Lluvia Mortal estará en descarga gratuita para lector kindle entre los días 6 y 10 de diciembre.
JERUSALÉN AÑO 0
Volvemos a la casilla de salida.
El juego vuelve a comenzar. Trump, el que decía “América primero”, añade ahora,
“pero antes Israel”. Ya se sabe que los norteamericanos tienen un alto concepto
del sí mismos, son al resto del mundo lo que los bilbaínos a España. América
son ellos, y es que decir: “los Estados Unidos primero”, no suena bien. Decía
Juan Rulfo que se trata de un país tan miserable que ni siquiera tiene nombre,
en consecuencia se apropian de América. España es una pequeña extensión del
Gran Bilbao. América lo mismo respecto de Estados Unidos. Dicho esto:
Uno ve desolado la iluminación
navideña de nuestras ciudades: esferas, círculos, triángulos, todo más bien
abstracto, irreconocible, irremediablemente feo. Que ni por un solo momento
refleje el nacimiento de Cristo hace dos mil años. Que nada recuerde a la Sagrada
Familia, tampoco a la familia normal. Que nada invite al reencuentro, a la
reunión, a la alegría de abuelos, padres, hijos, parientes reunidos al menos
una vez al año. Nada de Reyes Magos, en todo caso el hombre del saco y poco
más.
Solo vagas y lejanas llamadas al
consumo navideño a cargo de los comerciantes que ven peligrar el tradicional
diciembre de los gastos salvajes. Enterrado pues Cristo, perseguido el
recuerdo, avergonzada la fe en el hombre Dios muerto hace dos mil años, uno se
ve libre para cuestionar las demás creencias y religiones que tanto respeto le
merecen al actual inquilino del Vaticano.
Y es que los católicos y
cristianos hemos cargado durante esos dos mil años con el pesado fardo de la
Biblia como tocho de relatos paranormales con obligación de creérnoslos porque,
habiendo sido Cristo la culminación de las promesas contenidas en el farragoso
transitar del pueblo elegido por las arenas del desierto, nos veíamos obligados
por fe, por mandato católico, bajo pena de pecado mortal nada menos, a creer en las historietas bíblicas.
Así, por ejemplo el origen de la
actual situación podría estar en el asunto de Jacob y la herencia que, desde un
punto de vista notarial y registral más
bien huele a pufo, a robo perpetrado en las narices del propio Esaú con malvada
intervención de la madre, engañando arteramente al viejo moribundo y ciego
Isaac.
Y luego viene José, que según
dicen llega a Egipto vendido como esclavo. Allí pasa a servir a Putifar y la
mujer de éste se siente atraída por el apolíneo joven que la rechaza puesto que
él es muy virtuoso. La historia la cuentan así, pero esta historia al menos, la
cuentan los interesados por lo que puede ponerse en duda. Quizá después de todo
José si acosó a la pobre mujer.
Y luego este José que está
detenido, se las arregla para interpretar
unos sueños absurdos y pasa a ser primer ministro del faraón ocupado de los asuntos
económicos para, aprovechando la influencia, abrir las puertas del imperio al
aluvión de judíos que invade Egipto. Posteriormente aparece Moisés, rescatado
de las aguas y criado como hijo del mismo faraón. Parece que el joven es
ambicioso e intenta, lo mismo que Jacob, arrebatar la herencia del hermano el futuro
faraón, sea este el que fuere. Fracasa y le condenan al exilio. Vuelve no
obstante, probablemente a encabezar una revuelta para hacerse con el poder y
vuelve él, ahora acompañado de los rebeldes a ser desterrado, iniciando así
esa repetitiva historia de expulsiones de uno y de otro sitio.
Al calor del desierto y no
teniendo otra cosa que hacer, con las meninges a punto de ebullición, el viejo
Moisés y sus partidarios dan con la respuesta a la tan miserable situación en
que se encuentran. “No nos han echado. Nos hemos ido porque nos ha dado la
gana. Además estamos en tratos con Yavhé, el cual, a pesar de ser todopoderoso
necesitó nada menos que de siete a diez plagas para que el faraón nos dejara
partir”. Y ahí, a la luz de las antorchas nocturnas se recrean en los
sufrimientos imaginarios que han causado a los egipcios, los cuales son tan
malvados que se olvidan de transcribir tan terribles desgracias por lo que los
archivos históricos no registran ninguna de estos acontecimientos.
La historia la cuenta Cecel B. de
Mille en los “Diez mandamientos” donde podemos ver a Charlton Heston, dos
metros de hombre, barba y cabello patriarcales, elevando el bastón para separar
las aguas del mar y demás. Eso ha quedado impreso en las generaciones víctimas
del celuloide que inconscientemente relacionan poder milagroso, derecho divino,
pueblo víctima y merecida victoria final de Moisés y sus generales.
Además, el tal Yaveh o Jehová, el
todo poderoso, les dona en propiedad la tierra en la que mana leche y miel, desgraciadamente
en aquellos momentos en poder de los filisteos. No obstante, con el permiso
divino, guerrean y vencen para finalmente apoderarse y asentarse en el actual,
más o menos, territorio israelí. Y uno se pregunta por qué un Dios tan poderoso y luego, según Jesucristo tan misericordioso
que parece otro distinto, autoriza semejante serie de matanzas y apropiación
indebida de tierras y no, simplemente separa de nuevo las aguas y otorga un
nuevo territorio a este pueblo singular sin necesidad de tanta muerte y destrucción.
La rebelión contra los romanos
del año sesenta más o menos, da lugar, de nuevo, al destierro del pueblo judío
que se dispersa por todas las naciones conocidas de aquél entonces. El
cristianismo arraiga finalmente en el imperio romano y a partir de ahí carga
con la historia bíblica otorgándole la condición de revelación divina con lo
que dos mil años después el pueblo judío, una parte al menos que se conoce como
sionista, decide que es el momento del retorno a la tierra otorgada por Dios.
No es, como falsamente se asocia, una relación causa efecto entre el holocausto
y el retorno. La declaración Balfour del año 1917 así lo prueba. El retorno, la
creación del estado de Israel estaba decidida mucho antes de la segunda guerra
mundial, no obstante, el holocausto, la vergonzosa eliminación de seis millones
de judíos en busca de su desaparición como pueblo, raza o religión (lo que se
prefiera) a cargo de la fiera nazi, otorga desde ese momento justificación,
hasta cierto punto al menos, al estado de Israel. “Es que si no tenemos nuestra
propia nación nos exterminan”, vienen a decir. El resto de occidente, con los
alemanes a la cabeza, carga con la culpa, con el incapacitante complejo de
culpa y deja al sionismo actuar conforme le conviene.
Y así, aprovechando y muchos
dicen que creando circunstancias históricas favorables, la segunda guerra
mundial da lugar a las condiciones bajo las que va a reaparecer el estado de
Israel a expensas del conflicto bélico y con el apoyo radical del campechano
Churchill implicado hasta las trancas en el objetivo sionista.
Y la pregunta es, al menos por lo
que se refiere al holocausto ¿qué tienen que ver los palestinos con este
asunto? La respuesta es, evidentemente nada; no obstante han sido expulsados de
sus casas, confinados en campos de refugiados, expropiados mediante la política
de asentamientos y de hechos consumados para finalmente arrebatarles la ciudad
de Jerusalén, lo que nos pone frente a dos posibles explicaciones.
Una. La guerra contra los romanos
nunca se dio por perdida y el pueblo desterrado o al menos sus líderes más
capaces continuaron luchando para alcanzar el retorno. Retorno que consiguen dos mil años después, derrotando
definitivamente al antiguo imperio, ahora la UE, que como consecuencia de la
capitulación se ve obligada a recibir oleadas de musulmanes que por
circunstancias de la guerra interminable en esos países, son expulsados del
teatro de operaciones bélicas.
¿Dónde está esa guerra contra la
UE?, preguntarán algunos, pero las guerras del siglo XXI son más bien
psicológicas, en gran parte se libran en las mentes de las personas y hay gente muy experta en el control mental. El
reconocimiento de Jerusalén por parte de Estados Unidos culmina el triunfo de
Israel sobre los enemigos de hace dos mil años.
Dos. Estamos en una guerra de
religión, en la que el cristianismo ha perdido definitivamente y se alza como
triunfador absoluto el judaísmo tradicional. Nuestros más insignes líderes,
incluido el papa, no pierden ocasión de darse cabezazos contra el famoso muro
de las lamentaciones. Por el contrario, reniegan de Cristo y se ponen de perfil en cuanto se
menciona la tradicional fe de occidente en Jesús de Nazaret. En este sentido Jerusalén verá reedificar
pronto el tercer templo confirmando que el sionismo no es otra cosa que un
movimiento religioso que retorna a la tierra prometida que perdió por alguna
ofensa al Dios que les protege.
Sea como fuere, desde el resurgimiento
del estado israelí, otros movimientos similares han aprendido la lección. Si
los judíos tienen derecho a una tierra que según dicen era suya hace dos mil
años, los musulmanes tendrán el mismo derecho al antiguo al Andalus y Turquía a
recuperar los territorios del imperio otomano. Tal vez, los romanos puedan
reclamar la antigua Hispacia citerior y ulterior, los tunecinos Cartagena y los
aztecas México. Y así indefinidamente convirtiendo a la historia en un
recorrido circular que siempre acaba volviendo al punto de inicio.
O, Dios no lo quiera, quizá
estemos ya en tiempos apocalípticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario