LA CRISIS QUE NO CESA II. De la economía sólida a la economía gaseosa.
Habíamos quedado
en que entre los años setenta y ochenta la crisis de las materias primas
demandaba soluciones imaginativas para que de la antigua ecuación,
<<trabajo mal pagado+materias primas a precio de risa= ingentes
beneficios para algunos>>, se salvara la parte más importante, es decir,
que <<algunos>>, no perdieran la proporción que tan costosamente
habían conseguido a lo largo de una vida de herencias y, porqué no decirlo, de
trabajo.
Hay que
comprender que hasta ese momento la economía, esa técnica, ciencia, teoría
filosófica, como la queramos llamar, se basaba en los enunciados de los teóricos clásicos ingleses. La economía de mercado precisaba libertad. Debo
decir de antemano que yo personalmente creo en la economía de mercado. En su
más simple explicación precisa de un lugar físico o teórico, unos productores
vendedores y unos consumidores compradores que junto con el lugar al que antes
nos hemos referido denominamos mercado. En el mercado, si se se respetan
determinadas reglas, debe alcanzarse el denominado precio de equilibrio, es
decir el precio al que un determinado bien
o servicio se producirá y se consumirá en su totalidad, satisfaciendo
las necesidades de compradores y vendedores en cuanto a la cantidad exacta que
se precisa de ese producto, bien o servicio.
Las reglas para
alcanzar este objetivo, deben ser sencillas y cumplirse escrupulosamente, a
saber, debe haber el suficiente número de oferentes y de demandantes para que
ninguno de ellos individualmente pueda alterar las condiciones del sistema. Las
demandas y las ofertas deben hacerse en total libertad y todos en sus
respectivos papeles deber gozar de la misma libertad en cuanto a sus decisiones
de producción y compra. La economía de mercado así definida es el único sistema
que garantiza la producción y distribución de todos los bienes y servicios que
una sociedad necesita.
Ahora bien, en
general, no se cumplen esas condiciones. Siempre hay productores que acumulan un grado indeseable de poder en
cualquier estructura, por circunstancias que es complicado analizar. Un
superproductor, por tanto, alterará las condiciones ideales en que el mercado
debe desenvolverse. Pero esto no invalida la teoría, sólo contribuye a
suministrar argumentos al sistema contrario, es decir, el modo de producción
comunista, que es el que tradicionalmente han seguido los países de la órbita
soviética o china.
Abandonando esta
digresión, nos centraremos en los desafíos a que se enfrentaba la economía
tradicional occidental en los años setenta a ochenta. Habiendo alcanzado las
materias primas precios insoportables, los gurús, los profetas del porvenir ya
estaban tendiendo sus antenas emisoras para la propaganda y suministrando el necesario combustible
filosófico para preparar a los ciudadanos de Europa y Estados Unidos ante las
maniobras que a continuación iban a llevar a cabo.
Por un lado
podemos definir el sistema productivo y económico de aquellos años, como sistema
sólido con cimientos profundos sobre los que se erigían inmensas factorías que configuraban una economía anclada firmemente en el interior de esos
pabellones en forma de maquinaria pesada
y difícil de mover. Pabellones inmensos, costosísima maquinaria y miles de
trabajadores en militar desfile a toque de sirena hasta sus puestos de trabajo
y vuelta después a sus hogares, comida, toque de sirena, vuelta al trabajo y
así todos los días, semanas, meses, años.
Los nuevos
ejecutivos, hijos de los anteriores productores, que a base de sacrificio
habían enviado a sus hijos a las universidades para que abandonaran de una vez
por todas el maloliente y grasiento mono azulón que vestían sus padres, habían
aprendido la lección que los pensadores de la nueva revolución económica les habían
inculcado. No sólo técnicas contables confusas, sostenidas sobre conocimientos
matemáticos avanzados, operaciones con derivadas e integrales, sino también
sólidos conocimientos psicológicos y sociológicos para manejar como convenía a
al inmensa masa obrera a la que iban, sin que ellos, los obreros, pudieran
siquiera imaginarlo, a reducir a la marginalidad más absoluta. Contaron para conseguirlo con el apoyo, a veces comprado y otras muchas simplemente ingenuo de los
representantes sindicales.
Los sindicatos
occidentales siempre han tenido en sus básicos sistemas de análisis de la
realidad económica, una dependencia enfermiza de las teorías económicas
marxistas. Un empresario era un enemigo a combatir, un ejecutivo, sin embargo,
era en muchas ocasiones, como he dicho antes, hijo o pariente de un trabajador,
ahora revestido de traje y corbata, con maletín de hombre importante, y perfume
de marca. El ejecutivo no sólo era respetado, sino admirado. El empresario,
visto el odio visceral que suscitaba en el sindicato, dejó pues, las riendas de
su negocio, en manos de los economistas. Éstos prometían incrementar sus
beneficios, y visto lo que ya se había experimentado en algunas empresas
punteras todos decidieron transigir con los nuevos tiempos, dado que su posición
económica no sólo se sostendría, sino que iba a mejorar ostensiblemente.
Y los ejecutivos
recién parachutados al mando de las empresas prepararon con mimo su retorcida
estrategia que les iba a permitir seducir a los representantes obreros.
Pusieron encima de la mesa de negociaciones dos esquemas en formato papel que
dejaron a los sindicalistas con la boca abierta. Ésto, les dijeron, señalando
uno de aquellos extraños formularios, es el balance de situación y ésto,
señalaron el otro, es la cuenta de pérdidas y ganancias. El conjunto de los
dos, esconde el secreto de la gestión empresarial. Los anteriores empresarios,
siempre los han mantenido ocultos para que nunca llegarais a saber en qué
consiste el fundamento de su éxito.
Ese fue el engaño,
el truco de prestidigitador. Mientras los sindicalistas miraban asombrados la
mano que les mostraba el conocimiento absoluto, el santo grial de los negocios,
los hábiles ejecutivos maniobraban tranquilamente con la mano izquierda.
Estampida general sindical, todos corrieron a recibir clases de iniciación a la
economía empresarial y contabilidad básica. Aprendieron a interpretar balances
y cuentas de pérdidas y ganancias. Armados con sus nuevos conocimientos,
pensaron que nunca más serían engañados
en la mesa de negociaciones.
Reclamaron con
energía nuevas reuniones. Los ejecutivos, lo esperaban como agua de mayo, pero
(consecuencia de sus clases de psicología avanzada y sociología obrera), se
hicieron los remolones. Dejaron que el pez tragara profundamente el cebo y
fingieron verse obligados a negociar.
Se exigieron
subidas salariales estratosféricas, pues los negociadores de convenios por la
parte social, ya conocían el importe de los beneficios que se generaban en las
empresas, los ejecutivos se escandalizaron (puro teatro), discutieron, incluso
soportaron algunas huelgas simbólicas, para al final transigir, si bien, con
alguna que otra condición. Reducción de la cantidad de personal empleado en las
fábricas, por ejemplo, dejando en manos sindicales los cálculos de retribución
por desempleo y las indemnizaciones que la empresa estaba dispuesta a pagar, lo
que al final supondría la percepción de un salario similar al que ahora
cobraban los futuros desempleados, pero sin trabajar. El sindicalista se
elevaba así de la triste condición de obrero a la de gestor de trámites
diversos, con oficina sindical y ordenador con impresora.
Al mismo tiempo,
se extendió el miedo, el pánico a perder el puesto de trabajo que los
directivos se encargaban de difundir a través de sus agentes, léase
(correveidiles, alcahuetes, pelotas y demás fauna parásita del entorno
ecológico empresarial), y quedó para los asustados trabajadores el amparo
sindical y sus recién formados cuadros gestores que tranquilizaban y aseguraban el retiro anticipado que era, en
el fondo, lo que los nuevos dirigentes necesitaban.
Una vez
implantado el sistema de terror, atemperado por la intervención sindical,
podían dedicarse a su auténtico trabajo, a aquello por lo que y para lo que se
les había contratado. La transformación de la economía productiva sólida, en
economía gaseosa, financiera. En definitiva podían ocuparse de conseguir la disolución del
capital acumulado, (inmuebles, maquinaria, sistema de transportes, almacenes)
en el ácido del nuevo sistema económico que iba a permitir un extraordinario
número circense posteriormente presentado
en sociedad a lo largo de unos años, en el escenario del nuevo sistema
que se estaba creando. En resumen lo que ocurrió fue algo parecido a ésto: aparece
ante el público el mago ejecutivo y su maletín lleno de papeles del que extrae una increíble varita.
Capacidad
productiva aquí, en occidente, dos pases de varita mágica y << ale
hop>>, cae un oscuro cortinón, se eleva de nuevo y todo.......
desaparece. La ayudante del mago circula de un lado al otro del escenario, casi
desnuda, (y ésto no es un detalle menor) y el ejecutivo agresivo da un nuevo pase de
varita mágica, la mujer da un tirón, cae la cortina oscura, vuelve a elevarse y
todo lo desaparecido reaparece de nuevo, pero ahora en una
perspectiva más lejana, en China, India, Corea, países de Sudamérica.
Impresionante,
aplausos, silbidos, entusiasmo general.
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