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CASABLANCA
EL OSCURO
SECRETO DE UNA PELÍCULA CAUTIVADORA
De vez en
cuando escucho algunos programas radiofónicos que se dedican a la crítica
cinematográfica. Uno en particular, “Cowboys de medianoche”, permite descargar
ficheros de audio que luego pueden reproducirse en cualquier momento y lugar.
Para los que trabajamos de noche, como los búhos, y en lugares donde no llega
la señal de radio resulta muy de agradecer que esta emisora en concreto, tenga
ese detalle.
En general,
pues a veces cambia el formato, el programa lo hacen tres, y últimamente hasta
cuatro amigos, Luis Herrero, periodista, Luis Alberto de Cuenca, un erudito en
cuestiones literarias, José Luis Garci, conocido director de cine e Inocencio
Arias, diplomático que creo está ya jubilado.
Todos ellos
son entusiastas admiradores del cine de Hollywod y han dedicado unos cuantos
programas a elaborar listas de películas, (de las mejores películas), elegidas
según la década en que se estrenaron, o también por géneros, cine negro, de
terror, fantástico, etc.
Casablanca
suele aparecer en muchos de estos listados en lugar destacado.
Los motivos
que mucha gente manifiesta para elegir este filme como uno de los mejores de la
historia del cine, a mí nunca me han convencido. Hablan de maravillosa historia
de amor, extraordinaria canción, (tócala otra vez Sam), magnífica
interpretación, dirección, ambientación, etc. es decir, lo de siempre En una
primera aproximación, se trata de un
melodrama romántico. Cuenta con dos extraordinarios protagonistas, Bogart
y Bergmann, se desarrolla con un excelente ritmo y mantiene la intriga acerca
de los motivos que llevan a la Bergmann a abandonar al pobre Bogart y a dejarle
pálido y desencajado, asomado desde la puerta del tren que se aleja, esperando
la ya casi imposible aparición de la mujer que ama.
Nótese que
esta escena representa los profundos y contradictorios sentimientos de deseo de
posesión del ser amado y de venganza y castigo ante la rebelión, cierta o
imaginada que suelen hacer presa en los amantes entregados, hombres y mujeres.
Es como si la
película pusiera en imágenes los
complicados e irracionales pensamientos
en que se traduce eso que llamamos amor.
“Si te dejo,
si yo te falto, si te abandono, me vas a añorar, vas a sufrir de la misma
manera que sufre Rick en la estación del tren. Por tanto debes necesitarme
hasta el dolor físico, debes agradecerme que te haga el favor de
quererte”. El amor humano, el amor entre
hombre y mujer es un juego de mentes y cuerpos, una lucha de poder que suele
acabar con el triunfo de uno y la rendición del otro y una vez llegados a este
estado, pactados los términos del armisticio, lo que a continuación ocurre y
transcurre es lo que llamamos matrimonio.
¿Cuál es,
entonces, el secreto que esconde esta película? ¿Por qué sedujo entonces y
sigue haciéndolo ahora, a espectadores y críticos de cine?
¿Es quizá,
como piensan algunos, el personaje de Rick, un cínico hombre de negocios poco
claros que se revela finalmente heroico en su renuncia a la mujer que ama en
pro de la gran causa de la libertad, el que está detrás del éxito de
Casablanca, éxito que se mantiene a lo
largo de décadas?
Yo creo que
no. Rick es un personaje falseado. Un tipo que regenta un tugurio de juego y
alcohol, no suele tener tan nobles
sentimientos. Es un invento de los guionistas o del director, o tal vez de los
autores de la obra de teatro original. Era necesario retocar, adornar el
personaje para que el amor de Ilsa tuviera ese mínimo grandeza romántica que
embelesa a hombres y mujeres a lo largo del tiempo. Poetas, escritores,
juglares siempre han revestido, elevado el encuentro sexual a las alturas de lo etéreo, de lo intangible. El amor en
estado puro no necesita la sensación física, ni se entretiene en la realidad de
las cosas, las imagina, convierte a Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso.
El secreto de
Casablanca, por el contrario, está en la
historia que cuenta y lo que cuenta en
una historia de adulterio. Un adulterio justificado. Pongámonos en
situación. Se estrena en el año cuarenta y dos, el mundo está en guerra, muchas mujeres
solas, con sus novios y maridos en el frente bélico. En occidente, también en Estados Unidos rige
un sólido sistema de valores sociales y
familiares. El matrimonio exigía, condenaba a la fidelidad absoluta.
¿Pero quién, entonces, e incluso ahora cuando
se trata de parejas, todavía queda alguna que otra, sólidas y asentadas a lo
largo de muchos años, no ha fantaseado con la posibilidad de una aventura extramatrimonial?
La Bergmann,
Ilsa en la ficción, es infiel, se enamora
del tipo de hombre con el que soñaban y sueñan todas las mujeres. Un aventurero
sin escrúpulos, un tipo valiente y echado para adelante, sin otros principios
ni compromisos que los suyos propios. Un individuo no muy fiable a medio plazo,
pero volcánico en las distancias cortas. No sólo se enamora Ilsa, incluso
consuma, ¡horror! Convierte en realidad el deseo oculto de sus congéneres de
sexo, esposas sumisas a quienes personifica y que pagan la entrada para ver la
película, para ver representados sus deseos más ocultos, pues de eso
trata el cine.
El cine, un
invento más peligroso de lo que suponemos, no fabrica sueños, les da forma, los
transporta desde el interior de la mente de las personas y los estampa en la
gran pantalla. Y como en los sueños, es más importante el contenido latente que
el manifiesto, eso al menos dice Freud.
El contenido aparente de Casablanca es el amor
idealizado, el contenido oculto es un mar profundo en el que navegan oscuros
submarinos atómicos. Probablemente son estos peligrosos sumergibles los que,
sin que nos demos cuenta, nos mantienen pegados a los asientos del cine.
Porque, en el caso de los hombres corrientes, o sea, casi todos, ¿a quién no se
le ha pasado por la cabeza alguna vez, tirarse a la virtuosa vecina de en
frente? Sí, de acuerdo, ahora son otros tiempos, pero estamos hablando de
mediados del siglo pasado y los que adoran esta película tienen ya una edad,
vivieron y viven todavía los sugerentes recuerdos de una juventud perdida e
insisten sin saber por qué, en que Casablanca es una gran película.
Lo demás, el
desarrollo posterior de la historia, es fantasía, cuento para marujas lánguidas
ocupadas en sus labores de los años cuarenta.
Todas saben
perfectamente que una vez que un tipo como Rick consigue recostar a su última
conquista en el camastro de un hotel, desaparece en busca de la siguiente.
Pero en
Casablanca, a Rick se le da un baño de barniz que lo hace un poco más
presentable. El galán aventurero y de mal vivir, se enamora perdidamente. La
mujer de los cuarenta, atada a su matrimonio con invisibles argollas de acero,
se identifica con Ilsa. En sus devaneos oníricos, pues el cine no es otra cosa que sueño,
ficción, consigue doblegar, someter al
hombre que siempre se desea, pero con el
que ninguna mujer sensata se casaría. La época, el momento en que discurre la
historia, exige, como contrapartida, la salvación del matrimonio. Ilsa ha sido
infiel, sí. Ha llevado hasta las últimas consecuencias el secreto anhelo de
todas las mujeres del mundo, pero lo ha hecho porque creía que en aquel momento
era viuda, eso la justifica. Pero se necesita algo más. El pecado es tan enorme
que no cabe excusarse con la simple
ignorancia.
Aparece el
legítimo. Un tipo aburrido. Aquí los guionistas, para hacerse perdonar, sustituyen al típico
esposo norteamericano de pocker semanal con los amigotes, bolera los viernes y partido de fútbol
americano los domingos, y lo transforman en un admirable político francés
entregado a la causa superior de la libertad. Qué tostón de hombre cantando la
Marsellesa con el puño en alto, en vez largarse con su mujer al catre que es lo
que haría Rick, para el que líos como la guerra mundial, la justicia o la causa
superior por la que se debe luchar e incluso morir, le traen al pairo.
Pero el marido
de los cuarenta, merece respeto, entrega absoluta, por eso en la película se le
mitifica. Ilsa ha pecado, llora desesperada en el hombro del galán tabernario,
pero ella pertenece, venera al hombre que la aplastante lógica de las mujeres
del momento, elige como más adecuado para someterlo al control femenino que
asegura el lento discurrir de una monótona y aburrida vida matrimonial.
Posteriormente,
dado el éxito de taquilla de Casablanca, se intentó una fórmula parecida con Gilda, pero a pesar de Rita Hayworth, y
Rita era mucha Rita entonces, el asunto no funcionó como se esperaba, entre
otras cosas porque Gilda era una golfa y las golfas no van al cine, no
necesitan ver películas, ellas son protagonistas de sus propias historias. Por
el contrario, Ilsa, Begmann, es una esposa ejemplar, y son las esposas
ejemplares las que tienen sueños perversos.
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