CRISIS ECONÓMICA V
Habíamos quedado en el
post anterior en que la capacidad productiva trasvasada a o otros
países había dejado a los empleados europeos, especialmente a los
españoles, en una situación precaria.
Además había generado
un impresionante aumento del desempleo y un resurgimiento de la
pobreza como no se veía en Europa desde antes de la segunda guerra
mundial. Todo ello para preservar e incluso aumentar los beneficios,
la proporción que en el reparto de la riqueza de un país se llevan
los que siempre mandan. Al amparo de los nuevos paradigmas, (no tan
nuevos como hemos visto en un post anterior), que los ideólogos del
nuevo liberalismo proclamaban, los países europeos y Estados Unidos
habían iniciado una política de transferencia de tecnología y
capital que sólo puede calificarse de traición a sus propios
ciudadanos. Y también debemos tener en cuenta que en esas políticas
de desmantelamiento industrial habían participado con entusiasmo los
propios sindicatos y partidos políticos de tendencia socialista.
Hasta los más
conservadores se alarmaron. Alvin Toffler era un especialista en
prospectiva, es decir, una técnica que intentaba predecir el futuro
estudiando los cambios que ya se estaban produciendo en el presente y
descubriendo mediante el ejercicio de la lógica, qué caminos se
estaban abriendo en la nueva economía y hacía donde debían
encaminarse los esfuerzos de los gobernantes para dar respuesta a la
terrible situación que se estaba produciendo. El presidente Reagan
era republicano y de inmediato se le colgó la etiqueta de
ultraconservador, pero era lógico que en un sistema con cada vez
menos ingresos, se intentara controlar el gasto público. Reagan
preguntó a Toffler, hacía donde se dirigía el nuevo sistema
económico. El único sector que en el futuro iba a crear empleo era
el sector servicios, le respondió Toffler, y Reagan con esa
inteligencia natural que le caracterizaba, resumió la cuestión con
una pregunta lapidaria. ¿Eso quiere decir que en adelante todos
vamos a cortarnos el pelo unos a otros?. ¿Todos vamos a ser
peluqueros?
Sonrisas por parte de
Toffler.
Pero esa era la triste
realidad. Lo que los nuevos economistas proponían como solución a
un desempleo vergonzoso, era el sector servicios. Yo soy testigo, por
haberlo vivido en primera persona. En la fábrica en que yo
trabajaba, se puso en marcha un programa de bajas voluntarias. La
empresa, para entonces ya embarcada en un traslado salvaje de
maquinaria y tecnología a países diversos, sobre todo
sudamericanos, ofreció un sistema de indemnizaciones para todos
aquellos que quisieran finiquitar su contrato de trabajo. Como todos
los trabajadores veían el cariz que estaban tomando los
acontecimientos, muchos acabaron aceptando la cantidad ofrecida y una
vez abandonada la empresa invirtieron lo recibido en sectores que
comenzaban a despegar con fuerza. Bares, tiendas de periódicos y
material escolar, talleres de reparación de motocicletas y cosas
similares. La nueva economía de servicios tomaba fuerza.
Ahora bien, ¿de dónde
provenía el input, el dinero que la gente, una vez perdida la
producción industrial iba a gastar en los servicios que comenzaban a
ofrecerse?. Pues lógicamente, del incremento bestial de beneficios
societarios, que no empresariales, que comenzaban a revertir de los
países que asumían ahora la producción abandonada. El modelo
anterior, Europa produce bienes manufacturados con alto valor añadido
y los vende a los países que no tienen esa tecnología, cambiaba por
el de, los países en desarrollo producen lo que yo antes les vendía
y ahora les sigo vendiendo, pero mucho más barato, el incremento de
beneficios va a parar a los anteriores empresarios capitalistas y una
parte importante a los nuevos gestores, (ejecutivos, economistas,
abogados con cursos específicos en dirección de empresas, etc).
Y estos ciudadanos
ejemplares del nuevo modelo económico, van a hacer el favor de poner
sus ingresos en circulación, exigiendo a cambio, el trato que
corresponde a los nuevos triunfadores. Gastarán su dinero en
restaurantes de lujo, asistirán extasiados a las funciones musicales
de alto nivel. Comprarán cuadros de pintores renombrados. Pero sobre
todo especularán. Compra venta de acciones, inversiones en
discotecas que atraerán el turismo internacional. Parques temáticos.
Y el gran negocio posterior a la desindustrialización, (en España
se llamó reconversión industrial, pero en realidad fue una
demolición absoluta, total, un desmantelamiento sin retorno
posible), el inmobiliario.
Este sistema de nuevos
ricos, necesitaba imperiosamente la colaboración de lo público.
Creación de nuevas universidades que convencieran a la población de
que los nuevos licenciados iban a vivir la vida de película, de
serie de televisión que por entonces comienzan a hacer furor. Todo
era una estafa, por supuesto, que impedía las tradicionales
revueltas estudiantiles, pero en aquel momento nadie lo veía o
quería verlo. Millones de universitarios españoles colocados en las
nuevas aulas de las sofisticadas construcciones públicas, esperaban
ser empleados de inmediato en puestos de trabajo acordes con lo
prometido. Despacho, secretaria y ordenador debían estar preparados
para el nuevo licenciado vestido con traje y corbata. La realidad
contradecía semejantes expectativas. Cuando se aterrizaba en el
mundo laboral, en lo poco que quedaba de la empresa privada
importante, era mejor ser amigo del jefe que tener un título
universitario. Eso lo saben los miles de vigilantes de seguridad,
licenciados en ésto y en lo otro que no encontraron otra salida
después de esforzarse en los estudios durante cinco o más años. Un
esfuerzo baldío, el dinero invertido por los padres destinado al
fracaso.
No sólo universidades,
como he dicho antes, los nuevos y sofisticados amos del mundo,
requerían entretenimiento acorde con su nueva situación. Cada
comunidad autónoma, su propia orquesta, su propia escuela de música,
de cine. Todo sufragado con dinero público. Nuevos aeropuertos con
firma de arquitecto de culto. Museos. Centros de interpretación.
Todo formaba parte de la nueva economía de los servicios.
El beneficio
extraordinario lo permitía. Pero el gran pecado, al menos en España,
estaba en el sector inmobiliario. El gran corruptor. Si observamos
ahora mismo, la gran estafa, el gran foco de corrupción, siempre
está relacionado con la construcción. ¿Porqué? . El secreto está
en hacer escaso lo abundante. España es un país poco poblado, con
grandes extensiones de terreno en los que podría construirse a
precio asequible, sin embargo, la Ley del Suelo vigente, deja en
manos de los políticos declarar un terreno urbanizable. Esta
legislación es al final pasto de especuladores salvajes. Si Juan
Español quiere construir en un terreno de su propiedad no puede
porque está declarado como rústico, si Juan Especulador se lo
compra, su contacto en el Ayuntamiento lo recalifica y los dos se
forran.
Y todo esto lo permite la
conversión de toda la riqueza acumulada en occidente a lo largo de
los años, en ese elemento tan manejable y caro a los economistas, el
dinero. El dinero y sus enormes posibilidades de transformación. Las
acciones, fácilmente transmisibles, los derivados, los futuros, todo
ello responde a una lógica importante para los nuevos economistas.
Que sean fácilmente manejables para ellos y difícilmente
comprensibles para el común de la población. La nueva jerga
económica configura un lenguaje arcano, propio de los entendidos,
asombro de quienes lo escuchan.
Juan Español observa que
su vecino se ha comprado un Mercedes, el vecino le dice que ha
invertido en ésto y en lo otro, hay que mover el dinero Juan, habla
con mis gestores. Y Juan Español va a la oficina de hombres
imponentes colgados del teléfono móvil, de mujeres de película,
falda a media pierna y perfume mareante y allí le preguntan. ¿Usted
qué perfil de inversor tiene?. Cara de susto de Juan Español y
gesto displicente de Juan Especulador, “pobre ignorante”, luego
después de explicarle que por lo que adivinan de su personalidad,
más bien responde al tipo de inversor prudente, le venden una cesta,
algo parecido a un lote navideño, compuestos de diversos productos
de inversión que prometen un beneficio mínimo de un seis por ciento
anual. Juan Español invierte sus ahorros en la nueva forma de hacer
dinero sin trabajar, y a los tres meses recibe un extracto de sus
gestores que tras un trabajoso análisis parece indicarle que de los
cincuenta mil euros invertidos, ahora le quedan cuarenta y nueve mil
quinientos. Dejamos aquí, enfrentado al espejo del recibidor de su
casa que le devuelve la imagen de un hombre al borde del pánico, a
nuestro inversor de la nueva economía.
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