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miércoles, 5 de diciembre de 2018

ECONOMISTAS, GLOBALIZACIÓN, POPULISMO (I)

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno













El G20 se ha reunido en Argentina en medio del caos organizativo del evento y del caos mundial en que se ha sumergido el mundo.
Observemos lo siguiente en este periódico digital.

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Y AQUÍ

De ambos artículos podemos extraer algunas conclusiones que explican la actual situación mundial.
Es importante, sobre todo, lo referente a los economistas y qué entendemos por economista. De hecho el mundo occidental lleva décadas poniendo todos sus recursos en manos de estos supuestos intelectuales que han acabado por hacernos creer que todo lo que tenga que ver con el bienestar social y personal tiene que pasar por el filtro de estos especialistas...¿en qué?

Ante todo debemos tener en cuenta la naturaleza íntima del economista. El economista actual básicamente es un contable. Los reputados economistas del XIX como Adam Smtih observaron el comportamiento de los mercados que llevaban cientos de años funcionando y extrajeron las consecuencias oportunas. La ley de la oferta y la demanda y el precio de equilibrio en un mercado teóricamente libre de otras influencias, fueron las más importantes.

La ciencia económica fue haciéndose paulatinamente con el poder político y finalmente con el poder en las empresas productoras de occidente. El economista, un trabajador con ánimo funcionarial, pulcro, atildado, ordenado y con innata prevención hacia el trabajador de mono azul con las manos llenas de grasa y las uñas inevitablemente sucias es, ha sido, en muchos casos, hijo de estos trabajadores manuales y también de aquéllos ya míticos empresarios que poco tenían que ver con los contables que les sustituyeron al frente de fábricas y empresas.

El economista reduce el mundo a gráficos, estadísticas y sobre todo a dos formularios que antes se rellenaban en papel impreso y ahora pueblan los ordenadores de todo el mundo. Al economista solo le interesan dos cosas: la cuenta de pérdidas y ganancias y el balance de situación. Todo en brillante blanco y negro, incluso en rojo y verde fosforito para alegrar un tanto la grisácea visión del mundo que puebla sus cerebros. Los economistas habitan los pisos altos como vemos continuamente en las películas y series de televisión. Y ellos aprovecharon, algunos creen que provocaron, la caída de la antigua URSS para dar el gran salto adelante. Recordemos que el grito que acompañó a la caída del muro fue el de que la historia había terminado. La tesis liberal y la antítesis marxista habían librado una guerra finalmente ganada por los liberales. Ahora sabemos que el sistema hegeliano de tesis, antítesis requiere finalmente el acuerdo, es decir la síntesis.



Los contables de camisa blanca refulgente y corbata amenazante vieron la gran oportunidad. Recordaron los grandes principios de los primeros economistas, singularmente a David Ricardo que enunció la llamada “ley de bronce de los salarios: un trabajador solo debe recibir el salario necesario para asegurar la supervivencia física de él, de su esposa y de los dos hijos que asegurarán la reposición de la fuerza de trabajo en el momento en que por el deterioro físico, el mismo deba ser despedido de la empresa y sustituido”. Con un par.

Ahora bien, de esos sanos principios de una economía exitosa habían transcurrido más de cien años. Había que manejar la cuestión con sumo cuidado. Volvieron la vista al formulario que rige su vida, al breviario que recitan nada más levantarse a primera hora. La cuenta de pérdidas y ganancias era la respuesta. Los anteriormente orgullosos trabajadores de las fábricas manufactureras occidentales, seguros de estar “colocados” en magníficos tinglados de decenas e incluso cientos de miles de trabajadores, un trabajo vitalicio suponían, fueron “recolocados” en el siniestro papel o en la hoja de cálculo de los señores de las alturas empresariales en el muy conveniente apartado de la cuenta 640 y siguientes que resumidamente son costes de personal. Esas cuentas que comienzan por 6 (el imperfecto número del diablo, al que siguen las que comienzan por 7, cuentas de ingresos) cohabitan con otros gastos inevitables como electricidad, suministros, etc. lo que reducía las personas, los cientos de miles de trabajadores, a algo muy parecido a la compra de papel higiénico para sus retretes de diseño situados en el pasillo colindante (no demasiado cerca, puesto que la mierda de unos y otros huele parecido) a la oficina con vistas al mar, desde la que se proponían remodelar el mundo a su gusto y conveniencia.



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