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viernes, 20 de julio de 2018

HIPERSEXUAL

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno














El helicóptero vuela sobre una playa rectilínea, inacabable, bordeada por rascacielos en la ciudad de Miami. Desde la altura la cámara filma una mancha negra y apelotonada que rompe el plácido espectáculo del mar acariciando la arena amarilla. Parece el revoloteo de millones de insectos alrededor de algún cadáver. La mancha se mueve, se expande y encoge conforme a pautas indeterminadas. Hay un conjunto de hoteles playeros en los que la abigarrada nube de moscas zumbonas tiene el nido del que se abastece. Cuando el documental filmado desciende y se acerca cámara al hombro observamos la manada humana. Miles de jóvenes procedentes de todos los Estados de la Unión, de Australia y de otros países angloparlantes celebran las vacaciones de Pascua. La mayor parte de ellos llevan un vaso con algún líquido a medio consumir. Ninguno de ellos fuma y todos se han reunido con un objetivo único. Están allí exclusivamente para joder. Para copular. El documental puede verse en Netflix y se titula algo así como “La nueva revolución sexual”.



La revolución que tiene como único objetivo la cópula, cuantas más mejor, sin apenas tiempo para echar un trago de alguna de las botellas medio vacías que ocupan los espacios de los apartamentos entre un polvo y el siguiente.
El grupo modelo lo forman unos cinco chicos rubicundos. Estudiantes de algunas de las universidades de élite norteamericanas. Está el líder, un tipo alto, de cuerpo escultural y según confiesa uno de los amigos, este más bajito, acomplejado, a la sombra del jefe supremo, está bien armado lo que facilita bastante la labor. El líder sonríe con expresión de autosuficiencia y a petición del documentalista hace una demostración. Unas chicas australianas aparecen en el pasillo. Se dirige a una de ellas. “Qué guapa eres, de donde vienes”. Le pasa el brazo por el hombro, la invita a un trago, le pide un beso, ella responde de inmediato, se abrazan y el jefe pide vía libre. El resto de la manada queda en la terraza pasillo del hotel apoltronado en algunas sillas, riéndose, admirados “joder qué tío”. Beben, ríen y esperan. Veinte minutos, aparece el gran hombre, satisfecho de sí mismo ajustándose el cinturón. La chica se escapa de inmediato y luego junto a una amiga se la ve trastabillar en la arena de la playa.

Ni siquiera sabe el nombre de la chica. No volverá a verla, ni tiene la más mínima intención de buscarla, si vuelve a caer por allí quizá repita, no hay problema. Aparecerá otra. Todas y todos han ido a lo mismo. Beber y joder. ¿Amor? No, desde luego. Según algunos eruditos cuyas opiniones e interpretaciones salpican el documental, la virilidad, la masculinidad se mide ahora por el número, exclusivamente por la cantidad de tías que el hombre moderno, el joven del siglo XXI es capaz de llevarse a la cama. Requisito imprescindible es estar bueno, tener un cuerpo cincelado, abdominales marcados, pectorales de gimnasio, sonrisa blanca y brillante llena de dientes refulgentes, expresión corporal de autosatisfacción y si se tiene un miembro de respetables dimensiones es la culminación de la brillante pirámide del nuevo hombre, faro y guía de seguidores entregados. El bajito confiesa que consiguió mojar por primera vez a los diecinueve años, no fue agradable, había mucha presión de la manada. ¿Todavía eres virgen? Por favor… al final lo consiguió, pero no parece especialmente feliz. Otros del grupo, a preguntas directas descienden del Nirvana artificial en el que viven y puede observarse un rictus de tristeza subyacente. No son tontos, es más, son extraordinariamente inteligentes, hacen lo que hacen porque es lo que hay. Es la nueva ley del occidente desarrollado, sexo, tal vez algo de alcohol, quizá drogas, pero sobre todo sexo. Jóvenes atléticos, bien formados en lo intelectual y en lo físico sobrepasados por la nueva dirección del mundo. Hay que joder como sea. De relaciones estables, familias futuras y demás…bueno, de momento nada y por lo que se va viendo, luego, en el futuro, no demasiado.

Por el lado femenino, lo mismo. Si estás buena, tienes que responder al estereotipo de la mujer triunfadora que expele la televisión y los medios; póngase aquí Miley Cyrus la antes adolescente Disney Hannah Montana, “Belloncé”, modelo de mujer reducida a un tremendo y sugerente trasero. El referente es la mujer hipersexualmente atractiva. Si quieres ser alguien en la manada femenina te tienes que someter a la psicológica cirugía reparadora para amoldar tu mente al comportamiento debido, a la garantía de éxito futuro. Las que aterrizan en esa playa de los excesos van a probar, a probarse, a superar el tremendo desafío de si son lo suficientemente atractivas para que los machos alfa de las manadas que por allí andan se fijen en ellas. Si lo hacen, el precio a pagar está estipulado, polvo de veinte minutos y si te he visto no me acuerdo. Vuelta a empezar, a beber lo que queda de la noche y nueva búsqueda, nuevo reto, nuevo macho alfa a la vista y ansiosa necesidad patológica de comprobar otra vez que sí, que soy capaz de atraer al mono desnudo y tirármelo. Es garantía de triunfo futuro y posición social destacada entre el grupo de féminas al que pertenezco.

Jóvenes extraordinariamente inteligentes (estoy estudiando medicina, quizá en unos años yo sea tu cirujana), dice una de ellas sonriente, que en la intimidad del apartamento cuando el entrevistador indaga un poco más a fondo, rompen a llorar. “Pienso en mi hermanita y en lo que le espera”. Es lo que hay. Hay que cumplir las expectativas.
Al final el documental desbarra un poco y se explaya en el derecho de la mujer a ser respetada, a no ser considerada un objeto sexual. ¿A qué viene eso? Todos y todas van a lo mismo. Nadie les obliga, excepto la presión por el triunfo. Siguen la pauta establecida por los modelos de comportamiento del siglo XXI. Hace unos cientos de años, muchas mujeres y muchos hombres se encerraban entre cuatro paredes voluntariamente y de por vida para dedicarse a la oración. Era el modelo, lo que la sociedad del momento entendía como más sublime entrega a lo espiritual.
Ahora lo que se establece es la hipersexualidad. Las actrices modelo y triunfadoras de hace unos años desaparecen eclipsadas por las más jóvenes. Muchas de ellas acaban por hacerse adictas a los retoques estéticos para seguir estando en la pomada, en el mercado. Una reputada diseñadora de sesenta años es abandonada por el marido con el que ha compartido décadas de matrimonio por otra mujer más joven. De inmediato entra en algo parecido a una ansiedad enfermiza y adelgaza hasta casi la anorexia, está tratando de recuperar la juventud perdida, la capacidad de atraer al macho líder.
Es la exigencia de una sociedad que solo reconoce el principio del placer sexual como medida de todas las cosas, no existe la virtud, no existe nada más que la efímera juventud y la terrible agonía de perderla en un plazo corto. En eso estamos y así vivimos.


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