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lunes, 14 de septiembre de 2015

TERCERA GUERRA MUNDIAL EN CLAVE RELIGIOSA: GNOSIS CONTRA CRISTIANISMO.




¿Qué es la gnosis?, pues en una primera y sencilla aproximación, gnosis significa conocimiento, otros hablan de iluminación, en todo caso, el significado más descriptivo sería que gnosis es conocimiento secreto, sólo al alcance de algunos privilegiados.

El cristianismo adquiere una extraordinaria importancia, una fuerza explosiva desde el momento de la muerte de nuestro Señor, (soy creyente, católico además, aunque no muy practicante, pero sí profundamente creyente), advierto esto para que el mester de progresía ateo no se confunda y pueda salir de estampida de esta página.


Hasta la revelación de Cristo, las religiones del mundo occidental se habían construido de abajo arriba, es decir, mitificando lo que era  más característico del ser humano, y no desde luego lo mejor. Zeus o Júpiter en su acepción romana, era el dios principal, pero a pesar de su inmenso poder  no dejaba de ser un zascandil que con el resto de habitantes del panteón romano componían  un grupo de auténticos esquizofrénicos que podrían haber estado mejor recluidos en un frenopático.

Los dioses orientales, los egipcios singularmente y quizá por la extrema antigüedad de la civilización del Nilo, se nos muestran con una fantasmal apariencia de oscuridad y lejanía. Los historiadores romanos hablan también del dios Baal, principal deidad de origen fenicio al que los cartagineses sacrificaban sus propios hijos en momentos de especial peligro para la ciudad.

Sólo el Dios de Israel al que las Biblias católicas denominan Yahvé y las protestantes Jehová, se describe como invisible e imposible de representar. Los católicos, por exigencias de la propia religión, debemos creer que ese Yahvé es el Dios creador Padre misericordioso, tan diferente, al menos en una primera aproximación,  del Yahvé del Antiguo Testamento, al que misteriosamente reza y con el que tan unido se muestra el difícilmente comprensible, desde nuestra altanera racionalidad del mundo moderno, Jesús de los evangelios.

Pero Jesús, su Palabra, su muerte y resurrección estallan como una bomba termonuclear en el mundo antiguo. Los dioses paganos y las ceremonias sacrificiales para asegurar cosechas o asomarse a un futuro incierto dejan de tener sentido. Los propios romanos lo saben, saben que sus ritos sólo son un conjunto de manías supersticiosas  y los griegos, los intelectuales de la época, hace tiempo que han dejado de creer en los dioses y sus historias que entienden son sólo extraordinarios relatos de ficción que no han sido superados por toda la narrativa posterior, incluidas nuestras incomprensibles novelas contemporáneas.

Y es que el Dios, Cristo encarnado, pone del revés todo el sistema de creencias hasta ese momento vigente. No había que elevarse, ni elevar incienso, ni humo grato a la deidad hacia el cielo. No había que sacrificar animales, ni entregar cosechas a los sacerdotes, no había que esforzarse en buscar a Dios en oscuros oráculos, ni siquiera esperar a la muerte para encontrarse con los tremendos dioses egipcios del inframundo. Por el contrario, el Dios cristiano baja de su pedestal, de dónde quiera que morase anteriormente, se hace hombre y nos cuenta, nos dice algo de una sencillez extraordinaria. Sólo tenéis que creer en Mí y yo os llevaré hasta la casa de mi Padre.

Semejante afirmación, choca con el sistema establecido, principalmente el de los dirigentes de Israel. «Sí, bueno», dicen ellos, «esperamos al mesías prometido, pero no ésto…. Nosotros queremos un nuevo Moisés, un guerrero, un líder capaz de romper océanos, de convocar columnas de fuego y humo, un conquistador de tierras prometidas, no éste  que se nos presenta, un hombre que hace milagros. Sí, eso es verdad, hemos sido testigos, pero es por intervención del demonio, no de Dios, un tipo que habla de poner la otra mejilla, de amar al prójimo, que se enfada porque hacemos extraordinarios negocios en el Templo, que dice que  es la casa de su Padre. Que detiene a los que quieren lapidar a una mujer adúltera. Que nos hace frente, que no tiene título universitario de rabino, que habla con autoridad», (es decir, que no cita, como hacen una y otra vez nuestros modernos intelectuales). Y luego, el famoso Sermón de la Montaña, una retahíla de bendiciones para desgraciados y perdedores, que son además, los que le siguen».

Estaba sentenciado, y Él lo sabía. Una vez ejecutado, todos sus seguidores, excepto su pobre Madre, unas pocas mujeres, posiblemente Juan y algunos varones no demasiado comprometidos con sus ideas que se quedan para hacerse cargo del cuerpo destrozado, desaparecieron  aterrados. Pero luego sucedió el asunto clave del cristianismo, el que se identificaba a sí mismo como Dios resucitó, y sus seguidores comenzaron, dicen que después de recibir el Espíritu Santo, a dar voces que todavía, aunque cada vez con mayor debilidad, resuenan.

Los primeros siglos del cristianismo fueron de una expansión incontenible. Las terribles persecuciones sólo inundaron el nuevo y recién inaugurado panteón cristiano de mártires, santos que era seguro, puesto que habían muerto dando fe del Cristo en el que creían, ya estaban con Él.
Y los otros, los que no creían, los que odiaban la figura del Nazareno, ¿qué podían oponer a la formidable religión que estaba surgiendo y separándose además del judaísmo que nunca reconoció en Jesús el mesías que esperaban?

Y es entonces cuando surge, como reacción, la gnosis. La gnosis recoge fundamentalmente algunas de las ideas del filósofo griego Platón, y opone al Dios de los cristianos un dios muy diferente. En el cristianismo hay, por encima de todo, al menos en sus primeros tiempos, claridad. Lo que ha dicho Cristo está en los evangelios, cuatro relatos sencillos, no muy extensos que resumen tres años de predicación. Cristo, el propio Dios hecho hombre ha hablado de forma comprensible y sencilla. No hay nada secreto, para alcanzar el cielo que Él promete sólo hay que seguir su Palabra, su discurso y su ejemplo de vida.

El dios gnóstico es distinto. Según la gnosis, existe ese dios infinitamente poderoso, bondadoso, pero para nuestra desgracia se trata de un dios lejano. En su infinitud no tiene conciencia de nuestra existencia. Entonces. ¿Quién nos ha creado? Por aquél entonces la teoría de la evolución no se conocía y, salvo los intelectuales griegos y romanos más avanzados que intuían ya que no había nada más allá de la experiencia sensible y que incluso ésta, no era muy de fiar, todo el mundo, el noventa y nueve por ciento de los habitantes de aquella época lejana, necesitaba seguir creyendo en algún dios trascendente.

Y los gnósticos, anticristianos, tenían que dar una respuesta a esa necesidad de algo externo a nosotros a qué agarrarse, eludiendo el odiado Cristo y sus inasumibles pretensiones de divinidad.

Su reflexión fundamental era la siguiente: «Es evidente que en el mundo existe el mal, por tanto no puede ser obra de un dios infinitamente bondadoso. Ese dios lejano y al que debemos regresar cuando muramos es el origen, sí, pero él no es consciente de nuestra propia existencia. El autor de este desaguisado es un demiurgo, un dios menor, poderoso, sin duda, pero menor que se ha hecho con una infinitesimal parte de la sustancia divina, (el mito de Prometeo) y a través de ella nos ha creado. Todos portamos esa pequeña luz, pero muy oculta en nuestro interior como resultado de las sutiles maniobras de ese demiurgo. En la película Prometheus se puede ver una metáfora extraterrestre que respondería a esta idea del demiurgo experimentador.

Estas ideas son poderosas y cada vez con mayor fuerza van introduciéndose entre los cristianos que, pasados ya unos años desde la presencia de Cristo, se enfrentan una y otra vez a la gran  duda que no tiene otra respuesta que una fe ciega en lo que los cuatro evangelios relatan acerca del Salvador.
¿Cómo puede un Dios encarnarse, rebajarse hasta el extremo de convertirse en esta criatura que llamamos ser humano? ¿Cómo puede su Madre haber concebido a este hombre sin intervención de su esposo? ¿Cómo puede haber realizado los milagros que se cuentan y haber resucitado finalmente?

Todo parece tan inverosímil, tan increíble como las propias aventuras de los dioses mitológicos. La duda pues, va introduciéndose entre los seguidores del nazareno y da lugar una y otra vez a las que se conocen como herejías. En general, todas cuestionaban la divinidad de Cristo. Un hombre especial, sin duda, tal vez elegido por el propio Dios, pero un hombre al fin y al cabo. Resucitó, sí, pero de una forma espiritual, simbólica, las mujeres que dieron testimonio, ya se sabe que la mujer, en fin… probablemente eran unas histéricas. Alguien debió de robar el cadáver y luego todo fue confusión.

Los cristianos acabaron organizándose en lo que finalmente fue la Iglesia Católica y tomando el poder dentro del imperio romano. Cuando éste desapareció, la Iglesia, a la que muchos gnósticos culpaban de este derrumbe, se adueñó del poder, al menos espiritual en   la Europa que surgía en forma de reinos que dieron finalmente lugar a los estados que conocemos.
Pero la gnosis seguía cuestionando el poder eclesial. Según muchos católicos, esa extraña religión fue introduciéndose subrepticiamente en el catolicismo para destruirlo desde dentro y organizando desde el exterior grupos de resistencia al cristianismo y sus dogmas. Masones, sectas de todo tipo, fueron al principio contenidas por la Iglesia, pero dentro de ella misma anidaban los que  cada vez con más fuerza cuestionaban el fundamento de la fe católica.

El empirismo, es decir, una nueva forma de acercarse a la comprensión del mundo fue tomando cada vez mayor importancia. Si tradicionalmente el modo de conocimiento se basaba en la deducción, es decir, habiendo sido la VERDAD con mayúsculas, revelada, no había nada que descubrir, sólo entender el mundo deduciendo los fenómenos que se presentaban de esa Verdad ya conocida.
El empirismo, sin embargo, sigue otro método. Para el empirista no hay nada claro, y lo que es peor, nunca terminará de conocerse la verdad. El investigador ve una piedra y primero se pregunta por su naturaleza real, ¿es una piedra o sólo una imagen proyectada en mi cerebro? Observa un fenómeno, un hombre tiene fiebre por ejemplo y elabora una teoría, tal vez si le sumerjo en agua fría bajará la fiebre, lo hace y funciona, pero nunca estará seguro de que siempre va  a ser así. A veces el enfermo muere y el empirista sigue con sus dudas. A pesar de todo, la ciencia empírica descubre cosas cada vez más sorprendentes y cada vez con mayores fundamentos  cuestiona los dogmas católicos.

¿Una forma de gnosis?, bueno, no tanto, pero es cierto que la ciencia moderna ha debilitado extraordinariamente a la religión  católica. Y de esa debilidad se ha aprovechado la otra religión, la gnosis, que ahora ataca con fuerza descomunal y que está venciendo las últimas resistencias.
Si el dios creador es un dios menor y además ha creado algo imperfecto, el ser humano, es mejor que éste desaparezca o que se limite su número en un planeta que no tiene recursos para todos, (aborto, eutanasia), si el dios creador es un experimentador, los que creen en él pueden también experimentar, construir, como los masones antiguos.

Los masones, (operativos), derribaban casas viejas y construían catedrales, los modernos masones (especulativos) van a derribar la sociedad occidental y a construir una nueva desde sus cimientos. Hace falta entonces destruir lo viejo, lo que está mal, la familia tradicional, las diferencias de sexo, la propia historia que se nos ha contado. Con ayuda de la ciencia cada vez más poderosa, pueden construir un nuevo ser humano, pueden cambiar sus tendencia sexuales,  incluso introducir en su cerebro circuitos electrónicos que le convertirán en un ser biónico.
Pueden ofrecer la vida prolongada a base de transplantes, incluso de todo el cuerpo dejando sólo intacta la cabeza. Todo es posible para el gnóstico. Su religión se lo permite, su dios menor, el demiurgo, le guía, no hay límite.

Y para los que siguen, seguimos necesitando, consuelo, esos que no terminan de aceptar que sólo son una casualidad cósmica, una pequeña luz en el universo que cuando muera se apagará definitivamente. Pues para esos se vuelve a lo que parecen nuevas religiones de la era de Acuario, o sea, las de siempre. Meditación, culto a la pacha mama, hogueras de solsticio de verano, luego de San Juan, y ahora, otra vez, de solsticio. También las creencias mágicas, (Harry Potter), el tarot televisivo, Reiki, Yoga, en fin, todo ello bien condimentado con las últimas experiencias cercanas a la muerte que, desde que Raimon Moody las describió en su novela, «Vida después de la vida», son de gran consuelo y sobre todo no exigen creer la parte desagradable del cristianismo, esa que habla de pecado y castigo.

Ahora bien, una advertencia final, toda civilización se compone de algo físico, los hombres y  mujeres que la sostienen y de algo etéreo, sutil, pero tremendamente poderoso, algo que les une y les da fuerza para resistir. La antigua Roma unía a sus habitantes en la creencia de que Roma era algo más que una ciudad, era sagrada, eterna, por ella, por Roma, estaban dispuestos a matar y sobre todo a morir. Eso les hizo poderosos hasta que dejaron de creer  en  la naturaleza sagrada de la ciudad a la que habían adorado.

Los actuales grupos religiosos musulmanes, tienen, así parece, creencias sólidas, lo que hacen, lo hacen por Alá, porque Alá lo manda y con esa convicción están dispuestos a morir y a matar.
Occidente ha perdido la fe sobre la que edificó las naciones que siguieron a la caída del imperio romano. Europa y América, de una u otra forma se han construido sobre las bases espirituales del cristianismo. Desde la revolución francesa esas bases se han ido desmoronando hasta, en este momento, casi desaparecer del todo.

Para vivir, para desarrollarse, para no desaparecer hace falta algo que un criador de perros para la lucha describía en un periódico de una manera brutal y ordinaria, pero también extraordinariamente sugerente. Refiriéndose a un pit bull al que acariciaba, decía, «este es el mejor perro para la lucha porque no muerde con los dientes. Muerde con los c…»

El espíritu, la fuerza que anima a los musulmanes llamados radicales, no existe en toda Europa. La gnosis está triunfando y parece que es el fundamento del NOM. Pero si algo ha caracterizado a la gnosis, es el odio absoluto al cristianismo y  a la Iglesia Católica. En su ataque final, es posible que acabe con esa idea que todavía nos sostiene, débilmente, todo hay que decirlo, a algunos y también con la propia Iglesia.

Al frente del tinglado eclesial, el Papa actual, está alguien que no parece creer demasiado en el Cristo Dios hecho hombre y que en el fondo es probablemente un gnóstico. Pero sin fe no hay nada. Charlie Hebdo la revista satírica, tenía un único fin, el insulto permanente al Dios católico, cristiano. De vez en cuando y para justificarse incluía en sus desprecios al Alá musulmán. Ya no existe, porque en el fondo de esa revista insultante no había libertad de expresión, ni de pensamiento, tampoco el humor corrosivo que tanto gusta a los intelectuales del siglo XXI. «Cómo me gusta el olor a corrosión cuando me levanto por la mañana», piensan nuestros aguerridos intelectuales. Detrás de Charlie Hebdo sólo había, cómo pudo observarse en las manifestaciones posteriores, millones de europeos muertos de miedo.

Eso es la gnosis, la nueva religión del miedo y del odio a los cristiano. Al gnóstico le animan peregrinas ideas de nueva sociedad, al menos eso es lo que dice de cara a la galería, pero en realidad su único y exclusivo fin es que la religión cristiana y sobre todo la Iglesia Católica, desaparezcan  de una vez por todas. Que el continente se vea anegado por las inmigraciones musulmanas que ellos mismos organizan, les da igual. Antes una Europa islámica que cristiana, eso es lo que quieren y a eso van.












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