Algo
está cambiando en el sistema político de los países occidentales. En los
Estados Unidos han irrumpido con fuerza dos
candidatos que los medios oficiales, sobre todo los europeos, consideran extremistas.
Trump
en el bando republicano y Sanders en el demócrata. Representan allí una revolución semejante a la que
significan los nuevos partidos radicales por el extremo derecho o el izquierdo del
espectro ideológico que están apareciendo en la vieja Europa todavía sometida al
imperio norteamericano.
El
sistema oficial, el régimen de lo
políticamente adecuado no ha tardado en reaccionar contra estas amenazas
emergentes para lo reglamentariamente establecido, singularmente los medios de
comunicación que hace tiempo han dejado de serlo para convertirse en servidores
del amo que les paga.
Los
periódicos oficiales, sean digitales o escritos, ya no están al servicio de la
verdad sino de la propaganda política y económica. Los medios de izquierdas
piden, exigen eso que se conoce como progresismo, progresar, avanzar, romper
con lo viejo y construir lo nuevo. Si lo viejo es la familia clásica, debe
destruirse, si lo viejo es el modo de producción industrial en factorías que
dan trabajo a miles de empleados, debe destruirse, si lo viejo es la religión
cristiana, debe también aniquilarse y progresar, avanzar, innovar, crear nuevas familias monoparentales, nuevas
y pedagógicas estructuras sociales con
progenitores A y B, nuevas formas de producción energética a base de molinos de
viento, de huertos solares, de desaladoras de agua marina, el coste económico
no importa, el coste social tampoco, todo es poco para seguir avanzando.
Por
el lado opuesto, los medios liberales, piden total libertad de decisión para
empresas y personas físicas, defienden la familia, el trabajo, la religión en
cuanto expresión de libertad personal, pero en estos asuntos no inciden
demasiado, lo importante es el mercado, la bolsa, las inversiones y la
expansión del ámbito universal de intercambio que permita el negocio de la
compra y venta de bienes, servicios y activos financieros venenosos a costa de lo que sea. El
supuesto derecho a hacerse inmensamente ricos de algunos, pocos, prevalece por encima de los despidos masivos y
de la miseria occidental en franca expansión. Todo consiste, ha consistido en
el embalaje y traslado de medios de
producción a China y países similares, siguiendo el lema, la idea fuerza que ha
tenido tanto éxito, «cualquier cosa que pueda fabricar un trabajador europeo o
norteamericano a precio de mil, la producirá un enjambre de trabajadores asiáticos,
hindúes, o de cualquier otra etnia que disponga de miles de millones de posibles
proletarios, a la centésima parte de su coste anterior».
Problema.
Hay que narcotizar, humear al igual que se hace en el panal de abejas,
atolondrar como sea a la población occidental para que no se dé cuenta de que
le están extrayendo, robando, expoliando, literalmente, dejándola a la
intemperie más absoluta.
Solución. Tres estrategias.
1. Los medios, sus tendencias y sus
analistas. En el fondo, tanto las izquierdas como los liberales coinciden en
los fines. Los progresistas destruyen el tejido social, familiar, tradicional y
lo sustituyen por oleadas de nuevos políticos, de nuevas políticas, de ingentes
mareas de nuevos parásitos colgados de las ubres del presupuesto público y los
otros, insisten hasta la demolición de cualquier esperanza en las políticas de
expolio y venta de lo poco que queda de lo que antes teníamos, cobrando, eso sí, su exigua comisión
que sobre cantidades astronómicas de patrimonio trasvasado a otras economías no dejan de ser para esta clase de fulanos privilegiados por el sistema,
emolumentos respetables con los que pueden seguir como hasta ahora, viviendo
una agradable existencia de solventes tertulianos creadores de opinión.
2. Los medios televisivos y sus
series y reallitys, cada vez más extravagantes, más pornográficos, más
alienantes.
3. Fomento de inmigración masiva
proveniente de las extrañas guerras y de los contendientes aún más extraños e
incomprensibles que pugnan, que pululan, nadie sabe por qué ni para qué, en los
escenarios bélicos surgidos tras las «esperanzadoras revoluciones de colores»,
«primaveras árabes», etc., tan publicitadas, jaleadas, animadas por nuestras
televisiones , sus simpáticas presentadoras
y apuestos telepredicadores en su
momento.
Todo es, todo parece, curioso y
al mismo tiempo oscuro como la boca del lobo. Millones de inmigrantes atraídos,
animados por nuestros propios dirigentes, los mismos que organizaron las
guerras de las primaveras árabes, ucranianas, etc., que no parecen tener otro
objetivo que someter a los posibles protestones bajo la admonición que se
repite, sin que se diga, sin que sea necesario que se exprese con absoluta
claridad, pero que llega en forma de mensaje de obligada obediencia a los
cerebros secuestrados por lo políticamente correcto de los ciudadanos de
occidente. «Tú de qué te quejas, si vives en un paraíso, comparado con el
infierno del que vienen estos pobres desgraciados».
Y están también esos avisos
sistemáticos, insistentes, cada vez más intensos a cargo de pomposos titulados
y doctores por las más prestigiosas escuelas de negocios mundiales, de que el
sistema de pensiones es insostenible, la sanidad pública es insostenible, la
prestación por desempleo es insostenible, el estado del bienestar, en
definitiva, es insostenible y tiene los días contados. Se preconiza el aborto
como solución, el aborto de nuestro futuro en el convencimiento de que ya no
podremos dar a nuestros hijos un modo de vida digno. En el otro lado del tiempo
de vida que se ha convertido en insoportablemente largo para nuestros
presupuestos sociales, la eutanasia se extiende, el doctor Montes crea un
observatorio para la muerte digna que traducido quiere decir, muerte súbita, a bajo coste para hospitales públicos, abandono exprés de nuestra condición
viviente, rápida, éticamente certificada, y posterior compraventa de tejidos
humanos para suministro de laboratorios del doctor Frankenstein.
El
pánico, el terror, a perder lo poco que todavía tienen los ciudadanos
occidentales se extiende como las plagas provenientes de selvas africanas y
amazónicas que anualmente amenazan el precario bienestar, el escaso ir tirando
que queda a los atribulados habitantes de los Estados Unidos y de la vieja
Europa.
Y
es entonces cuando aparecen, el señor Trump y el señor Sanders y la señora Le
pen y otros similares que de inmediato son calificados de radicales, tachados
de ultras, expulsados de la sociedad de lo políticamente correcto. Veremos.
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