Como resultado de la última
nevada unos jóvenes españoles atrapados en un puerto de montaña han descubierto que el sistema en que han
crecido y creído consiste básicamente en una estafa.
Confiados en los mensajes
relajantes que han recibido a lo largo de su corta vida pensaron que todo
estaba bajo control. Una nevada, un tiempo revuelto en invierno que además
activa de inmediato alarmas y alertas de varios colores según sermonean los
telediarios (en vez de medios de comunicación deberían denominarse medios de
aletargamiento general), no debían suponer problema alguno para los
departamentos supuestamente garantes de que ningún peligro aceche a los
confiados ciudadanos, jóvenes sobre todo. La administración pública, alguna de
las numerosas que padecemos, toma de inmediato el control y garantiza que
nuestra vida va a transcurrir indefinidamente en lo que los voceros y
propagandistas diversos denominan un entorno seguro y controlado.
Algunos españoles disfrutaban todavía
de las reuniones navideñas cuando los noticiarios advertían del temporal de
nieve y casi de pasada hablaron de problemas en algunas carreteras españolas,
singularmente la AP 6. No obstante las mismas señoras que comunicaban las malas
noticias, sonreían y a continuación calmaban los nervios de los televidentes ante
el retorno vacacional afirmando que la UME había sido movilizada con lo que
todos podían continuar con las cenas y el reparto de regalos en la seguridad de
que el gran hermano, Rajoy y sus acólitos, velaban para que nada alterase el tonto
adormecimiento general.
Nuestros jóvenes pues, confiaron
en el entorno cuidadosamente controlado por las autoridades y decidieron
circular a bordo de un todoterreno con tracción total, pero escasos de ropas de
invierno y se adentraron en la carretera de un puerto de montaña para verse
atrapados en una situación con escasas vías de escape.
«No hay problema», debieron
pensar. «Hacemos una llamada al 112 y de inmediato nos enviarán un helicóptero
con especialistas entrenados en estas operaciones, tal como nos muestran en los
telediarios cuando rescatan a montañeros accidentados al filo de tenebrosos e
insondables abismos».
Entorno seguro y controlado, es
lo que publicita la «marca España» del señor Rajoy. Por el contrario, obtuvieron
como respuesta un displicente comentario del señor o señora del 112, «ya somos
mayorcinhos» o algo parecido en idioma bable o similar. O sea que de lo
prometido, nada. Una nevada y el entorno garantista desaparece. Los organismos
supuestamente creados para solucionar todos los problemas del mundo se
descojonan de los jóvenes atrapados que finalmente se ponen en comunicación con
la Guardia Civil que no puede llegar a donde ellos están, (¿y la unidad de
rescate de alta montaña, tan eficaz? Pues vete a saber) y les aconseja que
caminen tres kilómetros cuesta abajo en medio del temporal de nieve y con ropa
veraniega o poco menos.
Algunas conclusiones deberían
extraer nuestros confiados jóvenes. Primero, que cuando la situación, por el
motivo que sea, sube unos puntos (no demasiados) en el termómetro de los
peligros que acechan nuestro cotidiano deambular por este mundo, todos los
organismos creados, sostenidos por el dinero público y pensados para garantizar
la seguridad de los ciudadanos, simplemente se ven y se verán en el futuro,
desbordados. Piénsese que la ola de frío ha causado estragos en Nueva York, que
el huracán Katrina hundió literalmente ciudades enteras bajo el océano sacudido
por el huracán, que los bomberos de Nueva York se comportaron heroicamente,
pero nada pudieron hacer frente al desastre de las torres gemelas, que un
tsunami causó doscientos mil muertos en Indonesia, etc.
En segundo lugar, tendrían
nuestros jóvenes que desconfiar de teléfonos de emergencias y organismos de
protección civil que, en general, están al servicio de los funcionarios y
responsables que los gestionan a cambio de jugosas nóminas. En una tormenta de nieve y frío no hay que
fiarse de rescates prometidos. El responsable de la DGT disfrutaba de unas
merecidas vacaciones navideñas y se cabreó cuando le recordaron sus
obligaciones, los ministros del gobierno central lo mismo, los responsables de
los gobiernos autonómicos siempre en demanda de traspasos competenciales
tampoco aparecían por ningún lado y la Guardia Civil (desbordada) no podía
hacer más de lo que hizo.
Para próximas alertas
meteorológicas lo más sensato es, desde luego, dejar el coche aparcado y si no
es posible, llevar ropa de abrigo suficiente, comida para una semana, cargar el
depósito de combustible hasta que rebose y un par de bidones de veinte litros
extra como si uno fuera a participar en el Dakar. Pero por encima de todo no
fiarse, no confiar en los políticos ni en los bustos parlantes que con sonrisas
melifluas anuncian desastres y medidas que deben solucionarlos. Los primeros
suelen ser ciertos, pero las segundas solo tienen como objetivo aletargar al
televidente para que no cambie el sentido del voto.
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