
Van alejándose en el tiempo los Juegos Olímpicos. Siguen, de
momento, los paralímpicos sobre los que
a la luz de determinadas informaciones, parece que increíbles formas de doping de las que no
se tenían noticia son utilizadas por
estos atletas para aumentar el rendimiento, en otras palabras, para ganar al
precio que sea.
Pero sobre los ya recientemente terminados sí que parece
necesaria alguna reflexión. Ya antes de que comenzaran surgió la polémica con
el veto que se impuso a Rusia por lo que parecía o eso nos hacían creer un
problema de dopaje generalizado que afectaba a todos los atletas rusos. Vaya
por delante que los juegos olímpicos son, por encima de cualquier otra
circunstancia, juegos políticos. Los atletas compiten por sus países, los
países recuentan las medallas conseguidas y según la suma se configura una
clasificación que sistemáticamente coincide
en los primeros lugares con aquellos que son políticamente más relevantes.
Antes de la caída del bloque soviético el líder indiscutible
solía ser la URSS, y la bandera comunista ondeaba orgullosamente sin que nadie
se atreviera a cuestionar los métodos del bloque ganador, en segundo lugar
siempre aparecía la llamada Alemania Democrática, es decir la Alemania del Este
que era la parte de territorio germano que después de la guerra mundial había
caído bajo la influencia soviética. El dopaje, era entonces, y todo el mundo lo
sabía, sistemático en esos países lo que permitía a una nación de escasos
dieciocho millones de habitantes como era Alemania del Este convertirse en el
segundo país en el medallero, en tercer lugar siempre aparecían los Estados
Unidos en los que también se daban casos de dopaje.
Y ahora que Rusia ha dejado de ser comunista parece que al
bloque occidental, o más bien al NOM, en realidad el mismo comunismo de siempre
reconvertido ahora en la pegadiza canción del progresismo, del cambio, del
nuevo cambio, del ultracambio, le molesta que el que antaño fue el paraíso
comunista en la tierra, se resista ahora a los decretos mundialistas que
emanan, no de Washington, sino de Nueva York, del edificio de la ONU, una
organización supranacional que no rinde cuentas a nadie, exactamente como el
COI, la UEFA, FIFA, FMI o la UE entre otros organismos, superestructuras que
pasan por encima de los estados a los que los dirigentes aposentados en las
poltronas mundialistas desean una pronta y feliz desaparición para poder
hacerse definitivamente con el poder.
Pero todavía los estados subsisten y el COI que vive de los
presupuestos con que estos estados les obsequian amablemente a cuenta de los
impuestos que ahogan a sus ciudadanos , se ocupa de que sigan alzándose banderas y sonando himnos nacionales al son de cuyos
acordes los medallistas lloran a moco tendido y los responsables nacionales de
la cosa atlética calculan preocupados años de permanencia en la poltrona y
monto de las remuneraciones y otras
prebendas a qué tendrán derecho si el peso de chatarra metálica conquistada es
suficiente.
En el caso de España, como siempre, se han conseguido
algunos triunfos en deportes como el tenis, la natación y la increíble medalla
de oro de Ruth Beitia, para mí la más importante de todas. Pero la cosecha no
ha pasado de mediocre y de inmediato suenan las alarmas acerca de la falta de
planificación que según los entendidos equivale a falta de financiación. El país está en crisis
y no hay dinero para subvencionar y pagar a todos los atletas que podrían, si
se dedicaran exclusivamente a entrenar durante los próximos años sin necesidad de complementar
sus ingresos con otras actividades, asegurar una cosecha decente de medallas.
Y
todo esto nos lleva a la conclusión de que los Juegos Olímpicos, un terrible,
en mi opinión, invento que cada cuatro años provoca una crisis económica en el
país organizador, son en realidad Juegos políticos en los que participan
deportistas profesionales en las más variadas y, generalmente aburridísimas y
pesadísimas de digerir, especialidades.
Todavía colean las imágenes de una tiradora de pistola que
provocó incluso miedo a los que casualmente nos vimos obligados a detenernos
paralizados por la terrible expresión de aquella mujer en el espantoso evento mientras
hacíamos zaping. O la pesadez, nunca
mejor dicho, de la halterofilia, o el tostón, perdón a Nadal y compañía, pero
el tenis es soporífero, no se acaba nunca y para demostrar que esto no son
manías personales, hace unos días vi en televisión un partido de tenis en el
abierto de USA, ya eran octavos de final, en el que había más personal en
pista, entre jugadoras, chicos y chicas recogepelotas y entregatoallas, sostenedores
de parasoles, tres jueces a cada lado, el juez principal en su silla, equipos
de televisión con sus comentaristas y otros desconocidos que iban de un lado a
otro en funciones ignotas, que
espectadores que además bostezaban. El deporte en el que ha ganado Carolina
Martín y que nos ha enorgullecido a todos
los españoles, pues, bueno, está bien, pero tampoco es demasiado
atractivo, al menos para mí, más allá de la emoción por la medalla de oro.
Pero lo más insoportable,
es, en mi opinión, la competición de gimnasia deportiva, esa en la que todos y
todas compiten vendados porque no hay naturaleza humana que pueda,
sensatamente, resistir semejante ataque, autoataque dirigido con saña de psicópata al propio cuerpo. Solo
ver, solo imaginar el cuerpo del gimnasta roto por cuatro sitios en el momento
del aterrizaje mientras todavía vuela y da vueltas en el aire después de haber
impactado a velocidad supersónica contra el potro , y ya uno se apresura a
cambiar de canal antes de tener que soportar la escena gore que se intuye.
Y luego la gimnasia rítmica, una especie de ballet con utensilios en el que
parece que el mérito está en que todas hagan lo mismo al mismo tiempo y cuanto
más difícil mejor. Aburridísimo. Más interesante ha sido, no la competición en
sí, sino los problemas del equipo español en natación sincronizada recompuesto
con nadadoras rescatadas de la época en que una señora sometía a sus pupilas a las más terribles
humillaciones, mobbing consentido, violencia contra los más, las más débiles,
todo para conseguir una medallita, todo sufragado, aplaudido y bendecido por
nuestros más ilustres estamentos de gobierno y administración que no dudan ni
un momento en encarcelar a un padre o
madre que haya dado una colleja a su hijo.
Niños y niñas, sobre todo niñas, las gimnastas chinas, por
Dios, parecían crías de siete años, obligadas a realizar semejantes ejercicios
que solo han podido imaginar mentes perturbadas, obsesionadas con el sadomasoquismo más
sofisticado.
Y por fin el deporte rey de las olimpiadas, el atletismo. Carreras
rápidas, un poco menos rápidas, de media, de larga y de larguísima distancia. Usain
Bolt, bien sí, impresiona, corre los cien metros más rápido que nadie, pero
qué, en realidad nada, de todos los atletas que participan solo nos quedamos
con su nombre, nadie se acuerda de los demás y en las demás especialidades lo
mismo.
De todos los nadadores solo recordamos a Phelps y eso después de que los
medios nos han machacado con sus historias de descenso a los infiernos y
posteriores recuperaciones y sus más de veinte medallas o algo así. En definitiva
que el único deporte que nos interesa es el fútbol, aquí sí, recordamos
nombres, históricas alineaciones, goles marcados, lesiones sufridas,
entrenadores, presidentes y todo lo que acompaña a este deporte, pero las
olimpíadas no interesan, nunca han interesado y si alguien lo duda pongámonos en el
siguiente caso, Real Madrid contra el Manchester United por TV1 a las cinco de la tarde y a la misma hora y
por Antena 3 una hipotética final olímpica de ping pong entre Pedro Pérez,
medalla de plata asegurada y Bruce Lee.
Y así queda demostrado que las olimpíadas son un gigantesco
timo propagandístico de extraña naturaleza política, promovido por los
gobiernos de todo el mundo para rellenar las tardes televisivas con los
soporíferos deportes que la gente ve por inercia y después de haber sido sometida a un lavado de cerebro y que muy pocos practican. Un monumental fraude a través del cual los señores del COI
viajan a las ciudades que han tenido la insensata idea de presentar su
candidatura y una vez allí, hospedados, alimentados, tratados con el repugnante
servilismo de los que esperan obtener la concesión, se permiten exigir gastos
descomunales, replanteamientos urbanísticos, construcciones colosales que
llenarán los bolsillos de unos cuantos a cuenta de la ruina de todo el país.
Cualquier gobierno sensato en un mundo sensato, prohibiría
le entrada en territorio nacional a estos señores del COI, heraldos del
despilfarro, de la ruina, de la hecatombe económica que a cambio solo ofrecen
medallas, banderas e himnos nacionales
y, eso sí, propaganda política, amodorramiento mental, sumisión total a un
evento que solo vive de las expectativas de medallas y de la suma de todas
ellas, para establecer una clasificación por países parecida a la que se
consigue en el festival de eurovisión, otro tostón, ambos, olimpíadas y
festival de eurovisión, muy parecidos a las denostadas demostraciones
sindicales franquistas del primero de mayo. Para los jóvenes que no conocen su existencia, supongo que algún
video sobre esta cuestión habrá en Youtube, y luego, si son capaces de soportarlo
en toda su duración, mediten acerca del parecido y de la finalidad narcótica de
estos eventos.
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