Parece que Boris
gana. Es posible que finalmente se consolide el Brexit. Para disgusto
mayúsculo de la progresía internacional y sobre todo de la
progresía interna española. Los corresponsales de TV en la Gran
Bretaña, muy preocupados por el posible triunfo del rubio,
advertían una ligero repunte de las posiciones antibrexit y sonreían
esperanzados. Muy atentos todos ellos a las encuestas de siempre, las
de Tezanos y compañía. Pero ya se sabe que los ingleses son muy
suyos. Los políticos british prometen cosas y a diferencia de los
españoles, las cumplen. Cameron se lió a prometer referendums y
casi se le va de las manos el de Escocia. Un susto de muerte. Pero sí
se le fue el del Brexit. Los británicos quieren largarse de esta
Europa invadida por el Islam en lo político y por Alemania en lo
económico.
Hoy habrá llanto y
sentimentalismo a paletadas en nuestros telediarios. Los british se
van definitivamente. Hay que reconocerles agallas. Se largan antes de
que el venenoso europeismo acabe por reducir a escombros la UK como
está ocurriendo en España. Seguir en la UE equivale a referendums
de independencia hoy sí y si no se consigue, mañana de nuevo.
Muchos esperamos que
de una vez por todas alguien rompa el engendro insostenible de una
unión compuesta de veintisiete países totalmente distintos. No hay
idioma común, no existe una cultura compartida. Solo un tinglado
económico de libre comercio de las cosas, mientras la libre
circulación de ciudadanos es una entelequia imposible. Solo las
élites intelectuales, solo los mejores de entre los españoles
pueden encontrar trabajo en Alemania o en Austria y similares. El
grueso de nuestros jóvenes languidece entre sexo descontrolado,
drogas y fiestas de fin de semana organizadas por el consistorio.
El euro ha sido un
disparate para España. Ni siquiera se tuvo la prevención de
traducir la nueva moneda a la realidad de un país incapaz de
competir con la potencia industrial y económica alemana. Si
hubiéramos contado en céntimos, si en vez de un euro hubiéramos
dicho cien pesetas nuevas equivalentes a cien céntimos de euro, todo
habría ido mejor. Antes del euro, un café costaba ochenta pesetas
en algunas partes de España, en otras cien. A partir del euro pasó
a costar una moneda muy similar en apariencia a las de cien pesetas
anteriores, solo que la moneda equivalía a ciento sesenta y seis
pesetas reales.
El dislate se
solucionó poniendo en el mercado lo que en España teníamos de más
valor. Nuestras viviendas. Nuestro patrimonio material acumulado a
lo largo de décadas de trabajo y emigración de nuestros abuelos,
todos ellos con morriña y vocación de vuelta a la tierra madre. Un
piso costaba cien mil euros. Psicológicamente cien mil era una
cantidad aceptable. Si en vez de cien mil se hubiera hablado de diez
millones de pesetas nuevas, de céntimos de euro, la percepción
psicológica del riesgo hubiera sido más realista.
Veremos lo que
ocurre ahora. La UE contraatacará. Los mal pensados pensamos que
hay algo maligno dentro de esa organización. Escupe sentimentalismo
unionista a paletadas. Emite euros a mansalva a gobiernos incapaces
como los que padecemos desde hace tiempo en España. Pero hay alguien
detrás que espera cobrar la deuda con intereses usureros. Y si no al
tiempo. Al poco tiempo. Veremos lo que pasa en el partido de fútbol
entre el Barcelona y el Madrid. Si hubiera cierta sensatez en este
país, el partido se jugaría en Cáceres, o no se jugaría, o se
haría algo para que los barcelonistas jugaran la liga francesa.
Cualquier cosa antes de dejar que ocurra alguna desgracia
irreparable. En el Reino Unido tienen a Boris, en España tenemos a
Sánchez. Una gran diferencia.
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