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domingo, 21 de enero de 2024

SOBRE EL CASO LETIZIA.

 



Antes de continuar con comentarios acerca del sector o sectores estratégicos, debemos, por si a tenor de los acontecimientos bélicos no nos quedara demasiado tiempo, analizar el que podemos llamar “el caso Letizia” y lo que comenta y dónde lo comenta acerca de ello el periodista Jaime Peñafiel.


En primer lugar se está produciendo una cacería (ha sido despedido del Mundo) o sistemático descrédito de don Jaime acudiendo a los tópicos y típicos ataques personales de costumbre. “Resentido... enemigo personal de Letizia por algún desencuentro pasado…, está haciendo caja a cuenta del escándalo…, envidioso…, etc.” En cualquier caso y tratándose de información importante, los motivos del periodista para publicar lo que conoce no deberían ser objeto de escrutinio, sino que, por el contrario, debería ponerse la atención fundamental en la veracidad o no de lo que se denuncia. Letizia, reina consorte según Peñafiel, ocupa una alta representación siquiera simbólica del Estado y lo que a ella y a su comportamiento afecta nos interesa y así debe ser, a todos los españoles.


Las acusaciones, información contrastada de por medio son, terroríficas. Promiscuidad, aborto interesado para continuar con la iniciada y prometedora relación borbónica, embarazos clínicos, adulterio, violencia física comprobada sobre uno de sus amantes en vía pública, y bastantes más que cualquiera interesado puede ver en el canal “La reunión secreta” de Youtube. La tendencia violenta de doña Letizia por demás es conocida y la pudimos ver en directo cuando agredió, incapaz de controlarse, físicamente a su suegra en aquella famosa y televisada escena que todos conocen.


La pregunta que se le hace una y otra vez al periodista es el porqué los medios españoles no se hacen eco de esta noticia de la que habla todo el mundo, pero que en España se sepulta bajo una pirámide egipcia de silencio. La respuesta de Peñafiel se refiere a un periodismo patrio tremendamente baboso y perruno respecto a lo que afecta a la familia real. Y parece ser cierto porque solo ahora comienzan a destaparse las correrías del anterior monarca.


No obstante, es extraño que los medios dedicados a eso que se llama el corazón y que más debería llamarse el sexo patrio, acostumbrados todos ellos a crucificar famosos y famosas con la crueldad consabida y conocida por los que deambulan por programas infectos de tv, no digan nada acerca de las andanzas de nuestra reina de facto, más incluso que Felipe, por mucho que Peñafiel insista acerca de la condición de consorte de su enemiga íntima.


Quizá no se trate solo de la naturaleza cortesana del periodismo patrio. Tal vez exista o se haya introducido entre las neuronas nacionales entretenidas en los fastos de fin de semana, en los programas de “viajeros” de una y otra cadena, en las aventuras sexuales de aspirantes a personas VIP de los infames concursos televisivos, un miedo ignoto que como todos los medios conduce a la parálisis. Quizá se trate más bien de que entre todos nosotros esté anidando esa especie de sexto sentido que nos avisa de que a lomos de este gobierno y sus apoyos parlamentarios nos estamos acercando peligrosamente a ese punto de no retorno cuya exacta naturaleza desconocemos, pero que intuimos peligrosa. Y sobre esa funesta supersticiosa premonición y a pesar de cruceros y rutas moteras y viajes organizados y demás entretenimientos y falsas alegrías y programas rosa de Ana Rosa y las Campos y Jorge Javier, estamos inconscientemente pensando que el matrimonio real se acerca a su fin y que después de todo este régimen en el que vivimos instituido en principio por Franco da sus últimos coletazos y nos encamina a un futuro oscuro e incierto. Como dicen que hace el avestruz cuando le persigue el depredador, escondemos la cabeza bajo cien capas de oportuna ignorancia voluntaria para no ver lo que se nos viene encima.


Y puede ser también que sobre esta historia haya que seguir el rastro del dinero, lo que no significa contradicción con lo anterior. El dinero nunca duerme y si los detentadores de la bolsa mundial invierten en algo es porque al final quieren lo invertido más los intereses. A este respecto resulta chocante que nuestro anterior monarca esté recluido en los emiratos árabes. Un rey católico acogido, quizá tutelado, tal vez controlado por el islamismo rampante. Un rey católico y español que se refugia en tierra de infieles, lo que resulta sospechoso. Parece que la pieza a cobrar por el cazador del desierto es la propia España y reconstruir el antiguo califato, “Al Andalus”, alguna de cuyas alcazabas antiguas y los barrios colindantes, antes, no hace mucho, poblados por gitanos, han sido rebautizados con nombres islámicos tales como barrio árabe y repoblados con gentes del turbante. En definitiva esta España en proceso de disolución acelerada está siendo comprada a golpe de talón petrolero y todos sabemos que el emérito ha sido el gran comisionista en el abastecimiento del oro negro a España. Pero los que pagan son los amos y para ellos trabaja nuestra clase dirigente, incluyendo los monarcas y familia, amén de los políticos que parecen haberse vendido o más bien haber vendido a España entera a los jeques del desierto que sueñan con los jardines de la Alhambra. Por eso nuestros periodistas y tertulianos hacen caso omiso de las andanzas de la familia real. A los jeques les interesa una España débil, incapaz de reaccionar a la organizada invasión africana y nada mejor que tener al frente, siquiera simbólicamente, un rey pasmado y a una reina plebeya y empoderada. Nada que ver con las sólidas monarquías del golfo, solo varones al frente y harenes a disposición.


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