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viernes, 9 de septiembre de 2016

OLIMPÍADAS










Van alejándose en el tiempo los Juegos Olímpicos. Siguen, de momento, los paralímpicos sobre los que  a la luz de determinadas informaciones, parece que  increíbles formas de doping de las que no se tenían noticia  son utilizadas por estos atletas para aumentar el rendimiento, en otras palabras, para ganar al precio que sea.

Pero sobre los ya recientemente terminados sí que parece necesaria alguna reflexión. Ya antes de que comenzaran surgió la polémica con el veto que se impuso a Rusia por lo que parecía o eso nos hacían creer un problema de dopaje generalizado que afectaba a todos los atletas rusos. Vaya por delante que los juegos olímpicos son, por encima de cualquier otra circunstancia, juegos políticos. Los atletas compiten por sus países, los países recuentan las medallas conseguidas y según la suma se configura una clasificación  que sistemáticamente coincide en los primeros lugares con aquellos que son políticamente más relevantes.
Antes de la caída del bloque soviético el líder indiscutible solía ser la URSS, y la bandera comunista ondeaba orgullosamente sin que nadie se atreviera a cuestionar los métodos del bloque ganador, en segundo lugar siempre aparecía la llamada Alemania Democrática, es decir la Alemania del Este que era la parte de territorio germano que después de la guerra mundial había caído bajo la influencia soviética. El dopaje, era entonces, y todo el mundo lo sabía, sistemático en esos países lo que permitía a una nación de escasos dieciocho millones de habitantes como era Alemania del Este convertirse en el segundo país en el medallero, en tercer lugar siempre aparecían los Estados Unidos en los que también se daban casos de dopaje.



Y ahora que Rusia ha dejado de ser comunista parece que al bloque occidental, o más bien al NOM, en realidad el mismo comunismo de siempre reconvertido ahora en la pegadiza canción del progresismo, del cambio, del nuevo cambio, del ultracambio, le molesta que el que antaño fue el paraíso comunista en la tierra, se resista ahora a los decretos mundialistas que emanan, no de Washington, sino de Nueva York, del edificio de la ONU, una organización supranacional que no rinde cuentas a nadie, exactamente como el COI, la UEFA, FIFA, FMI o la UE entre otros organismos, superestructuras que pasan por encima de los estados a los que los dirigentes aposentados en las poltronas mundialistas desean una pronta y feliz desaparición para poder hacerse definitivamente con el poder.


Pero todavía los estados subsisten y el COI que vive de los presupuestos con que estos estados les obsequian amablemente a cuenta de los impuestos que ahogan a sus ciudadanos , se ocupa de que sigan alzándose banderas y  sonando himnos nacionales al son de cuyos acordes los medallistas lloran a moco tendido y los responsables nacionales de la cosa atlética calculan preocupados años de permanencia en la poltrona y monto de las  remuneraciones y otras prebendas a qué tendrán derecho si el peso de chatarra metálica conquistada es suficiente.  

En el caso de España, como siempre, se han conseguido algunos triunfos en deportes como el tenis, la natación y la increíble medalla de oro de Ruth Beitia, para mí la más importante de todas. Pero la cosecha no ha pasado de mediocre y de inmediato suenan las alarmas acerca de la falta de planificación que según los entendidos equivale a falta de financiación. El país está en crisis y no hay dinero para subvencionar y pagar a todos los atletas que podrían, si se dedicaran exclusivamente a entrenar durante los  próximos años sin necesidad de complementar sus ingresos con otras actividades, asegurar una cosecha decente de medallas. 

Y todo esto nos lleva a la conclusión de que los Juegos Olímpicos, un terrible, en mi opinión, invento que cada cuatro años provoca una crisis económica en el país organizador, son en realidad Juegos políticos en los que participan deportistas profesionales en las más variadas y, generalmente aburridísimas y pesadísimas de digerir, especialidades.

Todavía colean las imágenes de una tiradora de pistola que provocó incluso miedo a los que casualmente nos vimos obligados a detenernos paralizados por la terrible expresión de aquella mujer en el espantoso evento mientras hacíamos  zaping. O la pesadez, nunca mejor dicho, de la halterofilia, o el tostón, perdón a Nadal y compañía, pero el tenis es soporífero, no se acaba nunca y para demostrar que esto no son manías personales, hace unos días vi en televisión un partido de tenis en el abierto de USA, ya eran octavos de final, en el que había más personal en pista, entre jugadoras, chicos y chicas recogepelotas y entregatoallas, sostenedores de parasoles, tres jueces a cada lado, el juez principal en su silla, equipos de televisión con sus comentaristas y otros desconocidos que iban de un lado a otro en funciones ignotas,  que espectadores que además bostezaban. El deporte en el que ha ganado Carolina Martín y que nos ha enorgullecido a todos  los españoles, pues, bueno, está bien, pero tampoco es demasiado atractivo, al menos para mí, más allá de la emoción por la medalla de oro.

Pero lo más insoportable, es, en mi opinión, la competición de gimnasia deportiva, esa en la que todos y todas compiten vendados porque no hay naturaleza humana que pueda, sensatamente, resistir semejante ataque, autoataque dirigido  con saña de psicópata al propio cuerpo. Solo ver, solo imaginar el cuerpo del gimnasta roto por cuatro sitios en el momento del aterrizaje mientras todavía vuela y da vueltas en el aire después de haber impactado a velocidad supersónica contra el potro , y ya uno se apresura a cambiar de canal antes de tener que soportar la escena gore que se intuye.

Y luego la gimnasia rítmica, una especie de ballet con utensilios en el que parece que el mérito está en que todas hagan lo mismo al mismo tiempo y cuanto más difícil mejor. Aburridísimo. Más interesante ha sido, no la competición en sí, sino los problemas del equipo español en natación sincronizada recompuesto con nadadoras rescatadas de la época en que una señora  sometía a sus pupilas a las más terribles humillaciones, mobbing consentido, violencia contra los más, las más débiles, todo para conseguir una medallita, todo sufragado, aplaudido y bendecido por nuestros más ilustres estamentos de gobierno y administración que no dudan ni un momento en encarcelar a un  padre o madre que haya dado una colleja a su hijo.

Niños y niñas, sobre todo niñas, las gimnastas chinas, por Dios, parecían crías de siete años, obligadas a realizar semejantes ejercicios que solo han podido imaginar mentes perturbadas, obsesionadas con el sadomasoquismo más sofisticado.

Y por fin el deporte rey de las olimpiadas, el atletismo. Carreras rápidas, un poco menos rápidas, de media, de larga y de larguísima distancia. Usain Bolt, bien sí, impresiona, corre los cien metros más rápido que nadie, pero qué, en realidad nada, de todos los atletas que participan solo nos quedamos con su nombre, nadie se acuerda de los demás y en las demás especialidades lo mismo.

De todos los nadadores solo recordamos a Phelps y eso después de que los medios nos han machacado con sus historias de descenso a los infiernos y posteriores recuperaciones y sus más de veinte medallas o algo así. En definitiva que el único deporte que nos interesa es el fútbol, aquí sí, recordamos nombres, históricas alineaciones, goles marcados, lesiones sufridas, entrenadores, presidentes y todo lo que acompaña a este deporte, pero las olimpíadas no interesan, nunca han interesado y si alguien lo duda pongámonos en el siguiente caso, Real Madrid contra el Manchester United por TV1  a las cinco de la tarde y a la misma hora y por Antena 3 una hipotética final olímpica de ping pong entre Pedro Pérez, medalla de plata asegurada  y Bruce Lee.

Y así queda demostrado que las olimpíadas son un gigantesco timo propagandístico de extraña naturaleza política, promovido por los gobiernos de todo el mundo para rellenar las tardes televisivas con los soporíferos deportes que la gente ve por inercia y después de haber sido sometida a un lavado de cerebro y que muy pocos practican. Un monumental  fraude a través del cual los señores del COI viajan a las ciudades que han tenido la insensata idea de presentar su candidatura y una vez allí, hospedados, alimentados, tratados con el repugnante servilismo de los que esperan obtener la concesión, se permiten exigir gastos descomunales, replanteamientos urbanísticos, construcciones colosales que llenarán los bolsillos de unos cuantos a cuenta de la ruina de todo el país.


Cualquier gobierno sensato en un mundo sensato, prohibiría le entrada en  territorio nacional  a estos señores del COI, heraldos del despilfarro, de la ruina, de la hecatombe económica que a cambio solo ofrecen medallas, banderas  e himnos nacionales y, eso sí, propaganda política, amodorramiento mental, sumisión total a un evento que solo vive de las expectativas de medallas y de la suma de todas ellas, para establecer  una clasificación por países parecida a la que se consigue en el festival de eurovisión, otro tostón, ambos, olimpíadas y festival de eurovisión, muy parecidos a las denostadas demostraciones sindicales franquistas del primero de mayo. Para los jóvenes que no   conocen su existencia, supongo que algún video sobre esta cuestión habrá en Youtube, y luego, si son capaces de soportarlo en toda su duración, mediten acerca del parecido y de la finalidad narcótica de estos eventos. 

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