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sábado, 7 de diciembre de 2019

ÚLTIMO ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN DEL 78

Viajeros del tren nocturno
Lluvia mortal




















Se celebra hoy el día de la Constitución del 78. El régimen ha durado 41 años exactamente. La parte más importante del texto legal es la que consagra las autonomías, a las que además designa en el preámbulo como nacionalidades o regiones que integran la indisoluble unidad de la nación española. Este galimatías jurídico es, en sí mismo, una contradicción evidente. La unidad es indisoluble, pero se disuelve a continuación.

También dice algo del papel del rey al que define como «símbolo de su unidad y permanencia».

Hay otras dos partes fundamentales en el texto. Una es la del Título VIII que establece el reparto de competencias entre autonomías y el gobierno central y otra la que a imitación de otras constituciones pone en marcha un tribunal de excepción que, por encima del Tribunal Supremo, tiene competencias extensas.  En última instancia lo convierten en un tribunal de apelación a las sentencias del sistema judicial ordinario. El Tribunal Constitucional es, por encima de cualquier otra cosa, un Tribunal político.

Esto hace de la Constitución del 78 un auténtico régimen que nace precisamente del propio franquismo y que finalmente se convierte en un sistema con caducidad no definida, pero si determinada por el paulatino encogimiento del Estado Central y la transferencia interminable de competencias a las autonomías.

Ahora, cuarenta y un años después de la promulgación de la Constitución podemos extraer algunas consecuencias de la misma. En primer lugar se hace evidente que el texto legal está consensuado por los restos políticos del régimen franquista que se apresuran a reconvertirse en partidos similares a los europeos occidentales y por los partidos que recogen las ideas de los perdedores de la guerra civil del 36.

Entre estos últimos, el PSOE hereda la ideología socialista, es decir marxista posiblilista de los primeros tiempos del comunismo para insertarse como partidos democráticos en las naciones liberales de Europa.



El PSOE se ve, como consecuencia de la guerra fría, obligado a reconvertir sus fundamentos revolucionarios en lo que se conoce en otros países del entorno como socialdemocracia. Felipe González en uno de los congresos del partido pronuncia la frase definitiva que le da el certificado socialdemócrata de alemanes y norteamericanos que tutelan la reconversión española. Dice algo así como: «hay que ser socialista antes que marxista».

No debemos olvidar que ya durante el franquismo España es una nación invadida por ejércitos extranjeros. Los norteamericanos tienen una serie de bases militares en territorio español y el ejército británico domina el estrecho de Gibraltar desde su base naval en la roca.

España es pues, un país con escasa soberanía ya en tiempos de Franco. La transición se realiza en un clima opresivo tanto en el interior como en el exterior. ETA sigue matando y desde el exterior se vigila con lupa la evolución del régimen. Además, y durante la agonía de Franco Marruecos aprovecha la crisis española para invadir el Sáhara con el patrocinio de los Estados Unidos. Últimamente se han deslizado en diarios digitales algunas acusaciones hacia el monarca emérito en el sentido de que habría convenido con los USA y Marruecos la entrega del territorio a cambio del apoyo de estos países a su entronización como rey.

Sea como fuere, la Constitución nace en España en un clima de crisis política. Desde la perspectiva actual, los que vivimos aquel proceso, no podemos sino sentirnos asombrados. Se prometió la solución a todos los problemas de inserción en España que planteaban exclusivamente algunos sectores ultranacionalistas vascos y catalanes y la realidad fue que los problemas preexistentes no se solucionaron y se crearon otros nuevos que no existían.

El apoyo francés al terrorismo vasco que utilizaba el sur de Francia como refugio, continuó incluso durante la etapa democrática y tuvo que ser el propio Felipe González quién entregara una terrorífica lista de ochocientos muertos por ETA al presidente Miterrand para que el santuario francés del terrorismo vasco comenzara a dejar de serlo.

En el orden económico la Constitución supuso desde el principio, una revolución en el sistema impositivo y en el orden social. Así se crearon impuestos como el IRPF que en España no existía y el IVA como impuesto indirecto estrella del nuevo régimen. Amén de otros que padecemos en la actualidad. Se dislocó la institución familiar con la ley del divorcio y del aborto que Juan Carlos I, supuestamente rey católico, firmó sin pestañear. En el orden moral, el declive no hay que atribuírselo a la Constitución, sino a la propia Iglesia Católica que a partir del Concilio Vaticano II inició una deriva similar a la España del 78.

Pero la Constitución tenía en su interior una bomba de relojería de la que nadie quería hablar y sobre la que muchos suponían ingenuamente que nunca iba a activarse. El Título VIII regulaba las competencias del Estado y de las autonomías. Listaba las que eran exclusivas de uno y de las otras y hasta ahí todo parecía lógico y coherente. Sorprendentemente el mismo Título establecía que no obstante, el Estado podía delegar, en la práctica entregar, competencias que eran de su exclusividad a las autonomías. Un dislate terrorífico que permitía a los nacionalistas vascos insistir en que el Estatuto de Autonomía, legalmente sancionado en las Cortes españolas nunca se completaba.

Si además del Título VIII y el Tribunal Constitucional que como ya sabemos ahora, convierte en constitucional cualquier barbaridad autonómica, nos centramos en la pasmosa ley electoral que divide el territorio en distritos electorales que favorecen a los partidos independentistas y parte del principio de representación proporcional y no mayoritaria para el congreso y el senado, amén de las listas cerradas. El desaguisado constitucional solo podía acabar como ha acabado.

En Francia la doble vuelta electoral garantiza una presidencia fuerte, bien sea de derecha o socialdemócrata y evita además las presidencias de los llamados ultras de un lado y del otro. Véase la lista de los últimos presidentes. Lo mismo ocurre con la elección de la Asamblea Francesa que soslaya la dependencia de partidos minoritarios.

En el Reino Unido ocurre exactamente lo mismo. Estas prevenciones lógicas que permiten gobiernos fuertes no se adoptaron en España y como consecuencia los dos partidos mayoritarios nacionales han tenido que negociar con los nacionalistas catalanes o vascos o ambos a la vez para formar gobiernos estables. En ambos casos, es decir, cuando se han dado mayorías simples del PSOE o del PP, se han puesto en marcha macabras negociaciones que básicamente han consistido en la entrega del territorio vasco y catalán al nacionalismo y su progresivo desencaje de España. Véase el caso de Vidal Quadras. O la sistemática y enfermiza dependencia del PSOE del llamado PSC catalán que siempre ha sido un submarino de los aristócratas catalanes para gobernar a los millones de plebeyos charnegos.

Curiosamente, cuando el PP ha gozado de mayorías absolutas ha mostrado una sorprendente incapacidad para reformar la ley electoral por un solo motivo o quizá por dos motivos. Miedo e incapacidad. Miedo y comodidad en el caso de la segunda legislatura de Aznar con mayoría absoluta que acabó con el tremendo y extrañísimo atentado del 11 M, un auténtico golpe de Estado de cuya autoría no se sabe demasiado. El comisario Villarejo ha lanzado desde la cárcel la acusación de que participaron servicios secretos marroquíes y franceses, pero nadie ha hecho nada. Y como digo, el PP y con mayoría absoluta de Rajoy dedicó los cuatro años de legislatura, básicamente a depredar a base de impuestos a la clase media y a no hacer nada en el plano político.

Ahora, quizá preocupado por su responsabilidad en la situación actual, Rajoy ha escrito un libro en el que nos detalla los sufrimientos de primera hora ante las exigencias comunitarias. Lo que probablemente no diga, (ni se me ocurre ojear el mamotreto), es que en esas negociaciones los alemanes salvaron sus bancos a expensas del monstruoso aumento de impuestos a cargo de Montoro y de los despidos salvajes que propiciaron las reformas laborales de la señora, (tiburón blanco), Fátima Báñez. En definitiva, toda la supuesta eficiencia del sistema liberal que en buena lógica hubiera propiciado que los bancos alemanes asumieran los préstamos fallidos a empresas y bancos españoles, el ínclito registrados mercantil o de la propiedad, qué más da, se la pasó por el forro a costa de trasladar la deuda a los ciudadanos de este sufrido país.

En las cuestiones políticas, sobre todo en el caso del nacionalismo financiero catalán que ya barruntaba de que de España poco más se iba a poder sacar, Rajoy simplemente no hizo nada. «No quiero líos.
Y ahora escribe un libro. Para justificarse.

Y es precisamente en la legislatura posterior a la mayoría absoluta cuando todas las costuras de la famosa Constitución del 78 se deshilachan definitivamente y ya sin posibilidad de arreglo.

El PSOE está dispuesto a todo con tal de conseguir cuatro años de gobierno. Podemos, exactamente lo mismo. El precio a pagar es la independencia catalana. Cuentan con ERC, pero en cualquier movimiento radical son los más extremistas quienes se hacen con el control. ERC podría acodar alguna imaginativa alternativa para el encaje catalán con el gobierno del PSOE-Podemos que solo sería un retraso asumible hacia lo inevitable, es decir, la independencia. Ahora bien, el radicalismo se ha adueñado del movimiento secesionista y no va a consentir componenda de ninguna clase. Acuerdos con charnegos ni uno.

Veremos como acaba el disparate, pero lo que es evidente es que el régimen del 78 ha fenecido ya.
Quedan algunos símbolos a tiro de las hordas antiespañolas tales como la cruz del Valle o el propio Felipe VI. Si no se produce la investidura el futuro se presenta sombrío, y si se produce negrísimo.



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