones de empresas solventes y otras que solo pueden calificarse de mierda financiera.

.Dicho de otra forma más inteligible, lo que los nuevos tiempos buscaban no eran personas sensatas que valoraran el trabajo, la honradez, los principios, sino apostadores, jugadores de fortuna, tahúres del Misisipí. Éste es el tipo de personaje, el modelo de triunfador social  que ha llevado a la ruina moral  primero, y económica después, a todo el occidente conocido.

Milken acabó en la cárcel, pero había sentado un peligroso precedente. Los tiburones financieros proliferaron y como los predadores marinos acabaron por atacar a presas cada vez mayores. Los ingenieros, preocupados por cómo producir con la mayor calidad y el menor coste fueron sustituidos por economistas cuya única preocupación consistía en aumentar el valor de la acción y lanzarse a aventuras de todo tipo con un único objetivo, hacerse ricos en el menor tiempo posible.

A mí, Conde, siempre me ha caído bien. Dicen que es extraordinariamente inteligente, fue número uno en las oposiciones a abogado del estado, sin embargo, creo yo que a Conde le ha faltado ese “plus” de picardía, esa iluminación que advierte del peligro. Tal vez le sobre soberbia, o demasiado elevada autoestima, o una excelente opinión de sí mismo.

Conde se convirtió en uno de esos tiburones de estilizada silueta, un depredador que debajo de la piel moteada esconde músculos de acero y mandíbulas de hierro. Su aventura comenzó al lado de Juan Abelló propietario de los laboratorios farmacéuticos de su nombre cuya venta a la empresa italiana Montedison, creo que se llamaba, acordó el abogado reconvertido en ejecutivo milagro en una comida de trabajo mientras él y el italiano orinaban en el “WC”, del restaurante.

Un pastón, un pelotazo de tamaño sideral. Tanta pasta que junto con Abelló compraron acciones suficientes de Banesto como para sentarse en el Consejo de Administración del banco. Y entonces ocurrió. El gobierno de turno, siguiendo las pautas de economía aplicada que traían los vientos del otro lado del Atlántico ya había procedido a la venta de la industria nacional, todo cuidadosamente empaquetado y guardado con apoyo de los sindicatos para su posterior traslado a países emergentes. 

Los trabajadores españoles al paro, a invertir la indemnización por despido en la compra del bar, del kiosko de periódicos, a trabajar veinte horas diarias y a no llegar a fin de mes. Libertad de mercado ante todo, “España es el país en el que uno puede hacerse rico en menos tiempo”, se proclamaba desde el poder político. Los gerentes gubernamentales estaban en ello.

El siguiente asalto se iba a dirigir contra los bancos, el sistema, el que se estaba erigiendo como sustitución del franquista pasaba del centralismo absoluto a la descentralización política y económica. El Banesto (mal gestionado, según los voceros del gobierno) para el Bilbao, del centrismo al nacionalismo. Todo bendecido, acordado (a cambio de algo, se supone) por el gobierno. Es entonces cuando uno de los cocodrilos aparentemente mansos, el banco Bilbao lanza una OPA hostil, (nadie sabía en  qué consistía semejante actuación), sobre el Banesto. Querían hacerse con la mayor parte de las acciones y sustituir al viejo Consejo de Administración. Pero Conde y Abelló, en nombre del tradicionalismo español, se oponen y mediante alguna que otra extraña maniobra se hacen con el control del Banesto.

Es ahí donde comienza la leyenda de Conde. El triunfador español, el superhombre de las finanzas ibéricas que de pronto se convierte en el ídolo, el espejo de las futuras generaciones. Un tipo brillante y encantador. Pero el poder, el triunfo, concitan enemigos  muy poderosos, desde el gobierno ya le tienen en el punto de mira. Abelló abandona, es de la vieja escuela, y sabe que en España hay cosas que son eternas, intocables, las viejas familias humilladas y desalojadas de sus cómodos sillones claman venganza.

 Conde asalta los medios de comunicación, sabe que el futuro está en la propaganda, en la mentira, en la conversión de los deseos propios en noticia, en el adoctrinamiento de las masas a través de radio y televisión. Le nombran doctor “Honoris Causa”, otros dicen “Dineris Causa”, al evento asiste lo más granado de las élites españolas, Conde está en otra galaxia, no ve lo que se avecina, no puede o no le dejan. Es la reputada estrategia vaticana, cuando los cardenales de Roma quieren joder a alguien, le someten al más amable de los tratos, le agasajan, le acarician, le celebran, le anestesian, mientras preparan la puñalada trapera.

Al poco de la ceremonia.el Banco de España, su gobernador,  Mariano Rubio que posteriormente pasa por la cárcel, comienza el acoso.

Descuadres en las cuentas, el Banesto ha cometido irregularidades, hay “un agujero”  de mil, dos mil millones. Nadie entiende nada de esa complicada contabilidad  bancaria, pero la propaganda va calando, el Banesto está mal, descapitalizado en proporción similar al enriquecimiento de Conde. Las inspecciones del Banco de España se hacen agobiantes, van a intervenir… y entonces, el encantador banquero, el depredador nacional, saca un conejo de la chistera, nada menos que un acuerdo con J.P. Morgan, la reputada banca de inversión norteamericana con nombre de pirata va a “inyectar”, como un sanitario a un enfermo, el remedio para tanta calamidad, seiscientos millones de pesetas. Aparece por España la encantadora Violly de Harper, de la susodicha banca USA, a la que el Conde encantador ha acabado conquistando para sus intereses.

Pero no, España es diferente,  envidia,  odio, también lago de  razón probablemente, el banco no debía de estar bien, tampoco lo estaban otros bancos, ninguna institución en realidad. Todo eran deudas después de los fastos del 92, (no me resisto a hacer un inciso aquí. Cada vez que se organiza una exposición universal, unas olimpíadas, un sarao monumental de estas características, el país anfitrión se arruina). Llega la orden, el gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo interviene Banesto. Números, explicaciones, el banco no vale nada, está en la ruina, Conde lo ha expoliado, pero al poco se lo queda el Santander de Emilio Botín a casi ochocientas pesetas la acción, considerable desembolso por algo que según nos informan no valía nada.

Conde, con el tiempo, a la cárcel. Después de unos años sale bastante entero de la singular experiencia, incluso escribe algún libro y se apresura a perderse en el bosque del anonimato camuflándose con el paisaje. Poco a poco, el felino vuelve a desperezarse y a hacer alguna que otra aparición, siempre vigilada por el sistema, y es que Conde, no se da cuenta de que España es un sistema, del franquista al posfranquista, de la centralidad a la descentralización, del gobierno único al multigobierno, pero todo controlado, repartido a partes acordadas entre los vecinos de esta laguna cada vez más seca que es España.

 El sistema vigila, el sistema está a punto de estallar, en crisis absoluta, el expolio sistemático ha acabado con todo lo que había, España ya no vale nada, se ha convertido en un erial, vuelve a donde solía. Es un país de camareros y poco más, todos están nerviosos, alguien tiene que pagar. 

Las víctimas propiciatorias se suceden, se entregan a los contemporáneos “actos de fe”, ¡Dios mío, Almodóvar, Bertín, Soria, tienen sociedades, empresas en paraísos fiscales, la hermana del Rey! es inaudito.

 Hay que echar combustible al fuego, a ser posible que arda mal, que produzca humo suficiente. Conde, de nuevo a la cárcel. Se le imputa un hecho increíble, una absoluta novedad en el listado de pecados financieros. Al conocido delito de “evasión de capitales”, se une ahora el de “retorno de capitales”.



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