Los propietarios,
los que tenían a través de sociedades anónimas el poder de
decisión sobre compras ventas y personas comenzaron a lanzar la
toalla. Contrataron a los cerebritos educados en las glamurosas
universidades USA o en sucedáneos nacionales de Barcelona y Madrid.
Las fábricas, los
pabellones, las miles de personas que vivían a toque de sirena en
ciudades y pueblos industrializadas de España se adentraban en los
nuevos tiempos democráticos de la Constitución del 78.
Llegaron pues los
economistas, los gestores, los consejeros delegados, como quieran
llamarlos.
Los empresarios
tradicionales cubiertos de grasa, orgullosos de su patrimonio
industrial, fueron acorralados entre terroristas, sindicatos y
órdenes venidas desde los Estados Unidos.
Los nuevos gerentes
tenían grandes ideas empresariales. Querían ganar más, sobre todo
ellos. Necesitaban colaboración y la obtuvieron. Los representantes
sindicales acudieron entusiasmados a los cónclaves de los nuevos
directivos. Allí todo olía a suave perfume del poder económico.
Los pulcros ejecutivos, enfundados en trajes cortados a medida,
exhalaban un secreto poder de seducción ante el que los trabajadores
elegidos supuestamente para defender los intereses proletarios
sucumbieron de inmediato. Era inevitable.
Los sindicalistas,
miembros de los comités de empresa que nunca representaron a los
trabajadores y sí a intereses comunistas y ultraliberales asistieron
a las reuniones convocadas por los nuevos gerentes empresariales, al
principio precavidos y después, cuando la nueva dirección les
suministraba dosis estudiadas de jabonosa simpatía, acabaron por
sucumbir a las tácticas de seducción que conducirían finalmente a
la demolición industrial española.
Las oficinas
sindicales elaboraron cursos de capacitación para los miembros de
comités y delegaciones sindicales sorprendentemente coincidentes con
las prolijas explicaciones de los economistas al mando de las
empresas. Así aprendieron el secreto inconfesado del triunfo
empresarial de los antiguos patronos ahora relegados a la mera
tenencia de acciones. La receta que los empresarios habían ocultado
era parecida a un menú de restaurante y constaba de dos papelotes
fundamentales. La cuenta de pérdidas y ganancias y el balance de
situación. La contabilidad, técnica que se consideraba secundaria y
al servicio de la producción y distribución de mercancías, pasaba
a ser el centro de las decisiones económicas. Los pasmados
sindicalistas abandonaban entusiasmados las tenidas con la dirección
de la empresa: “¿esto era todo?. Con saber distinguir las partidas
del balance y los números de la cuenta de pérdidas y ganancias ya
estamos preparados para dirigir cualquier empresa, sociedad anónima,
limitada…, lo que sea”.
Muchos de ellos
comenzaron a soñar con dirigir empresas, bancos, tinglados de lo más
variado y sorprendentemente algunos acabaron en consejos de
administración de sociedades económicas importantes. Todo era
posible para cada uno de los agraciados en el bombo de las elecciones
sindicales siempre manipuladas y siempre dirigidas de arriba hacia
abajo. El auténtico sindicato vertical.
Desgraciadamente
para los trabajadores incautos que durante el franquismo había
conseguido empleos industriales con horarios controlados, fines de
semana libres y salarios más o menos decentes, los nuevos tiempos
exigían su sacrificio. Sacrificio aceptado por la mayoría de ellos,
incapaces de salir del control mental establecido por las huestes
sindicales y el machaqueo sistemático de los periódicos, radios y
cada vez más abundantes televisiones.
Porque esos dos
documentos contables eran ácido corrosivo puro para destruir
inmuebles, empleos y vidas.
Así, los
sindicalistas asistían impávidos a la llamada reconversión
industrial socialista que básicamente era la entrega de toda la
industria española a los intereses europeos, alemanes, franceses,
holandeses, italianos… a cambio de la entrada en el siniestro
tinglado europeo que ha acabado convirtiéndose en la actual UE,
donde reinan señoras inasequibles al desaliento destructor de toda
Europa y a la sumisión perruna al Islam, al judaísmo y a todo lo
que huela a africano. El imperio romano destruido definitivamente,
invadido y financiado por la gerencia europea.
Pero estábamos en
el documento en cuestión. Toda la industria nacional reducida a
números y cuentas que se resumían en el balance de situación y la
cuenta de pérdidas y ganancias. En esta última los gerentes, CEOS
del momento situaban a los trabajadores ante el asentimiento perruno
de sus supuestos representantes y defensores del proletariado en unas cuentas que
empezaban por 6, es decir, las cuentas de gastos corrientes.
Electricidad, suministros, gastos varios, todos ellos indeseables
partidas negativas que gravan los beneficios. En los seises de
gastos, los peores, los más odiados por la gerencia eran los 64... los
llamados gastos de personal. Del personal de abajo, por supuesto, no
del personal de las altas esferas fabriles. El asunto transcurrió
como era previsible. Los gerentes venidos de Madrid, Barcelona,
viajeros impenitentes en aviones que los llevaban y traían de las
residencias privadas con piscina, cientos de metros cuadrados de
vivienda para que sus mujeres e hijos no sufrieran la criminal
aglomeración de los pisos de sesenta metros, residencias con
vigilancia privada, garita y barrera a la entrada que se disfrutaban
los fines de semana por la familia, amigos y confidentes. Estancias
semanales en hoteles de varias estrellas y supuesta entrega al
trabajo y a la empresa que pagaba generosamente en dinero y en
acciones a estos prohombres del siglo XX. Trabajo que consistía
básicamente en ver cómo deshacerse de empleados embutidos en buzos
azules manchados de grasas y aceites repugnantes que solo causaban
las consabidas molestias que había que lidiar en orden a conseguir
lo que los modernos tiburones blancos empresariales tenían por
objeto.
El objetivo
fundamental era forrarse, por supuesto. Lo decía claramente el
fallecido Botín: crear valor para el accionista. O sea que las
acciones subieran de precio sin importar la manera en que se
consiguiera. Al margen de la especulación las fábricas españolas,
en manos como digo de tiburones de última generación, encontraron
la más eficaz de las maneras para conseguir que las acciones
subieran en el mercado ultraliberal que se estaba gestando. Embalaje
de máquinas, proliferación de palets y entrada y salida de camiones
de gran tonelaje cargados con las susodichas máquinas a cargo de
toros mecánicos, ya saben, esas máquinas que arrastras dos enormes
dientes construidas para cargar los palets y lo que llevan a bordo de
los medios de transporte. Todo un patrimonio de máquinas construido
a lo largo del tiempo y del trabajo en movimiento hacia países
emergentes con mano de obra a precio de risa. El proletariado
nacional ganaba demasiado dinero. Por aquel entonces los trabajadores
españoles cobraban el equivalente a lo que ahora son mil euros con
la diferencia de que las ciento cincuenta mil o sesenta mil pesetas
mensuales daban, en realidad para bastante más que ahora.
En cuanto a
inmuebles tales como pabellones, bajos de edificios dedicados a la
industria, zonas urbanas ocupadas por un interminable rosarios de
construcciones grises que albergaban máquinas, almacenes, producto
acabado de metal…, para todo ello se decretó vía gubernamental,
la demolición y la transformación de suelo industrial en urbano a
precio desorbitante para constructores aprovechados y compinchados
con el poder municipal. Hipotecas, préstamos, créditos, todo
financiado por los bancos y cajas de ahorro que habían sido
obligados a desprenderse de activos industriales y empresariales. Los
bancos debían dedicarse a su negocio, exclusivamente. Nada de
canalizar el ahorro hacia el desarrollo económico y social como
hasta entonces. Órdenes de USA fielmente transmitidas por las
escuelas de negocios nacionales. En definitiva los bancos y cajas
reconvertidas prestaron y siguen haciéndolo, el dinero que no
tenían. Un dinero a futuro, un salto en el vacío. Todo dependía de
que las casas, los pisos, pudieran ser vendidos al precio estipulado.
Y lo fueron. ¿Cómo?, pues reconvirtiendo el dinero falso que los
bancos habían prestado en deuda perpetua de los felices adquirentes
de pisos y casas tras la demolición industrial. Luego vino la
burbuja y demás y todo el mundo creyó que podía vender el piso todavía sin
pagar que valía 3 millones a 20 millones y endeudarse por otros 10
para adquirir un piso mejor y más grande a 30 millones. Eso era la
burbuja. Y explotó. Pero estábamos en el sector estratégico. En
este caso, el industrial.
Todos los
trabajadores al paro. Todos sustituidos por ciudadanos del tercer
mundo. Naturalmente, los economistas y gestores que se encargaron de
llevar a cabo el expolio encontraron algunas ideas, algunos mantras
simples para convencer a los señores de mono azul. “Lo que estamos
haciendo es trasladar estos trabajos repetitivos y alienantes a otros
países porque nuestros trabajadores están en otro nivel y tienen
que hacer cosas más complicadas”. Así algunos que otros tuvieron
la oportunidad de abandonar el mono azul y vestir camisa y pantalón de domingo para ocupar puestos de oficina al servicio de la
comercialización de productos antes “made in Spain” y ahora
provenientes de India, China y similares.
En definitiva: ¿Cuál
ha sido el motor de todo este aparente desarrollo económico de
finales del S. XX y principios del actual? Pues la receta clásica
del ultramontanismo liberal. Según David Ricardo economista clásico
inglés y autor de lo que se llamó la ley de bronce de los salarios.
Lo que un trabajador debe percibir es solamente lo necesario para
alimentarle a él, a su mujer y a dos hijos que serían en el futuro
los sustitutos en uno u otro papel de los progenitores proletarios, ya viejos y desechables, necesarios para
el empresario. Lo dijo sobre el siglo XIX, creo yo. En todo caso la
ley seguía vigente, solo que trasladaba la producción a países en
los que los asalariados aceptarían condiciones impensables en la
apoltronada Europa. El retorno del beneficio para accionistas y
gestores ha sido bestial y eso ha permitido repartir las migajas
sobrantes entre camareros, vendedores a comisión, publicistas,
restauradores y todo tipo de excedentes humanos expulsados de la
producción industrial al mercado desregulado del McDonals, Uber,
pizzas a domicilio, sector turístico y demás.
La guerra de Ucrania
ha puesto de manifiesto los siguiente. USA e Inglaterra han causado,
sin duda ninguna, esa guerra. Pensaban ganarla como hicieron en
Afganistán e Irak. Un patadón a la puerta podrida y a continuación
desmantelamiento de cualquier estructura nacional que pudiera frenar
la depredación de recursos y materias primas a cargo de empresas
USA, francesas, inglesas, etc. La estrategia era una guerra corta
que desmoronara cualquier resistencia a la tecnología USA y luego la
entrada del ejército regular para a continuación resguardarse en
fuertes tipo Apache, que se denominan bases militares en este
momento. En todo caso se podía conseguir una revolución interna que
echara fuera a gobiernos indeseables, tal como sucedió en Libia y se
intenta en Siria.
Pero con Rusia han
fracasado, de momento. El ejército ruso tiene un sector estratégico
industrial detrás que le permite mantener una tasa de reposición de
munición y medios de ataque y defensa sorprendente. El motivo es que
al revés que la OTAN sigue disponiendo de industria propia y no se
ha desprendido de ella para entregarla a otros países, al contrario
que occidente que solo piensa en el aire ecológicamente limpio, en
bosques verdes y repletos de lobos, osos y demás fauna cuaternaria y
en la eliminación del factor insoportable, Ee varón blanco
tradicional. véanse equipos de fútbol europeos ya totalmente fundidos en negro. En Rusia piensan de otra forma y quizá por ello quieren
demolerla. De momento han fracasado. Esperaban una revolución
interna tal como intentó el jefe de la Wagner, pero Putin es perro
viejo del KGB. La munición OTAN se acaba, la tecnología rusa es
probablemente similar a la norteamericana y el pueblo ruso es hueso
duro de roer. En definitiva Rusia lo tiene todo para resistir y
ganar. Un sector primario boyante (agricultura), materia prima en
abundancia (petróleo), un sector secundario al parecer muy eficiente
y una voluntad de resistir a los lobys occidentales, tales como LGTB,
multiculturalidad y cosas semejantes, nacidas del retorno a cierta
espiritualidad y fe religiosa abolidas en occidente.
Como conclusión.
Hace unos años, todavía no había comenzado la guerra de Ucrania,
los medios propagandísticos españoles, que no de comunicación,
insistían en que el PIB ruso era parecido al español solo que
nosotros teníamos una población cuatro veces menor. Otra vez los
malditos formularios de los economistas que nos engañaron y vuelven
a hacerlo. ¿Cómo miden el PIB?, sinceramente no lo sé, ni me
interesa, pero a la vista de lo que está ocurriendo en Ucrania lo
más probable es que nuestro formulario PIB nacional esté repleto de
partidas estúpidas, tales como restaurantes Michelín, pisos
turísticos, chiringuitos en la playa, televisiones de todo
ámbito,museos de artes y ciencias, parques tipo Disney, etc.
Sea como sea y dicho
en términos coloquiales, no tenemos media torta y sería mejor que
nuestro aguerrido ejército retornara de los andurriales rusos donde
no se nos ha perdido nada y donde a poco tardar vamos a tener un
disgusto.
En todo caso es
evidente que hay una mano negra que está detrás de todo y
singularmente detrás de las desgracias de España. Acabaron con el
sector industrial, nos pusieron a todos en modo camarero. Ahora se
van a cargar el sector turístico y el agrícola. Y para que nadie
proteste organizan la invasión africana y marroquí, mientras los
que habitan las alturas de la pirámide se resguardan en zonas
residenciales con seguridad privada o a cargo de la Guardia Civil,
Iglesias y señora y a los demás que nos den...