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domingo, 19 de noviembre de 2017

FEROZ ANTICRISTIANISMO.

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno
















FEROZ ANTICRISTIANISMO.


O más bien sutil. Pero efectivo. Dos series de Nerflix de buena factura, enganchan..., pero contienen un etéreo o no tan etéreo mensaje. «The sinner». Excelente historia de cine negro. Una asesina evidente que guarda un secreto, un recuerdo perdido que la impulsa a matar. El detective, el de siempre, tan habitual en las series policíacas, atormentado también como la protagonista. Bill Pullman en el papel de investigador contra corriente que busca la verdad subyacente en el comportamiento incomprensible de una madre de familia ejemplar. Obviaremos la inconsistencia del planteamiento inicial, alabaremos sin embargo la huida de los tópicos de costumbre. Aquí no hay padre violador, tampoco manada de jóvenes salidos que abusan de indefensas e incautas jóvenes. La historia es la del recuerdo perdido. La memoria oculta en la mente de la protagonista que con ayuda del policía enredado en extraños amoríos extramatrimoniales consigue por fin imponerse a las pruebas jurídicas. Sin embargo…ahí está, como en tantas series y películas, el feroz anticristianismo revestido en esta ocasión de anticatolicismo beligerante. Solo una religión que se basa en el pecado original, en la abrumadora culpa inculcada desde la más tierna infancia en sus seguidores puede dar lugar a semejante madre perturbada por la enfermedad de la segunda hija y entregada a los delirios místicos propios del catolicismo. Una cruz descomunal en casa de la protagonista. Cruz más propia de un retablo de catedral que de una modesta vivienda familiar. La cruz, se entiende, se sobreentiende, se debe entender por encima de cualquier otra consideración, es la causa de la histeria, del fanatismo, de la muerte.


“Paranoia”, también magnífica serie policíaca, en este caso, británica. Tres policías protagonistas diferentes a lo habitual en las series norteamericanas. El mayor de ellos desequilibrado por ansiedades y miedos acumulados a lo largo de una carrera policial. La mujer, huye también del estereotipo de policía femenina. Estereotipo que dibuja mujeres tan varoniles como el más imponente hombre al mando, solo que envueltas en la figura sexualmente atractiva de una modelo de pasarela con pistola en la cintura. Aquí, la policía es una mujer sorprendente. «Una montaña rusa de alegrías y explosiones viscerales», se describe ella misma. En definitiva una mujer emocionalmente no muy estable. Abandonada por eso que ahora se llama «la pareja» tras una relación de cuatro años que ella creía firme y asentada, con vocación de futuro. El joven apuesto por una vez resulta no ser tonto, sino todo lo contrario. Tampoco es un luchador implacable experto en artes marciales. Arrastra una relación complicada con una madre que en sus palabras es «mentirosa patológica».

Otro personaje importante. La mujer testigo del homicidio. Sonriente, en permanente estado de beatífica felicidad. Alejada de las tensiones de la vida corriente, se enamora del policía estresado que ya ha empezado a tomar pastillas. Ella, por el contrario, combate las ansiedades y miedos del siglo XXI gracias a su pertenencia a un grupo de meditación. «Soy cuáquera». Parece que se reúnen en alguna antigua iglesia despoblada de cristianos y allí sentados todos en un círculo de sillas cierran los ojos y meditan. Nada más. Al policía le dice que creen en un Dios que lo abarca todo. Panteísmo. Todo es Dios, todos pertenecemos, somos parte de ese Dios. Mensaje inaceptable para un cristiano, puesto que entonces no existe el bien y el mal. Pero a ella le va bien, parece. No necesita pastillas para sobreponerse a un pasado oscuro.

Los malos, son en esta serie más convencionales. Por orden. Primero la multinacional farmacéutica que fabrica pastillas para psiquiatras, psicotrópicos les llaman. Segundo, los psiquiatras que se avienen a recetarlos después de estancias de lujo en lugares en los que la multinacional organiza presentaciones de nuevos fármacos. Todo esto es aceptable, es un lugar común, pero puede que haya algo de cierto. Es posible que nos atiborren a pastillas de escaso efecto, tal vez de efecto nefasto para engordar la cuenta de resultados de la multinacional en cuestión, pero…; de pronto en el lujoso salón de entrada del monstruo farmacéutico se nos muestra un Cristo gigantesco de material transparente repleto en su interior de pastillas de colorines. Ahí está el mensaje anticristiano sutilmente envuelto en una historia criminal.

¿Alguien cree que puede existir algo más contrario a la ciencia especulativa, a la investigación a base de pruebas científicas que el Cristo de la fe? Y sin embargo, cuelan intencionadamente la mentira. En este caso, mucho más descarada que en la serie anterior.

 Hoy en día la gente no lee, solo ve pantallas de ordenador, televisión y cine. Películas, documentales y programas de morbosa realidad humana, “reallity shows” o algo así. La imagen que se nos muestra en el moderno púlpito electrónico es la del  sermoneador que nos dice como tenemos que comportarnos, qué tenemos que creer. La admonición es central, ocupa toda la pantalla, nos hipnotiza, nos abruma.

Lo que ocurre al otro lado del telón digital  parece creíble, la historia tiene un desarrollo lógico, atrapa a los televidentes y transversalmente se muestra la falsa asociación pavloviana que los responsables de la serie quieren transmitir. «Cristo y los psicotrópicos están relacionados». La furibunda reacción del policía trastornado, provocada por esos mismos fármacos se dirige contra el Cristo que los contiene en su interior.

Resumiendo. En ambas series el mensaje dispensado como tratamiento médico en tan atractivo continente es muy simple y al mismo tiempo muy efectivo: Cristo malo, perjudicial, opio del pueblo. Religión generadora de culpa y sufrimiento. Por el contrario, la felicidad está en la libertad de hacer lo que a cada uno satisface. También son aceptables  otras religiones que ahora compiten con el viejo cristianismo tan molesto en sus disquisiciones acerca del bien y del mal. Por ejemplo los cuáqueros. No sabemos que es esta extraña religión o creencia, pero bien parece que algún cuáquero ha financiado la serie. En todo caso cuáquero o budista nunca se atreverán a hacer algo parecido con la religión islámica. ¿Por qué será?






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