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martes, 28 de octubre de 2014

CRISIS ECONÓMICA III.





MERCADO LABORAL EN ESPAÑA DESPUÉS DE LA HECATOMBE



Decía en mi anterior post que los grandes ejecutivos que se hacen cargo de la dirección de la economía occidental después de la crisis de las materias primas, tienen un sólo objetivo, abaratar los costes laborales. Para ello y como primer paso, transforman la economía sólida, tangible, en economía gaseosa, etérea. Trasladan en un corto espacio de tiempo nuestras fábricas y nuestra tecnología a los países en desarrollo donde encuentran en abundancia esa enorme masa o ejército de reserva de desempleados que Marx denominó lumpenproletariado. Ese es el secreto del aparente éxito de grandes marcas de referencia occidentales que han triunfado a lo largo de estos últimos años.
Como ejemplo, pondré mi última adquisición a través de Amazon. Una bicicleta de paseo por un precio moderado, en total, transporte incluido, doscientos treinta euros. En el cuadro central de la bici puede leerse, (diseñado en el Reino Unido. Made in Taiwán).


 Bien, nuestros ejecutivos necesitaban algunas herramientas para que su plan de traslado masivo de tecnología y capital funcionase. Libertad de circulación de productos y libertad de circulación de capitales. No hubo ningún problema. Las legislaciones nacionales se adaptaron de inmediato. En Europa se fue constituyendo la que ahora llamamos UE, una extrañísima organización en la que cada semana entra un nuevo país, (esto último es exagerado, pero casi responde a la realidad)  que tiene como principal objetivo derribar barreras nacionales para que las mercancías y capitales circulen sin problemas entre los estados, a velocidad de vértigo. La caída del muro de Berlín posibilitó la entrada en el club occidental  de países y sistemas económicos, Polonia, por ejemplo, que producían lo mismo que países del sur de Europa, pero mucho más barato. Si además tenemos en cuenta que el principal estado europeo por población y capacidad industrial y económica es Alemania, comprenderemos que el peso de las decisiones y de las inversiones haya abandonado la periferia europea para dirigirse a la Europa central.

El instrumento fundamental que permite la circulación de todas las mercancías entre las naciones del mundo es, por supuesto, el dinero. Es decir, lo que ahora tiene valor, es la contabilidad, la posibilidad de utilizar el dinero, no como un valor simbólico al que respalda un bien sólido, sino el dinero por sí mismo, independientemente del  producto material que lo sostenga. Cuando toda esta revolución comienza a tomar fuerza, alrededor de los años ochenta, aparecen en Estados Unidos algunos instrumentos financieros sorprendentes. Por ejemplo, los denominados bonos basura. Una empresa no muy grande emitía y colocaba gran cantidad de estos bonos ofreciendo una remuneración (interés anual), extraordinariamente alta, muchos inversores los compran y la pequeña empresa, aprovecha la riada de capital para hacerse con la mayoría de acciones de empresas cotizadas cien veces más poderosas. Una vez conseguida la gestión de la enorme sociedad, pueden utilizarse sus activos para retribuir a los inversores, luego se trocea la empresa así adquirida, se sanea, según el lenguaje de los economistas, es decir, se despide a la mitad o más del personal que hasta entonces trabajaba en la empresa y se traslada la producción a uno de los  países  antes citados. Con semejante reducción de gastos el beneficio se dispara y los nuevos amos del sistema ven crecer su reputación entre los compradores de acciones que ya no miran la solvencia de la empresa en la que invierten, sino el nombre de quien la dirige.

En la película Prety Woman, versión actualizada del tostón de la Cenicienta, el príncipe se ha transformado en un killer de los negocios, un individuo sin moral, sin escrúpulos. El gran sinvergüenza pasa a ser el protagonista, el admirado, el deseado príncipe encantado con el que sueñan las jóvenes de la nueva economía.

El arriesgado inversor sólo aspira  a dar el denominado “gran pelotazo”, comprar unas miles de acciones por un precio de risa y venderlas una vez destrozada la empresa y despedido el personal por un precio diez veces mayor al de compra.

Otro ejemplo. En España, Mario Conde, un abogado del estado, con un cerebro privilegiado y una ambición desmedida, ficha por la empresa farmacéutica Laboratorios Abelló, en unos momentos en que el mundo bullía inmerso en una fiebre de compras y transacciones salvajes, vende la empresa a Montedison, creo recordar, una farmacéutica italiana por una cantidad de dinero inimaginable unos años antes. Según el ensayo-novela “El ángel caído”, el trato se cierra en los urinarios de algún restaurante, mientras Conde y el representante de Montedison se alivian. Con los beneficios que él personalmente obtiene, (su retribución, supongo, estaría fijada, casi con seguridad, en opciones sobre acciones, es decir que se le pagaba en gran parte, con participaciones en la empresa), como digo, es tan impresionante el beneficio de la venta que le permite comprar el suficiente número de acciones de un gran banco, el Banesto, para tener derecho a un puesto en el consejo de administración de la entidad. Lo que luego ocurre es historia. No sé si ejemplar, pero sí que es historia.

Al mismo tiempo que todos estos movimientos de empresas y capital están teniendo lugar, aparece la gran revolución que destroza lo poco que quedaba de la antigua economía de máquina de escribir y papel de calco. La informática entra a formar parte de las grandes empresas. Hay una firma de referencia mundial en este terreno, IBM, el gigante azul, es, en aquel momento, la mayor y casi la única firma especializada en la gestión de procesos mediante computación avanzada inteligente. Las empresas comienzan a prescindir de personal informatizando el trabajo administrativo.

Imaginemos una fábrica tradicional con tres mil trabajadores, pensemos en la gestión de nóminas, la enorme cantidad de  oficinistas que hacían falta para semejante trabajo, probablemente más de cien. IBM irrumpe con sus sistemas de computación avanzada. Construyen un local apropiado para el gigantesco ordenador. Cientos de metros cuadrados con sistemas de refrigeración forzada para los enormes cajones metálicos en cuyo interior los chips del momento apenas alcanzan la capacidad de proceso de un móvil actual. No obstante, el computador permite prescindir de noventa de los anteriores administrativos. En un año la reducción de gasto de personal hace interesante la inversión.

Pero lo que son las cosas, en la mentalidad tradicional del hombre europeo y norteamericano, lo asombroso era el tinglado mecánico electrónico que contenían los ordenadores de IBM, lo importante parecía ser la parafernalia sólida (el hardware)  y entonces para sorpresa de todos, se desarrolla lo que se conoce en un primer momento como microinformática. Aparece el ordenador personal, el famoso PC. Necesita un disco de cinco pulgadas que carga un programa para funcionar y una vez acabado el trabajo se extrae el disco. Es todo muy primitivo, pero películas como “Juegos de guerra”, hacen que el nuevo juguete electrónico se introduzca en millones de hogares, bien como entretenimiento, bien como un sugestivo artilugio que permite desarrollar el trabajo en el propio domicilio. Y entonces nos enteramos de que lo importante no es la carcasa metálica ni los microprocesadores del ordenador, sino los programas que permiten que funcione, el (software), otra vez lo etéreo, lo gaseoso, la inteligencia en forma de rutinas matemáticas. Cualquiera puede fabricar un ordenador, pero sólo Microsoft puede hacerlo funcionar.

Era lo que faltaba, el ordenador en miniatura que ocupa un pequeño lugar en la mesa del ejecutivo. Ahora el nuevo hombre de los negocios tiene el poder del mundo en sus manos. Cálculos, antes complicadísimos, acerca de retorno y recuperación de la inversión, de necesidades de capital, de financiación para sus objetivos de traslado de fábricas y producción a medio y largo plazo puede hacerlos con gran sencillez y rapidez. Se oculta en su oficina con aire acondicionado, sillón ergonómico, secretaria encerrada en box adyacente y ayudado  por el sorprendente instrumento que algún dios malvado ha puesto en sus manos, llega con total seguridad a una pasmosa conclusión. Si consigo un préstamo de cientos de millones para poder deshacerme del asqueroso personal de esta fábrica que además cubra los costes de traslado de plantas a esos benditos países atestados  de millones de niños con mocos en la calle y me quedo sólo con un pequeño centro comercializador de los productos que ahora tengo aquí y que luego traeré de allí, en un plazo de un par de años, (la hoja de cálculo lo asegura), voy a multiplicar por veinte los beneficios de esta firma y me voy a quedar con el cinco por ciento de semejante riada de dinero. Comienza a sudar, no desde luego, porque esté preocupado por la cantidad de gente que va a despedir, sino por el enorme, descomunal, estratosférico, pelotazo que se dispone a dar. Y entonces, con  emoción apenas contenida, desciende trémulo el dedo ejecutor y pulsa.

Intro. Hágase. Todos a la puta calle.



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