FEROZ ANTICRISTIANISMO.
O más bien sutil. Pero efectivo.
Dos series de Nerflix de buena factura, enganchan..., pero contienen un etéreo
o no tan etéreo mensaje. «The sinner». Excelente historia de cine negro. Una
asesina evidente que guarda un secreto, un recuerdo perdido que la impulsa a
matar. El detective, el de siempre, tan habitual en las series policíacas,
atormentado también como la protagonista. Bill Pullman en el papel de
investigador contra corriente que busca la verdad subyacente en el comportamiento
incomprensible de una madre de familia ejemplar. Obviaremos la inconsistencia
del planteamiento inicial, alabaremos sin embargo la huida de los tópicos de
costumbre. Aquí no hay padre violador, tampoco manada de jóvenes salidos que
abusan de indefensas e incautas jóvenes. La historia es la del recuerdo
perdido. La memoria oculta en la mente de la protagonista que con ayuda del
policía enredado en extraños amoríos extramatrimoniales consigue por fin
imponerse a las pruebas jurídicas. Sin embargo…ahí está, como en tantas series
y películas, el feroz anticristianismo revestido en esta ocasión de
anticatolicismo beligerante. Solo una religión que se basa en el pecado
original, en la abrumadora culpa inculcada desde la más tierna infancia en sus
seguidores puede dar lugar a semejante madre perturbada por la enfermedad de la
segunda hija y entregada a los delirios místicos propios del catolicismo. Una
cruz descomunal en casa de la protagonista. Cruz más propia de un retablo de
catedral que de una modesta vivienda familiar. La cruz, se entiende, se
sobreentiende, se debe entender por encima de cualquier otra consideración, es
la causa de la histeria, del fanatismo, de la muerte.
“Paranoia”, también magnífica
serie policíaca, en este caso, británica. Tres policías protagonistas
diferentes a lo habitual en las series norteamericanas. El mayor de ellos desequilibrado
por ansiedades y miedos acumulados a lo largo de una carrera policial. La
mujer, huye también del estereotipo de policía femenina. Estereotipo que dibuja mujeres tan varoniles como el más imponente hombre al mando, solo que envueltas en la figura
sexualmente atractiva de una modelo de pasarela con pistola en la cintura. Aquí, la policía
es una mujer sorprendente. «Una montaña rusa de alegrías y explosiones
viscerales», se describe ella misma. En definitiva una mujer emocionalmente no
muy estable. Abandonada por eso que ahora se llama «la pareja» tras una
relación de cuatro años que ella creía firme y asentada, con vocación de futuro.
El joven apuesto por una vez resulta no ser tonto, sino todo lo contrario.
Tampoco es un luchador implacable experto en artes marciales. Arrastra una
relación complicada con una madre que en sus palabras es «mentirosa
patológica».
Otro personaje importante. La
mujer testigo del homicidio. Sonriente, en permanente estado de beatífica
felicidad. Alejada de las tensiones de la vida corriente, se enamora del
policía estresado que ya ha empezado a tomar pastillas. Ella, por el contrario,
combate las ansiedades y miedos del siglo XXI gracias a su pertenencia a un
grupo de meditación. «Soy cuáquera». Parece que se reúnen en alguna antigua
iglesia despoblada de cristianos y allí sentados todos en un círculo de sillas
cierran los ojos y meditan. Nada más. Al policía le dice que creen en un Dios
que lo abarca todo. Panteísmo. Todo es Dios, todos pertenecemos, somos parte de
ese Dios. Mensaje inaceptable para un cristiano, puesto que entonces no existe
el bien y el mal. Pero a ella le va bien, parece. No necesita pastillas para
sobreponerse a un pasado oscuro.
Los malos, son en esta serie más
convencionales. Por orden. Primero la multinacional farmacéutica que fabrica
pastillas para psiquiatras, psicotrópicos les llaman. Segundo, los psiquiatras
que se avienen a recetarlos después de estancias de lujo en lugares en los que
la multinacional organiza presentaciones de nuevos fármacos. Todo esto es
aceptable, es un lugar común, pero puede que haya algo de cierto. Es posible
que nos atiborren a pastillas de escaso efecto, tal vez de efecto nefasto para
engordar la cuenta de resultados de la multinacional en cuestión, pero…; de
pronto en el lujoso salón de entrada del monstruo farmacéutico se nos muestra
un Cristo gigantesco de material transparente repleto en su interior de
pastillas de colorines. Ahí está el mensaje anticristiano sutilmente envuelto
en una historia criminal.
¿Alguien cree que puede existir
algo más contrario a la ciencia especulativa, a la investigación a base de
pruebas científicas que el Cristo de la fe? Y sin embargo, cuelan
intencionadamente la mentira. En este caso, mucho más descarada que en la serie
anterior.
Hoy en día la gente no lee, solo ve pantallas
de ordenador, televisión y cine.
Películas, documentales y programas de morbosa realidad humana, “reallity
shows” o algo así. La imagen que se nos muestra en el moderno púlpito electrónico es la del sermoneador que nos dice como tenemos que comportarnos, qué tenemos que
creer. La admonición es central, ocupa toda la pantalla, nos hipnotiza, nos abruma.
Lo que ocurre al otro lado del telón digital parece
creíble, la historia tiene un desarrollo lógico, atrapa a los televidentes y
transversalmente se muestra la falsa asociación pavloviana que los responsables
de la serie quieren transmitir. «Cristo y los psicotrópicos están relacionados».
La furibunda reacción del policía trastornado, provocada por esos mismos
fármacos se dirige contra el Cristo que los contiene en su interior.
Resumiendo. En ambas series el
mensaje dispensado como tratamiento médico en tan atractivo continente es muy simple y al mismo tiempo
muy efectivo: Cristo malo, perjudicial, opio del pueblo. Religión generadora de
culpa y sufrimiento. Por el contrario, la felicidad está en la libertad de
hacer lo que a cada uno satisface. También son aceptables otras religiones que ahora compiten con el
viejo cristianismo tan molesto en sus disquisiciones acerca del bien y del mal.
Por ejemplo los cuáqueros. No sabemos que es esta extraña religión o creencia,
pero bien parece que algún cuáquero ha financiado la serie. En todo caso
cuáquero o budista nunca se atreverán a hacer algo parecido con la religión
islámica. ¿Por qué será?
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