EL PADRINO II
Como
decía en mi anterior post, El Padrino I me parece superior a la secuela que
algunos consideran como mejor película de la serie.
Antes
de analizar esta continuación de «El Padrino», es necesario establecer algunas
premisas que puedan conducirnos a conclusiones acertadas.
En
primer lugar está esa repetida afirmación de que el cine es el séptimo arte. El
arte, creo yo, debe entenderse como esa sorprendente capacidad de algunos seres
humanos, a los que denominamos artistas, para crear belleza. Y la belleza se
reconoce sin otro esfuerzo que el sentimiento que provoca en el espectador de
la obra. Sentimiento que no es racional sino instintivo. Lo que contemplamos es
bello por sí mismo, no necesita explicación. El arte, la belleza que el artista es
capaz de crear provoca lo que denominamos placer estético, sin más, pero al
mismo tiempo, sin menos. El arte trasciende nuestra condición biológica y nos
eleva, nos proyecta hacia un mundo desconocido y trascendente.
Dicho
esto, es cierto que determinadas películas provocan ese placer estético, son arte, en
cierta medida, pero al mismo tiempo debemos acercarnos al cine con muchas
precauciones. La pantalla distorsiona la exacta dimensión de las cosas,
enfoca de manera, a veces cruel, y a veces sorprendente los rostros y sus
expresiones, muestra cuerpos agigantados
y centra la atención en detalles que en la realidad pasan desapercibidos. El
poder de esas imágenes es, sin que nos demos cuenta, abrumador.
En
otro orden hay que considerar que el cine y sus derivados televisivos, son
también empresas comerciales. Sus protagonistas transmiten mensajes que no
necesitan ser subliminales para convencernos. El consumo de una determinada
marca de tabaco puede incrementarse si en alguna película el protagonista fuma
de manera compulsiva.
O bien, actualmente, puede limitarse ese consumo si los
guionistas introducen frases, ideas , comportamientos en sus personajes que advierten de la
estupidez de fumar. Nos proponen modelos de comportamiento.
Es
decir, el cine, además de arte es un sistema complejo de estructurar y
transmitir historias que puede inducir
en el espectador formas de entender el mundo y de enfrentarse a la vida,
distintas a las que han sido corrientes
hasta la irrupción de una determinada película. Lo que denominamos actitudes
vitales y morales, pueden cambiar, ser manipuladas desde la pantalla.
En
Hollywood, antes, ahora ya en el conjunto de la industria norteamericana del
cine, existen, siempre han existido, grupos de presión. Son los que financian
las películas, pero no sólo, dependiendo de qué grupo concreto se trate, para
ganar dinero, sino también para transmitir un determinado mensaje que a ellos les interesa y que distorsiona la realidad. Después de todo, el arte cinematográfico es distorsión, engaño, trampantojo.
En
este sentido, para entender lo que ha significado la serie «El Padrino»,
debemos acercarnos a su análisis con sumo tacto. Es, por supuesto, una película
sobre la Mafia, una organización criminal de origen siciliano que en su primera
parte retrata a un hombre de sólidos principios familiares que al mismo tiempo
no tiene inconveniente en obtener sus ingresos y conseguir el poder del que
habla y que necesita dice «para no ser
una marioneta a la que los poderosos mueven a su antojo», dedicándose a
actividades ilegales, sobre todo juego y prostitución, que son «pecados veniales que todo el mundo
comprende», mientras que se resiste a entrar en el mundo de la droga, «porque perderíamos la protección policial
y judicial», lo que trasmite una idea de hombre justo, dentro de un orden,
astuto, contrario al tráfico de drogas y sobre todo ferozmente defensor del
matrimonio y de la fidelidad entre los esposos y a la propia familia. Esta primera parte es, sin duda, donde Marlon
Brando imprime el sello de una actuación sobresaliente que va a influir de
manera sorprendente en la siguiente, a pesar de que no aparece en ella.
La
segunda parte son dos películas en una. La historia del joven Vito Corleone,
interpretado de una manera correcta por Robert de Niro, renunciando a sus
desagradables sobreinterpretaciones que transmite una idea fuerza. «Vito se ve obligado a crear su familia
mafiosa, por circunstancias externas a él mismo». Un honrado trabajador es
despedido y tiene que introducirse en el mundo del hampa para sobrevivir y
cuidar de su familia. Es sorprendente, poco creíble que un dependiente de una
tienda que ronda los treinta años, de repente se convierta en el frío asesino
que salta los tejados al ritmo de la música procesional y mata al hasta
entonces amo del barrio. Además, se le retrata como un compasivo justiciero
protector de viudas indefensas y por último, como el vengador que arrastra esa
necesidad de revancha y de justicia desde los primeros años de su vida, justicia que de ninguna otra forma va a poder
conseguir, si no es matando, ejecutando al criminal él mismo. El Padrino, es casi un personaje
ejemplar, un triunfador que se sobrepone a los avatares de la vida y que sólo
se somete a sus propias reglas de conciencia.
La otra historia, dentro de esta segunda parte,
nos cuenta el devenir del hijo de Vito Corleone al frente de los negocios
heredados. La actuación de Al Pacino, cada uno tiene sus gustos por supuesto,
pero a mí no me gusta demasiado. Buster Keaton, cara de piedra, es más
expresivo en sus películas cómicas de los primeros años del cine. Al Pacino, me
parece que de alguna forma, sobreactúa por defecto, es excesivamente hierático, frío, con
gestos y andares estudiados y luego representados, pero el personaje no penetra
en el actor, sino que el actor imposta, imita antes que dejarse absorber por
Michel Corleone. Al margen de estas consideraciones, el mensaje que la película
transmite, el mundo mafioso que quiere que veamos, es el de una empresa al mando de un sofisticado e
inteligente hombre de negocios italoamericano que se ve obligado a tratar con
políticos tan corruptos como él y a defenderse de matones y mentirosos que le
engañan o creen poder hacerlo.
Sobre
la historia en sí, algunas partes no parecen muy coherentes. ¿Cómo es posible
que quienes le atacan en su propia casa sean después asesinados y nadie sepa
por quién, ni cómo? ¿No se explica más adelante que ha sido su propio hermano
quién ha introducido los asesinos en los terrenos de la casa? Entonces lo
lógico es que el mismo hermano traidor, quizá ayudado por sus propios hombres, haya acabado con los asaltantes. Pero esto no concuerda
de ninguna manera con el carácter cobarde y pusilánime de Fredo y la noche que soporta por culpa de su mujer.
Y Michel que luego demuestra una y otra vez que es casi omnisciente, aquí no se entera. ¿Entonces cómo
ha ocurrido? Es en estos pequeños interrogantes no resueltos donde la parte
estética de la película se impone y nos hace olvidar que el guión parece más flojo
que el de la primera parte. Y así
algunas otras incoherencias. Porque Michel lo sabe todo antes de que ocurra, incluso sin pruebas evidentes, sin necesidad
de argumentación, él lo sabe. «Ha sido Hyman
Roth quien ha dado la orden». Lo sabe por alguna misteriosa facultad que no necesita explicación. Incluso su padre no supo quién comandaba
el asalto a su imperio hasta que se sentó a la mesa con los otros padrinos y
observó quién dirigía la reunión. En la primera parte todo tenía un desarrollo
comprensible. Quieren quitar al viejo de en medio porque se opone al tráfico de
drogas. Michel asesina al capitán y a Sollozzo porque está convencido de que
quieren acabar como sea con su padre. En
la segunda parte, la que concierne a Michel, hay demasiadas suposiciones sin
mucho fundamento.
Sin
embargo, esta parte fue más aclamada incluso que la primera ¿Por qué?
Y
es aquí donde vuelvo al apartado anterior de los grupos de presión en el cine
norteamericano. En la segunda parte ha desaparecido Brando, el actor que se
merienda a todo el elenco en «El Padrino» y los actores principales son
italoamericanos. Es decir Al Pacino y Robert de Niro. Y es que uno de esos
famosos grupos de presión o influencia en Hollywood era y quizá siga siendo,
el de los italoamericanos. Ford Coppolla el director, su hija Talia Shire, es prueba de ello. Y
estos grupos, favorecen como es lógico a
los suyos. Imponen sus actores y actrices, sus directores y sobre todo sus
puntos de vista, su propia interpretación de la sociedad y de la historia.
Dicen
que Coppola tuvo que convencer a la organización para que le dejaran hacer la
película. Quizá incluso tuvo financiación
de ellos.
Y
entonces nos transmiten su particular visión del mundo. No, no son tan malos y
cutres como podemos creer. Son sensibles padres de familia que se ven obligados
a sobrevivir en un mundo hostil. Son crueles, sí, pero con los caballos y siempre
a favor de los suyos, ¿quién no querría pertenecer a una familia tan aguerrida y capaz de defender a sus miembros? A veces matan, es verdad, tiros de escopeta,
estrangulación, en fin, es inevitable, después de todo son criminales. Pero no vemos nada de las torturas a que someten o
sometían a sus víctimas, dignas de los sádicos más reputados. Nada que ver con
esos mafiosos ordinarios y salvajes que nos muestra una película, en mi
opinión, más acertada aunque mucho más desagradable, más ajustada a la realidad, como la reciente
«Gomorra», de Mateo Garrone.
En
definitiva, El Padrino II, es, sin duda una muy buena película, con fallos de guion
y actuaciones correctas, que se beneficia de la extraordinaria
actuación de Brando en la primera parte.
Se
hizo para ganar dinero. Hasta ese momento se decía que nunca segundas partes
fueron buenas, y desde esa película comenzaron a proliferar las secuelas y más
tarde las precuelas. Creo que hubo un extraordinario apoyo propagandístico, tal
vez, propiciado por el método al que aludía Michel en la primera parte. « ¿Es que no tenemos periodistas en nómina?».
Y una vez que la crítica especializada «
¿en nómina?», sentenció para beneficio exclusivo del lobby de apellidos
italianos en el cine USA, que era
incluso mejor que la primera parte, el mundo ya no quiso saber nada más.
Inauguró además ese extraordinario método de estirar el éxito de una película sin necesidad de estrujarse los sesos y garantizando beneficios extraordinarios, mediante repetidas y cada vez más insoportables secuelas, (Rocky 38, Tiburón 52, Depredador 60),procedimiento hasta entonces muy mal visto en Hollywood.
El
poder italoamericano en el cine fue asentándose como lo han hecho otros
grupos de interés, léase, judíos, afroamericanos más recientemente, izquierdistas
consagrados, ultraconservadores reconocidos, incluso la irrupción del feminismo que está
destapando una nueva generación de directoras más que relevantes. Porque en
todos los ámbitos de la actividad económica, finalmente se agrupan los
intereses y si quieres triunfar, o sólo trabajar, es necesario pertenecer o al
menos someterse a la peculiar visión del mundo de alguno de ellos.
«El Padrino», desde luego supuso un antes y un
después respecto a la visión que el común de los mortales tenía de la Mafia.
Antes un grupo de peligrosísimos delincuentes organizados, en general gente
ordinaria y de aspecto más bien chulesco y amenazante que delinquía al por
mayor, torturaba y mataba de la forma más vil y después una admirable organización
casi empresarial, con un sofisticado, inteligente y comedido hombre de empresa al frente.
El
cine, como digo, hay que verlo con sumo cuidado.
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