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lunes, 23 de enero de 2017

SOBRE TRUMP 1


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Es más que probable que Trump tenga éxito. Recuperará las grandes factorías para los Estados Unidos y las grandes empresas industriales que son las únicas capaces de necesitar ingentes cantidades de trabajadores directos e indirectos.

Una planta de Ford que genere ochocientos puestos de trabajo propios requerirá a su alrededor otros tantos ó quizá más puestos de trabajo indirectos, por no hablar del empujón tecnológico que supone contar en el país con industrias punteras y potentes. Conviene en este punto tener en cuenta lo que ha ocurrido tanto en Estados Unidos como en el mundo occidental en los últimos años. Los países occidentales, entre ellos España, tenían un considerable tejido industrial que a finales de los ochenta y principios de los noventa comenzó a ser desmantelado y trasladado a otros países, fundamentalmente China, que prometía mano de obra abundante, sin engorrosos sindicatos marxistas y a precio del siglo XIX. El asunto puede llamarse globalización o mundialización, pero a los efectos se trató en realidad del advenimiento de una nueva remesa de inteligencias surgidas de las universidades norteamericanas que por diversas circunstancias tomaron el control de las sociedades industriales.



Aquí en España aparecieron por las naves industriales, de pronto y sin que nadie fuera muy consciente de lo que estaba ocurriendo, unos jovencitos trajeados y con aspecto de empollones que los trabajadores de mono azul comenzaron a llamar “arturitos”, eran efectivamente empleados de Arthur Andersen y firmas similares, su misión aparente, repasar las cuentas de las empresas, auditarlas y adaptarlas a las nuevas exigencias contables, su trabajo real, valorar esas mismas empresas y trasladar esos valores a formularios contables manejados por las nuevas máquinas cibernéticas, dicho de otra forma, disolver la estructura física y tecnológica de las industrias y transformarlas en números que indicaban gastos, ingresos y beneficios, lo que para cualquier cerebrito al tanto de lo que se estaba cociendo suponía enormes posibilidades de incrementar su propio patrimonio.

Entre los nuevos gestores que de cuestiones como trabajo bien hecho, personal fiel a la empresa y trabajador, empresarios comprometidos con el entorno social y cuestiones parecidas ni entendían ni querían saber nada y los sindicatos marxistas que durante el franquismo daban la paliza con las malísimas condiciones laborales en que se encontraban los trabajadores y las magníficas en que se encontrarían en cuanto se sustituyera el sindicato vertical por el sindicalismo horizontal, sindicatos estos últimos que odiaban a muerte a los empresarios tradicionales, surgió un entendimiento casi amoroso.

Estos tipos que mandaron a casa a los empresarios tradicionales eran casi siempre economistas, llamaban a las reuniones sobre convenios colectivos a los miembros del comité de empresa y allí les revelaban el misterio que explicaba que unos zotes como los industriales que habían creado las empresas en que trabajaban hubieran conseguido dominar el arte de construir industrias y crear puestos de trabajo. El asunto estaba en entender algo de contabilidad básica y los gestores trajeados les enseñaban formularios cuadriculados con extraños códigos numéricos algunos de los cuales les explicaban con detenimiento, así los miembros de los comités tenían la sensación de que eran admitidos en el “Sancta Sanctorum” de las élites dirigentes y al mismo tiempo se apresuraban a asistir a cursos de “Análisis de Balances” y “Cuentas de Pérdidas y Ganancias” que parecían resumir en sencillos esquemas el estado de las empresas y generaban en los sindicalistas agradables reflujos gástricos ante la posibilidad de que aprovechando la cercanía y la simpatía con que los nuevos amos les trataban podrían, si se portaban bien, abandonar el buzo maloliente y grasiento y ocupar alguno de los puestos de trabajo con mesa, terminal de ordenador o incluso elevarse al escalón de mandos intermedios que pronto comenzarían a quedar vacantes si colaboraban con las magníficas ideas de los nuevos dirigentes que planeaban desprenderse de abundante mano de obra trasladando el coste a la administración estatal.

Estrategia que elaboraron entre economistas de la empresa privada y del gobierno, casualmente socialista, del momento y que para camuflar el expolio que se proponían realizar a corto y medio plazo, bautizaron con el rimbombante nombre de “Reconversión Industrial”.

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