CUARTA GUERRA MUNDIAL VI
Conseguir que los demás hagan lo
que uno desea. Esa es la clave. El cine, la televisión juegan a menudo con ese
gran objetivo que todos nosotros ansiamos. ¿Quién no ha soñado con mover
objetos a distancia? Efectuar un elegante giro de varita mágica, componer una
expresión de furia, concentración extrema, temblor de mejillas y a continuación
enviar por el simple poder de la mente canalizado a través de movimientos y artefactos a nuestro enemigo a
volar hasta hacerle chocar con algún obstáculo que acabe con él en estado
lamentable. Golpear, obligar, incluso matar sin contacto físico. Se trata, en definitiva,
de tener el poder absoluto sin temer ninguna consecuencia indeseable. Detención
policial, comparecencia en el juzgado, etc.
Películas como “Harry Potter” o
la reciente serie de Netflix “Stranger things” seducen a los televidentes con
el señuelo de poderes paranormales que solo son trucos de cine.
No hay camino corto. Conseguir
que los demás hagan lo que uno desea requiere el concurso de la ciencia, de la
investigación. Sobre esta cuestión de momento que sepamos, existen dos
posibilidades comprobadas.
Primero el reflejo condicional de
Pavlov y derivados como el condicionamiento operante de Skinner y la segunda
posibilidad se refiere a la directa actuación sobre el cerebro como demostró el
profesor Rodríguez Delgado.
En el primer caso y por medios
parecidos se consigue asociar una reacción natural del animal objeto de estudio a un estímulo neutro. Por ejemplo Pavlov
consiguió relacionar las secreciones líquidas de un perro ante la presencia de
comida a un timbre o una luz roja que en condiciones normales no tienen ningún significado para el animal.
Si un perro tiene hambre y se
enciende una luz roja en la jaula del laboratorio no ocurre nada porque la luz
roja no satisface la necesidad del perro. Ahora bien, si cada vez que se
enciende la luz roja se entrega la comida al animal, este acabará reaccionando
a la luz como si esta fuera la auténtica
comida. El profesor ruso Pavlov lo demostró de manera un tanto cruel, al menos
para lo que se acepta en estos tiempos, poniendo al descubierto las glándulas
salivales del perro estudiado. Al principio el animal segregaba saliva solo
cuando tenía la comida presente, con el tiempo acabó relacionando la luz roja
que siempre se encendía cuando le daban de comer con la propia comida con lo
que la salivación se producía directamente en presencia de la luz y sin
necesidad del estímulo primario, en este caso el alimento.
La comida era el estímulo natural
y la luz el estímulo neutro sin significado especial excepto el que se producía
una vez se conseguía condicionar al perro.
Trasladando la experiencia a
nuestra psicología, se demuestra que es posible que el hombre o la mujer
reaccionen de manera condicionada a estímulos asociados a otros con los que se
establece la relación que se desea.
Por ejemplo, son corrientes los
anuncios televisivos de vehículos en que se observa al feliz poseedor de
determinado modelo de coche habitando fabulosas unifamiliares con jardín, padre
además de niños maravillosos, rubios, sonrientes, felices. Marido de extraordinaria y bellísima
mujer que parece modelo de pasarela.
En el caso de que el anuncio vaya
dirigido a determinado tipo de mujer triunfadora, esta aparece al volante del coche rebasando a admirados, rendidos y además atractivos conductores varones se ven
incapaces de seguir la estela de la sonriente y autosatisfecha conductora de
F1.
En definitiva se trata de
relacionar un instinto primario como puede ser el de mejorar la posición
social, felicidad o el de triunfo personal con la propiedad de un modelo de
vehículo concreto. Aunque parezca que no, la relación acaba estableciéndose al
menos en un porcentaje no despreciable de los televidentes que son los que
finalmente adquirirán el vehículo en cuestión. Probablemente muchos de los compradores
lo hagan condicionados por estos mensajes publicitarios aunque nunca lo
admitirían puesto que en realidad la asociación de estímulos funciona a nivel
inconsciente.
La otra posibilidad es la que
experimentó en su momento Rodríguez Delgado. Introdujo dos electrodos en el
cerebro de un toro y mediante un radiotransmisor frenaba la acometida del
animal únicamente pulsando un botón.
En Laberinto se menciona esta
última posibilidad si bien mucho más sofisticada por el avance científico que ya existía en los años en que se escribió la novela.
Los servicios secretos rusos han
estudiado a fondo la personalidad del mandatario norteamericano. Han escudriñado
en la historia familiar y han descubierto un sustrato de ira contenida, pero
muy presente en el presidente. Feodorov con la ayuda de una especialista de
primer nivel en el estudio del funcionamiento cerebral consigue, por un lado
descifrar una frecuencia interna de funcionamiento de la amígdala presidencial
(parte del cerebro en la que parece residen las respuestas emocionales de cada
individuo). Por otro construye un emisor de frecuencia de onda larga (único
tipo de onda capaz de traspasar la defensa craneal), frecuencia que coincide
con la que desata la reacción visceral del presidente. Se trata de que
un estímulo construido al propósito que se persigue, un atentado terrorista,
desencadene con ayuda de la onda electrónica que se pretende enviar una
reacción emocional primaria en el presidente que se superpondría a cualquier
evaluación racional de una situación de crisis.
La KGB maniobra en países árabes
para que una célula musulmana acabe poniendo en marcha una operación terrorista
contra una base militar USA en Alemania Federal (todavía estamos en la guerra
fría) de forma que la explosión acabe matando a cientos de jóvenes
norteamericanos, hijos del personal desplazado en la base.
Ante la noticia y calculando el
momento en que se reúne el gabinete de crisis en la Casa Blanca, los rusos
emiten la onda que desata la reacción virulenta de un hombre que ante el
asombro de los asesores se descontrola hasta el punto de pensar en un ataque
nuclear contra Irán. Cuando la emisión de la onda cesa, las consecuencias del
súbito ataque de furia persisten sumiendo a la víctima en un estado de estupor
y de incomprensión acerca de lo que le ha llevado a tomar semejante decisión.
Sin embargo el carácter intransigente y la personalidad del presidente,
previamente estudiadas por los psicólogos rusos, hacen imposible que piense
siquiera en una posible rectificación.
Dos notas son de destacar en esta
parte del desarrollo del relato. El comando terrorista en ningún momento sabe
que está actuando a favor de intereses soviéticos, por el contrario supone que
la planificación y el desarrollo del atentado están a cargo de una determinada
facción islámica con apoyo de Irán. Esto nos sitúa en el escenario tantas veces
comentado acerca de los atentados de falsa bandera que acaban induciendo a los hombres de gobierno a tomar decisiones
equivocadas. Los servicios secretos aparecen así como grupos de presión que en
muchas ocasiones actúan al margen del poder regular al que supuestamente están
supeditados. Este es el caso de Feodorov cuyas actividades no son conocidas por
el premier soviético del momento, Gorbachov.
Además está la cuestión del
famoso «lavado de cerebro» que en los términos en que popularmente se conoce no
parece existir, pero sí que es posible la manipulación emocional, aunque
suponemos que es dudosa (esperemos que sea así) la posibilidad de incidir en el
cerebro de cualquier persona de una manera tan directa como se relata en la
novela.
El ejemplo del anuncio televisivo
antes descrito es, por encima de todo, condicionamiento emocional. Una emoción
primaria, no por oculta o inconsciente menos presente es la que finalmente va a
decidir acerca de la compra de un modelo de vehículo.
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