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domingo, 12 de abril de 2020

¿EL CORONAVIRUS. ARMA BIOLÓGICA?

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal















A estas alturas a nadie se le escapa que el coronavirus puede ser un arma biológica al servicio de China.

La política de Trump, «América primero», estaba renacionalizando empresas y fábricas que previamente habían trasladado tecnología y capital a China.

Una política de desindustrialización suicida que comenzó a perfilarse ya durante la presidencia de Ronald Reagan. En término acuñado posteriormente se trataba de llevar hasta sus últimas consecuencias un sistema que ha acabado por destruir económica, social y políticamente al occidente desarrollado. El ultraliberalismo.

Libertad absoluta de circulación de bienes y servicios una vez destruida la URSS. La URSS entregada por la élite siniestra y desconocida que nos gobierna como trofeo engañoso mientras los elementos del Deep State jugaban la carta escondida bajo la manga.

El Deep State odia a occidente, odia a la Europa que todavía subsiste después de dos guerras mundiales. El Deep State tiene un solo objetivo. El exterminio de la raza blanca. Trump representa el último intento de supervivencia de una colectividad totalmente minada, corrompida hasta el tuétano por el cine y la televisión, el sexo, la violencia sin sentido y las drogas. Una sociedad corrompida por eso que conocemos como cultura. No en vano y desde hace ya bastantes décadas las obras de los autores más destacados de la «cultura oficial» tenían que llevar necesariamente el sello que certificaba la calidad, el «label». Esta debía ser ante todo y sobre todo, corrosiva.

Trump probablemente sea el canto del cisne que pretendía recuperar esa norteamérica trabajadora, seria, honesta y protestante que en los tiempos del ultraliberalismo tan bien reflejados en las novelas de Tom Wolfe, había sido postergada y expulsada a los arrabales de lo que se conoce como basura blanca. La antítesis de Trump era y es Obama. El presidente africano con el que el mundo tuvo que tragar por imposición del Deep State.

La posterior apuesta por la señora Clinton resultó ser demasiado arriesgada. Una píldora amarga que la clase blanca y se supone que bastante de la afroamericana y latina inmigrante, (esta última conocedora de que las políticas perversas del partido demócrata se parecían cada vez más al populismo criminal de los partidos hispanos al sur del Río Grande) no estaban dispuestas a tragar y acabaron por encumbrar a Trump.

Las últimas encuestas le eran tan favorables. La economía USA ha crecido con tal intensidad que el Deep State ha decidido arremeter con todo su arsenal oculto. La terrorífica amenaza china que argumentaban los ultraliberales, es decir, que China podría contraatacar vendiendo la ingente deuda norteamericana en sus manos, resultó un arma de plástico. La economía china depende de la voracidad consumidora de USA y de Europa. El todo al cien. La producción salvaje con mano de obra esclava china solo puede mantenerse si occidente sigue comprando compulsivamente lo cual, en ausencia de producción propia, requiere crédito sin límite.

La prosperidad occidental, sobre todo la europea, es un espejismo. Sin embargo USA sí tiene bases para encarar el nuevo desafío. Dispone de territorio similar en extensión al de China. Una población sensiblemente menor lo que evita la depredación sistemática de los recursos disponibles. También una tecnología desarrollada y un soporte económico que le permite encarar sin grandes dificultades una reindustrialización. Un retorno a la superproducción de bienes tangibles que supondría un desarrollo económico más equilibrado y menos dependiente de las industrias exteriores a la gran nación americana. La apuesta estaba dando buen resultado. Los índices de desempleo por los suelos y el crecimiento económico en dígitos notables y sostenidos en el tiempo.

El Deep State no podía consentirlo. Las próximas elecciones tiene que ganarlas uno de sus títeres dispuestos al efecto. Trump y sus políticas tienen que caer.

Y ahí aparece el coronavirus. Un arma de destrucción masiva biológica que se ceba en los países desarrollados destruyendo las bases económicas de los mismos. Las bases sociales y morales ya habían sido previamente demolidas en Europa y estaban a punto de serlo en USA.




Ahora, hagamos un poco de política ficción:

Un ataque biológico, encubierto (pandemia controlada en Wuhan) o no. Un evidente ataque con un arma de destrucción masiva proveniente de un siniestro laboratorio cuya dirección es el 666 de una calle en Wuhan con participación de Bill Gates (Billy Puertas. Recordemos eso de “las puertas del infierno no prevalecerán” y los pentium 286, 386, 486 de los albores de la informática doméstica. Tantos seises, Dios mío...) es, a todas luces, una declaración de guerra.

La segunda guerra mundial comenzó con un despliegue militar estático de las potencias involucradas Inglaterra y Francia. Estaban en guerra, pero como si no lo estuvieran. Se llamó la guerra tonta. El comunismo francés además se decantaba por el pacifismo a ultranza, pues no en vano, Hitler y Stalin habían suscrito un pacto de no agresión. Luego y por sorpresa la guerra boba se convirtió en guerra total cuando las tropas alemanas dieron el salto hacia el oeste.

Estamos pues probablemente en una especie de guerra tonta del siglo XXI en la que el mismo atacante se encarga de suministrar el remedio para la enfermedad por él mismo provocada. Todo un sarcasmo. A cambio de un precio, por supuesto. El comunismo patrio y el progresismo en general, como en la Francia de la segunda guerra mundial, hacen el caldo gordo a la China comunista que tanto admiran. Pero el día después, cuando veamos las consecuencias que esta bomba nuclear de neutrones víricos va a dejar detrás de sí, caeremos en la cuenta de que la guerra no ha hecho más que empezar. China ya no podrá seguir suministrando chatarra todo a cien, porque las economías occidentales no podrán seguir comprando. Mil y bastantes cientos de millones de ciudadanos chinos comenzarán a presionar las fronteras del oeste y como ocurrió en su momento con las hordas mongolas de Gengis Kan moverá el gigantesco ejército sobre Rusia que, a su vez, incapaz de soportar la presión china atacará al occidente europeo debilitado por el virus y la escasez de la misma forma que los germanos presionaban las fronteras del imperio romano hasta que acabaron destruyéndolo.

El futuro se presenta pavoroso y no hace falta recurrir a la interpretación de profecías sibilinas. Como se decía por aquel entonces: “que Dios nos coja confesados”.

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