GUERRA DEL TAXI

Ates fue la de los estibadores y antes, mucho antes y más desapercibido ocurrió el expolio de la industria española que mandó al paro a millones de trabajadores, muchos de los cuales consiguieron un futuro invirtiendo toda la indemnización cobrada en la compra de una licencia de taxi.

Si quieren un culpable genérico, tenemos eso que se llama mundialización o globalización. Si se quiere un culpable silencioso y más cercano, ahí está la siniestra UE. Esa tenebrosa organización en la que nos metieron a fuerza de comernos el cerebro con ideas como: más Europa, menos España. O menos localismo, o lo que fuera.

La UE vigila, la UE y los compromisos adquiridos por gobernantes a sueldo del exterior. Quieren que los estibadores cobren el salario mínimo, para lo que organizan la invasión de España a bordo de patera. Quieren que el taxi tal como lo conocemos desaparezca y el lugar lo ocupe UBER o CABIFY o algo parecido. Organizaciones extranjeras que se apresuran a aprovechar la miseria de la gigantesca tasa de paro española (por cierto, se habrán fijado en que con tanta independencia catalana, tanta violencia de género, tanto Errejón, Iglesias, Sánchez y compañía, nadie habla ya de ello) y también por si alguien quiere un sobresueldo, la miseria de los 900 euros mensuales que es lo máximo que uno puede aspirar a ganar en España. Si un taxista podía hasta ahora vivir más o menos dignamente, cuando sea sustituido por esos emergentes «Amazones» del transporte de viajeros, irán viviendo cada vez peor en función de los beneficios crecientes y de los pelotazos subsiguientes que los inventores del taxi por internet quieran y puedan conseguir.

Entretanto, nuestros diarios liberales informan…

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Antes decían que el sistema de pensiones español era de “reparto”, se recaudaba lo pagado por los cotizantes y se repartía entre los pensionistas. Era una proposición tan absurda que más de uno recordó a nuestros ultraliberales patrios que nunca existió tal sistema de reparto, puesto que si así hubiera sido, cuando los cotizantes eran millones y los jubilados, cientos, estos se hubieran hecho millonarios. No solo eso, sino que durante aquellos años de abundancia en el sistema, los excedentes se utilizaron posiblemente para gastos e inversiones del estado cuyo rendimiento en términos de incremento del IPC habrán sido a estas alturas estratosféricos y muy superiores a las pensiones capitalizadas.

Ahora ya los voceros del ultraliberalismo, que son casi todos los que tienen algún artículo semanal contratado en todos los periódicos del sistema, matizan un poco más y envuelven la mercancía en tasas, incrementos, decrementos porcentuales, cuadros estadísticos de colorines y demás parafernalia de economista autorizado por el NOM para concluir lo mismo que cuando las pensiones eran de reparto.
¡Esto no puede seguir así ni un minuto más! Los que cotizan pagan cada vez menos, (pronto los taxistas dejarán de cotizar como es debido y los de UBER cotizarán lo mínimo posible para alegría de los jefes norteamericanos del invento y de los economistas adjuntos que verán nuevamente confirmados sus cuadros estadísticos de rutilantes colores) y los que se jubilan lo hacen conforme a cálculos anticuados con lo que el sistema, advierten por enésima vez, es insostenible.

Por último y como curiosidad. La izquierda patria que se moviliza y lo hace con violencia ante cualquier posible reacción en contra de la inmigración ilegal o del cuestionamiento del falaz invento de la violencia de género, guarda un mutismo sepulcral en relación con este asunto. Ellos son la otra cara de la moneda, de cada una de las treinta monedas con que han sido comprados, unos y otros.