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viernes, 23 de agosto de 2019

DONALD TRUMP ES NUESTRO LÍDER

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal













Bueno, pues ya está aquí. La madre de todas las batallas económicas. Estados Unidos contra China. El gran comprador contra el descomunal productor. El tinglado económico chino responde a una máxima de reconocida eficacia: hagas lo que hagas, produzcas lo que produzcas, siempre habrá un chino o quizá un centenar si hiciera falta que producirá lo mismo que tú cientos de veces más barato.

El mundo progresista brama contra Trump, pero el progresismo occidental está al servicio del ultraliberalismo.

Veamos: cae el muro de Berlín y un sesudo filósofo norteamericano proclama el fin de la historia. En realidad, la caída del muro es el comienzo de la histeria. Histeria mundial por hacerse rico, por especular. El gran tiburón blanco occidental de los negocios busca afanoso, ciego, sin pausa, el gran pelotazo. Puede leerse a este respecto “La hoguera de las vanidades” de Tom Wolfe, incluso verse la notable película de mismo título rodada por Brian de Palma e interpretada por Tom Hanks y Bruce Wills para hacerse una idea de lo ocurrido en aquellos años trepidantes.

Pero ¿qué hacían en el fondo los grandes gurús y especuladores económicos escupidos por la prestigiosa Harvard? Pues algo muy simple. Empaquetaron la industria y la tecnología de todo el occidente y la trasladaron a China que se avino a cumplir la ley de bronce de los salarios que enunció el reputado economista David Ricardo en su momento.

“Un trabajador debe percibir el salario mínimo necesario para su supervivencia física y el cumplimiento de su función productiva, asegurar el sustento de su esposa y un par de hijos que serán la fuerza de reemplazo cuando el trabajador y su mujer no puedan, por exigencias de la edad o de la enfermedad, cumplir con la función económica que se les asigna en los centros productivos, léase, fábricas”. Algo así, más o menos era la ley de bronce de los salarios.

Llegados, los nuevos economistas de Harvard, a la conclusión de que los trabajadores USA y europeos sobrepasaban con creces ese salario miserable que aseguraba la riqueza de los menos, decidieron otorgar a la China comunista el papel de sumisos productores a precios de risa.

Resultado, demolición del sistema social y familiar occidental, introducción de follones como el feminismo y el homosexualismo, además del multiculturalismo como focos de dispersión y distracción de la triste realidad. Los disciplinados trabajadores blancos nortearmericanos quedaban reducidos a la condición sociológica de “basura blanca”. A este respecto puede leerse al mismo autor, Tom Wolfe, en la descripción que hace del padre de Charlotte Simmons en la novela “Yo soy Charlotte Simmons”, un desempleado expulsado del sistema económico en las montañas azules de Esparta.

Estamos pues con la basura blanca traicionada por sus representantes supuestamente democráticos que ahora el enemigo de la humanidad, Donald Trump, se propone redimir desatando una guerra colosal con el engendro rojo chino. Ha bastado un manotazo para destrozar Hauawey y veremos cómo acaba la guerra de aranceles. El poder chino se sustenta en la codicia de algunos eminentes economistas del occidente entregado al ultraliberalismo que solo piensan en sus beneficios y que hunden al occidente cristiano en un mar de inmigrantes de todo el planeta para desviar la atención del crimen que han cometido. Nos han vendido atados de pies y manos a nuestros enemigos.

Donald Trump es el gran defensor de los “basura blanca” y de los negros norteamericanos, sepultados unos y otros por la propaganda, la mentira, la hipocresía de nuestros medios de comunicación que solo responden a los intereses de esa asquerosa élite occidental capaz de matar a sus propias madres, padres e hijos, si fuera necesario (guerras estúpidas en las que se ha sacrificado lo mejor de la juventud USA) con tal de añadir un dígito a sus emolumentos anuales. Ojalá gane Trump y ojalá se jodan todos estos lameculos y traidores a sus propias patrias y familias. Ojalá se arruinen estos maléficos personajes tan pulcros y perfumados que dan lecciones de economía y hacen creer a todo el mundo que solo ellos tienen razón.

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