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sábado, 6 de mayo de 2017

POR TRECE RAZONES



POR TRECE RAZONES.



 

El artículo de ABC es imprescindible, por lo vomitivo. Puede leerse en el enlace anterior.
Los posicólogos siempre tienen algo que decir, planean en todas las escuelas, aconsejan, critican, parece que saben, pero al final los casos de acoso se repiten, se sufren . Si saben la respuesta, si conocen el remedio, deberían decirlo, más allá de acabar culpando al suicida como en este caso.       
En concreto, la experta de ABC suelta entre otras perlas que pueden leerse en el enlace anterior las siguientes:
«La serie debe verse en un entorno controlado y seguro». Con asistencia de psicólogo en nómina, se supone.  
También, y esto es increíble:  (Del mismo modo, de la Cámara resalta que el hecho de que «todos estos contenidos sean tratados como “razones” tan sólo aporta dramatismo y da muy mal enfoque al tema del suicidio que, generalmente, suele ir acompañado de una patología en la persona que intenta suicidarse»).

Lean de nuevo, si no han tenido que ir apresuradamente al retrete,  la frase (mal enfoque al tema del suicidio). ¿Cuál es el enfoque bueno? suponiendo que el tema del suicidio pueda enfocarse positivamente. Respuesta: el culpable es la víctima. Si alguien se suicida o lo intenta es porque tiene una patología. Es decir: son unos raros, frikis, etc. gente con mal rollo encima.  El psicólogo al servicio de la masa.



 En el enlace anterior, mayor sensatez, sin duda. Será porque la autora no es psicóloga, gracias a Dios.

Caí en esta serie después de ver unos cuantos capítulos de «Helmut Grove». Otra de adolescentes, pensé…pero no. Tremenda serie. El argumento es sencillo. Una chica en un instituto de secundaria en un lugar cualquiera de Norteamérica, pero podría  ser perfectamente aquí, se ha suicidado. Silencio en el aula, caras tristes, los padres que pasan a recoger las cosas de la taquilla. Taquilla en la que han colgado flores, fotos, dedicatorias, recuerdos, amor…«ha sido iniciativa de los alumnos», dice el director, «hemos preferido dejarlo tal como lo ven». Dentro no hay nada, nada de lo que se supone debería haber en un armario de adolescente. Fotos de chicos, de amigas, grupos de música, papeles coloreados, nada,  solo unos cuantos libros. Un alumno observa. Luego desaparece.

Ya en casa los padres del chico, la madre sobre todo, como ocurre siempre, lo intentan. Quieren hablar con el hijo, es eso lo que se recomienda, hablar con los hijos. Establecer puentes de comunicación. Pero hay un abismo en medio. La edad, el «ecosistema». El instituto como tiempo y espacio de transición entre la niñez y la edad adulta. Lugar donde ahora tienen lugar las ceremonias iniciáticas de eso en que consiste vivir en sociedad.

El chico solitario, Clay, recibe una caja con cintas antiguas, trece pistas grabadas en las que la chica muerta desgrana, una por una, las razones por las que ha puesto fin a su vida.

Hay quién quiere prohibir la serie, «incita al suicidio», dicen. No dicen nada de «Helmut Grove», serie que incita a la estupidez. «Por trece razones» debe verse por millones de razones, una por cada espectador. El «bullying», acoso escolar, es inevitable, volverá a pasar. Ha pasado ya. Muchas veces, también en España. El chico que se lanzó al vacío en Irún, chicas que han muerto recientemente. La serie no lo evitará, pero debe verse porque en ella todos y cada uno de nosotros, en el papel de «hijoputa» o en el de víctima, estamos presentes. Debe verse porque el retrato, la descripción de lo que ocurre, de lo que inevitablemente volverá a ocurrir, es hipnótico a la vez que deprimente, angustiante y no por ello, menos bello.

En la adolescencia está el germen de lo que es la sociedad humana. A lo largo de la historia, en cualquier lugar y cultura, bajo la influencia de creencias religiosas distintas o de sistemas políticos más o menos avanzados, el ser humano en comunidad, en grupo, se organiza de la misma forma. La pirámide. La estructura de poder se repite, alguien arriba y distintos cúmulos de personas en estructura descendente. Soportando los de abajo el peso del edificio del poder. Y alguien, bastantes más de lo que parece, queda fuera. El raro, la rara, el friki. Y sobre este, esta, cae en forma de lluvia ácida, la tormenta de miedos, odios, mentiras e hipocresía que por las razones que sean se generan en esa pirámide que funciona como «gran atractor» de tormentas.

Los que quedando fuera, sobreviven al instituto, aguantan, pero les espera más de lo mismo. En el trabajo, en la familia, en la tertulia de amigos. Mucha gente se suicida en la edad adulta, muchos, más de lo que se dice; porque no se dice, como consecuencia de las relaciones de trabajo. También de las supuestas relaciones amistosas que acaban no siendo tan amistosas. O de los problemas de familia, en los que las familias, antes entornos protectores, aparecen ahora como lugares de combate. Padres contra madres, hijos contra hijos, padres contra hijos. Un mundo insólito y cambiante.

Es más llevadero, digan lo que digan, si se opta por la huida. Las grandes ciudades ofrecen, facilitan el anonimato, clausuran bajo cuatro llaves, los malos recuerdos. Ahí están y seguirán estando, pero la megasociedad humana del siglo XXI ofrece alternativas, ayuda a no recordar. A cambio, la soledad. Nadie quiere tener hijos porque sabe lo que les espera. El infierno son los otros, somos los otros.

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