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jueves, 16 de noviembre de 2017

CUARTA GUERRA MUNDIAL VI

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno















CUARTA GUERRA MUNDIAL VI

Conseguir que los demás hagan lo que uno desea. Esa es la clave. El cine, la televisión juegan a menudo con ese gran objetivo que todos nosotros ansiamos. ¿Quién no ha soñado con mover objetos a distancia? Efectuar un elegante giro de varita mágica, componer una expresión de furia, concentración extrema, temblor de mejillas y a continuación enviar por el simple poder de la mente canalizado a través de  movimientos y artefactos a nuestro enemigo a volar hasta hacerle chocar con algún obstáculo que acabe con él en estado lamentable. Golpear, obligar, incluso matar sin contacto físico. Se trata, en definitiva, de tener el poder absoluto sin temer ninguna consecuencia indeseable. Detención policial, comparecencia en el juzgado, etc.

Películas como “Harry Potter” o la reciente serie de Netflix “Stranger things” seducen a los televidentes con el señuelo de poderes paranormales que solo son trucos de cine.


No hay camino corto. Conseguir que los demás hagan lo que uno desea requiere el concurso de la ciencia, de la investigación. Sobre esta cuestión de momento que sepamos, existen dos posibilidades comprobadas.

Primero el reflejo condicional de Pavlov y derivados como el condicionamiento operante de Skinner y la segunda posibilidad se refiere a la directa actuación sobre el cerebro como demostró el profesor Rodríguez Delgado.

En el primer caso y por medios parecidos se consigue asociar una reacción natural del animal objeto de estudio  a un estímulo neutro. Por ejemplo Pavlov consiguió relacionar las secreciones líquidas de un perro ante la presencia de comida a un timbre o una luz roja que en condiciones normales no tienen ningún significado para el animal.

Si un perro tiene hambre y se enciende una luz roja en la jaula del laboratorio no ocurre nada porque la luz roja no satisface la necesidad del perro. Ahora bien, si cada vez que se enciende la luz roja se entrega la comida al animal, este acabará reaccionando a la luz  como si esta fuera la auténtica comida. El profesor ruso Pavlov lo demostró de manera un tanto cruel, al menos para lo que se acepta en estos tiempos, poniendo al descubierto las glándulas salivales del perro estudiado. Al principio el animal segregaba saliva solo cuando tenía la comida presente, con el tiempo acabó relacionando la luz roja que siempre se encendía cuando le daban de comer con la propia comida con lo que la salivación se producía directamente en presencia de la luz y sin necesidad del estímulo primario, en este caso el alimento.

La comida era el estímulo natural y la luz el estímulo neutro sin significado especial excepto el que se producía una vez se conseguía condicionar al perro.

Trasladando la experiencia a nuestra psicología, se demuestra que es posible que el hombre o la mujer reaccionen de manera condicionada a estímulos asociados a otros con los que se establece la relación que se desea.

Por ejemplo, son corrientes los anuncios televisivos de vehículos en que se observa al feliz poseedor de determinado modelo de coche habitando fabulosas unifamiliares con jardín, padre además de niños maravillosos, rubios, sonrientes, felices. Marido de extraordinaria y bellísima mujer que parece modelo de pasarela. 

En el caso de que el anuncio vaya dirigido a determinado tipo de mujer triunfadora, esta aparece al volante del coche rebasando a admirados, rendidos y además atractivos conductores varones se ven incapaces de seguir la estela de la sonriente y autosatisfecha conductora de F1.

En definitiva se trata de relacionar un instinto primario como puede ser el de mejorar la posición social, felicidad o el de triunfo personal con la propiedad de un modelo de vehículo concreto. Aunque parezca que no, la relación acaba estableciéndose al menos en un porcentaje no despreciable de los televidentes que son los que finalmente adquirirán el vehículo en cuestión. Probablemente muchos de los compradores lo hagan condicionados por estos mensajes publicitarios aunque nunca lo admitirían puesto que en realidad la asociación de estímulos funciona a nivel inconsciente.

La otra posibilidad es la que experimentó en su momento Rodríguez Delgado. Introdujo dos electrodos en el cerebro de un toro y mediante un radiotransmisor frenaba la acometida del animal únicamente pulsando un botón.

En Laberinto se menciona esta última posibilidad si bien mucho más sofisticada por el avance científico que ya existía en los años en que se escribió la novela.

Los servicios secretos rusos han estudiado a fondo la personalidad del mandatario norteamericano. Han escudriñado en la historia familiar y han descubierto un sustrato de ira contenida, pero muy presente en el presidente. Feodorov con la ayuda de una especialista de primer nivel en el estudio del funcionamiento cerebral consigue, por un lado descifrar una frecuencia interna de funcionamiento de la amígdala presidencial (parte del cerebro en la que parece residen las respuestas emocionales de cada individuo). Por otro construye un emisor de frecuencia de onda larga (único tipo de onda capaz de traspasar la defensa craneal), frecuencia que coincide con la que desata la reacción visceral del presidente. Se trata de que un estímulo construido al propósito que se persigue, un atentado terrorista, desencadene con ayuda de la onda electrónica que se pretende enviar una reacción emocional primaria en el presidente que se superpondría a cualquier evaluación racional de una situación de crisis.

La KGB maniobra en países árabes para que una célula musulmana acabe poniendo en marcha una operación terrorista contra una base militar USA en Alemania Federal (todavía estamos en la guerra fría) de forma que la explosión acabe matando a cientos de jóvenes norteamericanos, hijos del personal desplazado en la base.

Ante la noticia y calculando el momento en que se reúne el gabinete de crisis en la Casa Blanca, los rusos emiten la onda que desata la reacción virulenta de un hombre que ante el asombro de los asesores se descontrola hasta el punto de pensar en un ataque nuclear contra Irán. Cuando la emisión de la onda cesa, las consecuencias del súbito ataque de furia persisten sumiendo a la víctima en un estado de estupor y de incomprensión acerca de lo que le ha llevado a tomar semejante decisión. Sin embargo el carácter intransigente y la personalidad del presidente, previamente estudiadas por los psicólogos rusos, hacen imposible que piense siquiera en una posible rectificación.

Dos notas son de destacar en esta parte del desarrollo del relato. El comando terrorista en ningún momento sabe que está actuando a favor de intereses soviéticos, por el contrario supone que la planificación y el desarrollo del atentado están a cargo de una determinada facción islámica con apoyo de Irán. Esto nos sitúa en el escenario tantas veces comentado acerca de los atentados de falsa bandera que acaban induciendo a  los hombres de gobierno a tomar decisiones equivocadas. Los servicios secretos aparecen así como grupos de presión que en muchas ocasiones actúan al margen del poder regular al que supuestamente están supeditados. Este es el caso de Feodorov cuyas actividades no son conocidas por el premier soviético del momento, Gorbachov.

Además está la cuestión del famoso «lavado de cerebro» que en los términos en que popularmente se conoce no parece existir, pero sí que es posible la manipulación emocional, aunque suponemos que es dudosa (esperemos que sea así) la posibilidad de incidir en el cerebro de cualquier persona de una manera tan directa como se relata en la novela.

El ejemplo del anuncio televisivo antes descrito es, por encima de todo, condicionamiento emocional. Una emoción primaria, no por oculta o inconsciente menos presente es la que finalmente va a decidir acerca de la compra de un modelo de vehículo.

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