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lunes, 24 de noviembre de 2014

CASABLANCA


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CASABLANCA
EL OSCURO SECRETO DE UNA PELÍCULA CAUTIVADORA

De vez en cuando escucho algunos programas radiofónicos que se dedican a la crítica cinematográfica. Uno en particular, “Cowboys de medianoche”, permite descargar ficheros de audio que luego pueden reproducirse en cualquier momento y lugar. Para los que trabajamos de noche, como los búhos, y en lugares donde no llega la señal de radio resulta muy de agradecer que esta emisora en concreto, tenga ese detalle.

En general, pues a veces cambia el formato, el programa lo hacen tres, y últimamente hasta cuatro amigos, Luis Herrero, periodista, Luis Alberto de Cuenca, un erudito en cuestiones literarias, José Luis Garci, conocido director de cine e Inocencio Arias, diplomático que creo está ya jubilado.

Todos ellos son entusiastas admiradores del cine de Hollywod y han dedicado unos cuantos programas a elaborar listas de películas, (de las mejores películas), elegidas según la década en que se estrenaron, o también por géneros, cine negro, de terror, fantástico, etc.

Casablanca suele aparecer en muchos de estos listados en lugar destacado.
Los motivos que mucha gente manifiesta para elegir este filme como uno de los mejores de la historia del cine, a mí nunca me han convencido. Hablan de maravillosa historia de amor, extraordinaria canción, (tócala otra vez Sam), magnífica interpretación, dirección, ambientación, etc. es decir, lo de siempre En una primera aproximación, se trata de un  melodrama romántico. Cuenta con dos extraordinarios protagonistas, Bogart y Bergmann, se desarrolla con un excelente ritmo y mantiene la intriga acerca de los motivos que llevan a la Bergmann a abandonar al pobre Bogart y a dejarle pálido y desencajado, asomado desde la puerta del tren que se aleja, esperando la ya casi imposible aparición de la mujer que ama.



Nótese que esta escena representa los profundos y contradictorios sentimientos de deseo de posesión del ser amado y de venganza y castigo ante la rebelión, cierta o imaginada que suelen hacer presa en los amantes entregados, hombres y mujeres.
Es como si la película pusiera en imágenes  los complicados  e irracionales pensamientos en que se traduce eso que llamamos amor.

“Si te dejo, si yo te falto, si te abandono, me vas a añorar, vas a sufrir de la misma manera que sufre Rick en la estación del tren. Por tanto debes necesitarme hasta el dolor físico, debes agradecerme que te haga el favor de quererte”.  El amor humano, el amor entre hombre y mujer es un juego de mentes y cuerpos, una lucha de poder que suele acabar con el triunfo de uno y la rendición del otro y una vez llegados a este estado, pactados los términos del armisticio, lo que a continuación ocurre y transcurre es lo que llamamos matrimonio.


¿Cuál es, entonces, el secreto que esconde esta película? ¿Por qué sedujo entonces y sigue haciéndolo ahora, a espectadores y críticos de cine?
¿Es quizá, como piensan algunos, el personaje de Rick, un cínico hombre de negocios poco claros que se revela finalmente heroico en su renuncia a la mujer que ama en pro de la gran causa de la libertad, el que está detrás del éxito de Casablanca, éxito que  se mantiene a lo largo de décadas?

Yo creo que no. Rick es un personaje falseado. Un tipo que regenta un tugurio de juego y alcohol, no suele  tener tan nobles sentimientos. Es un invento de los guionistas o del director, o tal vez de los autores de la obra de teatro original. Era necesario retocar, adornar el personaje para que el amor de Ilsa tuviera ese mínimo grandeza romántica que embelesa a hombres y mujeres a lo largo del tiempo. Poetas, escritores, juglares siempre han revestido, elevado el encuentro sexual a las alturas  de lo etéreo, de lo intangible. El amor en estado puro no necesita la sensación física, ni se entretiene en la realidad de las cosas, las imagina, convierte a Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso.

El secreto de Casablanca, por el contrario,  está en la historia que cuenta y lo que cuenta en  una historia de adulterio. Un adulterio justificado. Pongámonos en situación. Se estrena en el año cuarenta y dos, el mundo está en guerra, muchas mujeres solas, con sus novios y maridos en el frente bélico.  En occidente, también en Estados Unidos rige un sólido  sistema de valores sociales y familiares. El matrimonio exigía, condenaba a la fidelidad absoluta.

 ¿Pero quién, entonces, e incluso ahora cuando se trata de parejas, todavía queda alguna que otra, sólidas y asentadas a lo largo de muchos años, no ha fantaseado con la posibilidad de  una aventura extramatrimonial?

La Bergmann, Ilsa en la ficción,  es infiel, se enamora del tipo de hombre con el que soñaban y sueñan todas las mujeres. Un aventurero sin escrúpulos, un tipo valiente y echado para adelante, sin otros principios ni compromisos que los suyos propios. Un individuo no muy fiable a medio plazo, pero volcánico en las distancias cortas. No sólo se enamora Ilsa, incluso consuma, ¡horror! Convierte en realidad el deseo oculto de sus congéneres de sexo, esposas sumisas a quienes personifica y que pagan la entrada para ver la película, para ver representados sus deseos más ocultos,  pues de eso  trata el cine.

El cine, un invento más peligroso de lo que suponemos, no fabrica sueños, les da forma, los transporta desde el interior de la mente de las personas y los estampa en la gran pantalla. Y como en los sueños, es más importante el contenido latente que el manifiesto, eso al menos dice Freud.

 El contenido aparente de Casablanca es el amor idealizado, el contenido oculto es un mar profundo en el que navegan oscuros submarinos atómicos. Probablemente son estos peligrosos sumergibles los que, sin que nos demos cuenta, nos mantienen pegados a los asientos del cine. Porque, en el caso de los hombres corrientes, o sea, casi todos, ¿a quién no se le ha pasado por la cabeza alguna vez, tirarse a la virtuosa vecina de en frente? Sí, de acuerdo, ahora son otros tiempos, pero estamos hablando de mediados del siglo pasado y los que adoran esta película tienen ya una edad, vivieron y viven todavía los sugerentes recuerdos de una juventud perdida e insisten sin saber por qué, en que Casablanca es una gran película.

Lo demás, el desarrollo posterior de la historia, es fantasía, cuento para marujas lánguidas ocupadas en sus labores de los años cuarenta.

Todas saben perfectamente que una vez que un tipo como Rick consigue recostar a su última conquista en el camastro de un hotel, desaparece en busca de la siguiente.

Pero en Casablanca, a Rick se le da un baño de barniz que lo hace un poco más presentable. El galán aventurero y de mal vivir, se enamora perdidamente. La mujer de los cuarenta, atada a su matrimonio con invisibles argollas de acero, se identifica con Ilsa. En sus devaneos oníricos, pues  el cine no es otra cosa que sueño, ficción,  consigue doblegar, someter al hombre  que siempre se desea, pero con el que ninguna mujer sensata se casaría. La época, el momento en que discurre la historia, exige, como contrapartida, la salvación del matrimonio. Ilsa ha sido infiel, sí. Ha llevado hasta las últimas consecuencias el secreto anhelo de todas las mujeres del mundo, pero lo ha hecho porque creía que en aquel momento era viuda, eso la justifica. Pero se necesita algo más. El pecado es tan enorme que no cabe  excusarse con la simple ignorancia.

Aparece el legítimo. Un tipo aburrido. Aquí los guionistas,  para hacerse perdonar, sustituyen al típico esposo norteamericano de pocker semanal con los amigotes,  bolera los viernes y partido de fútbol americano los domingos, y lo transforman en un admirable político francés entregado a la causa superior de la libertad. Qué tostón de hombre cantando la Marsellesa con el puño en alto, en vez largarse con su mujer al catre que es lo que haría Rick, para el que líos como la guerra mundial, la justicia o la causa superior por la que se debe luchar e incluso morir, le traen al pairo.

Pero el marido de los cuarenta, merece respeto, entrega absoluta, por eso en la película se le mitifica. Ilsa ha pecado, llora desesperada en el hombro del galán tabernario, pero ella pertenece, venera al hombre que la aplastante lógica de las mujeres del momento, elige como más adecuado para someterlo al control femenino que asegura el lento discurrir de una monótona y aburrida vida matrimonial.

Posteriormente, dado el éxito de taquilla de Casablanca, se intentó una fórmula parecida  con Gilda, pero a pesar de Rita Hayworth, y Rita era mucha Rita entonces, el asunto no funcionó como se esperaba, entre otras cosas porque Gilda era una golfa y las golfas no van al cine, no necesitan ver películas, ellas son protagonistas de sus propias historias. Por el contrario, Ilsa, Begmann, es una esposa ejemplar, y son las esposas ejemplares las que tienen sueños perversos.


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