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jueves, 7 de enero de 2016

DESOLADO PAISAJE ESPAÑOL TRAS EL 20 D













El paisaje tras la batalla del 20 D es absolutamente desolador. Cuatro partidos han conseguido una representación parlamentaria importante que, sin embargo, una vez hechas las pertinentes sumas y restas nos presentan un resultado que es igual a… imposible.


El PP ha perdido una holgada mayoría absoluta, debido, dicen unos a que sus medidas económicas han propiciado enormes recortes en el llamado “Estado del Bienestar español”.

El PSOE bajo cuyo último gobierno estalló la crisis económica que soportamos todavía en toda su virulencia, ha perdido también un considerable número de escaños y se ha situado en torno a los noventa diputados.


Ha irrumpido el partido antisistema PODEMOS, nacido de las manifestaciones del 15 de Mayo, cuando un gran número de españoles fueron conscientes de que ya no había futuro en este país, no al menos  el prometido y virtual futuro que nos presentaban las televisiones repletas de jóvenes abogados, médicos, empresarios, policías de élite al servicio de causas justas, todos vestidos con trajes a medida, encorbatados, repeinados, parroquianos de gimnasios para conseguir hipertrofiados músculos de plástico, propietarios de coches deportivos,  compartiendo mesa en restaurante lujoso con compañeras tan preparadas, inteligentes, atractivas, sexualmente explosivas, como ellos, estudiando entre sorbo de Moet Chandon y exquisitos bocados de cocina de autor  la mejor manera de hacer justicia, de devolver lo robado a las víctimas, de atrapar al asesino múltiple, intercalando entre visita del «maitre» y consejo del «sommelier», inteligentísimos y sibilinos comentarios acerca de aventuras amorosas y previsibles al mismo tiempo que sofisticados y próximos encuentros, encontronazos sexuales más bien,  en habitaciones de hotel de mil estrellas con baño marmóreo y sifones de burbujas acariciantes.

Digo, pues, que acabado el encanto, desaparecido el futuro virtual y mágico que prometían series y «realities»  televisivos, sólo quedó la decepción y el creciente desasosiego acerca de un futuro que comenzó a verse y presentirse negro como túnel de AVE precipitadamente cegado a fin de ahorrar algo de lo que se había, previamente malgastado.

Y se entregó el país a Rajoy, gran esperanza blanca de la derecha que se suponía tomaría las medidas necesarias para recomponer el entuerto de Zapatero, pero el esperado, el jaleado, el supuesto componedor de lo antes descompuesto dedicó cuatro años de su vida cuatro años de gobierno a no hacer nada o casi nada. Algo sí que ha hecho.

 Veamos: ha enviado al paro a un considerable número de trabajadores por cuenta ajena a fin de que las empresas pudieran sustituir empleados bien pagados por otros a precio de saldo, o dicho de otra forma, las empresas han sustituido salarios dignos y europeos por sueldos chinos y seguridad en el trabajo de pakistaní contratado en los emiratos árabes. Ha incrementado los impuestos hasta reducir a la indigencia una parte considerable de la clase media española y ha permitido la lastrante hiperabundancia de políticos inútiles y de políticas ineficaces.

Véase el portentoso, por inacabable y parecido a la serie Rocky que va ya por el combate número cincuenta, espectáculo catalán y el cacareo de otros barones y baronesas de inútiles comunidades autónomas.

 Y así pues, tenemos lo que era previsible, el caos, con fracaso incluido de otra esperanza española gestada en Cataluña que llegó anunciando cambios en las políticas de inmersión política y lingüística y acabó haciendo cálculos utilitarios acerca de la conveniencia de rebajar el tono y el discurso puesto que al fin y al cabo, en caso de que se produjera el esperado triunfo no iba a hacer nada de lo prometido, para acabar reducido a la exigua cifra de cuarenta diputados.

Panorama pues desolado, desolador, con sumas imposibles, a no ser que el jefe de la oposición en funciones, señor Sánchez  y con permiso de las baronías del PSOE consiga su objetivo último, gobernar como sea, al precio que sea y con apoyo de quién sea.

En todo caso, el desastre está asegurado, a no ser que la posible independencia catalana traiga algo positivo a cambio, por ejemplo, lo que quede de España podría solicitar la reconversión en un Lander transfonterizo  alemán. Que no se diga que no proponemos alternativas.


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