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sábado, 18 de abril de 2020

TRAGEDIA DE ESPAÑA CON EL CORONAVIRUS: EL SUICIDIO DE UNA NACIÓN

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal














Los gráficos de avance y retroceso del coronavirus no sirven de nada. Las series se inflan y desinflan en función de las decisiones del gobierno. No sabemos cuándo saldremos de esta, si es que salimos. Sería fácil echar la culpa al gobierno. Sin duda es el máximo responsable. Pero tenemos una nación con territorio escaso y población no tan abundante, dividida en nada menos que diecisiete reinos de taifas con presidente, gobierno, parlamento y demás. Tenemos diecisiete sistemas de salud distintos. Tenemos diecisiete focos de toma de decisiones muchas veces repetidas con las del gobierno central. Tenemos a Torra y compañía con la pertinaz cantinela del independentismo y a Urkulu y compañía con algo parecido. En estas condiciones no hay gobierno que pueda controlar el coronavirus y eso se está viendo todos los días. El ministro de sanidad, si tuviera lo que hay que tener, ofrecería su conferencia diaria junto a diecisiete consejeros de sanidad. Eso mostraría al mundo y nos haría caer en la cuenta a los españoles del disparate en que la constitución del 78 ha convertido, con la monarquía a la cabeza, a esta nación de naciones en vías de suicidio asistido por Torra y el coronavirus.


Las vacas sagradas de la comunicación agredidas.

Al menos una de ellas. María Patiño ha sido agredida en un supermercado. Como defensa...«puse más alta la radio». Se supone que Patiño se defiende de la chusma enrocándose en los auriculares y gafas de sol.

Pero eso no es lo importante. Lo preocupante es la agresión. Y parece que la agresión tiene que ver con Jorge Javier Vázquez y el cachondeo con los ancianos que circula por los digitales y por internet.

Y es que estos llamados comunicadores han comenzado a formar una casta cada vez más extraña. El título, la profesión es la de comunicador. También les titulan colaboradores o colaboradoras.

El trabajo consiste en acudir al plató todas las tardes, (esto lo supongo, no lo sé). Pasan por maquillaje y una vez en el estudio comienzan a hablar unos de otros y de otras de los presentes y de los ausentes acerca de cuestiones personales, muy personales. Tu madre ha dicho, tú has estado con..., yo soy muy directa..., siempre digo la verdad..., me has mentido tú a la que creía mi amiga...



En resumen tertulia de pueblo de hace cuarenta o cincuenta años pasada a las ondas televisivas. Reunión de vecinos al atardecer en la que se cortaban trajes a medida...de los, las ausentes y en las que los más valientes o retorcidos atacaban inmisericordes a otros de los presentes. Miradas retorcidas, expresiones siniestras «pues buena soy yo para que esa...», bufidos de amenaza.
La retirada en dirección al hogar y a la escasa luz de la lámpara de 125 voltios llevaba a una noche cargada de venenosos reflujos estomacales que impedían dormir.


Pero una corrala de vecinos elevada a la supuesta categoría de información, con colaboradoras y colaboradores dispuestos al insulto y a la bronca más pueblerina. Todos dispuestos a soportar las opiniones ajenas sobre uno mismo que por mera supervivencia psicológica es mejor no conocer. A cambio, eso sí, de sueldos estratosféricos que permiten un tiempo después mostrar la mansión de miles de metros cuadrados que ha adquirido la colaboradora....X con vistas al mar, piscina olímpica.
Además de servicio con señora dispuesta al poco tiempo a «colaborar», expandiendo trapos sucios de la señora en programas ad hoc. Todo eso no puede traer nada bueno.

Es mala leche. Leche agriada. Puede ser rentable el teatrillo que se monta, esa telerealidad de bajos instintos que los italianos inventores del realismo cinematográfico tan deprimente han reconvertido en telemierda pasada por  estilista y  peluquero. Parece que los las colaboradoras cobran mucho dinero por dejar jirones sanguinolentos de sí mismos en los encontronazos, a veces mentirosos, pero se intuye también que en ocasiones sangrantes.

Mucho dinero en función de las audiencias. Y uno se pregunta ¿cómo alguien puede ver estas cosas?

Quizá es reconfortante que en los altos pisos de la escala social contemporánea. En las alturas del poder económico solo haya porquería, exactamente igual que en toda esta sociedad pasada por el pasapuré de los medios de comunicación. Comunicadores. Ese es el título. Que comunican, que hablan y dicen y enseñan cómo comportarse. Mejor no ver, mejor huir, de esta manada de locos capaces de lo más ruin con tal de descansar el fin de semana en la supermansión. Allí velan armas, se recuperan para la confrontación de los días de labor. Agrian el carácter, retuercen el gesto, repasan la imagen frente al espejo y atribulados llaman al cirujano plástico.

Al final están encendiendo los malos ánimos, burbujea la mala sangre. Los viejos, apartados de las familias y cuya única función es cuidar nietos de hijos e hijas agobiados por trabajos y ambiciones, dedican las horas de clase de los infantes a solazarse en las miserias de tertulianos de bajo pelaje. Para que al final, ese tal Vázquez se mofe de ellos diciendo que tienen un pie en la tumba. El tipo se cree eterno, el mismo que ha sobrevivido de milagro a un ictus.

El pie en la tumba, a la vista está con el coronavirus, lo tenemos todos. Pero los vejetes hacinados en residencias de tercera edad están muriendo por miles. Ver a la Patiño defender al señor Vázquez, ver a unos y a otras moverse en dirección a la cámara en busca del mejor perfil ante lo que está cayendo ha debido fundir algún fusible de autocontrol. La gente está cabreada, asustada, muy asustada. Las chorradas televisivas, los bustos parlantes tan felices y peripuestos. Las tertulias purulentas, todo ello está llegando al límite de lo tolerable.

Que entre las actividades esenciales durante la obligada cuarentena universal de los españoles se cuenten las actividades televisivas de entretenimiento y desinformación. Que el gobierno otorgue millones de euros en subvenciones a empresas periodísticas, es en esencia, inadmisible. Puede ser actividad esencial la producción agrícola, o el transporte y la distribución de alimentos y vestido. El cuidado médico, la distribución de medicinas y protecciones personales frente al virus. Pero la jarana televisiva, la llamada cultura de las cigarras que nunca han aportado nada a la sociedad y que solo tienen sentido en un mundo consumista y harto de todo; eso, digan lo que digan, aprovechen la imagen pública en su beneficio, o hagan lo que hagan para seguir viviendo de la subvención, eso no son actividades esenciales.

Una sociedad puede sobrevivir sin actores, sin colaboradores, sin comunicadores y sin escándalos matrimoniales o de parejas unidas y desunidas en función de los índices de audiencia.

Una sociedad puede sobrevivir sin Patiño, sin Vázquez, sin Kiko, Esteban. Incluso sin TV. Sin cine. Curiosamente son estos tipos, comunicadores, colaboradores, actores, escritores, cantantes, futbolistas de élite los que más cobran.

Pero se intuye el cabreo y la rebeldía. De momento han agredido a Patiño. Veremos en adelante. España no es ya la España del chiringuito playero y del fin de semana en segunda residencia o en la estación de esquí. El cachondeo se ha terminado.

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