Antes, no demasiados años atrás, una Caja de Ahorros,
necesitaba impositores. Uno dejaba allí su dinero y la Caja lo prestaba a
condición de recibir el interés acordado. Los préstamos posibles estaban
relacionados íntimamente con el dinero de que disponía la propia Caja. En la
nueva economía esa relación no existe. El negocio está en prestar todo lo
posible con una pequeña operación matemática, el dinero que presto estará
soportado por el coeficiente de caja, es decir, el banco tiene derecho a
prestar siete sobre uno. Si yo dejo un euro en el banco, éste puede prestar
siete basándose en la presunción de que cuantos más impositores confíen en el
banco, millones si es posible, menos probabilidades habrá de que todos a la vez
reclamen su dinero. La escena de la película «Mary Poppins», en la que un niño
se resiste a dejar un penike y desata el pánico es paradigmática. El banco
presta, pues, lo que no tiene. Además hace otro cálculo, entre lo que puede
pedir prestado y a qué interés y el interés al que, a su vez, puede prestar, el denominado mercado interbancario. Al final todo el dinero en circulación proviene de los
bancos centrales. Lo que nadie sabe, ni quiere preguntar, es de donde sacan
estos bancos centrales tanto dinero como prestan en una u otra forma. Ahora mismo,
la deuda española se sostiene porque quién la compre sabe que el banco central
europeo responde de ella. Sin esa garantía España estaría, de hecho está,
absolutamente quebrada.
El análisis que se suele hacer
del 15 M de 2011, depende, por supuesto, de quién lo haga.
La crisis económica que
golpeaba con fuerza en España ya había desatado otros movimientos similares en
diversos países de Europa. Había indignación, había confusión y también se
había producido un enorme desencanto.
El 15 M no fue, en mi opinión,
un movimiento estrictamente político, sino que en su primer momento fue
espontáneo, luego se sumió en la vorágine de los que siempre dominan la calle,
la izquierda más o menos revolucionaria experta en el agitprop.
Lo que la crisis económica de
origen financiero, es decir contable, puso de manifiesto fue que, «de lo prometido, nada». Lo prometido
era una ilusión, una mentira transmitida y gestionada por los medios de
comunicación al servicio de «los gestores», vamos a llamarlos así, por
identificarlos de alguna manera.
Estos gestores, a raíz de las
últimas crisis económicas del siglo XX y
comienzos del XXI originadas en las guerras árabe-israelíes que incrementaron
los precios de las materias primas de manera estratosférica, fueron haciéndose
con el control de la industria occidental, singularmente de la española. La
caída del muro y la irrupción de la informática abrió el mundo a sus manejos y
desde ese momento fueron imparables.
La economía se convirtió en
financiera, las empresas e industrias, sobre todo españolas, fueron
literalmente vendidas, empaquetadas y trasladadas a los llamados países
emergentes con la colaboración entusiasta de los sindicatos que firmaron cuanto
hizo falta con tal de tener unas horas sindicales más y un acceso muy condicionado, pero también satisfactorio
para ellos, a los conciliábulos que los nuevos amos del mundo organizaban en
los viejos despachos de brillante madera a los que los nuevos sindicalistas
acudían por primera vez abandonado, siquiera por unas horas, el mono azul
grasiento, sin atreverse por el momento a ponerse el traje y corbata que era lo
que en el fondo deseaban. Los gestores conocían estos íntimos deseos del último
escalón del sistema productivo y se apresuraron a satisfacerlos, comprando
lealtades y voceros que controlarían en su lugar el rebaño a un precio muy
asequible.
El robo, el expolio, se ocultó
entre los macro-números que los dirigentes políticos, en el fondo también
gestores, organizaron para acallar la conciencia sindical mediante sobornos miserables en
forma de planes de pre-jubilación y desempleo. Digo miserables porque en
realidad eran un coste que todos habían calculado como necesario para la
expropiación y traslado de la industria nacional.
El asunto funcionó mientras la
economía financiera, la de los falsos apuntes contables, consiguió ocultar
durante unos años la gravedad de lo ocurrido. Manejos en bolsa, aparición de
instrumentos financieros complicados, hasta acabar por enredar las hipotecas en
una madeja indescifrable de supuesta rentabilidad, todo ello sancionado por las
más prestigiosas auditoras mundiales. Todos mintiendo, todos cobrando
suculentas comisiones, todos dando aire a una monumental burbuja de mentiras y
de falsedad. Cuando reventó, los
gobiernos acudieron de inmediato a salvar lo que había quedado del sistema
financiero, las pérdidas que los gestores habían provocado las
asumían los ciudadanos corrientes.
No obstante, durante el tiempo
en que la mentira del crecimiento infinito funcionó, los gestores, los que
sabían que todo se hundiría en cualquier momento, entretuvieron a los
ciudadanos con falsas promesas.
En el caso de España las
televisiones con sus series y programas de debate mostraban las vidas
ejemplares a las que cualquier español podría aspirar. Series de abogados y
policías, todos prestigiosísimos, protagonizadas por los arquetipos masculinos
y femeninos del nuevo orden que se avecinaba.
Ellos y ellas compartían
bufetes y oficinas en los que solucionaban los eternos casos de maltrato y abuso sobre
menores e inmigrantes. Los culpables siempre eran y siguen siendo
preferentemente hombres blancos, con negocio propio y mujer engañada. El
mensaje, clarísimo, un empresario es siempre un individuo corrupto y malvado, la
empresa privada es el entorno en el que nace y se reproduce este ser
despreciable con el que hay que acabar como sea.
En la vorágine de los heroicos
enfrentamientos con estos malvados reconocidos y para aplacar tensiones, se acostaban ellos y
ellas, ellas y ellas, ellos y ellos para
mostrar al televidente amodorrado que lo que era antes, estaba mal y lo que
venía, es decir, la nueva moral de lo inmoral, estaba bien. Los despachos, los
trajes, los vestidos, los modelos físicos a imitar o a admirar, envidiar, en
caso de no poder hacerlo, musculados y levemente musculadas, sin átomo de
grasa, perfectos en su físico, en sus modales cuando compartían restaurantes de
lujo e identificaban vinos de marca.
Triunfadores siempre frente a
los malvados padres y empresarios corruptos, impartían justicia en la sociedad
de la opulencia occidental, encerraban de por vida a los hombres, siempre
blancos, siempre racistas, siempre maltratadores, siempre violadores. Acudían de inmediato a recibir los emocionados abrazos
de mujeres salvadas, niños traumatizados, inmigrantes agradecidos. Y luego, a
celebrar el triunfo, cena, taxi, al tuyo o al mío y premio para los nuevos
triunfadores. Entre tanto los gestores, seguían con su expolio.
Parece contradictorio que los
gestores se revolvieran a través de los medios contra las empresas
tradicionales, pero era necesario, el gestor no es, ni ha sido nunca un
empresario partidario de la propiedad privada, por el contrario lo que le interesa es la propiedad ajena.
El gestor había acabado controlando estas empresas y haciéndose con ellas al grito de que
había que separar la gestión de los que controlaban el capital. Arremetían contra
las empresas modestas, las firmas familiares que todavía resistían y lanzaban
carnaza a los medios y a la opinión pública que ya estaba empezando a vislumbrar
el oscuro futuro que se venía encima. Maniobras de distracción.
Miles de universitarios
españoles creyeron en esas falsas promesas y dedicaron sus años de estudio a
fantasear con un futuro de agradables conflictos de pareja que se reducirían a
furiosos acoplamientos sexuales en casas de fantasía y hoteles de cinco
estrellas, enfados por cualquier cosa y turbulentas reconciliaciones en medio
de orgasmos inacabables.
Cuando todo se vino abajo, la
indignación, la conciencia de que ya nada sería como se había prometido dio
lugar a esas espontáneas manifestaciones que no eran, ni mucho menos de
izquierdistas revolucionarios de primeros de siglo, sino de pobres desgraciados
que caían por fin del guindo y descubrían que el tinglado político financiero les había
estafado. No había futuro para ellos.
Había, pues, que reconducir la
histeria y en eso llegaron las elecciones. Mayoría absoluta para los campeones
de la eficacia económica. Tremendo error, el nuevo gobierno estaba poblado por
«gestores».
De la psicología del gestor,
del técnico, del economista que reduce el mundo a estadísticas, flechas, velas,
intenciones de voto y formas de llegar a la psicología profunda de las
personas, hablaré en el siguiente post.
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