Abrumados estamos todos. Circunspectos y asombrados. Los que
pensábamos que había que preservar, que defender lo poco que ya queda
naufragamos en el pantano de la culpabilidad. Sentirse culpable es terrible,
conseguir que alguien se sienta culpable es un arte, quizá incluso una ciencia,
psicológica probablemente o tal vez religiosa.
Alguien de los que leen esto o de los muchos más que no lo
leen ¿estuvo en Auschwitz?, ¿obligó a los pobres judíos a entrar en las falsas
duchas mediante engaños?, ¿algún amable lector estuvo presente en las brigadas
de conquista que destruyeron a los indígenas americanos?
Sin embargo un sentimiento pasmoso de culpabilidad por
aquello que pasó hace unas décadas, hace cientos de años y en lo que nosotros
no tuvimos nada que ver nos invade, nos carcome por dentro, no nos deja vivir.
Estamos convencidos de ser culpables y dedicamos gran parte de nuestras
energías vitales a huir de tanta culpa como arrastramos.
El Papa también lo dice, somos culpables, él no, él es el
Papa y nos recuerda que hemos arrasado a las tribus indígenas de América,
también de África. Hemos extraído las materias primas de estos continentes para
satisfacer la avidez de las industrias y de los conglomerados fabriles atacando y destruyendo implacablemente
la “Pachamama”, la madre Tierra. Y ahora todos corremos histéricos a reciclar,
a buscar el contenedor apropiado para el envase correspondiente, incluso nos
preocupa el simple hecho de tener que cargar nuestras compras diarias en bolsas
de plástico que puedan acabar en los océanos y ser ingeridas por cetáceos
inocentes, por tiburones blancos tan necesarios para el equilibrio ecológico.
Nos sentimos culpables por comprar alimentos contenidos en cartones, en
vidrios, envueltos en celofán, envasados al vacío en herméticos recipientes de dificilísima
apertura e imposible reciclaje.
Y ahora que la pérfida Italia se niega a acoger un barco de
supuestos refugiados nuestro gobierno de ochenta y cinco diputados, nuestros
gestores que un día sí y otro también alertan de que las pensiones son
insostenibles, advierten que el sistema de la Seguridad Social está quebrado,
amagan con no pagar la extra a los “putos viejos” y se disponen a desatascar el
sistema nacional de salud mediante el recurso masivo a la eutanasia, se lanzan
a la acogida de un barco con cientos de africanos rechazado por Italia para
publicidad del nuevo gobierno de diseño Ruiz de la Prada, Dolce y Gabana,
Vittorio y Luchino con preeminencia de ministras y un astronauta.
Somos el
pasmo mundial, el primer país que tuvo una ministra de defensa en ejercicio de
su función en el paritorio. El primer país que legisló a favor del matrimonio
homosexual para lo cual hubo de cambiarse en el derecho nacional el concepto de
padre y madre y sustituirlo por el de progenitor A y progenitor B, de los
primeros en extender el aborto hasta casi el mismo momento del nacimiento. Los primeros
que salimos de Iraq para luego inconsecuentemente quedarnos en Afganistán y
volver ladinamente a meternos en Iraq que ni antes ni después nos había hecho
nada. El primer país que estando al borde de su propia disolución como tal, con
varias regiones o naciones o etnias que lo componen en acelerado proceso de
independencia, olvida los agónicos problemas que tiene, la monumental e
impagable deuda que arrastra y se lanza a la llamada a todas las organizaciones
que trafican con seres humanos para que cambien el rumbo y vengan todos y
todas, millones, cientos de millones de africanos a este país tan acogedor.
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