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jueves, 23 de abril de 2020

PANDEMIA DEL CORONAVIRUS

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal














Vivimos angustiados por la incertidumbre. Si algo nos está demostrando esta pandemia es que nadie sabe nada acerca de ella. El naufragio político es evidente y va acompañado del naufragio científico. Expertos de toda ralea, doctorados en las más variadas especialidades médicas, virólogos, genetistas, neurólogos. La élite mundial del conocimiento científico no tiene respuesta ante esta epidemia de proporciones bíblicas. Por otro lado, ante el desconocimiento y el fracaso absoluto del hipertrofiado sistema sanitario mundial, unos abogan por el confinamiento y otros entienden que se trata de una medida inútil en el presente y de consecuencias terroríficas en el futuro.

¿Qué es lo que parece seguro en cuanto a la enfermedad y su propagación? Digan lo que digan los que creen que se trata de una simple gripe con tasa de mortandad similar, lo que vemos, o lo que nos muestran los medios de comunicación es diferente. Está muriendo muchísima gente a causa del virus. En España se contabilizan los muertos por cientos. Cuesta que la cifra baje de los cuatrocientos muertos diarios. Una barbaridad. De la tremenda peligrosidad del virus dan cuenta los fallecimientos de personas muy conocidas y socialmente relevantes. Uno, que en el fondo, no deja de ser conspiranoico, tampoco puede dejar de ver la realidad pavorosa ante la que nos encontramos. Una pandemia de dificilísimo control y que parece irreductible. No hay sistema que garantice resultados ni a medio ni a corto plazo, ni hay solución alguna por parte de la medicina oficial.



El panorama es desolador, pero tendremos que sacar algunas consecuencias prácticas de lo que ha acontecido hasta el momento.

Primero: aglomeraciones. El virus se ha dispersado con fuerza a través de eventos que congregan concentran cerca unas de otras a millares de personas. Manifestaciones, eventos deportivos, mítines políticos.

Segundo: territorio. Aquellas partes de España que tienen una gran densidad de población se han visto más afectadas que otras en las que la población está más dispersa.

Tercero: hospitales. Parece que gran parte del personal médico también ha sido víctima del contagio. Estamos nuevamente ante estructuras y sistemas que facilitan la aglomeración humana. La sanidad española se encuentra desarbolada en este momento.

De todo ello podemos concluir que el futuro nos va a deparar cambios sustanciales en la manera en que podamos afrontar esta pandemia y otras que le seguirán.

Dispersión. La población, ahora fuertemente radicada en las ciudades superpobladas deberá ir migrando a zonas de España más despobladas. La tecnología actual permitirá, creo yo, un cambio sustancial en los sistemas productivos. No todos los pabellones industriales tienen por qué estar comprimidos en espacios ajustados. Probablemente deba abandonarse la masiva producción de vehículos y medios de transporte. También deberán olvidarse algunos mantras hasta ahora sagrados; el crecimiento económico ilimitado es uno de ellos. Crear valor, generar más beneficios que el año anterior por principio que no lleva sino a una histérica actividad sin otra finalidad que la actividad por sí misma, independientemente de la finalidad de la misma. Para qué voy a producir un millón de sacacorchos si solo hacen falta cien mil. Consecuencia, debe convencerse a la gente que no los necesita, de que sí los necesita más allá de toda decisión racional.

El obtuso principio del aumento salvaje de la llamada productividad. Producir cada vez más con menos trabajadores hasta producirlo todo con nadie.

Dependencia. Ahora mismo gran parte de nuestro sistema de abastecimiento depende de otros países, singularmente de China. Ni siquiera somos capaces de fabricar mascarillas. Ni tampoco tests sobre el coronavirus fiables. Eso que, según Sánchez, tenemos el mejor sistema de salud del mundo.
Una falsedad evidente. Un sistema funcionarial y controlado por los sindicatos que a la hora de la verdad ha mostrado todas sus carencias.

Tendremos que tener en cuenta eso que en términos económicos se denomina, sector estratégico. Los ultraliberales españoles clamaban contra el PAC comunitario. ¿Por qué vamos a pagar las patatas francesas a veinte, si podemos comprar patatas a Nigeria a cinco?

Pues porque hay que mantener el campo agrícola en condiciones. Porque puede que Nigeria deje de producir patatas o habiendo nosotros abandonado nuestros campos Nigeria decida cobrarnos las patatas a cincuenta. Porque una vez llegados a ese punto, poner de nuevo nuestros campos en producción requiere un inmenso esfuerzo, una reposición de medios (tractores y otros semejantes que se habrán convertido en chatarra ), lo cual es carísimo, además de un conocimiento que se habrá abandonado a lo largo de décadas de dejadez agrícola. Esto es, exactamente lo que ha pasado con nuestra industria en estos últimos cuarenta años. Por eso dependemos de China y por eso esa dependencia se ha mostrado ahora en su exacta dimensión. Es un suicidio.

Habrá que replantearse algunas prioridades. Es evidente que la pandemia nos ha puesto frente a una realidad que no por serlo, es o era menos escandalosa. El cretinismo social. La necesidad enfermiza de estar ahí. De estar en los eventos, comer y cenar en los mejores restaurantes, ser invitado a esta o a aquella reunión. En todo caso comer y cenar fuera de casa como una obligación social. La participación en el barullo no va a ser posible en adelante. Podemos olvidarnos de maratones ciudadanos, de viajes en cruceros, de turismo compulsivo y de todo el entramado multitudinario en el que hemos vivido hasta ahora.

Habrá que cerrar puertas a la inmigración masiva, del mismo modo que nos las están cerrando a nosotros en el entorno cercano de la UE. Es probable que la salida de UK de la UE no sea más que el principio. Habrá una UE de primera con Alemania (que se ha cargado gran parte de nuestra industria y nos ha vendido museos), Holanda, Bélgica, Francia y una UE de segunda y de tercera. Ahí nos colocarán a nosotros, eso con suerte.

Sea como sea, disponemos ahora mismo de una tecnología avanzada que haciendo uso racional de ella puede permitirnos esa migración de vuelta, desde las hiperpobladas ciudades a entornos menos angustiosos y dramáticos.

Podremos retornar a lo bueno de los pueblos de antes obviando los inconvenientes que obligaban a abandonarlos. Hay espacio suficiente para una España mejor distribuida. Las fábricas que producen cientos de millones de productos, muchos de ellos perfectamente prescindibles, deben dar paso a unidades de producción más pequeñas que produzcan lo que necesitamos, no lo que nos quieren vender. Los mastodónticos hospitales deben dejar paso a unidades de atención más pequeñas y eficientes.

Desgraciadamente una de las fuentes de riqueza en España puede verse muy comprometida en el futuro. El turismo masivo va a desaparecer. El distanciamiento social va a sustituir a las actuales algaradas y multitudinarias manifestaciones festivas, deportivas, culturales (festivales de música, cine, etc.)

En definitiva la sociedad saturada de necesidades emocionales cada vez más radicales, saltos en paracaídas, ascensiones al Everest, carreras pedestres interminables, deberá dar paso a una sociedad más tranquila y menos tumultuosa, a algo distinto. Una sociedad que valore lo que en este mundo y en esta vida, tan corta se mire como se mire, puede hacer a la gente más feliz o menos infeliz. El contacto estrecho con la familia, el trabajo más humano, una menor competitividad y una mayor colaboración ente personas y grupos cercanos. Un mayor disfrute de espacios abiertos por contraste con los horizontes actuales que solo muestran cemento y cristal. Una vida más tranquila y menos agobiante. A ver si hay suerte.

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