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martes, 23 de abril de 2019

SERVICIOS MÉDICOS EN PIE DE GUERRA

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno














Leo en el Confidencial que las agresiones a médicos y personal de salud en hospitales y ambulatorios están aumentando. Como solución se propone el botón del pánico, la puerta lateral de escape, el amurallamiento del personal a través de cristales blindados y se ofrecen clases de defensa personal. Todo ello síntoma del desquiciamiento que acecha a esta sociedad del siglo XXI, presa de ansiedades y de promesas imposibles de cumplir.

Es probable que el noventa por ciento de quienes acuden a consulta médica no necesiten en realidad hacerlo, aunque el envejecimiento de la población acarree enfermedades y problemas psicológicos como la soledad y el desamparo que acaban remitiendo a la gente a esas salas de espera; no muchos años antes bulliciosas y pobladas de gentes que explicaban alegremente los diversos síntomas y posibles remedios y que ahora, por causa de la crisis económica persistente, también de las nuevas normas de comportamiento que aprecian sobre todo el individualismo feroz,  la soledad y el silencio, esas salas, digo, son en este momento en general afligidas y expectantes.



Los pacientes, es decir los que deben tener paciencia, se impacientan después de leer el periódico, de hacer cómo que hacen algo con el móvil y después de contar las baldosas del suelo del ambulatorio en ambos sentidos, de derecha a izquierda y al revés.
El personal médico no atiende a los pacientes, solo atiende a la pantalla del ordenador que muestra misteriosa información acerca del que se sienta en frente. Breve palpación y receta correspondiente.
Para eso no hacía falta tanta parafernalia. Una aspirina ha sido remedio eficaz durante décadas. Sin embargo, en este momento, la hiperinflación de noticias advierte una y otra vez de los terribles efectos de medicinas consumidas hasta hace muy poco con total tranquilidad. Las farmacias entran en pánico en cuanto alguien pide una medicina sin receta médica que es igual de perniciosa que con receta, por el simple motivo de que los médicos la administran conforme al vademécum o a la recomendación del visitador médico, es decir comercial, de turno. Ni el visitador, ni el médico tienen la más remota idea de lo que van a recetar y se fían del laboratorio, o sea del tinglado comercial, que solo atiende a los posibles beneficios económicos del medicamento en cuestión
.
Un estudio de un grupo japonés o chino puede advertir acerca de las posibilidades de que la aspirina produzca cáncer de pulmón. Una universidad alemana sostiene que estadísticamente el uso frecuente del Valium puede producir alucinaciones y psicosis. El nolotil mata ancianos británicos por alguna cuestión genética. El resultado es la suspicacia, el miedo, el terror general al remedio recetado, a los efectos secundarios. Producto de este estado de ansiedad generalizado es, precisamente, la enfermedad y el requerimiento compulsivo de asistencia médica de la que en el fondo, se desconfía.

Además. El personal médico vive en su propio mundo. Un mundo ciclópeo de ciudades sanitarias repletas de tecnología de última generación que en última instancia convierte a quiénes la manejan en seres de otro mundo extraterrestres de uniforme blanco, o azul, o verde, o gris cada uno con significado diferente solo al alcance de conocedores profundos de ese mundo abstruso. Funcionarios vitalicios para los que la atención al paciente no deja de ser una molestia inevitable, incluso, en ocasiones una insoportable intromisión en las alegres tertulias de las salas inviolables “Solo personal autorizado”.

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