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martes, 23 de febrero de 2016

TRUMP Y SANDERS








Algo está cambiando en el sistema político de los países occidentales. En los Estados Unidos han irrumpido con fuerza dos  candidatos que los medios oficiales, sobre todo los europeos, consideran extremistas.

Trump en el bando republicano y Sanders en el demócrata. Representan  allí una revolución semejante a la que significan los nuevos partidos radicales por el extremo derecho o el izquierdo del espectro ideológico que están apareciendo en la vieja Europa todavía  sometida al imperio norteamericano.
El sistema oficial, el régimen  de lo políticamente adecuado no ha tardado en reaccionar contra estas amenazas emergentes para lo reglamentariamente establecido, singularmente los medios de comunicación que hace tiempo han dejado de serlo para convertirse en servidores del amo que les paga.



Los periódicos oficiales, sean digitales o escritos, ya no están al servicio de la verdad sino de la propaganda política y económica. Los medios de izquierdas piden, exigen eso que se conoce como progresismo, progresar, avanzar, romper con lo viejo y construir lo nuevo. Si lo viejo es la familia clásica, debe destruirse, si lo viejo es el modo de producción industrial en factorías que dan trabajo a miles de empleados, debe destruirse, si lo viejo es la religión cristiana, debe también aniquilarse y progresar, avanzar, innovar,  crear nuevas familias monoparentales, nuevas y pedagógicas estructuras sociales  con progenitores A y B, nuevas formas de producción energética a base de molinos de viento, de huertos solares, de desaladoras de agua marina, el coste económico no importa, el coste social tampoco, todo es poco para seguir avanzando.

Por el lado opuesto, los medios liberales, piden total libertad de decisión para empresas y personas físicas, defienden la familia, el trabajo, la religión en cuanto expresión de libertad personal, pero en estos asuntos no inciden demasiado, lo importante es el mercado, la bolsa, las inversiones y la expansión del ámbito universal de intercambio que permita el negocio de la compra y venta de bienes, servicios y activos financieros  venenosos a costa de lo que sea. El supuesto derecho a hacerse inmensamente ricos de algunos, pocos,  prevalece por encima de los despidos masivos y de la miseria occidental en franca expansión. Todo consiste, ha consistido en el  embalaje y traslado de medios de producción a China y países similares, siguiendo el lema, la idea fuerza que ha tenido tanto éxito, «cualquier cosa que pueda fabricar un trabajador europeo o norteamericano a precio de mil, la producirá un enjambre de trabajadores asiáticos, hindúes, o de cualquier otra etnia que disponga de miles de millones de posibles proletarios, a la centésima parte de su coste anterior».  

Problema. Hay que narcotizar, humear al igual que se hace en el panal de abejas, atolondrar como sea a la población occidental para que no se dé cuenta de que le están extrayendo, robando, expoliando, literalmente, dejándola a la intemperie más absoluta.

Solución. Tres estrategias.

1.   Los medios, sus tendencias y sus analistas. En el fondo, tanto las izquierdas como los liberales coinciden en los fines. Los progresistas destruyen el tejido social, familiar, tradicional y lo sustituyen por oleadas de nuevos políticos, de nuevas políticas, de ingentes mareas de nuevos parásitos colgados de las ubres del presupuesto público y los otros, insisten hasta la demolición de cualquier esperanza en las políticas de expolio y venta de lo poco que queda de lo que antes  teníamos, cobrando, eso sí, su exigua comisión que sobre cantidades astronómicas de patrimonio trasvasado a otras economías no dejan de ser para esta clase de fulanos privilegiados por el sistema, emolumentos respetables con los que pueden seguir como hasta ahora, viviendo una agradable existencia de solventes tertulianos creadores de opinión.

2.      Los medios televisivos y sus series y reallitys, cada vez más extravagantes, más pornográficos, más alienantes.

3.     Fomento de inmigración masiva proveniente de las extrañas guerras y de los contendientes aún más extraños e incomprensibles que pugnan, que pululan,  nadie sabe por qué ni para qué, en los escenarios bélicos surgidos tras las «esperanzadoras revoluciones de colores», «primaveras árabes», etc., tan publicitadas, jaleadas, animadas por nuestras televisiones , sus simpáticas presentadoras  y apuestos telepredicadores  en su momento.
   
   Todo es, todo parece, curioso y al mismo tiempo oscuro como la boca del lobo. Millones de inmigrantes atraídos, animados por nuestros propios dirigentes, los mismos que organizaron las guerras de las primaveras árabes, ucranianas, etc., que no parecen tener otro objetivo que someter a los posibles protestones bajo la admonición que se repite, sin que se diga, sin que sea necesario que se exprese con absoluta claridad, pero que llega en forma de mensaje de obligada obediencia a los cerebros secuestrados por lo políticamente correcto de los ciudadanos de occidente. «Tú de qué te quejas, si vives en un paraíso, comparado con el infierno del que vienen estos pobres desgraciados».
    
   Y están también esos avisos sistemáticos, insistentes, cada vez más intensos a cargo de pomposos titulados y doctores por las más prestigiosas escuelas de negocios mundiales, de que el sistema de pensiones es insostenible, la sanidad pública es insostenible, la prestación por desempleo es insostenible, el estado del bienestar, en definitiva, es insostenible y tiene los días contados. Se preconiza el aborto como solución, el aborto de nuestro futuro en el convencimiento de que ya no podremos dar a nuestros hijos un modo de vida digno. En el otro lado del tiempo de vida que se ha convertido en insoportablemente largo para nuestros presupuestos sociales, la eutanasia se extiende, el doctor Montes crea un observatorio para la muerte digna que traducido quiere decir, muerte súbita, a bajo coste para hospitales públicos, abandono exprés de nuestra condición viviente, rápida, éticamente certificada, y posterior compraventa de tejidos humanos para suministro de laboratorios del doctor Frankenstein.

El pánico, el terror, a perder lo poco que todavía tienen los ciudadanos occidentales se extiende como las plagas provenientes de selvas africanas y amazónicas que anualmente amenazan el precario bienestar, el escaso ir tirando que queda a los atribulados habitantes de los Estados Unidos y de la vieja Europa.

Y es entonces cuando aparecen, el señor Trump y el señor Sanders y la señora Le pen y otros similares que de inmediato son calificados de radicales, tachados de ultras, expulsados de la sociedad de lo políticamente correcto. Veremos.




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