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jueves, 30 de abril de 2020

ESTADO DE PÁNICO

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal


















El poder político en España ha descubierto las ventajas de un estado policial. Aguerridos agentes de la ley de todos los colores, signos, obediencias y alcances jurídicos presentes en esta nación de naciones, en esta España delirante generada a lo largo de cuarenta años de una Constitución ya muerta y al abrigo de una monarquía devenida finalmente en falsa, corrupta en lo económico y abyecta en lo moral. Estos agentes de la ley asaltan un día y el siguiente a pacíficos viandantes, mujeres solas, hombres ancianos, jóvenes distraídos y les interrogan como si fueran peligrosísimos delincuentes del mundo de la droga, del asesinato, de la tenencia de armas acerca de cuestiones tales como: ¿de dónde viene?, ¿a dónde va?, con amenaza de cárcel, e inmediata multa, amén del apercibimiento de volver a la detención domiciliaria decretada por una clase política miserable al servicio de cualquier cosa menos de los españoles.

Esta clase política incluso especula con la posibilidad futura de identificar a los llamados asintomáticos para confinarlos, no ya en sus propios hogares, sino en auténticos campos de concentración. La justificación de los desmanes corre a cargo del famoso coronavirus chino. No obstante ser una enfermedad generada en laboratorio chino, diseminada por algún error de seguridad del tal laboratorio, o tal vez, distribuida voluntariamente por algún oscuro interés. No obstante a todo ello, nuestro gobierno que es representante de esa clase política miserable, se entrega al régimen chino, a la compra de material inservible a precio de tecnología espacial y de paso, algunos, quién sabe cuántos o cuántas se embolsan las famosas comisiones. Comisiones petroleras antes, a cargo de nuestro alegre y emérito monarca, y comerciales probablemente, ahora.

Y todo el mundo calla, y todo el mundo aplaude. Aplauden balconistas a policías y policías a sanitarios y sanitarios a los de los balcones y los balconeros vigilan a los vecinos que salen a la calle para denunciarlos ante la autoridad competente. Al menos algo positivo. Ya tenemos claro que esta Constitución que según dicen “nos dimos a nosotros mismos” y nos garantizaba un sinnúmero de libertades es una mierda pinchada en un balcón.



Y nuestros policías de tráfico, esos que cuando hay algún problema, una pelea, un asalto, cualquier cosa semejante te dicen que ellos solo se ocupan de la circulación. Ahora andan de un lado a otro uniformados y sin nada que hacer salvo vigilarte a ti, sorteando los ERTES sin fondos que se aplican inmisericordes a Juan don Nadie Español, infundiendo el santo temor al gobierno, al poder político.

El tremendo poder político del franquismo que era terrorífico, pero evitable por ser fácilmente visible, ese tremendo poder del Estado representado por la policía, guardia civil y el ejército que ahora queda dibujado en su exacta e inocente dimensión frente a este leviatán salvaje de diecisiete poderes comunitarios, miles de poderes municipales, cientos de miles de poderes policiales, parapoliciales y militares. Eso sí, todos ellos muy coloridos, con vistosos uniformes medievales o ropajes de diseño pastoril con boina roja y chaqueta azul o al revés con la palabra policía grabada con z o con k o con lo que haga falta. Todo muy folclórico y todo al servicio de ese etéreo sentimiento de pánico, de indefensión creciente que el ciudadano corriente de esta desdichada nación múltiple, como esos enfermos mentales que tienen varias personalidades, ha ido asimilando con progresiva indiferencia, al ritmo de la prescripción de sedantes cada vez más potentes suministrados por la clase política nacional y que ahora por fin se revela en todas sus consecuencias.

Somos una nación absolutamente aterrorizada. Muertos de miedo que cantan en los balcones como los locos con camisa de fuerza se dan cabezazos contra la pared acolchada.

Ha habido otras estrategias. Mírese a Suecia. A Alemania, a Corea del Sur que no han conducido al suicidio nacional. Por el contrario aquí se publicitó la jarana manifestante de algunas de nuestras mujeres antihombres, se trajeron equipos de fútbol enteros del propio foco de la pandemia. Se jugaron partidos de fútbol cuando ya se sabía que el virus era un peligro mortal.

Se dijo por parte del gobierno, esa sandez, esa mentira que no solo es atribuible al dicho gobierno y que se repite en todas la comunidades autónomas que tienen transferido el sistema de atención sanitaria. “Tenemos la mejor sanidad del mundo”. Una mentira como una catedral, una mentira de dimensiones colosales solo comparable al elefantiásico sistema de atención sanitaria en una España repleta de macrohospitales públicos atendidos por cientos de miles de médicos, enfermeros, camilleros, celadores y todo lo que podamos imaginar que al final ha caído y nos ha hecho a todos caer de las alturas del guindo, de la estupidez y de la mentira sistemática.

Mentira difundida por las élites nacionales y repetida hasta el hastío por las clases populares económicamente más débiles constantemente manipuladas, voluntariamente entregadas al servicio del mantra, de la consigna que es el único poder que gobierna desde hace decenios esta nación que ahora se asoma al precipicio.

Y qué decir de nuestros periodistas. Aquí detenido por algún delito que no conozco, condenado a no salir de casa, paso el tiempo viendo en Netflix esa tremenda serie de la que habrá que comentar algunas cosas “El patrón del mal”. Y ahí aparece el periodista asesinado en el año 1986. El periodista cuya visión del mundo y de Colombia yo, personalmente y en este momento, no comparto, pero también el periodista honesto, comprometido con la verdad y sabedor de que en la locura homicida desatada por el narco colombiano, en la sistemática eliminación criminal de enemigos jurados de Escobar y sus secuaces, él iba a ser el siguiente. Y lo fue.

Comparemos ahora nuestros periodistas y comunicadores atentos solo al retorno económico, al mantenimiento del chalet y de la segunda o tercera residencia en Marbella y similares. Estos periodistas que escriben lo que se les manda y a los que mandan otros muertos de miedo enviando los titulares del día siguiente al poder, a los poderes múltiples, a los poderes oscuros a la propia autocensura para la corrección pertinente y para seguir subsistiendo en el acomodo social del traje, la corbata, el seguro médico privado, el colegio de élite para los hijos y el cobro por opinar lo que conviene. Es simplemente incomparable. Guillermo Cano Isaza, ese admirable hombre de palabra, palabra dada y escrita, no tiene cabida en esta España corrompida hasta el tuétano. Porque después de todo, esos periodistas miedosos son, al margen de los heroicos que sobreviven como pueden en los ejidos de internet, los buenos.

La gran mayoría, los que abren telediarios, los que escriben en la prensa oficial del movimiento nacional que son todos, están entregados no a la información o a la opinión independiente, sino al partido, a la causa, al engaño, al insulto, al asalto físico del que disiente, a lo que haga falta.

Véase a esa mujer. A esa periodista a la que muchos en su momento veneramos tanto por su belleza, como por su seriedad como periodista que fue nuestra musa,  ahora nuestra vergüenza Rosa María Mateo, entregada servilmente en su ancianidad al servicio del PSOE y Podemos. Reconvertida en editora censora de la agencia Tass de manipulación informativa en que se ha convertido TVE.

Pero no insistamos. Ahora que comienza el desconfinamiento, nos adentraremos en la siguiente fase de este juego macabro que consiste en la destrucción de España por fases y niveles cada vez más inesperados y sorprendentes. Supermario, el fontanero nacional se dirige con melodía musical repetitiva y anestesiante al despeñadero.



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