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lunes, 28 de mayo de 2018

ITALIA Y LA REVOLUCIÓN ECONÓMICA DEL NILO

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno












La economía del Nilo

En Italia, como consecuencia de las últimas elecciones, ha habido una remota posibilidad de conformar un gobierno contrario, en general, a las políticas de la U.E.
Sin embargo el presidente de la república al que se considera uno de los empotrados por el NOM o el mundialismo arrasador de naciones y estados con capacidad de bloqueo parece, porque desconozco las sutilezas de la constitución transalpina, ha vetado el nombramiento de un ministro de economía que viene advirtiendo desde hace tiempo de las indeseables consecuencias que para el país ha tenido la asunción del euro como moneda oficial.

Y esto me recuerda un antiguo pasaje bíblico muy conocido, pero mal entendido en el que José hijo de Jacob recala en condición de esclavo en Egipto para acabar convirtiéndose en primer ministro del faraón. Todo el mundo conoce el sueño de las vacas flacas y de las espigas arrasadas que acaban por comerse a las anteriormente vacas gordas y espigas florecientes. En ambos casos tanto las vacas flacas como las espigas agostadas surgen del Nilo. Era evidente que el poder y la riqueza de Egipto dependían del gran río. El sueño faraónico, a la vista de lo que luego ocurrió ponía de manifiesto dos cosas, primero que el faraón conocía los ciclos económicos del país, ciclos que se repetían a intervalos aproximados de siete años y segundo que deseaba aprovecharse de ello y no sabía cómo, lo que convertía plácidos sueños en pesadillas recurrentes.

Los ministros y sacerdotes egipcios no fueron capaces de interpretar que lo que subyacía en el inconsciente del monarca no era otra cosa que ambición. Todos conocían en Egipto los ciclos más o menos fijos de años de buenas cosechas y de malas subsiguientes siempre relacionadas con el nivel que por motivos para ellos ignotos alcanzaban las crecidas anuales del río. Los agricultores egipcios también lo sabían y guardaban en sus silos el grano necesario para pasar esos malos siete años que seguían implacables a los siete de buenas cosechas.



José que había construido un conveniente entramado de relaciones con gente cercana al faraón es llamado para interpretar el sueño misterioso. Asombra a todos relacionando lo absurdo de las imágenes oníricas con la realidad prosaica de las crecidas anuales del Nilo, pero algo más debió hablar con el faraón casi seguro en conciliábulo discreto entre ambos. De inmediato fue promovido a la condición de primer ministro por encima de los consejeros tradicionales del país del gran río.

El flamante nuevo primer ministro instauró una auténtica revolución económica. La política económica de José fue la siguiente: Sabiendo que estaba comenzando el ciclo de las buenas cosechas ofreció a los agricultores oro en abundancia proveniente del tesoro real para comprar y almacenar en silos del estado, es decir del faraón, todo el grano sobrante que antes guardaban los propios agricultores. Necesitó para ello los “brokers” de aquel momento que a cambio de comisiones convencieron a los modestos propietarios de lo conveniente del almacenamiento a cargo del estado. Algún que otro tipo raro, conservador, fascista y demás calificativos corrientes, se opuso con el argumento de que si la cosa funciona aceptablemente es mejor no cambiar nada. Los progres “brokers” y economistas formados en la universidad de José (una suerte de Harvard faraónico) mostraron la estupidez de almacenar grano cuando el estado ofrecía ese servicio a un precio inmejorable lo que permitiría a los que fueran suficientemente inteligentes aprovechar las posibilidades económicas que suponía el nuevo modelo de gestión.

—Y cuando lleguen los años de escasez, lo que es seguro que ocurrirá, ¿Qué?—.  Preguntaron los reacios conservadores.
 —Entonces el faraón suministrará grano a un precio módico.

Traduzco del egipcio antiguo “tienen ustedes la garantía del estado”. ¿Qué más se podía pedir?, el fulgor del oro les cegó, el efecto riqueza por el cambio económico que promulgó José con toda probabilidad llevó a los humildes y esforzados agricultores egipcios a lanzarse a un desaforado gasto suntuario. Podemos imaginar el frenesí de obras y rehabilitaciones en las moradas antes sencillas y ahora repletas de ornamentos y comodidades hasta entonces solo al alcance de la clase dominante, incluso podemos pensar que muchos egipcios optaron por vender casas humildes y comprar otras más caras en zonas residenciales en la esperanza de convertirse en nuevos aristócratas aprovechando el inesperado golpe de fortuna. Pero todo esto no era sino la primera parte del programa económico, de la hoja de ruta diríamos ahora, del avispado José hijo de Jacob. Cuando amanecieron las vacas flacas y la necesidad básica de alimentación fue imponiéndose sobre los delirios producidos por el engañoso brillo del oro (después de todo el oro no se puede comer) los campesinos se vieron obligados a deshacerse de la moneda acumulada comprando al faraón lo que anteriormente ellos mismos se ocupaban de almacenar, solo que ahora los precios impuestos por el economista José que de trabajo ni sabía ni le interesaba, pero como buen precursor de todos los expertos en ciencia económica que en el mundo han sido desde entonces, de ambiciones y miserias humanas sabía un huevo, iban a ser desorbitados.

El faraón recuperó en un plazo muy corto el tesoro real del que el astuto hebreo le había convencido (lo suyo le costó) para deshacerse temporalmente. El monarca no sabía hasta ese momento la diferencia entre gasto e inversión y además, conforme la hambruna se enseñoreaba de Egipto y de los países vecinos José dio una vuelta de tuerca al dogal conque ya atenazaba todas las escuálidas gargantas del país del gran río. Si querían comer y no tenían oro con el que comprar grano tendrían que poner en garantía terrenos y casas que hasta ese momento habían sido tradicionalmente suyos. Fin de la modesta propiedad privada. El faraón se hizo dueño absoluto no solo, como hasta entonces de un mero poder militar y también simbólico otorgado por sus súbditos, sino también amo y señor de todo el patrimonio económico acumulado por milenios de humilde trabajo de agricultores y ganaderos tradicionales.

Por supuesto José fue distinguido como nunca antes ningún ministro del faraón y pudo traer a su familia al país, familia a la que en agradecimiento (no como erróneamente se piensa por haber salvado de la hambruna al país, sino por haberse forrado a costa de la desgracia ajena) el rey egipcio otorgó tierras y prebendas. El resto de la historia es conocido, probablemente el malestar del pueblo egipcio con las políticas que les habían arruinado acabó por convencer al monarca o a alguno de sus sucesores de que lo mejor era buscar el socorrido chivo expiatorio hebreo que desde entonces ha constituido la peor de las maldiciones para este pueblo singular. Dice la Biblia que se fueron porque les dio la gana, vete a saber, es más lógico pensar que acabaron siendo expulsados; pero lo importante son las analogías.

Una lluvia de euros cayó sobre las miserables economías del sur de Europa en momentos que todavía recordamos. El falso efecto psicológico de una riqueza súbita llevó a estos países, gobiernos y ciudadanos particulares a una orgía de gastos suntuarios y superfluos que solo se sostenían en el crédito bancario. Ya antes, la comunidad económica europea había arrasado la capacidad industrial de España, probablemente de Italia, también de Grecia y Portugal al grito repetido hasta la saciedad por el sistema de propaganda organizado al efecto de: “es el mercado amigo…,” (sonrisas displicentes del banquero, economista, ministro —pongan lo que quieran a continuación—) que sermonea al humilde ciudadano europeo del sur que ve como las políticas económicas de eso que se ha llamado la casta o el faraón contemporáneo le han llevado a la más absoluta de las ruinas. Pero el faraón y su ministro de economía no aflojan el nudo corredizo, el empotrado por el actual administrador de la economía del Nilo, secuaz italiano con cargo de presidente de la república bloquea la formación de un gobierno de dos partidos que solo están de acuerdo en que así (es evidente) no se puede seguir. También en que no quieren masones secretos, discretos, ocultos, semiocultos entre las filas parlamentarias. Consecuencia de todo ello es que Italia, como España, como Grecia y Portugal tienen necesariamente que entregar lo que les queda (muy poco ya), es decir la escasa soberanía restante a los intereses del moderno faraón y su ministro de economía sean estos quienes fueren. 

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