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viernes, 7 de agosto de 2020

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Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal
















EL EXTRAÑO VIRUS.


El virus chino es, básicamente, un arma de destrucción masiva. No es que sea indetectable, al contrario, puede detectarse sin que el portador tenga la más mínima sensación de padecer enfermedad alguna. Son los llamados asintomáticos. Así, uno, un señor o señora cualquiera circula alegremente por la ciudad y un enmascarado ataviado con traje de camuflaje blanco parecido al de los comandos militares alpinos, le asalta, la asalta y le hace un test que llaman “pcr”. Nadie sabe en qué consiste dicha prueba. Es tan misteriosa como los análisis de laboratorio del CSI que en la textura de un cabello son capaces de aislar la huella dactilar completa de Aníble Lecter. Bien, pues nuestro incauto ciudadano, ese que se cree que vivimos en un mundo de libertades y derechos humanos, sometido al asalto armado de médicos y enfermeros es muy posible que dé positivo en la misteriosa enfermedad que nunca le ha molestado lo más mínimo.


La sentencia, ya se sabe, es el confinamiento. La detención domiciliaria del criminal y el seguimiento de sus parientes y amigos para proceder de inmediato a su aislamiento en celda familiar de castigo. Similar a lo que ocurre cuando el ejército o la policía israelí detiene a un terrorista árabe. No solo lo encarcelan a él sino que de paso derriban la casa familiar y expulsan a sus parientes cercanos al infierno de los campamentos de refugiados.


Misterioso virus éste que nos obliga a caminar embozados cuando al principio el muñeco títere, doctor Simón, dijo que tal cosa era innecesaria. El poder ha advertido las grandes ventajas de tapar la boca de los ciudadanos. Antes, además, tampoco había mascarillas para todos, puesto que los encargados del suministro compraban sin ton ni son a compañías chinas. Algo así como si los franceses compraran fusiles a los alemanes durante la guerra mundial. Lo lógico es que se los vendieran, pero inservibles.


Prohibición total de caminar por la calle sin mascarilla, excepto para la casta política, Iglesias, por ejemplo que teniendo a su señora enferma del misterioso virus, acudía tranquilamente a las reuniones gubernamentales saltándose todas las precauciones y confinamientos.


Un misterio más a acumular a los anteriores.


El régimen de libertades y derechos humanos busca ahora rastreadores. Detectives del peligroso virus que persiguen con saña a ciudadanos pacíficos por haber estado, o podido estar en contacto, con supuestos enfermos, portadores asintomáticos y otros eufemismos de nuevo cuño relacionados con la tremenda pandemia. Según el tontorrón Churchill uno vive en un régimen de libertades cuando tienes la seguridad de que quien llama a tu puerta de madrugada es el lechero. Pues ya no. Puede ser la policía política de la salud que ha dado con tu rastro sin que sepas muy bien cómo ni por qué. El caso es que te confinan, te detienen durante el tiempo que les dé la gana sin que los artículos de la sacrosanta Constitución que nos hemos dado, (eso decían), más bien que nos la han metido por donde más duele, les importen un carajo.


Incluso confinan pueblos enteros. A Aranda de Duero le ha tocado. Ningún ciudadano de ese pueblo conoce enfermos del virus, ni tiene noticia de algo que no sean supuestos asintomáticos, pero el gobierno correspondiente, el autonómico o el central, vete a saber cuál de ellos tiene las competencias, toma la drástica decisión de que nadie abandone el pueblo. Policía política en las calles y en las entradas y salidas de la ciudad. Ni en tiempos del nazismo o del franquismo se conocieron semejantes restricciones a la libre circulación de los ciudadanos.


La pandemia lo justifica todo. Pero es raro. Cien muertos en Líbano, miles de heridos en una tremenda explosión en el puerto y el pequeño país entra en conmoción. Algún responsable político no puede reprimir las lágrimas.


Por el contrario, dicen que más de veinte mil muertos en España como consecuencia de la asintomática enfermedad y la televisión sigue emocionándonos con los chascarrillos de Jorge Javier Vázquez y los concursos sexuales y nutricionales. Las chicas del telediario además de guapas y maqueadas aparecen una y otra vez muertas de risa. ¿Quién se va a creer que la pandemia es tan letal si sus terroríficas consecuencias se transmiten con semejantes alegrías? Imaginemos que en la Francia invadida por Hitler, que quizá con todo su ejército no causó tantos muertos, la televisión francesa siguiera con las alegres carcajadas de los concursos de costumbre.


Aquí todo es gozo. Es agosto además y las vacaciones políticas no perdonan. El político libanés llora el desastre y nuestro presidente del gobierno fleta un par de aviones, no para traer mascarillas o vacunas o equipos médicos para combatir la enfermedad (más de veinte mil muertos, según algunos, más de cuarenta mil, según otros. Estamos hablando de cifras de muertos que solo se dan en conflictos bélicos). Nuestro presidente, repito, fleta un par de aviones para irse de vacaciones con la familia. Con un par.


Al resto del gobierno que probablemente también esté de vacaciones tampoco le importa demasiado el virus y el desastre económico que se nos viene encima. Ellos, antes de hacer las maletas ya han dejado las instrucciones precisas a los funcionarios subordinados para la estrategia a seguir durante estos días tan calurosos.


“Que no se nos moleste por nada. En cuanto al virus que se haga la propaganda necesaria del mismo para que a nuestros lugares de descanso no acudan molestos turistas que nos agobian todos los años. Las élites nacionales necesitan tranquilidad para reponerse de tanto ajetreo político.


A las televisiones y medios de comunicación que nos son afines se les enviará la orden terminante de que dediquen el ochenta por ciento del tiempo de emisión a hablar del rey emérito y sus comisiones.


Del trinque de Chaves, Bono, Pujol y otros parecidos, mejor que no digan nada. A Urkullu hay que pagarle la asistencia al akelarre de presidentes autonómicos.


Y eso es todo. A la vuelta de agosto ya veremos”.





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