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martes, 16 de mayo de 2017

UN LIBRO: «ADIÓS PRINCESA», DE DAVID ROCASOLANO




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Un libro: «Adiós princesa», de David Rocasolano.


El autor es pariente cercano de la actual reina de España. Según cuenta, fue una extraordinaria sorpresa el anuncio de la relación entre su prima y el entonces príncipe Felipe.

David comienza recordando el gran favor que él personalmente les hizo a los novios, ocupándose de pedir y luego destruir los archivos que probaban el aborto que la futura reina de España había llevado a cabo voluntariamente en una clínica de planificación familiar.

No tuvieron más remedio que recurrir a él; su prima le llamó. Se trataba de una cuestión de Estado. El príncipe no podía recurrir a cauces más o menos oficiales porque sabía que de inmediato le irían con el cuento al rey. Tenían que evitar por encima de todo el veto que el soberano impondría al matrimonio si se enteraba del aborto. La novia de Felipe era divorciada, lo que ya constituía una situación delicada de cara a un matrimonio que debía llevarse a cabo conforme al rito y a la religión católica, y si a ello se unía el aborto era más que probable que  los novios no pudieran casarse.

El libro, la novela, el ensayo, lo que pueda ser el relato es, desde la primera página hasta la última, un ajuste de cuentas. La prima se ha portado mal tanto con él como con la familia. Después de un tiempo, convencido de que la princesa en el momento en que escribe el libro, ahora reina,  ha levantado el vuelo y ha dejado al antes agente familiar de confianza tirado en el lugar que le corresponde, David Rocasolano pasa la factura correspondiente.


Gente humilde, de ideas republicanas que de pronto se ve zarandeada por el vendaval de un matrimonio increíble, imposible de imaginar ni en los sueños más delirantes. La hija, la hermana, la prima, elevada a las alturas de la dignidad regia. La familia invitada a compartir mesa, mantel, reuniones con la realeza, con gente superior por cuyas venas parece que circula sangre distinta. Hay que prepararse, entrenarse, ensayar genuflexiones una y cien veces para saludar como es debido al rey a la reina. Hacer lo posible para no desentonar, para estar a la altura.

El narrador no; eso dice. Él no ensaya, todo le parece un poco ridículo, pero siempre está presente en las reuniones como hombre de confianza de la prometida del príncipe que pronto será  princesa consorte y un poco más tarde reina.

También habla de los reyes. Sofía cuenta con su simpatía. Parece más cercana y en un momento dado intercede para que un médico importante atienda un asunto de salud familiar. El rey, sin embargo, es distante. «El campechano», sobrenombre que denotaría la supuesta simpatía y cercanía al pueblo, resulta que es... más bien lejano. Lejano a su propia familia y en igual medida a la futura familia política con la que, parece ser, hijo y mujer le van a obligar a emparentar.

Luego una serie de anécdotas. El abuelo taxista que cuando bebe se suelta y baila como una peonza en una recepción oficial. La prima se acerca con disimulo y  encarga a David que se lleve cuanto antes al viejo para que deje de hacer el ridículo y de ponerla a ella en evidencia delante de princesas, condesas, duquesas y demás gente de la alta sociedad presente en el salón.

 Más adelante, la tragedia. Erika, hermana de Letizia se suicida. Hay gente con estrella y gente estrellada, dice el refrán. Una buena chica casada con un buen hombre que, por lo que sea, tienen mala suerte. La vida se les hace dura, la economía de la pareja no es boyante y ya antes Letizia les ha echado una mano más de una vez.

 El noviazgo cambia las perspectivas de toda la familia, no siempre para bien. Con el tiempo Erika que consigue un trabajo estable se separa y ¿quién sabe por qué?, toma la terrible decisión que cae como un mazazo en el entorno cercano.  En ese momento, Letizia impone algunos vetos. Una persona en concreto, no debe asistir al velatorio. Según dice David y ante la pregunta de ¿por qué?, la prima le responde «no quiero más Rocasolanos», o algo semejante.

En el tanatorio tiene lugar una escena tremenda. El ex marido de Erika , el féretro al lado,  pierde los nervios y se encara con el rey al que hace responsable de lo ocurrido, insultándole además gravemente. Letizia acude de inmediato y se arrodilla ante el monarca, pidiéndole perdón.

Pero el narrador dice: «en ese momento me sentí muy orgulloso del ex marido». Al parecer se atrevió a decir lo que él mismo pensaba del rey.

Luego, David va perdiendo la relación privilegiada que creía tener con su prima. Una vez que ha prestado el servicio y ella ha asegurado la posición, David sobra. Unas fotos tomadas en el jardín de la residencia principesca son el detonante. Letizia le prohíbe que haga fotos que luego podría vender a las revistas del corazón y esa discusión acaba por destruir la relación. Ahora el primo saca a la luz lo que antes contribuyó a ocultar. Eso es este libro. Digan lo que digan es interesante y se lee con facilidad.

Sin embargo hay algo en lo que David se equivoca y quizá lleva a mucha gente a juzgar erróneamente lo ocurrido. El rey, ahora emérito,  no es culpable de nada. Es más, probablemente es el más inocente en toda esta historia y en la tragedia que se desencadenó en torno al  matrimonio real y que acabó por destruir a Erika.

Juan Carlos no mintió en ningún  momento, por el contrario; se le mintió a él, se le ocultó parte de la realidad, parte importante. Y en esa intriga fue el autor del libro protagonista principal. Él contribuyó voluntariamente al engaño. El súbdito miente al rey. Quizá inútilmente,  el aborto, ya en aquellos momentos, era moneda corriente.

La familia de la prometida, de ideas republicanas, cambió de opinión sin que el rey ni nadie cercano a él les obligara. El primo que se nos presenta tan digno, tan distante de ceremonias y pompas palaciegas, simplemente podrían haberse abstenido, haberse negado, después de todo solo era un primo, un pariente en cuarto grado. Todos ellos  podrían haber pasado de noviazgo y boda. Con la presencia de la madre y del padre hubiera sido más que suficiente, sobre todo después de haber visto que las cosas de palacio, el comportamiento real, les superaban. Pero todos, por los motivos más corrientes del mundo querían participar, estar presentes, posar para los medios.

El rey se mantenía al margen, apenas hablaba, ni siquiera con su familia. «No recordaba nunca mi nombre. No nos trataba con cariño», recuerda David. Todo son quejas por el comportamiento del monarca que el autor va distribuyendo a lo largo de la historia.

Pobre rey Juan Carlos. Como les ocurre a la mayoría de los varones blancos, padres de familia del occidente cristiano, haga lo que haga o aunque no haga nada, es culpable.

¿Qué papel jugó el rey en todo este entramado de ambiciones y relaciones de familia  imposibles? Ninguno. El matrimonio le fue impuesto. Es conocido que el príncipe le colocó ante un dilema. Probablemente la madre, así son las madres, apoyó al hijo y el rey, como el común de los padres de la actual civilización occidental, hizo lo que harían todos en su situación. Cedió. Aceptó el matrimonio, de buena o de mala gana, pero lo que sí es seguro es que no tuvo nada que ver en los acontecimientos que tuvieron lugar a continuación. David se equivoca culpando al rey. El ex marido de Erika se equivoca culpando al rey. Todos eran personas mayores de edad, se vieron arrastrados por una serie de acontecimientos que podrían haber evitado simplemente manteniéndose al margen que es donde la hija, hermana, prima, lo que antes fuera, les ha dejado finalmente.

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