¿Qué es la gnosis?, pues en una
primera y sencilla aproximación, gnosis significa conocimiento, otros hablan de
iluminación, en todo caso, el significado más descriptivo sería que gnosis es
conocimiento secreto, sólo al alcance de algunos privilegiados.
El cristianismo adquiere una
extraordinaria importancia, una fuerza explosiva desde el momento de la muerte
de nuestro Señor, (soy creyente, católico además, aunque no muy practicante,
pero sí profundamente creyente), advierto esto para que el mester de progresía
ateo no se confunda y pueda salir de estampida de esta página.
Hasta la revelación de Cristo,
las religiones del mundo occidental se habían construido de abajo arriba, es
decir, mitificando lo que era más característico
del ser humano, y no desde luego lo mejor. Zeus o Júpiter en su acepción
romana, era el dios principal, pero a pesar de su inmenso poder no dejaba de ser un zascandil que con el resto
de habitantes del panteón romano componían
un grupo de auténticos esquizofrénicos que podrían haber estado mejor
recluidos en un frenopático.
Los dioses orientales, los
egipcios singularmente y quizá por la extrema antigüedad de la civilización del
Nilo, se nos muestran con una fantasmal apariencia de oscuridad y lejanía. Los
historiadores romanos hablan también del dios Baal, principal deidad de origen
fenicio al que los cartagineses sacrificaban sus propios hijos en momentos de
especial peligro para la ciudad.
Sólo el Dios de Israel al que
las Biblias católicas denominan Yahvé y las protestantes Jehová, se describe
como invisible e imposible de representar. Los católicos, por exigencias de la
propia religión, debemos creer que ese Yahvé es el Dios creador Padre
misericordioso, tan diferente, al menos en una primera aproximación, del Yahvé del Antiguo Testamento, al que
misteriosamente reza y con el que tan unido se muestra el difícilmente
comprensible, desde nuestra altanera racionalidad del mundo moderno, Jesús de
los evangelios.
Pero Jesús, su Palabra, su muerte
y resurrección estallan como una bomba termonuclear en el mundo antiguo. Los
dioses paganos y las ceremonias sacrificiales para asegurar cosechas o asomarse
a un futuro incierto dejan de tener sentido. Los propios romanos lo saben,
saben que sus ritos sólo son un conjunto de manías supersticiosas y los griegos, los intelectuales de la época,
hace tiempo que han dejado de creer en los dioses y sus historias que entienden
son sólo extraordinarios relatos de ficción que no han sido superados por toda
la narrativa posterior, incluidas nuestras incomprensibles novelas
contemporáneas.
Y es que el Dios, Cristo
encarnado, pone del revés todo el sistema de creencias hasta ese momento vigente.
No había que elevarse, ni elevar incienso, ni humo grato a la deidad hacia el
cielo. No había que sacrificar animales, ni entregar cosechas a los sacerdotes,
no había que esforzarse en buscar a Dios en oscuros oráculos, ni siquiera
esperar a la muerte para encontrarse con los tremendos dioses egipcios del
inframundo. Por el contrario, el Dios cristiano baja de su pedestal, de dónde
quiera que morase anteriormente, se hace hombre y nos cuenta, nos dice algo de
una sencillez extraordinaria. Sólo tenéis que creer en Mí y yo os llevaré hasta
la casa de mi Padre.
Semejante afirmación, choca con
el sistema establecido, principalmente el de los dirigentes de Israel. «Sí,
bueno», dicen ellos, «esperamos al mesías prometido, pero no ésto…. Nosotros
queremos un nuevo Moisés, un guerrero, un líder capaz de romper océanos, de
convocar columnas de fuego y humo, un conquistador de tierras prometidas, no
éste que se nos presenta, un hombre que
hace milagros. Sí, eso es verdad, hemos sido testigos, pero es por intervención
del demonio, no de Dios, un tipo que habla de poner la otra mejilla, de amar al
prójimo, que se enfada porque hacemos extraordinarios negocios en el Templo,
que dice que es la casa de su Padre. Que
detiene a los que quieren lapidar a una mujer adúltera. Que nos hace frente,
que no tiene título universitario de rabino, que habla con autoridad», (es
decir, que no cita, como hacen una y otra vez nuestros modernos intelectuales).
Y luego, el famoso Sermón de la Montaña, una retahíla de bendiciones para desgraciados
y perdedores, que son además, los que le siguen».
Estaba sentenciado, y Él lo
sabía. Una vez ejecutado, todos sus seguidores, excepto su pobre Madre, unas
pocas mujeres, posiblemente Juan y algunos varones no demasiado comprometidos
con sus ideas que se quedan para hacerse cargo del cuerpo destrozado,
desaparecieron aterrados. Pero luego
sucedió el asunto clave del cristianismo, el que se identificaba a sí mismo
como Dios resucitó, y sus seguidores comenzaron, dicen que después de recibir
el Espíritu Santo, a dar voces que todavía, aunque cada vez con mayor
debilidad, resuenan.
Los primeros siglos del
cristianismo fueron de una expansión incontenible. Las terribles persecuciones
sólo inundaron el nuevo y recién inaugurado panteón cristiano de mártires,
santos que era seguro, puesto que habían muerto dando fe del Cristo en el que
creían, ya estaban con Él.
Y los otros, los que no creían,
los que odiaban la figura del Nazareno, ¿qué podían oponer a la formidable
religión que estaba surgiendo y separándose además del judaísmo que nunca
reconoció en Jesús el mesías que esperaban?
Y es entonces cuando surge,
como reacción, la gnosis. La gnosis recoge fundamentalmente algunas de las
ideas del filósofo griego Platón, y opone al Dios de los cristianos un dios muy
diferente. En el cristianismo hay, por encima de todo, al menos en sus primeros
tiempos, claridad. Lo que ha dicho Cristo está en los evangelios, cuatro
relatos sencillos, no muy extensos que resumen tres años de predicación.
Cristo, el propio Dios hecho hombre ha hablado de forma comprensible y sencilla.
No hay nada secreto, para alcanzar el cielo que Él promete sólo hay que seguir
su Palabra, su discurso y su ejemplo de vida.
El dios gnóstico es distinto.
Según la gnosis, existe ese dios infinitamente poderoso, bondadoso, pero para
nuestra desgracia se trata de un dios lejano. En su infinitud no tiene
conciencia de nuestra existencia. Entonces. ¿Quién nos ha creado? Por aquél
entonces la teoría de la evolución no se conocía y, salvo los intelectuales griegos
y romanos más avanzados que intuían ya que no había nada más allá de la
experiencia sensible y que incluso ésta, no era muy de fiar, todo el mundo, el
noventa y nueve por ciento de los habitantes de aquella época lejana,
necesitaba seguir creyendo en algún dios trascendente.
Y los gnósticos,
anticristianos, tenían que dar una respuesta a esa necesidad de algo externo a
nosotros a qué agarrarse, eludiendo el odiado Cristo y sus inasumibles
pretensiones de divinidad.
Su reflexión fundamental era la
siguiente: «Es evidente que en el mundo existe el mal, por tanto no puede ser
obra de un dios infinitamente bondadoso. Ese dios lejano y al que debemos
regresar cuando muramos es el origen, sí, pero él no es consciente de nuestra
propia existencia. El autor de este desaguisado es un demiurgo, un dios menor,
poderoso, sin duda, pero menor que se ha hecho con una infinitesimal parte de
la sustancia divina, (el mito de Prometeo) y a través de ella nos ha creado.
Todos portamos esa pequeña luz, pero muy oculta en nuestro interior como
resultado de las sutiles maniobras de ese demiurgo. En la película Prometheus
se puede ver una metáfora extraterrestre que respondería a esta idea del
demiurgo experimentador.
Estas ideas son poderosas y
cada vez con mayor fuerza van introduciéndose entre los cristianos que, pasados
ya unos años desde la presencia de Cristo, se enfrentan una y otra vez a la
gran duda que no tiene otra respuesta
que una fe ciega en lo que los cuatro evangelios relatan acerca del Salvador.
¿Cómo puede un Dios encarnarse,
rebajarse hasta el extremo de convertirse en esta criatura que llamamos ser
humano? ¿Cómo puede su Madre haber concebido a este hombre sin intervención de
su esposo? ¿Cómo puede haber realizado los milagros que se cuentan y haber
resucitado finalmente?
Todo parece tan inverosímil,
tan increíble como las propias aventuras de los dioses mitológicos. La duda
pues, va introduciéndose entre los seguidores del nazareno y da lugar una y
otra vez a las que se conocen como herejías. En general, todas cuestionaban la
divinidad de Cristo. Un hombre especial, sin duda, tal vez elegido por el
propio Dios, pero un hombre al fin y al cabo. Resucitó, sí, pero de una forma
espiritual, simbólica, las mujeres que dieron testimonio, ya se sabe que la
mujer, en fin… probablemente eran unas histéricas. Alguien debió de robar el
cadáver y luego todo fue confusión.
Los cristianos acabaron
organizándose en lo que finalmente fue la Iglesia Católica y tomando el poder
dentro del imperio romano. Cuando éste desapareció, la Iglesia, a la que muchos
gnósticos culpaban de este derrumbe, se adueñó del poder, al menos espiritual
en la Europa que surgía en forma de
reinos que dieron finalmente lugar a los estados que conocemos.
Pero la gnosis seguía
cuestionando el poder eclesial. Según muchos católicos, esa extraña religión
fue introduciéndose subrepticiamente en el catolicismo para destruirlo desde
dentro y organizando desde el exterior grupos de resistencia al cristianismo y
sus dogmas. Masones, sectas de todo tipo, fueron al principio contenidas por la
Iglesia, pero dentro de ella misma anidaban los que cada vez con más fuerza cuestionaban el
fundamento de la fe católica.
El empirismo, es decir, una
nueva forma de acercarse a la comprensión del mundo fue tomando cada vez mayor
importancia. Si tradicionalmente el modo de conocimiento se basaba en la
deducción, es decir, habiendo sido la VERDAD con mayúsculas, revelada, no había
nada que descubrir, sólo entender el mundo deduciendo los fenómenos que se
presentaban de esa Verdad ya conocida.
El empirismo, sin embargo,
sigue otro método. Para el empirista no hay nada claro, y lo que es peor, nunca
terminará de conocerse la verdad. El investigador ve una piedra y primero se pregunta
por su naturaleza real, ¿es una piedra o sólo una imagen proyectada en mi
cerebro? Observa un fenómeno, un hombre tiene fiebre por ejemplo y elabora una
teoría, tal vez si le sumerjo en agua fría bajará la fiebre, lo hace y
funciona, pero nunca estará seguro de que siempre va a ser así. A veces el enfermo muere y el
empirista sigue con sus dudas. A pesar de todo, la ciencia empírica descubre
cosas cada vez más sorprendentes y cada vez con mayores fundamentos cuestiona los dogmas católicos.
¿Una forma de gnosis?, bueno,
no tanto, pero es cierto que la ciencia moderna ha debilitado
extraordinariamente a la religión
católica. Y de esa debilidad se ha aprovechado la otra religión, la
gnosis, que ahora ataca con fuerza descomunal y que está venciendo las últimas
resistencias.
Si el dios creador es un dios
menor y además ha creado algo imperfecto, el ser humano, es mejor que éste
desaparezca o que se limite su número en un planeta que no tiene recursos para
todos, (aborto, eutanasia), si el dios creador es un experimentador, los que creen
en él pueden también experimentar, construir, como los masones antiguos.
Los masones, (operativos),
derribaban casas viejas y construían catedrales, los modernos masones
(especulativos) van a derribar la sociedad occidental y a construir una nueva
desde sus cimientos. Hace falta entonces destruir lo viejo, lo que está mal, la
familia tradicional, las diferencias de sexo, la propia historia que se nos ha
contado. Con ayuda de la ciencia cada vez más poderosa, pueden construir un
nuevo ser humano, pueden cambiar sus tendencia sexuales, incluso introducir en su cerebro circuitos
electrónicos que le convertirán en un ser biónico.
Pueden ofrecer la vida
prolongada a base de transplantes, incluso de todo el cuerpo dejando sólo
intacta la cabeza. Todo es posible para el gnóstico. Su religión se lo permite,
su dios menor, el demiurgo, le guía, no hay límite.
Y para los que siguen, seguimos necesitando, consuelo, esos que no terminan de aceptar que sólo son una
casualidad cósmica, una pequeña luz en el universo que cuando muera se apagará definitivamente.
Pues para esos se vuelve a lo que parecen nuevas religiones de la era de
Acuario, o sea, las de siempre. Meditación, culto a la pacha mama, hogueras de
solsticio de verano, luego de San Juan, y ahora, otra vez, de solsticio.
También las creencias mágicas, (Harry Potter), el tarot televisivo, Reiki,
Yoga, en fin, todo ello bien condimentado con las últimas experiencias cercanas
a la muerte que, desde que Raimon Moody las describió en su novela, «Vida
después de la vida», son de gran consuelo y sobre todo no exigen creer la parte
desagradable del cristianismo, esa que habla de pecado y castigo.
Ahora bien, una advertencia
final, toda civilización se compone de algo físico, los hombres y mujeres que la sostienen y de algo etéreo,
sutil, pero tremendamente poderoso, algo que les une y les da fuerza para
resistir. La antigua Roma unía a sus habitantes en la creencia de que Roma era
algo más que una ciudad, era sagrada, eterna, por ella, por Roma, estaban
dispuestos a matar y sobre todo a morir. Eso les hizo poderosos hasta que
dejaron de creer en la naturaleza sagrada de la ciudad a la que
habían adorado.
Los actuales grupos religiosos
musulmanes, tienen, así parece, creencias sólidas, lo que hacen, lo hacen por
Alá, porque Alá lo manda y con esa convicción están dispuestos a morir y a
matar.
Occidente ha perdido la fe
sobre la que edificó las naciones que siguieron a la caída del imperio romano. Europa
y América, de una u otra forma se han construido sobre las bases espirituales
del cristianismo. Desde la revolución francesa esas bases se han ido
desmoronando hasta, en este momento, casi desaparecer del todo.
Para vivir, para desarrollarse,
para no desaparecer hace falta algo que un criador de perros para la lucha
describía en un periódico de una manera brutal y ordinaria, pero también
extraordinariamente sugerente. Refiriéndose a un pit bull al que acariciaba,
decía, «este es el mejor perro para la lucha porque no muerde con los dientes.
Muerde con los c…»
El espíritu, la fuerza que
anima a los musulmanes llamados radicales, no existe en toda Europa. La gnosis
está triunfando y parece que es el fundamento del NOM. Pero si algo ha
caracterizado a la gnosis, es el odio absoluto al cristianismo y a la Iglesia Católica. En su ataque final, es
posible que acabe con esa idea que todavía nos sostiene, débilmente, todo hay
que decirlo, a algunos y también con la propia Iglesia.
Al frente del tinglado eclesial,
el Papa actual, está alguien que no parece creer demasiado en el Cristo Dios
hecho hombre y que en el fondo es probablemente un gnóstico. Pero sin fe no hay nada. Charlie
Hebdo la revista satírica, tenía un único fin, el insulto permanente al Dios
católico, cristiano. De vez en cuando y para justificarse incluía en sus desprecios
al Alá musulmán. Ya no existe, porque en el fondo de esa revista insultante no
había libertad de expresión, ni de pensamiento, tampoco el humor corrosivo que
tanto gusta a los intelectuales del siglo XXI. «Cómo me gusta el olor a
corrosión cuando me levanto por la mañana», piensan nuestros aguerridos
intelectuales. Detrás de Charlie Hebdo sólo había, cómo pudo observarse en las
manifestaciones posteriores, millones de europeos muertos de miedo.
Eso es la gnosis, la nueva
religión del miedo y del odio a los cristiano. Al gnóstico le animan peregrinas
ideas de nueva sociedad, al menos eso es lo que dice de cara a la galería, pero
en realidad su único y exclusivo fin es que la religión cristiana y sobre todo
la Iglesia Católica, desaparezcan de una
vez por todas. Que el continente se vea anegado por las inmigraciones
musulmanas que ellos mismos organizan, les da igual. Antes una Europa islámica
que cristiana, eso es lo que quieren y a eso van.
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