MERCADO
LABORAL EN ESPAÑA DESPUÉS DE LA
HECATOMBE
Decía en mi
anterior post que los grandes ejecutivos que se hacen cargo de la dirección de
la economía occidental después de la crisis de las materias primas, tienen un
sólo objetivo, abaratar los costes laborales. Para ello y como primer paso,
transforman la economía sólida, tangible, en economía gaseosa, etérea.
Trasladan en un corto espacio de tiempo nuestras fábricas y nuestra tecnología
a los países en desarrollo donde encuentran en abundancia esa enorme masa o
ejército de reserva de desempleados que Marx denominó lumpenproletariado. Ese
es el secreto del aparente éxito de grandes marcas de referencia occidentales
que han triunfado a lo largo de estos últimos años.
Como ejemplo, pondré
mi última adquisición a través de Amazon. Una bicicleta de paseo por un precio
moderado, en total, transporte incluido, doscientos treinta euros. En el cuadro
central de la bici puede leerse, (diseñado en el Reino Unido. Made in Taiwán).
Bien, nuestros ejecutivos necesitaban algunas
herramientas para que su plan de traslado masivo de tecnología y capital
funcionase. Libertad de circulación de productos y libertad de circulación de
capitales. No hubo ningún problema. Las legislaciones nacionales se adaptaron
de inmediato. En Europa se fue constituyendo la que ahora llamamos UE, una
extrañísima organización en la que cada semana entra un nuevo país, (esto
último es exagerado, pero casi responde a la realidad) que tiene como principal objetivo derribar
barreras nacionales para que las mercancías y capitales circulen sin problemas
entre los estados, a velocidad de vértigo. La caída del muro de Berlín
posibilitó la entrada en el club occidental
de países y sistemas económicos, Polonia, por ejemplo, que producían lo
mismo que países del sur de Europa, pero mucho más barato. Si además tenemos en
cuenta que el principal estado europeo por población y capacidad industrial y
económica es Alemania, comprenderemos que el peso de las decisiones y de las
inversiones haya abandonado la periferia europea para dirigirse a la Europa central.
El instrumento
fundamental que permite la circulación de todas las mercancías entre las
naciones del mundo es, por supuesto, el dinero. Es decir, lo que ahora tiene
valor, es la contabilidad, la posibilidad de utilizar el dinero, no como un
valor simbólico al que respalda un bien sólido, sino el dinero por sí mismo,
independientemente del producto material que lo sostenga. Cuando toda esta revolución
comienza a tomar fuerza, alrededor de los años ochenta, aparecen en Estados
Unidos algunos instrumentos financieros sorprendentes. Por ejemplo, los
denominados bonos basura. Una empresa no muy grande emitía y colocaba gran
cantidad de estos bonos ofreciendo una remuneración (interés anual), extraordinariamente
alta, muchos inversores los compran y la pequeña empresa, aprovecha la riada de
capital para hacerse con la mayoría de acciones de empresas cotizadas cien
veces más poderosas. Una vez conseguida la gestión de la enorme sociedad,
pueden utilizarse sus activos para retribuir a los inversores, luego se trocea
la empresa así adquirida, se sanea, según el lenguaje de los economistas, es
decir, se despide a la mitad o más del personal que hasta entonces trabajaba en
la empresa y se traslada la producción a uno de los países
antes citados. Con semejante reducción de gastos el beneficio se dispara
y los nuevos amos del sistema ven crecer su reputación entre los compradores de
acciones que ya no miran la solvencia de la empresa en la que invierten, sino
el nombre de quien la dirige.
En la película
Prety Woman, versión actualizada del tostón de la Cenicienta , el príncipe
se ha transformado en un killer de los negocios, un individuo sin moral, sin
escrúpulos. El gran sinvergüenza pasa a ser el protagonista, el admirado, el
deseado príncipe encantado con el que sueñan las jóvenes de la nueva economía.
El arriesgado
inversor sólo aspira a dar el denominado
“gran pelotazo”, comprar unas miles de acciones por un precio de risa y
venderlas una vez destrozada la empresa y despedido el personal por un precio
diez veces mayor al de compra.
Otro ejemplo.
En España, Mario Conde, un abogado del estado, con un cerebro privilegiado y
una ambición desmedida, ficha por la empresa farmacéutica Laboratorios Abelló,
en unos momentos en que el mundo bullía inmerso en una fiebre de compras y transacciones salvajes,
vende la empresa a Montedison, creo recordar, una farmacéutica italiana por una
cantidad de dinero inimaginable unos años antes. Según el ensayo-novela “El
ángel caído”, el trato se cierra en los urinarios de algún restaurante,
mientras Conde y el representante de Montedison se alivian. Con los beneficios
que él personalmente obtiene, (su retribución, supongo, estaría fijada, casi con
seguridad, en opciones sobre acciones, es decir que se le pagaba en gran parte,
con participaciones en la empresa), como digo, es tan impresionante el beneficio
de la venta que le permite comprar el suficiente número de acciones de un gran
banco, el Banesto, para tener derecho a un puesto en el consejo de administración
de la entidad. Lo que luego ocurre es historia. No sé si ejemplar, pero sí que
es historia.
Al mismo
tiempo que todos estos movimientos de empresas y capital están teniendo lugar,
aparece la gran revolución que destroza lo poco que quedaba de la antigua
economía de máquina de escribir y papel de calco. La informática entra a formar
parte de las grandes empresas. Hay una firma de referencia mundial en este
terreno, IBM, el gigante azul, es, en aquel momento, la mayor y casi la única firma especializada en la gestión de procesos mediante
computación avanzada inteligente. Las empresas comienzan a prescindir de personal
informatizando el trabajo administrativo.
Imaginemos una
fábrica tradicional con tres mil trabajadores, pensemos en la gestión de nóminas,
la enorme cantidad de oficinistas que hacían
falta para semejante trabajo, probablemente más de cien. IBM irrumpe con sus
sistemas de computación avanzada. Construyen un local apropiado para el
gigantesco ordenador. Cientos de metros cuadrados con sistemas de refrigeración
forzada para los enormes cajones metálicos en cuyo interior los chips del
momento apenas alcanzan la capacidad de proceso de un móvil actual. No
obstante, el computador permite prescindir de noventa de los anteriores
administrativos. En un año la reducción de gasto de personal hace interesante
la inversión.
Pero lo que
son las cosas, en la mentalidad tradicional del hombre europeo y
norteamericano, lo asombroso era el tinglado mecánico electrónico que contenían
los ordenadores de IBM, lo importante parecía ser la parafernalia sólida (el
hardware) y entonces para sorpresa de
todos, se desarrolla lo que se conoce en un primer momento como
microinformática. Aparece el ordenador personal, el famoso PC. Necesita un
disco de cinco pulgadas que carga un programa para funcionar y una vez acabado
el trabajo se extrae el disco. Es todo muy primitivo, pero películas como
“Juegos de guerra”, hacen que el nuevo juguete electrónico se introduzca en
millones de hogares, bien como entretenimiento, bien como un sugestivo
artilugio que permite desarrollar el trabajo en el propio domicilio. Y entonces nos
enteramos de que lo importante no es la carcasa metálica ni los
microprocesadores del ordenador, sino los programas que permiten que funcione,
el (software), otra vez lo etéreo, lo gaseoso, la inteligencia en forma de
rutinas matemáticas. Cualquiera puede fabricar un ordenador, pero sólo
Microsoft puede hacerlo funcionar.
Era lo que
faltaba, el ordenador en miniatura que ocupa un pequeño lugar en la mesa del
ejecutivo. Ahora el nuevo hombre de los negocios tiene el poder del mundo en
sus manos. Cálculos, antes complicadísimos, acerca de retorno y recuperación de
la inversión, de necesidades de capital, de financiación para sus objetivos de
traslado de fábricas y producción a medio y largo plazo puede hacerlos con gran sencillez y rapidez. Se oculta en su oficina con aire acondicionado,
sillón ergonómico, secretaria encerrada en box adyacente y ayudado por el sorprendente instrumento que algún
dios malvado ha puesto en sus manos, llega con total seguridad a una pasmosa
conclusión. Si consigo un préstamo de cientos de millones para poder deshacerme
del asqueroso personal de esta fábrica que además cubra los costes de traslado
de plantas a esos benditos países atestados de millones de niños con mocos en la calle y me quedo sólo
con un pequeño centro comercializador de los productos que ahora tengo aquí y
que luego traeré de allí, en un plazo de un par de años, (la hoja de cálculo lo
asegura), voy a multiplicar por veinte los beneficios de esta firma y me voy a
quedar con el cinco por ciento de semejante riada de dinero. Comienza a sudar,
no desde luego, porque esté preocupado por la cantidad de gente que va a despedir, sino por el enorme, descomunal, estratosférico, pelotazo que se
dispone a dar. Y entonces, con emoción apenas contenida, desciende trémulo el dedo ejecutor y pulsa.
Intro. Hágase.
Todos a la puta calle.
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