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miércoles, 5 de noviembre de 2014

LA ALTERNATIVA AL CAOS DESATADO







 CRISIS ECONÓMICA V

Habíamos quedado en el post anterior en que la capacidad productiva trasvasada a o otros países había dejado a los empleados europeos, especialmente a los españoles, en una situación precaria.
Además había generado un impresionante aumento del desempleo y un resurgimiento de la pobreza como no se veía en Europa desde antes de la segunda guerra mundial. Todo ello para preservar e incluso aumentar los beneficios, la proporción que en el reparto de la riqueza de un país se llevan los que siempre mandan. Al amparo de los nuevos paradigmas, (no tan nuevos como hemos visto en un post anterior), que los ideólogos del nuevo liberalismo proclamaban, los países europeos y Estados Unidos habían iniciado una política de transferencia de tecnología y capital que sólo puede calificarse de traición a sus propios ciudadanos. Y también debemos tener en cuenta que en esas políticas de desmantelamiento industrial habían participado con entusiasmo los propios sindicatos y partidos políticos de tendencia socialista.


Hasta los más conservadores se alarmaron. Alvin Toffler era un especialista en prospectiva, es decir, una técnica que intentaba predecir el futuro estudiando los cambios que ya se estaban produciendo en el presente y descubriendo mediante el ejercicio de la lógica, qué caminos se estaban abriendo en la nueva economía y hacía donde debían encaminarse los esfuerzos de los gobernantes para dar respuesta a la terrible situación que se estaba produciendo. El presidente Reagan era republicano y de inmediato se le colgó la etiqueta de ultraconservador, pero era lógico que en un sistema con cada vez menos ingresos, se intentara controlar el gasto público. Reagan preguntó a Toffler, hacía donde se dirigía el nuevo sistema económico. El único sector que en el futuro iba a crear empleo era el sector servicios, le respondió Toffler, y Reagan con esa inteligencia natural que le caracterizaba, resumió la cuestión con una pregunta lapidaria. ¿Eso quiere decir que en adelante todos vamos a cortarnos el pelo unos a otros?. ¿Todos vamos a ser peluqueros?
Sonrisas por parte de Toffler.

Pero esa era la triste realidad. Lo que los nuevos economistas proponían como solución a un desempleo vergonzoso, era el sector servicios. Yo soy testigo, por haberlo vivido en primera persona. En la fábrica en que yo trabajaba, se puso en marcha un programa de bajas voluntarias. La empresa, para entonces ya embarcada en un traslado salvaje de maquinaria y tecnología a países diversos, sobre todo sudamericanos, ofreció un sistema de indemnizaciones para todos aquellos que quisieran finiquitar su contrato de trabajo. Como todos los trabajadores veían el cariz que estaban tomando los acontecimientos, muchos acabaron aceptando la cantidad ofrecida y una vez abandonada la empresa invirtieron lo recibido en sectores que comenzaban a despegar con fuerza. Bares, tiendas de periódicos y material escolar, talleres de reparación de motocicletas y cosas similares. La nueva economía de servicios tomaba fuerza.

Ahora bien, ¿de dónde provenía el input, el dinero que la gente, una vez perdida la producción industrial iba a gastar en los servicios que comenzaban a ofrecerse?. Pues lógicamente, del incremento bestial de beneficios societarios, que no empresariales, que comenzaban a revertir de los países que asumían ahora la producción abandonada. El modelo anterior, Europa produce bienes manufacturados con alto valor añadido y los vende a los países que no tienen esa tecnología, cambiaba por el de, los países en desarrollo producen lo que yo antes les vendía y ahora les sigo vendiendo, pero mucho más barato, el incremento de beneficios va a parar a los anteriores empresarios capitalistas y una parte importante a los nuevos gestores, (ejecutivos, economistas, abogados con cursos específicos en dirección de empresas, etc).

Y estos ciudadanos ejemplares del nuevo modelo económico, van a hacer el favor de poner sus ingresos en circulación, exigiendo a cambio, el trato que corresponde a los nuevos triunfadores. Gastarán su dinero en restaurantes de lujo, asistirán extasiados a las funciones musicales de alto nivel. Comprarán cuadros de pintores renombrados. Pero sobre todo especularán. Compra venta de acciones, inversiones en discotecas que atraerán el turismo internacional. Parques temáticos. Y el gran negocio posterior a la desindustrialización, (en España se llamó reconversión industrial, pero en realidad fue una demolición absoluta, total, un desmantelamiento sin retorno posible), el inmobiliario.

Este sistema de nuevos ricos, necesitaba imperiosamente la colaboración de lo público. Creación de nuevas universidades que convencieran a la población de que los nuevos licenciados iban a vivir la vida de película, de serie de televisión que por entonces comienzan a hacer furor. Todo era una estafa, por supuesto, que impedía las tradicionales revueltas estudiantiles, pero en aquel momento nadie lo veía o quería verlo. Millones de universitarios españoles colocados en las nuevas aulas de las sofisticadas construcciones públicas, esperaban ser empleados de inmediato en puestos de trabajo acordes con lo prometido. Despacho, secretaria y ordenador debían estar preparados para el nuevo licenciado vestido con traje y corbata. La realidad contradecía semejantes expectativas. Cuando se aterrizaba en el mundo laboral, en lo poco que quedaba de la empresa privada importante, era mejor ser amigo del jefe que tener un título universitario. Eso lo saben los miles de vigilantes de seguridad, licenciados en ésto y en lo otro que no encontraron otra salida después de esforzarse en los estudios durante cinco o más años. Un esfuerzo baldío, el dinero invertido por los padres destinado al fracaso.

No sólo universidades, como he dicho antes, los nuevos y sofisticados amos del mundo, requerían entretenimiento acorde con su nueva situación. Cada comunidad autónoma, su propia orquesta, su propia escuela de música, de cine. Todo sufragado con dinero público. Nuevos aeropuertos con firma de arquitecto de culto. Museos. Centros de interpretación. Todo formaba parte de la nueva economía de los servicios.

El beneficio extraordinario lo permitía. Pero el gran pecado, al menos en España, estaba en el sector inmobiliario. El gran corruptor. Si observamos ahora mismo, la gran estafa, el gran foco de corrupción, siempre está relacionado con la construcción. ¿Porqué? . El secreto está en hacer escaso lo abundante. España es un país poco poblado, con grandes extensiones de terreno en los que podría construirse a precio asequible, sin embargo, la Ley del Suelo vigente, deja en manos de los políticos declarar un terreno urbanizable. Esta legislación es al final pasto de especuladores salvajes. Si Juan Español quiere construir en un terreno de su propiedad no puede porque está declarado como rústico, si Juan Especulador se lo compra, su contacto en el Ayuntamiento lo recalifica y los dos se forran.

Y todo esto lo permite la conversión de toda la riqueza acumulada en occidente a lo largo de los años, en ese elemento tan manejable y caro a los economistas, el dinero. El dinero y sus enormes posibilidades de transformación. Las acciones, fácilmente transmisibles, los derivados, los futuros, todo ello responde a una lógica importante para los nuevos economistas. Que sean fácilmente manejables para ellos y difícilmente comprensibles para el común de la población. La nueva jerga económica configura un lenguaje arcano, propio de los entendidos, asombro de quienes lo escuchan.
Juan Español observa que su vecino se ha comprado un Mercedes, el vecino le dice que ha invertido en ésto y en lo otro, hay que mover el dinero Juan, habla con mis gestores. Y Juan Español va a la oficina de hombres imponentes colgados del teléfono móvil, de mujeres de película, falda a media pierna y perfume mareante y allí le preguntan. ¿Usted qué perfil de inversor tiene?. Cara de susto de Juan Español y gesto displicente de Juan Especulador, “pobre ignorante”, luego después de explicarle que por lo que adivinan de su personalidad, más bien responde al tipo de inversor prudente, le venden una cesta, algo parecido a un lote navideño, compuestos de diversos productos de inversión que prometen un beneficio mínimo de un seis por ciento anual. Juan Español invierte sus ahorros en la nueva forma de hacer dinero sin trabajar, y a los tres meses recibe un extracto de sus gestores que tras un trabajoso análisis parece indicarle que de los cincuenta mil euros invertidos, ahora le quedan cuarenta y nueve mil quinientos. Dejamos aquí, enfrentado al espejo del recibidor de su casa que le devuelve la imagen de un hombre al borde del pánico, a nuestro inversor de la nueva economía.




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