AMOR Y SUFRIMIENTO. ESTE VIDEO TE PONDRÁ LOS PELOS DE PUNTA
TIERRA ANTIGUA, TIERRA JOVEN Y
SED DE MAL. (1)
En una WEB católica uno de sus
articulistas ha venido publicando una serie de artículos, cuatro en total, en
los que mediante una serie de razonamientos que a un lego en materia
científica, a mí mismo por ejemplo, le parecen bastante lógicos, aboga por una
interpretación literal de la Biblia acerca de la antigüedad del planeta Tierra
en el que vivimos y en consecuencia cifra su existencia en el espacio y, por
supuesto atribuye dicha existencia a un
proceso de creación en tiempo limitado (seis días y el séptimo descansó), en
unos seis mil años de tiempo.
No se trata aquí de iniciar
debates ni discusiones sobre esta cuestión. Para eso haría falta una formación
científica de la que yo, al menos, carezco. Pero sí de hacer algunas
apreciaciones sobre esta serie de artículos que al menos a los que tenemos fe
nos proporciona cierta esperanza o fundamento de tipo científico o al menos racional.
La fe, la creencia, es desde
luego algo absolutamente irracional. Lo que vemos, lo que sentimos, lo que pensamos, es sólo
producto de una serie de reacciones bioquímicas que acontecen en todo nuestro
cuerpo y, por lo que respecta a los grandes sentimientos, amor, odio,
felicidad, tristeza, tienen lugar en el intrincado interior de nuestro cerebro.
Llegar, por tanto, a inferir la
existencia de Dios, del Cielo, del Infierno, pertenece, como dijo Borges acerca
de la Teología, al género de la ciencia ficción.
Pero existe también una historia,
una historia que se remonta tal vez a
hace cuatro mil o más años. Y desde el comienzo de esa historia de la que algo
sabemos, porque fue escrita, el ser humano siempre ha creído en la
trascendencia, ha edificado mundos ultraterrenales habitados por seres
poderosos y superiores que nos pedirán cuentas acerca de nuestra actuación en
esta vida una vez la abandonemos. En general el ser humano, salvo los
intelectuales más reputados, entre ellos también filósofos antiguos, siempre ha
sentido la necesidad de creer, de existir más allá de esta vida, porque, y en
eso científicos y no científicos, creyentes y ateos estarán de acuerdo, sin esa
fe, sin esa esperanza en un mundo más allá de éste, es imposible hallar un
mínimo de sentido lógico a nuestra presencia en el cosmos.
.
Y aquí nos encontramos frente a
las dos grandes teorías. Una científica, es decir avalada por los grandes
intelectuales del siglo XXI, por sus pruebas de laboratorio, sus
investigaciones empíricas y sus complejísimos cálculos acerca de composiciones
celulares y posible existencia de partículas misteriosas que serían la clave de
la realidad que conocemos, (el bosón de Higgins) que según parece anula la
necesidad de un Dios creador puesto que esta partícula explica el salto de la
nada a la existencia material. Y otra, a la que los teóricos de la ciencia
ortodoxa evolucionista, niegan la condición de científica, que sería la que se
conoce como del diseño inteligente.
En resumen, o se necesita una causa
última o primera, según se vea, un creador, sea éste quien sea, o no, y en este caso la explicación de
nuestra presencia en este mundo se entiende por la llamada, en general, Teoría
de la Evolución, es decir, desde esa partícula elemental que surge de la nada
todo habría ido evolucionando, cambiando hasta dar lugar a la aparición de
nuestro planeta y de la vida en él. Esto, como es obvio, requiere abundancia,
infinitud de tiempo. Entender la vida
humana en el planeta Tierra necesita que éste tenga miles de millones de años,
sólo así se explicaría que de la primigenia sopa química se hayan podido
producir los miles de millones de micro cambios necesarios para que nosotros con DNI e identidad propia
estemos aquí.
También se infiere otra
consecuencia, ésta más deprimente. No somos nada, sólo un producto casual de
infinitas combinaciones bioquímicas y ambientales. Desde el punto de vista de
un científico evolucionista, sólo somos un virus letal para el planeta, una
metástasis de un cáncer peligrosísimo para la propia existencia de la vida vegetal
y animal en la Tierra, un ser destructor que se obstina en imponerse a la
Naturaleza, en transgredir sus leyes que constantemente hablan de equilibrio
ecológico. No es, por tanto anecdótico que los auténticos dirigentes del Planeta, los intelectuales de
siempre, los que desde la altura de su capacidad craneal, de sus IQs de vértigo, saben, conocen, deciden, especulan y sobre todo instruyen a
los líderes operativos acerca de sus de cómo deben dirigir el mundo, estén
sembrando desde hace décadas la idea del exceso de presencia humana en este
mundo. La superpoblación (la ajena, es decir, la de los que no son ellos) es
insoportable. Control de natalidad, aborto, emigración de lugares superpoblados
en los que todavía quedan leones, hienas, elefantes y demás hacia la vieja y ya
esquilmada Europa, dejará que estos paraísos de vida natural puedan seguir
existiendo para el estudio y solaz de los que al final del proceso queden al
mando del Planeta.
Por el contrario, los que creen
en un Ser Creador, sobre todo los que creemos en la Biblia, insisto en que no
es una creencia racional, vemos al ser humano como una criatura superior a la
que Dios ha hecho a su imagen y semejanza, a la que ha conferido la condición
de hijo suyo, y además el derecho y el
deber de crecer y multiplicarse aprovechando los recursos de la Tierra.
Hay, es evidente, cierto grado de
egoísmo de especie en esta visión del ser humano y del mundo en el que habita,
pero también cierta necesidad de ser algo más que un virus destructor y por
tanto prescindible, porque si aceptamos tontamente las tesis evolucionistas,
con el correspondiente y cariñoso masaje sobre el hombro de los que nos
instruyen «tú sí que eres inteligente y no te dejas manipular por esos
vendedores de mitos y brujerías medievales», rebajamos, admitimos nuestra
condición de excedentes humanos, y de ahí a elaborar los oportunos programas de
exterminio asistido no hay más que un
pequeño paso.
Acordémonos una vez más del
denostado régimen nazi. Su fundamento era racial, eugenésico, la raza germana
era superior y debía prevalecer. La teoría de la evolución, por entonces más
burda que la que actualmente llaman neodarwinismo,
proclamaba la supervivencia del más fuerte. El vencedor en la lucha de machos
animales de todas las especies, era el único que tenía derecho a transmitir su
carga genética. El hombre, por el contrario, con sus ideas de justicia divina,
de amor y ayuda a los débiles, sólo estaba deteriorando la raza humana y
singularmente la raza superior por antonomasia. Todos sabemos lo que luego
pasó.
Y ahora mismo, una empresa de
biogenética AQUÍ ha utilizado con gran escándalo, pero al mismo tiempo con gran repercusión
mediática (que era de lo que se trataba)
la imagen de una niña, de un ser humano, de una hija de Dios, según los
que tenemos fe, y la ha reducido a la condición de indeseable consecuencia de
no utilizar sus repugnantes servicios.
Los que sin saber, se ríen, sin
pensar hablan, sin meditar acerca de las consecuencias aceptan el diseño
científico de los que ya han matado a Dios, deberían tener más cuidado. Sin
Dios, sólo tenemos intelectuales, abogados, científicos, médicos, físicos y
matemáticos, todos muy listos, pero sinceramente, a mí esta gente me preocupa bastante.
Sé que no es científico, sé que
no es racional, sé que todo el mundo cree a pies juntillas en la evolución, sé
que se ha decretado la muerte de Dios y que se persigue con saña especial al
Cristo Dios hecho hombre, no acierto a comprender esta obstinación contra un
inofensivo grupo humano en cuyas filas
cada vez militan menos personas. Pero, a pesar de todo, ruego a Dios para que
la Tierra sea joven y los cuentos
bíblicos sean, después de todo, ciertos.
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