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CUARTA GUERRA MUNDIAL VII
La cuestión que se nos presenta
después de haber analizado la novela de los años ochenta (Laberinto) es si algo de lo que en ella se cuenta ha ocurrido
en realidad. Por un lado hemos observado cómo los EE UU han acabado
interviniendo militarmente en países como Afganistán, (antes teórico aliado),
en Irak (en el momento de la invasión totalmente sometido militarmente a la
coalición internacional) y con la absoluta seguridad de que ni en un caso ni en
el otro había relación alguna con los atentados del 11 de septiembre. Ahora
sabemos que las organizaciones terroristas que lo llevaron a cabo tenían mucha
más relación con Arabia Saudita que con los países antes citados.
¿Es posible que la única
superpotencia en aquel momento fuera engañada de manera tan burda? ¿Fue el
presidente norteamericano inducido por algún siniestro mecanismo psicológico a
tomar la decisión equivocada? ¿En base a qué pruebas atribuyeron la autoría del
atentado a los dos países finalmente invadidos?
Todo esto es controvertido en la
actualidad y sin embargo la opinión pública hábilmente manipulada por los
medios de comunicación parece haber asimilado la necesidad de una guerra interminable cuyos sacrificios en vidas humanas y económicos son incalculables. No debemos olvidar que
los Estados Unidos sufrieron una dolorosísima derrota en Vietnam, derrota
provocada más bien por la reacción interior ante los costes del conflicto que
por el desarrollo del mismo en el
terreno estrictamente militar. El ejército USA nunca tuvo el menor riesgo de
perder la guerra en el país asiático, fue más bien el conglomerado de
información y la oposición ciudadana, hábilmente dirigida y progresivamente contraria a la intervención los que decidieron la retirada norteamericana.
Seguramente si en este momento
preguntáramos a muchos jóvenes cuál de los dos partidos USA, republicano o
demócrata, fue el que decidió la intervención en Vietnam nos dirían sin dudarlo
un momento que fue el partido conservador el que apostó por la solución militar.
Curiosamente la escalada de guerra comenzó durante la administración Kennedy, el mítico
presidente demócrata católico y se incrementó hasta la guerra total con el
sucesor el también demócrata Lyndon B. Jonson, para ser concluida por obra y
gracia del tan criticado presidente republicano Richard Nixon al que los
diarios progresistas neoyorkinos obligaron a dimitir.
Desde la finalización de la
guerra vietnamita, la política militar USA había sido extremadamente cautelosa,
sabedores los dirigentes más belicosos que el país no volvería a tolerar las imágenes
de los noticiarios mostrando el goteo diario de cientos de ataúdes de jóvenes norteamericanos
envueltos en la bandera de las barras y las estrellas.
El 11 S acabó con cualquier
cautela. El ejército más poderoso desde la segunda guerra mundial acabó haciendo
acto de presencia en el torturado escenario de oriente medio. Después de más de
dieciséis años la situación ha empeorado notablemente. ¿A quién o quiénes
interesaba el ataque militar? Hoy por hoy es todo un misterio, si bien comienza
a abrirse camino la hipótesis saudita. Era la monarquía de Arabia la más
interesada en acabar con países y regímenes contrarios a sus intereses,
singularmente la amenaza iraquí.
¿Manipularon los servicios secretos saudíes al
grupo terrorista que atacó Estados Unidos en 2001? ¿Lo hicieron los servicios
secretos de algún otro país? ¿Fueron los propios servicios secretos estadounidenses
los que dirigieron el ataque para que los ciudadanos del país acabaran
consintiendo en la intervención? ¿Respondía el despliegue militar a intereses
estadounidenses?
Sea por la razón que fuere los
Estados Unidos acabaron enredados y enredando a otros países (España) en el
caos de oriente medio elevando el riesgo de un conflicto atómico hasta límites
nunca antes vistos. Y es que actualmente el escenario se nos aparece dantesco. Israel
es el único país que sepamos, que tiene un más que respetable arsenal nuclear al
que recurrirá en el momento en que el ejército regular se vea incapaz de frenar
a los ejércitos convencionales vecinos. Por otro lado Irán debe estar, si no
lo ha conseguido ya, a punto de obtener la tan ansiada «bomba». Otros países de
la zona poseen también ejércitos poderosísimos, Turquía, Egipto, Siria. Además
combaten en diversos frentes grupos extraños de guerrilleros musulmanes cuyas tácticas
de guerra santa y estrategias de publicidad parecen sacadas del más extremo género «gore».
En última instancia y cuando el régimen
sirio parecía a punto de colapso se produjo la intervención rusa que dio un
vuelco a la situación, de forma que ahora el régimen de El Assad
parece haberse asentado. El triunfo de Trump en EE UU, al margen de los
exabruptos del presidente, en general ha significado una notable disminución de
la presencia del ejército norteamericano (repliegue que ya empezó con Obama) y,
sobre todo ha supuesto la reducción de la ayuda USA a los grupos guerrilleros
que están perdiendo la guerra en Siria.
Pero no debemos obviar los
efectos colaterales del conflicto y la curiosa reacción de algunos dirigentes
europeos. La invasión musulmana de Europa es un hecho. La vieja y antes
cristiana Europa está inerme ante el alud de inmigración que se ve favorecido
no solo por organizaciones aparentemente humanitarias, sino por los propios líderes
europeos. No deja de causar sorpresa la actitud de la premier alemana Angela
Merkel tan dura con los pobres y endeudados griegos y tan extrañamente
condescendiente con la invasión musulmana. También aparece como incomprensible la política del gobierno francés
o la del español que subrepticiamente están inundando de población foránea las
respectivas naciones. Mucho más curiosa es la salida del Reino Unido de la UE
cuyo fundamento más populista es el rechazo racista a trabajadores de otras
naciones europeas, españoles, griegos, polacos al tiempo que eligen un alcalde
musulmán para Londres y en el momento en que gran parte de su población está
compuesta por gentes de las antiguas colonias. Hindúes, paquistaníes, árabes,
etc. muchos de ellos de observancia religiosa estrictamente islámica, con lo que cabría preguntarse si no ha sido
precisamente el peso en el voto popular de estas etnias contrarias al
incremento de población occidental el que ha acabado decantando la salida de la
Gran Bretaña.
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