La España del 78 arranca bajo el síndrome del
consenso. Básicamente y echando la vista atrás el tejemaneje político siempre
ha consistido en el cobro de la comisión correspondiente. En algunos posts
anteriores he relatado lo que creo que a lo largo de estos años ha estado
ocurriendo, por no incidir demasiado, el régimen del 78 permitió a los
sucesivos gobiernos el expolio de lo acumulado mediante imaginativas leyes y
frases fuerza, tales como «reconversión industrial» que en el fondo
significaban el empaquetado de maquinaria e industria, su envío a países en
vías de desarrollo (mano de obra a precio de risa), aumento exponencial de
beneficios y envío al desempleo de millones de trabajadores a cuenta del
presupuesto estatal.
El exceso de beneficio se repartía a través de la
denominada economía de servicios, dicho de otra forma, empleo autónomo
subvencionado con bajas incentivadas por las empresas en descomposición y
capitalización del seguro de desempleo. Todo el mundo ponía un bar, una peluquería, una
tienda de revistas. Durante un tiempo el beneficio extra de empresarios y
ejecutivos permitió la fiesta, el sistema parecía funcionar y luego en tiempos
de Aznar se produjo la expansión inmobiliaria, fruto de políticas financieras
venidas desde los Estados Unidos de la época Clinton que acabaron facilitando
el acceso (ficticio) a la propiedad a segmentos de población norteamericana
tradicionalmente insolventes, (el famoso negro de Alabama), un señor con la
camiseta hecha jirones que fumaba bajo el porche de una casa a punto de
derrumbe al que un vendedor de hipotecas bancarias le ofrece un préstamo de
cien mil dólares con la vivienda cochambrosa en que vive como garantía.
El negro, asombrado, firma lo que le ponen por
delante a cambio de aquella pasmosa cantidad de dinero que no tiene la más
mínima intención de devolver. Los bancos amasaban aquellas hipotecas (subprime)
con otras de no mucha mejor presencia y obtenían unos productos financieros a
los que bautizaban con nombres aparentes. La porquería la compraban los bancos
europeos que a su vez la vendían a los bancos españoles, una estafa piramidal
que requería decisión y sobre todo no quedarse el último, supeditado todo ello
a que la «especia» de Dune, el maná de los préstamos ilimitados siguiera
fluyendo.
El estallido era inevitable, pero nadie quería
verlo. Buffet, Madof y otros apellidos ilustres brillaban en el universo de las
compras y ventas a velocidad de vértigo que permitían los nuevos sistemas informáticos.
Ejecutivos y «brokers» se forraban y en España los
políticos hacían lo mismo a cuenta del conocido sistema de las recalificaciones
urbanísticas. El empresario promotor ejemplar compra millones de metros cuadrados de
terreno rústico a euro el metro y de acuerdo con el político encargado
de la cosa espera una posterior recalificación que eleva el valor a mil euros
el mismo metro cuadrado.
La estafa, la apropiación de riqueza es tan
evidente, tan extendida en todo el sistema político y económico que se impone
la necesidad del disimulo, la falsa promesa dirigida a las nuevas generaciones.
Títulos universitarios para todos y realidad virtual a través del instrumento de adoctrinamiento por antonomasia, el nuevo
púlpito que sermonea lo políticamente correcto y promete el cielo en la tierra
para los que siguen los dictados del entramado nacional, cada vez más corrupto, cada vez
más podrido, cada vez más extendido.
Las series y las películas siguen viniendo como
siempre de USA. La ficción española se dedica a replicar con ligeras
adaptaciones a la tradición vernácula. Los modelos a imitar, los tipos y tipas
en los que la gran masa universitaria se va a convertir a no mucho tardar son, en general, jóvenes esculturales y brillantes que ofician de policías,
abogados, miembros del FBI, de CSI, progresistas en lo político, superdotados
en su inteligencia, atrevidos en sus relaciones personales. Cenan en
restaurantes de lujo acompañados ellos de mujeres de bandera, bombas sexuales
unos y otras que después de exhibir un portentoso conocimiento de vinos de
reserva y pagar con tarjetas de crédito infinito se retiran en sus Ferraris a
sus mansiones de diseño para acabar con el polvo presentido desde el principio
del capítulo.
Otros modelos, Ley y Orden por ejemplo, pontifican una
y otra vez acerca de la maldad intrínseca del hombre blanco norteamericano,
empresario corrupto, maltratador de su
mujer, abusador sistemático de sus hijos
que después de la inteligentísima investigación del siempre malhumorado
protagonista y de la insoportable acompañante que habrán seleccionado y
descartado uno por uno los delincuentes habituales, negros yonkies, prostitutas
obligadas, camellos de todas las etnias, taxistas musulmanes falsamente
acusados, acabarán en la mansión del culpable por antonomasia, el antes dicho
varón blanco, padre aparentemente feliz y responsable, hipócrita asistente a
servicios religiosos que es detenido a la vista de todos a la salida de la iglesia y para escarmiento del selecto vecindario con mirada demoledora en orden de creciente amenaza según
el oficiante religioso sea un pastor protestante o un cura católico (en el
próximo capítulo vamos a por ti). Final feliz para las víctimas y con moraleja
de uso extensivo, «en lo tradicional, en lo de siempre, en la falsaria
identidad norteamericana de origen occidental está el mal».
Y eso, por supuesto, se exporta, se ve, se predica,
hasta que Leman Brothers estalla y los universitarios españoles caen del
guindo. No habrá futuro de sofisticados ejecutivos para todos, ni siquiera para
la mitad, probablemente en un país tradicionalmente pobre como España, no lo
habrá para casi nadie. Protestas genuinas el 15 M que la izquierda asentada se propone
aprovechar. A un representante de IU le echan de una manifestación contra un
desahucio hipotecario. Él no lo comprende, pero los que le largan lo saben, es
comunista, pero cobra a cuenta del presupuesto una considerable cantidad de dinero mensual que
le permite esa clase de vida prometida que al resto y para siempre ha quedado vedada.
Pero el enfado espontáneo es desorganizado y las
huestes marxistas si de algo entienden es de ponerse al frente de movimientos caóticos,
poco a poco emerge Podemos y una nueva generación, Pedro Sánchez, Albert
Rivera, se hace con el poder en los
partidos tradicionales (Ciudadanos es el Centro
redivivo de Adolfo Suárez).
En España lo
único que garantiza el buen vivir es el asentamiento en las diversas cortes,
generalidades, gobiernos vascos, andaluces, extremeños, gallegos, asturianos y
sus correspondientes congresos, congresines, defensores del pueblo,
observadores del género, de derechos humanos, organismos receptores de
refugiados destinados a contener las iras de los estafados de la planta baja,
españolitos de a pie que van perdiendo importancia como votantes, como
supuestos (aquí carcajadas) detentadores de la soberanía nacional, últimos responsables (más carcajadas) de la
Constitución que nos hemos dado, abrumados por el terror a sus nuevos
convecinos uniformados como conviene con pañuelos de identificación
multicultural, amenazados sus matrimonios y sus hijos no nacidos por políticas
de género y de aborto y amenazados también sus padres y abuelos y en cuanto
cumplan unos años más, ellos mismos, por las maniobras eutanásicas.
El doctor
Montes quiere construir un nuevo observatorio, otro más, a cuenta del
presupuesto, que se ocupará de la «muerte digna», o sea que dentro de poco
acudir a un hospital público implicará con toda probabilidad el suministro de
la inyección letal, misericordiosa, humanitaria y ahorradora de costes a la
Seguridad Social.
Es todo tan evidente, tan publicado y publicitado,
tan avisado que nadie podrá decir que no está advertido.
Eso es Podemos y eso es Sánchez. En su entrevista
con Bertín habló de su licenciatura en económicas y su deambular entre prácticas
y trabajos malpagados que no le condujeron a nada concreto, a ningún futuro
estable, él también era víctima de la estafa del régimen vigente. Se agarra,
cómo no va a hacerlo, con uñas y dientes
a su oportunidad de formar gobierno, pactará con quien sea y como sea, nadie lo
dude y, desde mi punto de vista, es lógico que lo haga. Cuando un país, un
régimen, un sistema engaña sistemáticamente a sus ciudadanos, al final sólo
queda el resquemor, la rabia, el resentimiento y el caos.
La última oportunidad de enderezar el entuerto la
tuvo Rajoy, cobardemente, se enrocó, hizo la política que en buena lógica
hubiera correspondido a un PSOE más o menos sensato y con su actuación propinó
un patadón a todo el espectro político español.
Si el socialismo moderado es el
PP, todo lo demás, por prescripción médica de Federico Lupi (hay que
establecer un cordón sanitario en torno al PP, es decir, en torno a la mayoría
política, a la mitad de la población española nada menos) se aleja
histéricamente a otros lugares cada vez más radicales. Hay que progresar, ir
hacia adelante, luchar contra el inmovilismo. Frases fuerza otra vez, lemas
fáciles y de poco contenido efectivo. El problema es que, al menos yo, más
adelante, siguiendo el camino que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias señalan, sólo
veo un abismo. Ojalá me equivoque.
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