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domingo, 5 de febrero de 2017

SOR LUCÍA: ENTREVISTA EN EL INFIERNO.






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SOR LUCÍA: ENTREVISTA EN EL INFIERNO.



Me perdí la entrevista sexual a sor Lucía. Todavía no me había recuperado del impacto que me produjeron de las revelaciones de Fernando Sánchez Dragó y de las aclaraciones acerca de lo que significa viejo verde que hizo su hija Ayanta Varili por lo que pensé que era mejor para mi sosiego espiritual dejar pasar al menos uno de los programas de Evaristo Mejide.


Fue bastante después cuando me llegaron los ecos de las declaraciones de la monja argentina trasvasada a la Cataluña insumisa. La Virgen no era virgen, copuló con su esposo, tuvo hijos con él. casi dos milenios de tradición católica tirados a la basura ante la media sonrisa del entrevistador que visto que había faena se lanzó a tumba abierta. La monja debió de sentir en ese momento que se había metido en un estanque de aguas putrefactas, que el lugar era inadecuado y la entrevista tramposa por lo que se vio obligada a retratarse. No, ella no se masturbaba, sí, ella era virgen.

Y si esta señora es capaz de mantener su virtud intacta ¿porqué todo el mundo pone en cuestión la virginidad de la Vírgen por antonomasia? En el Evangelio de San Juan puede leerse cómo algunos judíos insultan gravemente a Jesús en la persona de su Madre, no reproduciré aquí esos insultos.

Visto que la Santa Madre Iglesia se escabulle y se limita a llamar al orden a esta mujer recurriremos a otras instituciones más mundanas para demostrar que existen posibilidades de que María concibiera virginalmente a Jesús y que el santo varón José nunca hiciera uso del matrimonio.


Imaginemos que en aquel tiempo tan lejano María fuera una de esas personas singulares, no muy comunes que de cuando en cuando aparecen en este mundo tan malvado. Pudo ser una de esas chiquillas que desde su más tierna infancia alumbran insólitas dotes para hacer felices a las personas de su entorno, pudo tener un carácter dulce, comprensivo, ser una niña sonriente y feliz cuya presencia alegraba el espíritu de quiénes se encontraban en su cercanía. Pudo ser, todos conocemos a alguien así, niños o niñas que irradian bondad, alegría, belleza, mientras que otros ya desde la niñez anuncian malos instintos y presagian desgracias futuras a su alrededor.

María debía ser de las primeras, bondadosa por naturaleza, alegre y entregada a los demás por su propia condición. Quizá confiaba demasiado en las personas, quizá trabó amistad con un legionario romano curtido en mil batallas, bronco en su carácter, embrutecido en su espíritu. Quizá nadie en aquel pueblo se relacionaba con el romano, un representante del imperio ocupante, quizá la niña María llevada por su natural bondad y confianza hablaba con el soldado, tal vez lo hacia cuando llevaba la ropa a lavar o cargaba con cestos de trigo para ir al molino, quién sabe. El soldado es muy posible que agradeciera esas muestras de cariño, de humanidad que el resto de lugareños le negaba, es posible que la niña que le daba conversación fuera para él algo parecido a un ángel, una persona que le rescataba de sus demonios interiores, del olor de la sangre en los combates, del recuerdo amargo de los amigos muertos, de los enemigos destruidos por él mismo. Es muy posible que el romano, que conocía la perversa condición que anida en los hombres supiera apreciar por encima de cualquier consideración sexual la infinita bondad y ternura de aquella chiquilla a la que jamás, ni en sus más profundos pensamientos se le ocurriría ni siquiera tocar levemente. Sí, también hay hombres así, que conocen a las mujeres, que respetan la belleza interior de las escasas personas que refulgen en un mundo corrompido por el odio y la mentira. Estoy seguro de que el romano nunca se acercó a ella más allá de lo necesario para escucharla, para deleitarse con el sonido de su voz, para respirar el aroma de felicidad que la chiquilla era capaz de irradiar a su alrededor.

Y también estaba José, un artesano entrado en años, quizá cuando Maria tenía dieciséis él tuviera ya más de treinta, casi podría ser su padre. Tal vez no se había casado, no había querido o podido, o tal vez fuera ya viudo, seguramente estaba bien situado, debía ser un pequeño empresario al servicio de los pocos que podían pagar algo más que una construcción de adobe. La madera, escasa, cara en aquel tiempo, muebles que solo podían adquirirse una vez en la vida. Debía ser buena persona, un hombre cabal, honrado, virtuoso, tal vez muy religioso y sin duda debió ver en la chiquilla que hablaba con el romano el mismo halo de bondad y alegría que flotaba a su alrededor.

Posiblemente quedó embarazada a los dieciséis años, quizá el incipiente abultamiento del vientre alertó al vecindario, podemos intuir reuniones de hombres y mujeres al atardecer, a la hora en que la televisión de nuestro tiempo vomita porquería por toneladas, hablarían, sin duda. El padre debía ser el legionario, la mirarían con esas miradas turbias y venenosas que destruyen cuerpos, almas y vida con la fuerza de una espada al rojo vivo. Y el bueno de José dudaría también, pero sus dudas debían ser de otra índole. Se sentía en la necesidad de acoger, de proteger a aquella singular criatura, pobre niña inocente, tal vez engañada por algún malvado.

Alguien había seducido a la pobre chica y ahora ella vagaba sola y espantada entre los vecinos, antes amistosos, ahora fieros depredadores al acecho, prestos a la manía de acumular piedras y José pasaría algunas noches en vela y otras envuelto en sueños angustiosos y tal vez en alguno de aquellos sueños creyó ver a alguien, una sombra, un pensamiento que le convenció definitivamente, la bondad natural de la chiquilla necesitaba protección, fuera cuál fuera el padre de la criatura que llevaba en su seno, María era inocente y José, el hombre ya mayor, sin mujer, atento solo a su trabajo y a sus devociones decidió acoger, proteger en la medida en que su posición en el pueblo pudiera hacerlo a la chiquilla asustada en la que intuía que nada era reprensible, y con la pobre chiquilla a punto de dar a luz tuvo que escapar, dicen unos que por cosa del censo, vete a saber.

Y entonces, ¿quién era el padre?

Aquí, ya que la Iglesia escurre el bulto deberemos solicitar programa dedicado a este problema al excelente periodista de eso que él, su mujer y los que le acompañan, llaman mundo del misterio. Iker Jiménez ayúdanos.

Porque sin duda misterioso fue el embarazo de María y sentados alrededor de la mesa con asistencia de los más reputados investigadores de lo que nunca está claro, podemos elucubrar acerca de civilizaciones extraterrestres avanzadas, acerca de luchas entre grises malos, y blancos buenos, entre reptilianos sedientos de sangre humana y otros procedentes de planetas ignotos que son, como María, de natural, extraordinariamente bondadosos.

Y sobre estas premisas es posible que en la mesa de debate alguien redujera la cuestión a la posibilidad científica de que una mujer conciba sin necesidad de varón, cosa esta que ocurre todos los días en la actualidad, incluso cosas más extrañas y curiosas, como que la abuela geste a su propio nieto, o que la anciana hindú de setenta años haya quedado embarazada, o que alguna viuda conciba el hijo de su marido muerto hace ya diez años. Solo se trataría de un problema de tecnología disponible hace dos mil años, tecnología que quizá estuviera al alcance de esos que hemos llamado extraterrestres bondadosos. Bueno, es una posibilidad que explicaría el comportamiento de José, la virginidad perpetua de María, casi un ángel absolutamente intocable para su marido. O eso, o tal vez, después de todo, lo que cuentan los evangelios sea cierto.

O si no, pues lo que dijo sor Lucia. Pero si ella cree eso, poco le faltó para decir que Jesús era después de todo hijo biológico de José, entonces ¿para qué viste el hábito? Algunos se obstinan en medir a la Iglesia en términos meramente humanos, terráqueos, materiales, no trascendentes y entre esos algunos, muchos, muchísimos clérigos con sotana, monjas locuelas, frailes histéricos, sacerdotes disfrazados. Pero la Iglesia es, debería ser algo más, lo dijo el mismo Jesús, “Mi Reino no es de este mundo”. Es tan simple como eso. Este mundo es del diablo, del mal, solo hay que ver quiénes lo dirigen.

No se puede poner una vela a Dios y otra al diablo sor Lucía, hay que elegir, “el que no está conmigo está contra mí”. No se puede, ni se debe acudir a la llamada del mundo, de la publicidad, de la televisión, del señor Mejide.

Véase ahora, usted misma AQUÍ, en ese escenario que aparece en muchas fotografías del singular evento en que la virgen sor Lucía Caram niega la virginidad de María. ¿No nota algo raro? ¿no sugiere el lugar algo parecido a lo que los católicos siempre hemos asociado a los dominios de Belcebú? ¿no le parece todo el decorado de un siniestro color rojizo, con rayos que parecen trazos dibujados por el mismo demonio? y el aspecto del entrevistador, escondidos sus ojos que es casi seguro emiten fulgores rojizos tras gafas oscuras y todo él vistiendo un traje también negruzco.

¿No se dio cuenta de que en ningún momento él afirmó que la Virgen no lo fuera, sino que con la cruel astucia del entrevistador veterano la llevó por los terrenos fangosos del insulto y la falta de respeto a María y de rebote a su propio Hijo?

Pues eso, en eso estamos. Mejide no se atreverá a cuestionar la fe en el Profeta Mahoma en el que muchos creen y al que respetan, ni se le ocurrirá mancillar levemente siquiera su recuerdo que es sagrado para millones de personas, pero es que Mejide y usted misma navegan a favor del viento y se toman a broma estas cosas.

Cosas trascendentes, tal vez increíbles, perdidas en el tiempo, pero sin duda, como mínimo respetables. Que no se respete a la Iglesia que tan poco se respeta a sí misma es comprensible, pero que se insulte sin necesidad y sin conocimiento a la Virgen María, al propio Jesús nos sitúa en el momento preciso, en el lugar exacto de aquellos que en su momento le insultaban a Él y a su santa Madre. Después de todo ninguno de nosotros estuvo allí, ni sabe lo que pasó.


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