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viernes, 31 de agosto de 2018

HECATOMBE DEL CATOLICISMO.

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno
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HECATOMBE DEL CATOLICISMO.

Del santo Evangelio según san Mateo 16, 13-20


Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

De este pasaje del evangelio parece derivarse la fe en que la Iglesia Católica es obra de Dios mismo. Desde un punto de vista más racional puede entenderse a la Iglesia Católica como una construcción sobrevenida, un poder terrenal a la vez que religioso que tiene su origen en el desmoronamiento del Imperio romano, cuyos restos y rituales sagrados, supervivientes de un pasado esplendoroso, fueron asumidos en la parte espiritual por el cristianismo primitivo que ya ejercía en muchos lugares del imperio como delegado y sustituto de un entramado burocrático que se derrumbaba. Mientras, el ejército de Roma se dispersaba y dejaba de recibir órdenes de un emperador depuesto para reconvertirse en partidas militares al mando de jefecillos o reyezuelos que dieron origen a los primeros condados o ducados cristianos. Lo que les unía, lo que remotamente les confería algún título de autenticidad pasó a ser el Papa y su bendición. El Sumo Pontífice romano que comenzaba a asumir, al menos en lo espiritual, en lo sagrado, el inmenso poder del que habían disfrutado los emperadores romanos desde Julio César y Octavio Augusto.



La gran duda es pues, si estamos ante la obra del mismo Dios hecho hombre, o sí simplemente se trata de una organización de poder humano, una multinacional en la que reina un anciano elegido por otro grupo de ancianos, entronizado además con carácter vitalicio y la pretensión, convicción para muchos, de que se trata del sucesor del apóstol Pedro cumpliendo la promesa de Nuestro Señor Jesucristo.

Si se trata de la Iglesia deseada por Cristo, (Hijo del Dios vivo), entonces cabe preguntarse cómo ha llegado a este estado de podredumbre sin aparente remedio. Si hablamos de Dios y su obra tendremos que entender necesariamente que algo contrario a su divino fundador ha corrompido la institución que Él voluntariamente creó. Ese algo no puede ser sino el “MAL” con mayúsculas, el temido adversario que contra lo que muchos creen, debe él mismo sentirse capaz de retar y vencer al mismo Dios.

Muchos creyentes, teólogos insignes, laicos más o menos formados achacan el deterioro católico al concilio Vaticano II y a sus dos promotores el papa Juan XXIII y su sucesor Pablo VI. El padre Malachi Martín habla en una de sus novelas en la que mezcla ficción y realidad de una ceremonia que se celebró en el Vaticano sincronizada con otra similar en algún lugar de Estados Unidos. Dicha ceremonia, liturgia demoníaca mediante, incluía la violación de una niña como víctima propiciatoria para entronizar a Satanás en el propio Vaticano. El autor, ya fallecido, aseguraba que esa misa negra tuvo lugar y recibió testimonio fidedigno de la propia niña víctima que era en el tiempo en que publicó la obra una mujer casada.

Si realmente la Iglesia era de Cristo, si a través de ella se obtenía la salvación, el elemento principal que perturbó y derribó el poder trascendente que se le otorgó fue, sin duda ninguna, el cambio en la celebración de la Misa católica, cambio que debió inspirar el mismo espíritu maligno que quiere destruirla.

Antes del Concilio, era una liturgia sagrada y trascendente, Cristo mismo se hacía presente a través de la consagración y posterior transustanciación de las especies. Tamaño misterio, tan tremendo milagro en el que se creía con fe absoluta fue difuminándose desde el mismo momento en que se cambió, no tanto la forma que el nuevo orden dio a la misa, sino el fondo de lo que allí se estaba haciendo. Porque es evidente que se rebajó la pretensión trascendental de forma engañosa, mentirosa e hipócrita. El celebrante pasaba a presidir la ceremonia oponiéndose a la feligresía y dando la espalda a Cristo. ¿Daría alguien la espalda a un rey presente? La anteriormente solemne misa cantada a los acordes del órgano, fue sustituyéndose poco a poco por cancioncillas de grupo de amigos a la escasa luz de un crepúsculo playero. Allí ya no había milagro, ya no había trascendencia, nadie elevaba el rostro hacia Dios sino que miraba al celebrante dispuesto como un guardia que en lugar de guiar el rebaño hacia verdes praderas se convierte en un intraspasable muro que aleja al Cristo trascendental para acabar convirtiéndolo en un simple hombre vulgar y corriente todo lo más a la altura de Buda o Gandhi o cualquier personajillo más o menos sugerente.

Se acabó la magia, se interrumpió la conexión, se acabó el poder espiritual que alejaba el mal de la Iglesia. Dios no puede consentir que se le ignore de forma tan grotesca. En el momento presente, los clérigos, los personajillos que leen las epístolas, los feligreses que asisten a la ceremonia han dejado al Cristo que ya no está, y no está porque no se le quiere, a un lado, encerrado en alguna esquina del templo, antes sagrado. El lugar preeminente, la parte más importante del retablo lo ocupa ahora alguna imagen boscosa, o algún paisaje de la tierra propia, de lo vernáculo. El Cristo universal da paso a la antigua religión druídica que adora al roble centenario y aspira a cabalgar en las praderas de Manitú.

Indudablemente, si estamos en el caso de que ciertamente la Iglesia Católica es obra de Cristo, ahora mismo esta Iglesia le ha traicionado. Se ha convertido en un reservorio de homosexuales incrédulos y probablemente satanistas. El Papa actual, tan dicharachero hasta el momento, tan parlanchín, calla, no responde cuando le preguntan si las acusaciones de que es objeto son ciertas o no. Muy propio del personaje. Pero no seamos inocentes, evidentemente Francisco no cree, y los papas anteriores tampoco son muy de fiar. El venerado Juan Pablo II asumió al comienzo de su reinado una tarea más política que espiritual dirigiendo sus esfuerzos a derribar el régimen comunista polaco. Cuando fue herido por Ali Agca parece que entró en una fase de ultramisticismo y abandono de sus obligaciones que derivó en actos tan poco católicos como la famosa reunión sincrética de Asís. Por no hablar de su querencia nunca disimulada a estar presente en actos multitudinarios, (teatrales) y ser personaje televisivo por encima de representante de Cristo. El posterior Benedicto XVI da la impresión de ser por encima de todo un intelectual atribulado por la duda y con tendencia a pedir perdón a los rabinos judíos. La duda, la traición, la negación nuevamente. Si estamos ante la obra de Cristo entonces deben cumplirse sus promesas y las puertas del infierno no prevalecerán.

De momento el papa Francisco y sus secuaces callan y dedican el tiempo a insultar y desacreditar al mensajero. La curia, por lo que parece, obedece a un grupo de homosexuales bien situados en el entramado de poder eclesial. ¿Cuántos son? ¿Quiénes son? No lo sabemos y es probable, dependiendo de la respuesta a la pregunta que hacemos en este artículo, nunca lo sepamos.

No se trata aquí de arremeter contra la homosexualidad, en realidad sería lo mismo que tuviéramos al frente de la Iglesia y formando parte de toda ella desde los escalones más bajos del clero hasta la cúpula vaticana reinante, a un grupo de heterosexuales activos que utilizaran tácticas de chantaje para evitar las denuncias de las víctimas femeninas. Aunque, bien mirado, entonces es posible que se suscitaran críticas más feroces similares al “Mee too”. Como en general se trata de jóvenes varones que han soportado el abuso de homosexuales pedófilos, efebófilos más bien, el asunto se diluye en las actuales corrientes pro homosexualistas.

En definitiva se trata de que, repito, al menos para muchos creyentes estamos hablando de la obra de Cristo. Estamos hablando de una religión que nada tiene que ver con ninguna otra, incluyendo por supuesto la judía, ante la que tanto perdón pide y tanto se inclina este Papa y los anteriores. Estamos hablando de que Cristo instituye la Iglesia como comunidad trascendente a través de la cual se consigue la salvación eterna y fuera de ella solo está el caos y la perdición.

Naturalmente estas cosas al Papa actual y a la mayor parte del clero y de las órdenes religiosas le resultan grotescas, increíbles, estúpidas y poco realistas. Ellos están en otra dimensión. Ellos reconstruyen la Iglesia Católica y pretenden reconvertirla en la ONU de las religiones, por lo que temas como el que estamos tratando les resultan tan molestos y merecen tan poca atención. Lo que quieren es meter el aborto, la descristianización, el homosexualismo e incluso la pederastia entre las prácticas (no habituales. Parece que ya lo son dentro de la iglesia) que deben ser aceptadas con amplitud de miras como formas de expresión amorosa y entrega entre personas que además, gracias a ello, evitan la proliferación de este virus demencial que es el ser humano cuya excesiva proliferación está destruyendo el planeta..., etc. En este orden no sería descartable la participación del Papa a bordo del papamóvil flanqueado por los obispos españoles vestidos de colorines en el próximo desfile del orgullo “gay” en Madrid.

Veremos entonces. Si la Iglesia es de Cristo expulsará al maligno y a sus seguidores, si por el contrario es una mera creación humana, acabará convirtiéndose en una más de las ONGs subvencionadas por el poder mundialista.





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