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jueves, 11 de mayo de 2017

CAMBIAR LA HISTORIA

Lluvia mortal


Viajeros del tren nocturno












A veces es imposible pasar página. Se desea volver atrás, enderezar el rumbo equivocado, volver a la encrucijada en que se abrían dos posibles direcciones y tomar el camino distinto al que en su momento se emprendió. En términos de espacio recorrido eso sería posible. El caminante que después de unos kilómetros de marcha reconoce haberse perdido puede volver atrás y enderezar el rumbo. En términos de tiempo pasado, sin embargo, parece más bien un intento que solo puede avalar la física cuántica o la teoría de la relatividad.

Quieren desenterrar al viejo general. Quieren ganar ahora la guerra que perdieron. Quieren construir una historia diferente de la que tuvo lugar. Creen que los sucesos,  como los sexos, como las naciones, como las razas son estructuras que se han ido componiendo al albur de la casualidad o quizá de la propia voluntad humana. En las mentes calenturientas de la nueva izquierda todo es cuestionable. Nada es sólido, todo es producto de la visión que sobre las cosas tengamos en nuestro interior. Según esta extraña aproximación a la realidad, la realidad es engañosa. Todo lo que creemos cierto, todo lo que vemos y suponemos que objetivamente existe, no es más que pura imaginación. No hay nada en el mundo que antes no haya pasado por el filtro de nuestros sentidos y luego haya tenido que ser reconstruido en el interior de nuestro cerebro para orientarnos en un mundo de por sí muy distinto del que creemos observar.
Todo es autoengaño. Somos máquinas biológicas cuyo funcionamiento supuestamente inteligente no difiere demasiado del que corresponde a un ordenador.Conclusión: se puede reprogramar.


Por eso insisten. Hay que cambiar la historia. Se puede, eso dicen, convertir a un varón en hembra, hacer que mujeres de sesenta años gesten hijos concebidos en placas de «Petri». Se puede transplantar el corazón, el pulmón, el brazo, cualquier parte del cuerpo humano puede ser aprovechada como repuesto para otras máquinas similares averiadas. Se puede conseguir lo imposible aparentemente. «Sí, podemos», fue el lema de Obama para ganar la presidencia USA. «Podemos» es el nombre del partido que quiere cambiar el mundo, el espacio, la historia. Los estados nacionales deben ser abolidos, son construcciones mentales, espacios territoriales y de poder concebidos por clases sociales aristocráticas para su propio interés. Cualquier cosa que destruya un estado nacional será bienvenida.

«Sí podemos». Reconstruir la historia, ¿por qué no?, en vida del general no fuimos capaces. Entonces dejamos el enfrentamiento violento al régimen a cargo de otros. Fuimos engañados por Carrillo, uno de los grandes arquitectos de la España democrática. Fue un error. En aquella encrucijada debimos tomar otro camino, la lucha de clases, la violencia extrema para derrotar a un régimen dictatorial. Pero nuestros conmilitones de entonces no lo hicieron. Al contrario, apuntalaron el continuismo franquista en forma de constitución del 78. Constitución engendrada por el propio franquismo. A las leyes fundamentales del régimen de Franco se le agregó una nueva ley fundamental. Se llamó algo así como “Ley para la Reforma Política”. Invento del señor Torcuato Fernández Miranda, alguien que tenía la cabeza bien amueblada. Se trataba de ir de la ley a la ley sin saltos en el vacío. Para ello don Torcuato necesitaba un piloto dispuesto a sacrificarse, un franquista con carnet del “Movimiento”, partido que contrariamente a su nombre garantizaba el inmovilismo político hasta que don Torcuato ideó la forma de pasar página sin necesidad de muerte y destrucción. Del comandante de avión se requería además de audacia que una vez aterrizado el nuevo airbús político abandonara la cabina. El elegido fue Adolfo Suárez. Probablemente hizo lo que tenía que hacer. Mal que bien pilotó el avión entre tormentas y  vendavales, pero al final decidió continuar. Traicionó a don Torcuato y la nueva constitución  amaneció con un franquista al mando. Después de todo no hubo ruptura y sí mucho arrepentimiento por parte de las izquierdas nacionales.

Y ahora se quiere, quieren volver atrás, desenterrar a Franco y derribar el monumento a los caídos. Todo muy literario, muy entretenido si no fuera porque el país, ya se sabe, esa construcción imaginaria sin ningún sentido histórico, no está para experimentos. Una deuda colosal nos amenaza, nuestros jóvenes no tienen futuro, vivimos de lo que todavía queda de un pasado económicamente más boyante y de los préstamos que como a Madame Bovary nos conceden los usureros del norte. Tenemos una administración elefantiásica con la mitad de la población empleada trabajando para el estado y las comunidades autónomas. Todos entretenidos en el asalto a la propiedad ajena que garantice los salarios vitalicios. Tenemos un país cuya comunidad autónoma más avanzada quiere independizarse. Una izquierda rota, una derecha ideológicamente neutra cuya política económica se limita a la carga impositiva. Media militancia política de todos los partidos sometida a persecución judicial. La judicatura ocupa las pantallas de televisión.  La fiscalía anticorrupción en guerra consigo misma. Medio ejército desplegado en el mundo en países que no nos han hecho nada y en conflictos que no nos atañen.

A pesar de todo, como el hombre que no es capaz de superar aquel tortazo que le dio su padre cuando tenía seis años, quieren volver al pasado. Desenterrar al viejo maltratador y lanzarse a morder huesos y golpear la calavera que en su condición de osamenta deslenguada, se descojonará  de risa ante tanta estupidez. Ya lo decía el viejo general: «o yo o el caos». Bueno pues ya está.

De la constitución del 78 al caos.

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