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viernes, 20 de julio de 2018

VALOR DE SEXO

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno
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VALOR DE SEXO

Una antigua compañera de estudios de Sara Carbonero escribe una carta que se ha hecho pública cuyo resumen puede ser el siguiente: “Si ambas estudiamos la misma carrera, carrera que yo terminé y ella no; por qué ella ha triunfado y yo no”.

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La carta tiene su fundamento, puesto que estamos en tiempos de revolución sexual feminista, tiempos de equivalencia. Una época singular caracterizada por el empoderamiento femenino y una pretendida igualdad de oportunidades de la hembra frente al varón apartando de una vez por todas el sexo como activo fundamental de la mujer.

Se queja la compañera de la que solo conocemos el nombre, de la diferente trayectoria de dos vidas que presuntamente arrancan desde el mismo lugar en que se inician las carreras atléticas con parecida, incluso superior formación académica de la autora de la carta y que sin embargo divergen y a los treinta y tantos años muestran ya, un glorioso presente para una de ellas y uno más precario con nebulosas expectativas de futuro para la otra.



Y entonces ella, con razón, se pregunta. ¿Dónde está la presunta igualdad? En todo caso ¿Qué significa el manido término, igualdad? ¿Igualdad solo entre hombres y mujeres? ¿No hay o debería haber igualdad entre las mismas mujeres? ¿Cuál es la diferencia?

Porque alguna diferencia debe haber, sin duda. Puede ser suerte, puede ser un especial y agradable carácter, pero intuimos que por encima de todo ello lo que sobrevuela la queja, insistimos, muy consistente, es lo que parafraseando el título de la famosa película “Valor de ley” podemos denominar “Valor de sexo”.

No hay, ni debe haber engaño posible. Lo que ha funcionado a lo largo de miles de años, sigue haciéndolo hoy, solo que con ciertos retoques o en términos informáticos, actualizaciones. A las sociedades sólidamente estamentadas de siglos pasados en las que el matrimonio, ese singular contrato comercial de por vida, tenía lugar dentro de los estrechos márgenes del estamento al que se pertenecía, ha sucedido ahora la apertura, la posibilidad de que los matrimonios entre personas pertenecientes a distintos estratos sociales se lleven a cabo bajo el rutilante lema de que son “por amor” y no por conveniencia.

Así príncipes se casan con mujeres corrientes de orígenes humildes, princesas o infantas lo hacen con deportistas de buen ver, y la señora Carbonero, además de haber tenido una exitosa trayectoria profesional (¿por su indudable atractivo físico?, parece sugerir la compañera)  ha acabado casándose con el señor Casillas que responde a la venerada figura del hombre del siglo XXI conocida como macho Alfa. En resumen, un hombre triunfador en lo deportivo y como corolario de ello, en lo económico y en lo social.

¿Por qué Sara sí y yo no? Pues parece evidente, a la vista de estos matrimonios eufemísticamente llamados “por amor” de los tiempos actuales que, saltando sobre los convencionalismos de hace unas décadas, el sustrato fundamental de los mismos es “poder y belleza”. Poder en su doble acepción de preeminencia o importancia social y abundancia económica cuyo complemento o premio es, en general, la compañera de extraordinario “atractivo sexual”.

Y de la carta en cuestión, podemos deducir que la mujer del siglo XXI juega con dos barajas en orden a lo que interesa y ha interesado a lo largo de miles de años que no es otra cosa que eso que se denomina conseguir “un buen partido” para asegurar una vida de comodidades con criada o criadas y con abultadas cuentas bancarias para poder acceder al sistema más efectivo tratamiento de las tensiones conocido. Ir de tiendas.

El cuento de la cenicienta ya se ha hecho realidad. La humilde sirvienta ha dejado el mundo de las fantasías para encaramarse a las portadas de los ecos de sociedad. La reina ya no lo es por familia, sino por lo que suelen, los entregados cortesanos, denominar “por sus propios méritos”, méritos que indefectiblemente contienen una enorme dosis de atractivo, perturbador y en ciertos casos embriagante, con lo que esto último significa, valor de sexo femenino.

Si eres guapa, si juegas bien con los atributos físicos que la casualidad genética ha depositado en tu cuerpo, es muy posible que acabes seduciendo al tipo poderoso, al jugador de éxito, al político triunfador, al príncipe incluso. Por el contrario si no lo eres, si eres una mujer corriente en lo físico, solo puedes aspirar al macho de segunda, al tipo con ingresos mensuales de supervivencia y conformar un matrimonio de incierto porvenir y de casi seguro hundimiento entre deudas, hipotecas y facturas acumuladas.

La otra opción es el descenso a la lucha diaria de los negocios, la militancia política, si hay suerte alguna oposición funcionarial que van a permitir a la mayoría de las mujeres del siglo XXI sobrevivir, no más, mirarse en el espejo y preguntarse una y otra vez ¿por qué ella sí, y yo no, en estos tiempos de tan publicitada igualdad?















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