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domingo, 29 de enero de 2017

SILENCIO: PELÍCULA DE SCORSESE

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SILENCIO: PELÍCULA DE SCORSESE.

Ha suscitado enorme controversia este film del director estadounidense de origen italiano Martin Scorsese, “Silencio”. El título hace referencia al silencio de Dios ante el sufrimiento que los cristianos japoneses convertidos a la fe de Cristo por los misioneros jesuitas soportaron por parte del poder japonés establecido en el momento en que se narran los hechos.

Al parecer se basa en una novela de ficción por lo que el relato no es estritamente histórico, si bien responde con cierta exactitud a las persecuciones que los nobles japoneses desencadenaron para erradicar la nueva fe que amenazaba con inundar el Japón tradicional. Es una película que muestra, como todos los filmes, en primeros planos centrados en los personajes principales, las tremendas tribulaciones a que el ser humano puede ser sometido por medio de la tortura física y la persecución sistemática de los poderes mundanos hasta conseguir que los súbditos que pueblan las clases más bajas del entramado social, es decir, los que en definitiva sostienen sobre sus hombros el sistema político, sea este el que sea, renuncien a la fe cristiana porque en esa fe los desposeídos, los despreciados, los más humildes encuentran  respuesta a situaciones que se soportan por costumbre adquirida a lo largo de generaciones.

En la fe de Cristo todos son hijos de Dios, es más, los más miserables encontrarán al final del camino que les ha tocado recorrer en este valle de lágrimas, el premio, la invitación al banquete celestial en el que serán los primeros mientras que los poderosos del mundo serán expulsados a las tinieblas exteriores. Semejante mensaje, es en sí mismo insoportable para todos los que han ocupado y ocupan posiciones de privilegio mundano y necesitan, en consecuencia, extirpar de raíz cualquier veleidad que cuestione su verdad, su derecho, su posición, no solo en esta vida, sino en la ultravida que los predicadores cristianos prometen a los seguidores de Jesús de Nazaret.

Las interpretaciones de la película, como he dicho anteriormente, han sido variadas y controvertidas dentro de corrientes católicas tradicionales. Para unos se trata de una película a evitar, inexacta peligrosa para todos aquellos creyentes cuya fe puede verse gravemente comprometida si no se analiza con cuidado la historia que se cuenta, para otros, Juan Manuel de Prada por ejemplo, la película es positiva y el mensaje de sufrimiento y apostasía final, el escritor afirma es fingida y para salvar a los cristianos humildes que sufren la atroz persecución.


El obispo Munilla, por el contrario,  habla de mente atormentada del director y de relativismo. Aunque brillante en su exposición la verdad es que los tormentos mentales de Scorsese solo los conoce él mismo y el famoso relativismo moral o cultural tampoco es demasiado evidente. Puede leerse el artículo completo AQUÍ. Un extracto del mismo es el siguiente.

(Según el obispo Munilla, la película: «Es una proyección de la mente atormentada de Martin Scorsese. Una mente que está interiormente dividida, que no tiene una unidad de vida, y que como tiene montones de incoherencias colocando una vela a Dios y otra al Diablo, termina haciendo una película que proyecta su crisis interior».

Mons. Munilla explicó que la película «le decepcionó» porque no es fiel al martirio que aconteció en aquel tiempo. «Los padres jesuitas, ellos por delante, dieron un testimonio de fidelidad en medio de aquella prueba martirial y, desde luego, la apostasía en ningún momento fue la que allí primó».

El obispo también aseguró que la escena en la que el mismo Jesucristo le pide al P. Rodrigues que apostate y pise su imagen «es un absurdo».
«El martirio es una gracia. Llegado el momento Jesús da esa gracia para que no caigamos en el pecado de la apostasía. Ese don gratuito que supera nuestras fuerzas Dios lo dará en la medida que seamos fieles y humildes», aclaró.
El prelado reiteró que Silencio es una película «errática» en la que, en el fondo, «lo que se está proyectando es el relativismo de nuestros días»).



AQUÍ  podemos leer otro artículo critico con la película y los motivos de la discrepancia del autor.

Un extracto del comentario es el siguiente:

(“Por qué los católicos no pueden quedar silenciosos ante el «Silencio» de Scorsese

La película de Scorcese es una trágica negación de la gracia de Dios en un mundo que la necesita. En estos días en que los católicos están siendo martirizados, los católicos necesitan saber que Dios nunca calla. Nunca serán puestos en una situación donde Dios se traicione.
John Horvart II
«Pero al que me negare delante de los hombres, también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 10:33)
En la historia de la Iglesia, muchos mártires murieron por la Fe. A partir de San Esteban el Protomártir, poco después de la Resurrección, fueron los primeros en ser recordados, venerados por su testimonio público y elevados a los altares con el título de santo. También están los que negaron la fe bajo presión. Han sido olvidados y enterrados en los oscuros recovecos de la historia.
El mundo moderno tiene un problema con los mártires. La gente no puede entender la gloria de su testimonio de Cristo. El hombre moderno preferiría encontrar alguna justificación detrás de la decisión angustiada de aquellos que niegan la fe.
Tal es el caso de la última película de Martin Scorsese «Silencio». Es una historia sobre esta segunda categoría de no mártires - de quienes Nuestro Señor dijo: «Pero el que me negare delante de los hombres, también lo negaré ante mi Padre Que está en los cielos »(Mateo 10:33)”). 
 
Sin embargo Juan Manuel de Prada, reconocido escritor católico ve en la película extraordinarias virtudes que promueven la fe aún en circunstancias excepcionales. Parte de su articulo referido a esta película es el siguiente:
No se trata, ni mucho menos, de una vivencia privada y comodona de la fe", continúa Prada, "sino de una dolorosa renuncia a propagar en los terrados el Evangelio, a cambio de evitar el exterminio de sus hermanos". Es la "disciplina del arcano" de San Agustín: "Dios  no quiere que rehuyamos el martirio; pero mucho menos quiere que nos arrojemos al martirio insensatamente, o que nuestra insensatez arroje al martirio a nuestros hermanos. Por supuesto, esta disciplina del arcano puede ser la coartada perfecta para los cobardes que callan y otorgan, deseosos de obtener las recompensas que ofrece el mundo, mientras los valientes son sacrificados; pero esta no es la tesis que se defiende en Silencio, donde en todo momento se nos presenta la fingida apostasía de los protagonistas como un trágico acto de amor a sus feligreses”.


Prada se aproxima a la película desde su condición de ilustre escritor y dónde otros ven justificación de la apostasía él interpreta comprensión por parte del autor de la novela y del propio director de la película hacia los hombres que sometidos a un terrible dilema deciden apostatar sin que en realidad lo hagan para salvar a aquellos a quienes han convertido anteriormente.
El artículo completo puede leerse AQUÍ.

Como se ve estamos ante un debate del que se están ocupando los intelectuales más reputados del mundo católico. Hay otra posible aproximación a la película y a su interpretación, esta vez desde la modesta perspectiva del católico corriente que en su ya lejana niñez fue educado en el catolicismo preconciliar, probablemente como le ocurrió a Scorsesse, pero con la ventaja de que no pasó por un colegio de jesuitas lo cual como es fácilmente comprobable era y es en este momento, letal para la fe en Cristo.

Porque de eso trata la película, de la fe en Cristo y de la apostasía. Jesús de Nazaret era y es Dios hecho hombre, eso predicaba la Iglesia Católica hasta no hace mucho. Es dudoso que siga manteniendo esa creencia, de hecho la fe comenzó a tambalearse a partir del Vaticano II.

Ese nombre recibió el concilio promovido por Juan XXIII, concilio en el que la Iglesia se inició tímidamente en el ejercicio de la apostasía para continuar durante las siguientes décadas en el camino de negación de Cristo con hipócrita firmeza a partir de esa reunión de teólogos, filósofos e intelectuales de todas las orientaciones posibles, apostasía que se justificó como necesaria para amoldar la Iglesia al mundo que alumbraban las cenizas de la segunda guerra mundial. 
 
Apostasía significa rechazo del cristiano a su fe anterior, abandono de la creencia, en definitiva rechazo de la fe en Cristo. El apóstata cristiano no cree que Cristo fuera Dios hecho hombre, rechaza el Credo preconciliar y sustituye la fe trascendental por la filosofía meramente humana que solo cree aquello que ve, aquello que es capaz de procesar el cerebro humano. El apóstata anteriormente cristiano no cree que haya algo exterior a la mente humana en la idea de Dios, Dios y la trascendencia solo son elaboraciones mentales y por tanto el Cristo de los Evangelios es rechazado.
Además, por si fuera poco, el cristianismo es religión de perdedores, esto no debe olvidarse nunca, Jesús de Nazaret es el perdedor por antonomasia, su pasión terrible, su muerte ignominiosa , desnudo, abandonado por todo y por todos. ¿Cómo creer en alguien que acaba de semejante manera? ¿Cómo conciliar la vida glamurosa, tranquila, con bucólicas escapadas románticas a islas paradisíacas, tardes de barbacoa y relaciones amistosas en unifamiliares con jardín que mostraban las películas americanas de la posguerra y que parecían ofrecerse a las nuevas generaciones, con semejante profeta de desgracias de utltratumba aseguradas para aquellos que roban, que matan, que se entregan al sexo, que desean la mujer del prójimo, que mienten? Respuesta; el Vaticano II. Una Iglesia más comprensiva con las debilidades humanas, más abierta a otras interpretaciones de la realidad del mundo, menos amenazante con penas del infierno y tormentos refinados e infinitos. 

Y entonces aparecen, aparecemos los tibios: “sí tengo fe, ¿cómo no tenerla después de haber sido educados en los años cincuenta y sesenta en la tremenda disciplina católica, en un mundo mental de pecados y castigos dantescos, en el terror de la posible  condenación en caso de que un sacerdote no estuviera cerca en el momento de la muerte?, a partir del Vaticano II todo es más llevadero, más soportable”.

Resultado; renuncia masiva a los votos religiosos y sacerdotales y abandono en tromba de las Iglesias y de los oficios litúrgicos
 
Y sin embargo, los gritos de dolor, el sufrimiento agónico, la soledad insoportable del Dios hecho hombre sigue clamando desde hace más de dos mil años, el desgarrado recordatorio sigue ahí diciendo que el sacrificio fue necesario y que se hizo por nosotros, que era deuda contraída por el género humano pagada al príncipe del mundo por el propio Hijo de Dios y ante esos gritos, ante ese sentimiento de culpa que todos los católicos llevamos dentro, muy dentro de nosotros, algunos, uno de los nuestros, Scorsese o Emmanuel Carrere, dicen con su película uno, con su libro el otro que no hay nada de eso, que lo del Cristo crucificado y luego resucitado, sobre todo esto último, es mentira, no hay culpa puesto que no hay resurrección y por tanto no hay otra cosa que esta vida de no más de ochenta años en el caso más favorable y no queda otra solución que disfrutarla, buscar el placer, el triunfo, la felicidad sin desagradables remordimientos implantados en nuestra mente infantil por el catolicismo tradicional y que, en consecuencia, conviene no obsesionarse con esas cuestiones. 
 
Así Carrere en su libro “El Reino”, demuestra, cree hacerlo, al menos se consuela a sí mismo explicando que el catolicismo se basa en una mentira urdida por los primeros cristianos y singularmente por Pablo de Tarso, y Scorsese se pregunta a través de su película ¿cómo creer en una religión que exige el sacrificio supremo a sus seguidores?, no solo se trata de que sean ajusticiados, sino que previamente deben ser sometidos a las torturas más crueles para que en medio de semejante sufrimiento nieguen a Cristo, apostaten de su fe.

Scorsese muestra, se muestra a sí mismo, la sinrazón de una religión que parece regodearse en el sufrimiento físico para otorgar finalmente el premio de una vida en el paraíso celestial solo a aquellos que hayan sido capaces de superar semejante prueba. 
 
Pero hay algo falso en todo esto. ¿Dónde, cuándo exigió Cristo el sacrificio masoquista a sus seguidores? Pablo se acogió a su condición de ciudadano romano para eludir el doloroso final que le preparaban los judíos ortodoxos y no está muy claro que fuera finalmente martirizado, y los relatos de los primeros mártires parecen más bien exagerados, al menos en el aspecto de que fueran alegremente a la muerte y eligieran gozosamente el tormento por no abjurar de la fe. Los mártires, entonces, como ocurre ahora con los cristianos asesinados por el islamismo radical, no tuvieron elección, seguían a Cristo y fueron, son masacrados, ellos son los mártires, los de entonces y los de ahora. Exactamente igual que los judíos gaseados en los campos de exterminio, nadie les propuso la posibilidad de salvar la vida renunciando a sus creencias religiosas, simplemente querían acabar con ellos. 
El hombre, el ser humano ante la tortura física es débil, todos caen, todos confiesan lo que el torturador quiere. Solo Cristo se mantuvo firme. Pilato le pedía algo muy simple, retráctate y te libraré del tormento, de la muerte. Pilato despreciaba a los judíos y quería librar a Jeśus del castigo, pero el miedo le hizo claudicar y en todo el proceso un único signo de debilidad del acusado habría bastado para librarle de la pena reservada a los más perversos criminales. Eso no ocurrió, pero es que además de hombre, era Dios, eso creemos la mayoría de los católicos.
Entonces, ¿cuál es la trampa de Scorsese?. Desde nuestro punto de vista parece bastante sencillo interpretar la película: “Semejante religión, semejante exigencia es inhumana, es insoportable y por tanto se impone la apostasía, yo apostato, reniego porque nunca podría soportar el castigo, el martirio y me vería obligado a confesar que Cristo no es Dios que el Dios cristiano no existe, por tanto antes de verme sometido a la prueba renuncio anticipadamente en la seguridad de que el Cristo que me exige mantener la fe en medio de un sufrimiento intolerable es injusto o no existe”. 
 
Bueno, pues eso no ocurre, no suele ocurrir, a Scorsese no le ha pasado y a la inmensa mayoría de débiles y tibios católicos ni les ha pasado ni les va a pasar. Entonces, ¿para qué ponerse en semejante situación?, si eso ocurriera, el dolor físico, el instinto primario del hombre como animal que es, se impondría. Ante el sufrimiento, ante el simple temor a ese dolor insoportable todos claudicaríamos, pero no veo que el Cristo de la fe pida nada de eso. Ha ocurrido, es verdad, han sido torturados y asesinados seguidores de Cristo, como también lo han sido seguidores de otras creencias, pero Cristo no impone, ni pide remotamente someterse voluntariamente a la tortura.

Pero hay algo más en la cinta de Scorsese, algo que sobrevuela oculto entre el miedo y el pavor inducidos por esta moderna máquina de sugestión freudiana que es el cine. Abstrayéndonos, dejando el camino libre a nuestra intuición lo que el antiguo alumno de los jesuitas nos muestra queriendo justificarlo es una realidad evidente para todo católico educado en la fe anterior al Vaticano II: la Iglesia, el Papa actual, la mayor parte de los sacerdotes y religiosos ya han apostatado, no creen, rechazan al Cristo de la fe y lo sustituyen por el amable y alegre maestro de ceremonias que organiza fiestas, bautizos, comuniones, matrimonios, animador que cambia el hisopo por las maracas o, en otro caso, por el irreductible revolucionario de ideas marxistas, ideas evidentes en el mensaje de Cristo que los apóstoles y la Iglesia se ocuparon, según nos informan estos llamados teólogos de la liberación, de tergiversar. 
 
El Papa no cree en Cristo, no cree que fuera Dios hecho hombre, es un jesuita marxistoide que interpreta el milagro de los panes y de los peces como un reparto pedido por Jesús a aquellos que asistían a su predicación y que tenían más, entre todos los que estaban allí en el momento del supuesto milagro, puro podemismo actual.
 
Algunos cardenales, obispos, sacerdotes siguen, eso dicen, en la fe, pero en el fondo apostatan también, no tienen la necesaria valentía para enfrentarse a un Vaticano totalmente entregado a todas las corrientes, religiones, creencias que desprecian al Cristo histórico, al Cristo de la fe. Nadie les obliga a apostatar, pero lo hacen, y lo hacen sin necesidad de torturas de ningún tipo, lo hacen porque están cómodamente instalados en esa Institución que llamamos Iglesia Católica, Iglesia que hace tiempo ha dejado de ser cristiana y lo hacen sin que Cristo les haya pedido ningún sacrificio especial ni haya permitido que fueran sometidos a tormento.

Han apostatado porque les ha dado la gana. Les interesa seguir vistiendo los refulgentes hábitos cardenalicios, seguir también disponiendo de confortables despachos y entregados secretarios, desean continuar conspirando, entreteniéndose en tenidas y tejemanejes vaticanos, desean continuar disfrutando de los privilegios obispales, y disponer de un público, cada vez más escaso por cierto, en las celebraciones litúrgicas que aplauda alegres canciones y psicodélicas homilías.

Esa es la auténtica apostasía, apostasía voluntaria, gratuita, miserable que necesita películas, ficciones, mentiras para justificarse. Ante esa apostasía terrible, ese rechazo miserable al valor del sacrificio Divino, las trifulcas respecto a las ocurrencias de este descreído señor que responde al nombre de Francisco, suenan absolutamente ridículas. Repito, la apostasía en las condiciones que se relatan en la película de Scorsese es inevitable, la apostasía actual del conjunto de la Iglesia Católica es gratuita, voluntaria y sin otra justificación que la entrega consentida al príncipe de este mundo.


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